En el libro coautorado por Hélène Desbrousses, Pierre Vilar y Bernard Peloille Introduction à l'oeuvre théorique de Staline,<1>NOTA 1 el conocido historiador francés Pierre Vilar --especializado en historia de España y particularmente de Cataluña-- ofrece, en las págªs 129-36, una introducción al opúsculo de Stalin aquí presentado y a otra serie de trabajos del mismo autor acerca de la cuestión nacional.<2>NOTA 2
Pierre Vilar señala cómo Stalin, buen conocedor de la problemática de las nacionalidades --con la cual estaba familiarizado por ser georgiano y haber vivido en su juventud en diversas partes de la Transcaucasia rusa--, dedicó a ese tema una serie de trabajos teóricos, desde 1904; cómo es verosímil que los escritos de Rosa Luxemburgo (de los que luego hablaremos) de los años 1908-09 deban mucho a la lectura del primer escrito de Stalin; cómo, por consiguiente, El marxismo y la cuestión nacional, escrito en 1912-13, no fue resultado de un encargo ocasional, sino fruto de una acumulación de experiencias, reflexiones, bregando con las laberínticas e inextricables complejidades del problema nacional en Transcaucasia.
Stalin, en esos escritos, es desde luego fiel seguidor del pensamiento de Lleñin. En buena medida, las ideas básicas de tales trabajos son las de éste último, sin que quepa ver en ellas ninguna innovación radical, ninguna orientación personal marcada y especialmente original.
Ahora bien, hay que matizar.
En primer lugar, decimos que no hay originalidad singularmente acentuada, mas sólo con respecto al pensamiento de Lleñin. Hay, desde luego, marcadísima originalidad con relación a las ideas de Marx y Engels, que en este terreno nunca elaboraron un tratamiento sistemático, o un enfoque teorético claro, y que oscilaron toda su vida entre acercamientos puramente ad hoc, inspirados en cada caso por circunstancias particulares de la situación considerada y sin ningún principio rector más o menos claramente formulado; dejaron así a sus discípulos los tarea de elaborar una teoría sobre el problema nacional --un problema que ellos esperaban que fuera cada vez más marginalizado a favor del problema central, el de la lucha de clases.
En segundo lugar, y puesto que cada maestrillo tiene su librillo, Stalin aborda el problema con una actitud metodológica que no es en absoluto la de Lleñin. A diferencia de la formación de Lleñin, la de Stalin había sido una educación filosófico-teológica (y en eso era tal vez único entre los líderes socialdemócratas primero y comunistas después de la Rusia de aquellos tiempos). Los demás líderes del POSDR (y después del partido comunista ruso) eran, o bien de origen obrero, o, en los más casos, pertenecientes a lo que se llamaba la intelligentsia o intelectualidad: abogados (el propio Lleñin era licenciado en derecho), economistas, autodidactas, de cultura literaria, muy influidos por las doctrinas y la literatura en boga en Europa occidental.
Stalin, estudiante de un seminario cristiano ortodoxo, había tenido una formación enteramente distinta. Estudiante aplicado, concienzudo, «empollón»NOTA 3 hincó el codo sobre los contenidos que se impartían en ese centro de estudios religioso, principalmente filosofía y teología. La filosofía clásica y escolástica, así como la lógica, figuraban prominentemente en el curriculum, y Stalin recibió una profundísima huella de eso, que perdurará en sus escritos hasta el final de sus días. Entre otras cosas, es digna de destacar la frecuencia en sus escritos de la palabra `lógica' (y de palabras emparentadas, como `lógicamente', el adjetivo `lógico' etc).
Tuvo siempre el prurito de construir una teoría bien articulada, lógicamente trabada, sentando claramente las premisas y extrayendo deductivamente las conclusiones pertinentes.
Entre otros, el aquí comentado contiene abundancia de esos vocablos: `como es lógico' aparece 2 veces; `la lógica', 5; `deducir' (y otras palabras de la misma raíz), 5; `consecuencia', 5.
Ese afán de rigor lógico, de elaboración deductiva, es lo que lleva a Stalin --a diferencia de Lleñin-- a querer esclarecer, ante todo, las nociones involucradas en su tratamiento, y a buscar definiciones.
Lleñin muy a menudo prescinde de definiciones. Tal vez su formación de letrado --y en el espíritu del positivismo jurídico prevalente en su época-- lo lleva a operar pragmáticamente, obviando el afán de definir, que sonaba a escolástico. Si una noción se maneja en la vida intelectual con soltura, si circula de manera informativa --aparentemente al menos--, parece pedantesco querer definirla. Por otro lado (y según lo revelarán elocuentemente ciertas notas, bastante curiosas, de sus Cuadernos filosóficos, escritos durante la I Guerra Mundial), Lleñin parece --sorprendentemente tal vez-- influido por ideas filosóficas en boga en Europa occidental, como el vitalismo de Bergson; una influencia acaso inconsciente, mas que no deja de marcar su impronta incluso sobre la versión que él propondrá de la dialéctica.<4>NOTA 4
Nada tiene entonces de extraño que no hallemos en ninguno de los diversos trabajos de Lleñin al respecto, mas sí en este opúsculo de Stalin, una definición de `nación'.
