La tolerancia de Doña Guillermina Peragón
1997-06-05
por Lorenzo Peña
En Norte del 31-05-1997 aparece un suelto de Doña Guillermina Peragón García titulado Una vez más, la intolerancia del P.C.E. que merece un pequeño comentario. Permítome ofrecerlo aquí.
Es de elogiar el espíritu de tolerancia de Doña Guillermina Peragón, al menos el que se atribuye implícitamente a sí misma, al denunciar la intolerancia de otros, y en particular la del P.C.E. (Sería incongruente criticar la intolerancia de alguien si uno juzgara que la intolerancia es una virtud.) Prueba de tal tolerancia es que Doña Guillermina Peragón condescendió a asistir a la charla-debate celebrada en Tres Cantos y organizada por el partido comunista el pasado 29 de abril acerca del pacto para el abaratamiento del despido o reforma laboral (según se mire). No sólo accedió a asistir, sino que --como ella misma lo dice-- esperó a ser contestada por la mesa y tuvo `la consideración de escuchar la contestación de Amadeo Pérez'. Tal condescendencia es de agradecer, si bien Doña Guillermina no mostró similar magnanimidad para con las respuestas siguientes, sino que abandonó la sala --seguida por los otros asistentes que compartían sus puntos de vista.
(Ya que estamos en eso, hubiera sido de agradecer que, a quienes estábamos en las filas detrás de la suya, nos hubieran dejado escuchar tranquilamente la primera parte del debate, profiriendo en voz menos alta sus constantes exclamaciones de desaprobación.)
Dice el poeta que nuestras horas son minutos cuando esperamos saber y siglos cuando sabemos lo que se puede aprender. Para Doña Guillermina Peragón el tiempo que consumió en su exposición fue de sólo cinco minutos. Como no se tomaron actas taquigráficas ni grabaciones, es difícil demostrar cuánto duró su argumentación; mas ella sabe --y lo sabe cualquier persona que haya tenido que hablar en público-- cuán subjetiva es la apreciación del tiempo que hemos consumido. La impresión que tuvo el personal es que de los no-ponentes nadie se explayó con tanta longitud como Doña Guillermina.
Sea ello como fuere, laméntase Doña Guillermina de que la suya fuera la única intervención crítica. Mas sabe bien que se había invitado a que estuvieran en la mesa, a título de ponentes, representantes del sector oficialista de CC.OO y de la UGT que defendieran el acuerdo. Recordará que ella, en su intervención, dijo que había acudido por voluntad e iniciativa propia --lo cual fue de agradecer y era una de las pocas cosas en que coincidíamos ella y la abrumadora mayoría de los presentes.
Con todo, el espíritu de tolerancia y diálogo de que hace gala no se compagina bien con la negativa a participar en el debate de los líderes oficiales de CC.OO y UGT (a cuyas posiciones ella se adhiere). Si por lo menos ella hubiera ido al acto por voluntad e iniciativa ajena!
Doña Guillermina reproduce extractos de su discurso que puede que coincidan --y puede que no coincidan-- con lo que otros asistentes piensen que le oyeron decir. Cada uno es tan dueño de interpretar sus propias palabras como lo sean otros; y quizá está más autorizada su interpretación, así que atengámonos a ella! Con todo --y sin duda para no exceder el espacio asignado a un suelto así-- esa autocita es selectiva, ya que Doña Guillermina omite mencionar algunos de los asertos proferidos en aquel su discurso de 29 de abril, como el de que la reforma no venía a combatir al desempleo (sino sólo a propiciar empleo estable para los empleados temporales).
No es éste el lugar de debatir acerca del fondo del asunto, mas séame lícito mencionar un solo punto: Doña Guillermina se cita afirmando que el acuerdo se hace `sin merma de los derechos de los trabajadores que actualmente tienen empleo indefinido'. ¿No? ¿Y la modificación del artículo 52c del Estatuto de los Trabajadores?
Si la autocita de Doña Guillermina puede ser autorizada y fiable (nadie es mejor intérprete de lo que ha dicho que él mismo), su crónica raya en lo peregrino al citar --textualmente además!-- supuestas declaraciones de los ponentes (¿de todos, Doña Guillermina?), a cuyo tenor `el pacto posibilitará la sustitución de empleo indefinido por los nuevos contratos de cuatro años'. Fácil de refutar, ¿verdad, Doña Guillermina? Basta con alegar que no se han establecido contratos de cuatro años. Puede que la indignación de Doña Guillermina en el transcurso del acto no le haya dejado el sosiego para escuchar con atención.
Sabemos cuán manipulables son a menudo las estadísticas; frecuentemente basta con darles una u otra formulación para que cambie su sentido. Así Doña Guillermina Peragón nos dice que el acuerdo de marras ha sido refrendado `por el 79% de la organización' CC.OO. Bueno, eso será el 79% de los miembros de órganos dirigentes de diversos niveles (tras la limpia y la purga dictadas por el Sr. Gutiérrez y los suyos, quienes, con puño de hierro, han reducido casi a la nada la representación del sector crítico). Las bases, los de a pie, no hemos sido consultados.
Termino mencionando un punto espinoso. Doña Guillermina Peragón se queja de haber oído comentarios que reprocharían a los liberados (o a ciertos liberados) de las organizaciones sindicales el dar su respaldo al acuerdo. Juzga que eso es un ataque indigno, y con sobrada razón dice que ha sido una conquista valiosa de los sindicatos el poder tener liberados.
Mire, Doña Guillermina, ninguna organización importante puede existir sin que haya un número de personas que reciben retribución o remuneración, a tiempo completo o parcial, de manera permanente o por un lapso de tiempo, para que se dediquen a tareas de la organización. La administración del Estado es una de esas organizaciones; lo son los Ayuntamientos, sindicatos, partidos. Quienes costean esas remuneraciones son, en última instancia, los de a pie, sea por impuestos o por cuotas.
Así que, cuando los de a pie ven, o creen ver (con razón o sin ella), que perceptores de esas remuneraciones (a veces superiores a las que ellos obtienen por su propio trabajo) no están defendiendo los intereses de la gente sencilla y modesta, del currante, cuando ven, o creen ver, que esas organizaciones o sus dignatarios están, antes bien, secundando intereses opuestos a los del pobre, es normal y natural que juzguen injusta esa situación. No porque tales dignatarios estén viviendo de la organización en cuestión y, por lo tanto, recibiendo unos dineros que vienen en última instancia de las aportaciones de la gente de a pie; no por eso, sino porque, siendo así, no están correspondiendo con una labor que ayude a mejorar la vida de la gente sencilla.
Eso es así cuando los poderes públicos, en lugar de ayudar al débil, ayudan al fuerte a esquilmarlo: se murmurará entonces contra quienes perciben emolumentos con cargo al presupuesto del Estado. Sucede también cuando un partido o un sindicato que se proclaman defensores de los intereses populares se alinean con las posiciones de los ricos.
En todos esos casos, lo que hay que hacer es demostrar que las retribuciones que se estén percibiendo están siendo bien empleadas, para servicio y beneficio de la gente sencilla, del asalariado.
Lo que no es razonable, Doña Guillermina, es contestar a tales quejas como Ud lo hace, al afirmar: `Pero no deben tener ni memoria ni pudor y, si no, que se lo pregunten a los liberados de su partido, algunos presentes en el acto'. Si el ser liberado de una organización que defiende intereses populares es bueno, ¿por qué y en qué sentido hace Ud ese reproche? Si es malo, destruye Ud la base de su argumentación precedente.
Pero no es ni bueno ni malo. Todo depende de qué haga uno, de qué dé uno a cambio de la remuneración que recibe. Como no es bueno ni malo ser funcionario público. Es bueno si se esfuerza uno por trabajar bien, ser puntual, atender amable y eficazmente al público, cumplir con su tarea con celeridad y competencia. Es malo si practica uno el absentismo, la desgana, la altivez hacia el público, si hace las cosas a la pata la llana.
Seguro que Doña Guillermina es de los funcionarios, del sector sanitario, del primer tipo --de quienes quieren hacer las cosas bien. Ahora sólo falta que tenga más acierto, en el futuro, en ver dónde están los intereses de los asalariados a los que desea representar.
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