Rosa Luxemburgo dedicó también una gran atención a la cuestión nacional.<5>NOTA 5 Fundó el partido socialdemócrata de Polonia y Lituania como una organización consecuente obrera-marxista y opuesta al separatismo prevalente entre quienes en la Polonia rusa se proclamaban socialistas y marxistas.<6>NOTA 6
Stalin y Rosa Luxemburgo tenían en común el ser ambos ciudadanos rusos, súbditos del zar Nicolás II;<7>NOTA 7 el ser ambos pertenecientes, por nacimiento, a una nación dominada por Rusia en el marco de ese Imperio zarista; el haber recibido, ambos, una formación escolar en ruso; el ser, ambos, oriundos de regiones del Imperio donde se daba un complejo entramado étnico, estando así familiarizados no sólo con el problema específico de la nacionalidad propia frente a la rusa dominante, sino también con la intrincada red de vinculaciones y animosidades nacionales gracias a las cuales el zarismo mantenía orden en el Imperio aplicando la política de «Divide y reinarás».
Ahí terminan las semejanzas. Aunque no rusa estrictamente (salvo en el sentido de `ciudadana del Estado ruso'), Rosa Luxemburgo era eslava: polaca; y entre eslavos las diferencias nacionales son pequeñas en comparación con las que se dan, p.ej., entre eslavos y georgianos. Rosa Luxemburgo era de origen judío (e.d. su familia era, originariamente, de fe mosaica), mientras que Stalin era, hasta su ruptura con la religión, cristiano-ortodoxo (compartiendo así la religión del Zar). Rosa Luxemburgo venía de una de las regiones industrialmente avanzadas de Rusia (la provincia del Vístula), al paso que Stalin --nacido en Georgia y al parecer de origen abjasiano-- pertenecía a una región atrasada y pobre, de bajo nivel de vida.
Todo eso marca diferencias. Pero también hay coincidencias curiosas, que hacen que ambos tengan sorprendentemente algo en común, frente a Lleñin. Éste último --un gran-ruso de sentimientos generosos e influido hasta la médula por la corriente occidentalizante y europeísta-- execraba el nacionalismo y la altanería gran-rusas y veía como mal menor cualquier nacionalismo de las naciones oprimidas por el zarismo. Stalin y Rosa Luxemburgo (que tenían que bregar con los nacionalistas locales) compartían, pese a sus diferencias, una actitud menos hostil hacia el nacionalismo gran-ruso y, en cambio, más recelosa respecto a los nacionalismos periféricos (o «alógenos», según la terminología zarista).
En sus dos escritos La Cuestión Nacional y la Autonomía (1908) y La Cuestión Nacional (1909) Rosa Luxemburgo rechaza no sólo la demanda de independencia para Polonia, sino también la autodeterminación. Aunque esa reivindicación suena como la de una libertad democrática, pareciendo así el derecho a la autodeterminación como si fuera similar al derecho de reunión, al de expresión, a la libertad de prensa, en puridad --piensa Rosa Luxemburgo-- no hay tal similitud: mientras que esas libertades individuales son compatibles con el capitalismo y se realizan bajo el poder burgués, la autodeterminación sólo sería posible bajo el socialismo. Sin embargo, con un poder proletario ya pierde sentido, porque los proletarios no tienen patria, y no están interesados en dónde estén trazadas las fronteras. Así pues, esa reivindicación es imposible bajo el capitalismo y ociosa y obsoleta bajo el socialismo.
Hacia ese momento (los años que preceden a la I Guerra Mundial) sólo cabe apreciar una diferencia meramente de matiz o de énfasis entre los escritos de Stalin y los de Lleñin al respecto, mientras que Rosa Luxemburgo se enfrascó en una prolongada y agria polémica con Lleñin con relación a la cuestión nacional.
A diferencia de Rosa Luxemburgo, Stalin acepta la reivindicación leninista de autodeterminación de las naciones. Cada nación tiene el derecho a separarse del Estado plurinacional en el cual haya sido incluida como resultado de ambiciones expansionistas y de la correlación de fuerzas entre diversos Estados. Tiene derecho a formar su propio Estado independiente.
Mas Lleñin, Stalin y Rosa Luxemburgo están de acuerdo en que en general no es recomendable que las naciones aspiren a su independencia. Esa coincidencia esconde en realidad una nueva divergencia al respecto. Lleñin no se pronuncia nunca (o sólo lo hace raramente) acerca de si hay que aconsejar o no a una nación que busque su independencia. Sus comparaciones sugieren que le parecería como entrar a aconsejar a una mujer si ha de dejar a su marido.
Lleñin dedica sus esfuerzos, en este campo, a abogar por el derecho democrático a separarse, junto con otros derechos democráticos relacionados con la cuestión nacional (derecho a la autonomía, derecho a usar la propia lengua en todas las facetas de la vida, no discriminación, etc).
Mas eso deja en pie un grave interrogante. El partido obrero de la nación X, carente de independencia, actúa en un ambiente en el cual otras fuerzas políticas hacen agitación a favor de la independencia, mientras que el poder --contrario a esa independencia o separación y que aboga por la permanencia de la nación X en el marco del Estado plurinacional Z-- también tiene sus partidarios en la nación X. Dado lo cual, resulta a menudo un tanto insatisfactorio que ese partido obrero, a la pregunta de qué preconiza sobre el destino futuro de la nación X, se limite a decir que la autodeterminación y que, si la mayoría decide seguir en el marco del Estado Z, entonces el respeto a la lengua vernácula y la igualdad de derechos de todos ante la ley.
¿Es eso de veras suficiente? Lo que tal partido obrero está diciendo es que se sumará a lo que diga la mayoría. Bien, eso prueba sus credenciales democráticas. Mas sin duda también se inclinará ante la mayoría en muchos otros asuntos. ¿Qué hacer si la mayoría de la nación X decide imponer a la minoría recalcitrante la asimilación a la lengua mayoritaria del Estado Z?<8>NOTA 8 Pero esa línea general no da ninguna pauta clara de cómo ha de responder el partido obrero a los alegatos de las otras fuerzas políticas. Así, la posición de Lleñin viene a ser que --a salvo de la defensa de la democracia y de lo que la misma conlleva (derecho de la nación a la autodeterminación, y derecho, en el marco de la unión estatal, a la lengua propia y a la no discriminación)-- el asunto nacional no va con los obreros, los cuales tienen otra preocupación, que es la lucha contra el capital.
En esto último, Rosa Luxemburgo, pese a su áspera controversia con Lleñin, está de acuerdo con él. Ella lo tiene claro: el asunto nacional no va con los obreros. Éstos tienen que reclamar, sí, el derecho a la autonomía, al uso de la lengua propia y a la no discriminación. Pero nada más. Entre la autodeterminación (un hipotético derecho a la independencia o separación) y la independencia misma habría una diferencia como entre que sea lícito hacer tal cosa y hacerla efectivamente. Sin embargo, la independencia no interesa a los obreros. Éstos no ganan nada porque se cambien las fronteras o porque haya un Estado más, lo cual es un nuevo obstáculo a la unión planetaria. Siendo, así, negativa la independencia o separación --desde el punto de vista obrero o proletario--, es también negativo el derecho a hacer eso que es negativo; no hay que buscar autorización para hacer algo que es malo.
La posición de Stalin es que lo único que puede marcar la línea general del partido obrero en esta cuestión, en todas las circunstancias, en todos los países, es ese reclamo de la autodeterminación (el derecho a la separación) más el reclamo de la autonomía, el derecho a usar la propia lengua etc. Más allá de eso, surgen las zonas donde no cabe establecer ninguna línea universal. Todo depende. En ciertas circunstancias, habrá que reclamar la independencia. En otras, habrá que reclamar la no-independencia. Lo uno o lo otro según la correlación de fuerzas, el sesgo que tomen o vayan a tomar los Estados en presencia o aquellos otros que pudieran llegar a existir de realizarse las reclamaciones por las que uno luche.
O sea, independencia o no-independencia según lo que interese más a la causa del proletariado y, en general, al avance social. En unos casos, habrá que abogar por la separación. En otros por la no-separación. Puede que haya casos en los que haya que ser neutral.
Desde luego, Lleñin no había formulado ni formulará nunca una posición que quepa considerar incompatible con ésa de Stalin. Al revés, desentrañando muchas de las cosas que ha dicho acá o acullá sobre problemas políticos del momento relacionados con cuestiones nacionales, ve uno perfilarse una orientación que es, aproximadamente, la misma.
Mas hay una diferencia de énfasis o de acento. Para Lleñin prevalece la tesis general: derecho a la separación y, básicamente, indiferencia ante la separación misma (o sea, básicamente, neutralidad en ese asunto). Puede que en tal o cual circunstancia haya que aconsejar determinadamente separación o no-separación, mas de manera general no parece que haya nada que aconsejar. (Y parece, antes bien, que en general hay que no aconsejar nada.)
Stalin, en cambio, aunque reconoce que no hay en general nada que aconsejar, piensa que de ahí no se sigue que, en general, haya que no aconsejar nada. No es verdad que la separación sea universalmente aconsejable. Ni lo es que lo sea la no-separación. Mas en cada caso, según las circunstancias políticas del momento, sí será determinadamente aconsejable la separación, o, si no, determinadamente aconsejable la no-separación.
Y es en eso en lo que Stalin, por un lado, viene en parte curiosamente a coincidir con Rosa Luxemburgo (frente a Lleñin); y, por otro, a adoptar un punto de vista que comporta una valoración positiva del problema nacional, que ni Rosa Luxemburgo ni Lleñin admiten.
Aquello en lo que Stalin coincide con Rosa Luxemburgo es que a menudo hay algo determinado que aconsejar a las masas proletarias con relación a la separación. Aquello en lo que Stalin tiene una posición que difiere de la de Lleñin y Rosa Luxemburgo es que a veces hay que aconsejar la independencia, la separación.
¡Entendamos bien! Lleñin no se opone a eso, no dice lo contrario; admite que el partido obrero de la nación X tiene perfecto derecho a abogar, dadas las circunstancias, por la separación; sin embargo, lo que Lleñin y los demás socialistas rusos reprochan al Partido Socialista Polaco es justamente que aboga por la independencia. ¿Por qué? Rosa Luxemburgo responde: porque es antiproletario abogar por la independencia. Lleñin no ofrece una respuesta clara. Es difícil hallar en su obra frases claras con relación a si, y cuándo, es correcto abogar por la independencia. (Además: supongamos que el partido obrero de la nación X hace bien, dadas las circunstancias, en abogar por la independencia; ¿qué habrá de recomendar el partido obrero de la nación [pre]dominante en el Estado Z, en el cual está incluida esa nación X? Lleñin hubiera visto esa pregunta como una cuestión de lo más embarazosa, y quien esto escribe no ha encontrado en su obra ningún esbozo de respuesta.)
Stalin tiene una respuesta: si, y cuando, las circunstancias de la dinámica económico-social y de la lucha política hacen plausible la creencia en que la independencia favorecerá el avance social y ayudará a la clase obrera en su lucha contra el capital, hay que apoyar la independencia. Si, y cuando, y en la medida en que, suceda lo inverso, hay que oponerse a la independencia.
En el caso ruso, Stalin --como hemos dicho-- comparte con Rosa Luxemburgo una actitud menos negativa que Lleñin con respecto al papel jugado por el Estado central ruso. No excluye que convenga a lo mejor recomendar la independencia, si, p.ej., se perfila la posibilidad de una revolución, de sesgo independentista, en tal o cual nación del imperio zarista, mientras que las perspectivas de revolución general en el Imperio sigan siendo pequeñas.
Mas parece claro que eso sólo lo dice a título de hipótesis, y con escasa confianza en que se materialice. En general --y sin decirlo con toda rotundidad-- parece que lo que está sugiriendo es que más vale preconizar la no-independencia, la permanencia en el marco del Estado ruso unitario, que una a todas las naciones y nacionalidades del imperio, aunque con autonomía y con respeto a las diversas lenguas.
En el opúsculo de Stalin aquí comentado, nuestro autor --llevado por su afán de rigor lógico-- define a la nación:
Con esto, hemos señalado todos los rasgos distintivos de una nación.
Nación es una comunidad humana estable, históricamente formada y surgida sobre la base de la comunidad de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada ésta en la comunidad de cultura.
¿Cómo sabe Stalin que una nación es eso y no otra cosa? ¿Cómo sabe que son esos los rasgos pertinentes y no otros? ¿Cómo puede refutar otra definición?
Podría decirse que, siendo el uso de las palabras libre de cada uno, él define `nación' así y punto. Mas no, claro, no es eso. Él está tratando de hacer obra lexicográfica, en cierto sentido. No brinda una definición arbitraria y que se saque de la manga, sino una que refleje aproximadamente el uso normal y corriente del vocablo y que sea relevante para las discusiones políticas en torno al asunto.
Tal es el sentido de su definición, que quiere ser una dilucidación, con base lexicográfica mas que no sea tampoco de mera lexicografía empírica. Lo que viene a proponer es un concepto de nación que, correspondiendo aproximadamente al uso común, sea la entidad que merece ser titular del derecho de autodeterminación.
Así, la atribución de tal derecho a la nación tiene algo de tautológico:
El derecho de autodeterminación significa que sólo la propia nación tiene derecho a determinar sus destinos, que nadie tiene derecho a inmiscuirse por la fuerza en la vida de una nación, a destruir sus escuelas y demás instituciones, a atentar contra sus hábitos y costumbres, a poner trabas a su idioma, a restringir sus derechos.
Sin embargo, se ha definido `nación' como una unidad de cierta índole y de tal manera que, así definida, sería injusto privarla de la posibilidad de determinar por sí misma si ha de formar un Estado aparte o no.
En efecto: supongamos que definimos `nación' así: es un cúmulo de seres humanos que tienen legítimamente (o a quienes se ha de atribuir o reconocer) la potestad de formar un Estado separado y la potestad de no formarlo. Entonces preguntaríamos qué cúmulos de seres humanos son así. Y requeriríamos, primero, que tengan un territorio, más o menos contiguo (no un enclave de 5 Km² aquí y otro de 7 leguas cuadradas a 200 Km de distancia). Requeriríamos que tengan unos rasgos que los diferencian significativamente de los habitantes de las regiones o comarcas que los circundan, porque, si no tienen rasgos propios, no habría base para su reclamación; mas no valdría a ese efecto cualquier rasgo. No valdría, p.ej., que se trate de una comarca más próspera, o que en ella la media de la población sea más joven, o más vieja, o que haya mayor porcentaje de ateos, o que abunden los frioleros, o que sea una circunscripción en la cual gane el partido tal. Rasgos así quedarían excluidos. ¿Por qué?
Tal vez la respuesta es que tales variaciones son sociológicas, fortuitas, mutables. Mas algunas de ellas son sumamente duraderas. El Peloponeso era, hace 25 siglos, una zona de Grecia donde se aseguró el predominio de lo más conservador y aun retrógrado (la aristocracia espartana y sus formas de dominación particularmente brutales), al paso que el Àtica, las Islas y otras comarcas eran más progresivas. En el siglo XX se ha mantenido un patrón muy semejante: hasta un período reciente, se mantuvo en el Peloponeso la mayoría monárquica y conservadora. Quien esto escribe carece de datos para saber si se trata de una coincidencia o de una continuidad, mas la conjetura de la pervivencia de una mentalidad no suena a disparatada. Y algo similar se ha dicho de Egipto, donde al parecer se ha mantenido durante unas cuantas decenas de siglos (muchos más que lo de Grecia) la discrepancia de mentalidad entre el Alto y el Bajo Egipto.
Puede que también en Francia (ya en un lapso mucho más pequeño) asistamos a la pervivencia de ciertos patrones de distribución geográfica de mentalidades del siglo XVI a nuestro tiempo.
No aceptaríamos, sin embargo, que fuera legítimo un independentismo peloponesio basado en que ellos son más conservadores, o en que los demás griegos son demasiado innovadores o progresivos para su gusto.
Pero, ¿por qué no? Bueno, sin duda porque la separación en principio no parece algo bueno. La separación separa, pone una barrera, una frontera, que dificulta la comunicación, la relación, el intercambio, la unión familiar, etc. Y parece injusto separar así porque aquí hay más progresistas y allí más conservadores. O sea: las diferencias de esa índole, las diferencias de opción política no debieran separar así.
(Eso en general, claro; puede haber circunstancias excepcionales en las que una separación así sea un mal menor.)
O sea, lo que solemos creer al respecto es que diferencias de esa índole no debieran entorpecer ni obstaculizar la convivencia, sino que debieran allanarse y solucionarse de otro modo, por el triunfo de las opciones justas cuya implementación sea provechosa para el bien común.
Así pues, para que admitamos --dada la hipotética definición de `nación' de que partíamos-- que tal conjunto o cúmulo de habitantes constituye una nación será menester que tenga particularidades que no sean sólo estables, sino --por así decirlo-- «previas» a las opciones, inclinaciones, decantamientos individuales, previas también --por consiguiente-- a las tendencias culturales resultantes de esos decantamientos.
Mas no podemos llevar eso demasiado lejos. ¿Qué hacer con la religión? No vamos a decir que los franceses católicos y los protestantes son dos naciones diferentes; ni que los franceses que se han convertido al budismo, o al shintoísmo, o a la religión isíaca han constituido nuevas naciones. Ni, si en el Departamento de Val d'Oise llegan a ser mayoría los mormones diremos que hay una nación mormona allí.
Sin embargo, hay circunstancias en las que no ha resultado tan obviamente desacertado hablar de naciones diferentes sobre la base de diferencias de religión; tal es el caso de los yugoslavos: serbios, croatas y bosnios hablan la misma lengua, y la diferencia es sólo religiosa o a lo sumo histórica.
Es dudoso que haya una nación croata, otra serbia y otra bosníaca (o bosníaco-islámica), mas es cierto que la evidencia de que se trata de una sola y misma nación yugoslava no es tan grande como la evidencia de que los gerundenses católicos y los protestantes, los alicantinos católicos y los ateos, etc, constituyen una sola nación.
Es que las culturas imperantes resultan de opciones personales mas también configuran a su vez tales opciones. En la medida en que hay variaciones culturales fortísimas, muy arraigadas, muy duraderas, asociadas a muchas facetas de la vida, que se sitúan ante las perspectivas de los individuos como datos objetivos, en esa medida puede empezar a ser razonable hablar de naciones diversas.
Si Stalin hubiera seguido esta línea de razonamiento, tal vez habría hallado, por ella, un hilo conductor --que falta en su escrito-- para saber qué tienen en común los rasgos que él cuidadosamente recolecta: comunidad de lengua, de territorio, de vida económica, de idiosincrasia, de historia. Son --aparte del territorio-- aquellos rasgos que forman la cultura, el clima de ideas e instituciones en el que ha de desenvolverse la orientación personal y la de los grupos y colectivos, el transfondo de las diversas opciones --lo cual es compatible con que tales opciones ejerzan a su vez un efecto de retorno y puedan incluso ir erosionando o modificando lentamente esa misma cultura.
Ya hemos visto que, según la pauta que hemos propuesto, más que determinar qué han de tener en común un número de seres humanos para constituir una nación, hay que determinar en qué han de diferenciarse de los habitantes de las regiones circundantes. Claro que implícitamente Stalin es lo que hace, porque, si no, podría concluir --contrariamente a sus intenciones-- que hay una nación de San Petersburgo, una nación londinense, una nación berlinesa. No basta con que se dé la comunidad de todos esos rasgos entre los habitantes de tal comarca; ha de no darse entre ellos y los habitantes de las comarcas de alrededor para que constituyan una nación.
Nuestra reflexión nos lleva así a una conclusión bastante parecida a la de Stalin, aunque por un camino enteramente distinto. Una nación es un cúmulo de seres humanos a los que sería razonable y justo conceder o reconocer el derecho a vivir en Estado aparte (eso hasta donde haya Estados y fronteras), para lo cual han de tener un territorio y han de tener unos rasgos comunes que los diferencien de los habitantes de las zonas circundantes --rasgos, pues, como lengua, idiosincrasia, tradición, vida económica, en suma todo cuanto forma la cultura institucionalizada.
Stalin afirma dos cosas que parecen incongruentes entre sí. De un lado, que la ausencia de uno solo de los rasgos enumerados basta para que no haya nación; por otro, que puede haber muchas diferencias de grado en todo eso:
Está, pues, claro que no existe, en realidad, ningún rasgo distintivo único de la nación. Existe sólo una suma de rasgos, de los cuales, comparando unas naciones con otras, se destacan con mayor relieve éste (el carácter nacional), aquél (el idioma) o aquel otro (el territorio, las condiciones económicas). La nación es la combinación de todos los rasgos, tomados en conjunto.
Si eso es así, ¿por qué entonces `basta con que falte aunque sólo sea uno de estos rasgos, para que la nación deje de serlo'?
El ejemplo de Stalin es elocuente: `los judíos de Rusia, de Galitzia, de América, de Georgia y de las montañas del Cáucaso no forman, a juicio nuestro, una sola nación'. Sin embargo el ejemplo no es muy bueno, porque evidentemente no hay entre los judíos (o sea las personas pertenecientes a familias de tradición religiosa mosaica) de Rusia, EE.UU., Escocia y Tasmania nada en común --aparte de ser de la especie humana-- salvo ese laxo vínculo cultural. No hay comunidad de territorio, mas tampoco de lengua, ni de vida económica, ni de idiosincrasia (salvo a lo sumo en alguna faceta de «lo imaginal»).
Pero es que los diversos rasgos son de importancia distinta, según lo reconoce Stalin. La existencia de un territorio es vital. Ha de ser un territorio de cierta extensión, más o menos compacto, más o menos bien delimitado (que no sea una aldea, ni siquiera una comarca, ni tampoco un rosario de enclaves dispersos y desparramados. Las diferencias de extensión y de compacidad son de grado, y nadie dirá qué umbral es el pertinente: ¿Serán 10000 Km² en masa compacta? ¿O mil Km²? Similarmente, no dejan de formar una nación los filipinos por vivir en un archipiélago. Imaginemos uno más diseminado, o salpicado y entremezclado con islas habitadas por gente de otra nacionalidad. ¿Hablaremos de unidad de territorio?
La respuesta razonable parece ser que es un asunto de grado. Mas, si es asunto de grado, también será asunto de grado el formar o no una nación. Este enfoque gradualista está claramente sugerido por Stalin. Pero, desgraciadamente, no se pasa en su texto de la sugerencia, no se llega a una tematización explícita y desarrollada del gradualismo y de sus implicaciones.
No es sólo, entonces, que en la unidad de una determinada una nación esté más acusado o juegue más papel este rasgo y en la de otra nación tal otro rasgo. Es que el compartir tal rasgo es asunto de grado; puede compensarse el menor grado de unidad de este rasgo por el mayor grado de unidad de aquel otro rasgo. Mas, cuando la unidad se da en bajo grado en varios de los rasgos o incluso en todos, vamos dejando de tener base para hablar de nación. Y a la inversa, cuando disminuye la diferenciación en los diversos rasgos respecto de los habitantes de regiones circundantes, va dejando de tener base o sentido o verdad el hablar de diferencia nacional (y, por lo tanto, el decir que estamos en presencia de una nación, de una nación que sea otra nación, diferente de la nación del territorio adyacente o circundante).
Así pues, lo que habría que concluir (aunque Stalin no lo hace) es que el que haya o no una nación, el que estemos en presencia de una nación o dos, es asunto de grado. Habría que hablar de `particularidad nacional', diciéndose que los habitantes de un territorio tienen tanto mayor grado de particularidad nacional cuanto más unidos están por esos rasgos culturales comunes y cuanto más diferenciados están de los habitantes de los territorios circundantes en esos rasgos.
Si aceptamos eso, seguramente sería razonable acuñar denominaciones intermedias entre `nación' y `no-nación' para indicar grados intermedios; nociones como nacionalidad. Hay territorios con una lengua propia y tradicional, pero que no es comúnmente hablada por la población (p.ej., el caso del gaélico en Irlanda) aunque permanece como una referencia cultural --mas cuyo valor como rasgo de diferenciación nacional se da sólo en tanto en cuanto la insularidad de Irlanda marca muy claramente una diferencia de territorio; Cornualles o Gales no son comparables--; podríamos tal vez decir que hay nacionalidad, aunque no nación (o no en el pleno sentido de la palabra).
Ni hay exactamente, en el sentido pleno, una diferencia de nación entre colombianos y venezolanos, porque hablan la misma lengua (aunque con pequeñas diferencias dialectales) y habitan un territorio continuo (dos partes, sí, del territorio, igual que los habitantes de Pensilvania y los de Nueva York habitan partes de un territorio compacto y continuo).
E incluso hay que matizar lo que dice Stalin de que, a falta de unidad de vida económica, no tenemos nación (`Los georgianos de los tiempos anteriores a la reforma vivían en un territorio común y hablaban un mismo idioma, pero, con todo, no constituían, estrictamente hablando, una sola nación, pues, divididos en varios principados sin ninguna ligazón entre sí, no podían vivir una vida económica común') --como, implícitamente, lo matiza el propio Stalin, ya que él mismo introduce el matiz `estrictamente hablando': ¿qué mayor reconocimiento cabe de que hay grados de constituir-una-nación?
Cuando tiene lugar la unidad italiana en los años 60 del siglo pasado, ¿produce esa unidad política una nación nueva, o bien responde la creación del nuevo Estado italiano a la existencia de una nación italiana preexistente? Nos inclinaríamos a lo segundo, aunque puede que, en alguna medida, sea lo primero (porque --hay que recalcarlo-- estos asuntos no son de todo o nada, sino de grado).
Siendo ello así, también la legitimidad de la reclamación de autodeterminación es asunto de grado. Imaginemos A y B, dos regiones adyacentes, históricamente unidas, económicamente vinculadas, de la misma religión etc, y que hablan el mismo idioma aunque en dos variantes dialectales; un siglo después se han agudizado las diferencias dialectales; tres siglos después, más, y ya no hay intercomprensión. ¿Hay dos naciones?
No hay ninguna respuesta absoluta, no hay en estos asuntos respuestas de totalmente sí o totalmente no. Todo depende. Si el vínculo cultural, histórico, económico es muy fuerte; si la diferenciación respecto a los habitantes de los otros territorios adyacentes o próximos es también muy fuerte; si sucede así, la gente seguramente no concederá demasiada importancia a la diferencia dialectal, no querrá dignificarla como una diferencia de idioma. Porque el que tengamos un idioma o dos es cuestión en buena medida de percepción y de conciencia subjetiva.<9>NOTA 9
Que los cordobeses tengan un deje diferente del de los sevillanos obviamente no establece diferencia nacional. El que haya diferencia nacional dependerá de cuánto se dé diferenciación en cada uno de los factores relevantes de la vida colectiva institucionalizada, cuán honda y arraigadamente sentida sea la diferencia, cuán persistente. El grado de legitimidad de la autodeterminación dependerá de cuán verdad sea que estamos en presencia de una nación que es una nación otra, diversa de la de la gente de las regiones o territorios adyacentes o próximos.
Del mismo modo, no se desvanece una nación porque un 10% de sus miembros emigren y pasen a vivir en otros lugares; ni se altera una nación porque un 10% de la población de su territorio sean inmigrantes de otra lengua y otra cultura.
Sí deja de existir la nación si el territorio queda despoblado porque todos emigran. Y se altera si los aborígenes pasan a ser una minoría y la mayoría habla otro idioma y es de otra cultura. Entre lo uno y lo otro hay infinidad de grados posibles intermedios. A tenor de lo cual, hay infinidad de grados intermedios posibles de legitimidad de las reclamaciones de autodeterminación.
Si hubiera extraído esas conclusiones, Stalin habría ofrecido un planteamiento más completo y que se hubiera prestado menos a aplicaciones mecánicas, calcos, como los que en el pasado llevaron a errores de los partidos comunistas en una problemática nacional bastante diversa de la de la Rusia zarista (las situaciones de EE.UU., Ecuador, España, Àfrica del Sur, China, etc). Hay que recordar que los planteamientos de Stalin están desarrollados sobre la base de una rica experiencia bien pensada, bien reflexionada, con amplitud de criterios y abundancia de matices, pero siempre, al fin y al cabo, una experiencia particular, la de los pueblos de la Rusia zarista, donde había naciones acusadamente diferentes que hablaban idiomas totalmente diferentes y sin vínculo conocido, habitaban territorios que, aun formando juntos una masa continua, estaban alejadísimos dos a dos (salvo el de la Gran Rusia con los demás), no habían estado históricamente unidos más que desde época reciente, y a menudo sólo habían sido integrados en esa unidad política por vía de conquista.
Comoquiera que sea, hay elementos de sobra en su tratamiento para brindar un enfoque equilibrado, matizado, flexible, ajustado a las mil y una variaciones y combinaciones de grados en las diversas facetas involucradas.
¡Ojalá que se piensen estos temas con cuidado, con ponderación, con atención a todas esas complicaciones, al entrelazamiento de tales complejidades! ¡A ver si eso nos ayuda --a quienes vivimos en países con problemas de pluralidad de naciones, o de nacionalidades, o de cuasi-nacionalidades-- a adoptar actitudes matizadas, graduadas, aquilatadas, a salir del eslogan mecánico, del cliché simplista y simplificador!
Stalin escribe sus trabajos referentes a la cuestión nacional desde la perspectiva de una rica experiencia y cuando ya tiene a sus espaldas una serie de grandes desarrollos históricos de luchas nacionales bajo el capitalismo, que ha estudiado pormenorizadamente, según se echa de ver por la lectura del opúsculo que comentamos. Lejos de él la visión ingenua de Marx y Engels en el Manifiesto de que la interconexión entre las naciones a través del comercio propiciada por el capitalismo pronto provocaría la superación de los conflictos nacionales y así la hermandad de los pueblos. Stalin se da cuenta de que la marcha hacia esa meta de fraternidad planetaria no es lineal, sino que las potencias capitalistas acrecientan su dominación y extienden sus respectivas esferas de influencia --unas contra otras y cada una contra aspiraciones o intereses de naciones menos fuertes, que non constituyen potencias o que incluso carecen de independencia--; por lo cual se reavivan los conflictos nacionales de diversa índole, ante lo cual sería una solución abstracta, soñadora, irrealista el limitarse a abogar por la superación de los enfrentamientos nacionales y la confraternización universal. El camino hacia ésta pasará por muchos vericuetos, por muchos virajes, avances y retrocesos, altibajos y meandros, y el modo de acercarse a él es, a veces, favoreciendo ciertos nacionalismos (los de las naciones débiles y oprimidas) en contra de otros (los de las naciones fuertes y opresoras). A veces, no siempre. Sólo si, y cuando, la correlación de fuerzas general haga que así se den pasos hacia el debilitamiento de los bastiones más poderosos del poder capitalista.
Desde luego --ya lo hemos visto-- ni Marx, ni Engels, ni Rosa Luxemburgo razonaron así. Ni siquiera Lleñin vio del todo las cosas así.<10>NOTA 10 De ahí que sea un mérito de Stalin el defender --aunque todavía no con una enunciación como la que acabamos de dar-- ese punto de vista que llamaríamos `estratégico', a saber: que lo esencial es saber contra qué enemigo lucha uno y si, apoyando a esta o a aquella lucha nacional, o dejando de apoyarlas, se beneficia o se perjudica a ese enemigo. Será Mao Tsetung aquel, de entre los discípulos de Stalin, que llevará ese planteamiento a un virtuosismo mayor que el de su maestro.
Mas, aunque Stalin ha aprendido a valorar el problema nacional como tal vez ningún otro marxista hasta el momento en que escribe el opúsculo que comentamos, todavía sigue sufriendo, en este trabajo, una limitación de perspectiva, una cierta servidumbre respecto de las opiniones marxistas establecidas, de lo que podía tolerar el establishment marxista de los partidos socialistas de la época --incluido el ruso. En muchas cosas se queda corto. No vamos a analizar todos los detalles de esa cortedad, que él supo en gran medida superar en su trabajo práctico, desde noviembre de 1917, como principal forjador y artífice del nuevo Estado ruso multinacional, una tarea que llevó a cabo con brillantez --pese a traspiés ocasionales-- y en la que triunfó donde, seguramente, habría fracasado cualquier otro líder bolchevique. Fruto de su éxito fue la paz nacional que ha existido en la URSS hasta la Perestroika de Gorbachov, o sea durante siete decenios.<11>NOTA 11
Lo que sucede es que Stalin ya no volvería a desarrollar el tema con una dedicación teorética comparable a la que despliega en su opúsculo de 1912. La teorización ulterior pasaría así a ser tarea de otros.
En el opúsculo de 1912 encontramos una serie de debilidades e insuficiencias. He aquí cuatro de ellas.
(1ª) En primer lugar, Stalin sostiene que la nación es un género de formación social perteneciente exclusivamente a la época del capitalismo:
La nación no es simplemente una categoría histórica, sino una categoría histórica de una determinada época, de la época del capitalismo ascensional. El proceso de liquidación del feudalismo y de desarrollo del capitalismo es, al mi tiempo, el proceso en que los hombres se constituyen en naciones.
Esta tesis era tan estrecha que entraría en conflicto con los desarrollos y las necesidades de una política general sobre el problema de las naciones pocos años después, tras el triunfo de la revolución rusa en 1917. El propio Stalin se apresuró a afirmar --frente a quienes canonizaban su tesis de 1912-- que tal punto de vista estaba ya superado, aunque había sido justo en su momento; que en adelante la nación ya era una categoría histórica perteneciente (también al menos) a la época de la revolución socialista, y que, por lo tanto, la lucha nacional no era única ni exclusivamente una lucha para la constitución de grandes unidades en las que pudiera operar a sus anchas el mercado.
El cambio de enfoque posrevolucionario fue saludable y realista, mas entonces Stalin no procedió ya a un análisis que ahondara en las raíces del asunto. Creyó equivocadamente que bastaba con remitirse al cambio de condiciones y circunstancias histórico-políticas.
Mas eso era erróneo. La tesis de 1912 había sido falsa ya en 1912: no la hizo falsa el desarrollo ulterior de los acontecimientos o el surgimiento de una nueva situación internacional en la que frente al enemigo imperialista urgía llamar a las naciones oprimidas --principalmente las del mundo colonial, lo que hoy llamamos `tercer mundo-- a una lucha por sus reivindicaciones y su independencia, insertándose así esa lucha en el contexto de la revolución social comunista o proletaria a escala global.
No, la tesis de 1912 era falsa por varias razones. Una es que, efectivamente, los desarrollos de la situación internacional de los años 1920 estaban en ciernes o en germen en 1912, y de hecho se tenían datos suficientes para anticipar su posibilidad.<12>NOTA 12
Mas otra razón, mucho más importante, por la cual era falsa la tesis de 1912 es que incurre en un defecto de perspectiva al reducir una formación con el vigor, la hondura, la significación profunda que tiene la división de la familia humana en naciones a un hecho circunstancial de una fase particular del desarrollo socio-económico.
Al hacerlo, Stalin está incurriendo en el reduccionismo general que se puede reprochar al materialismo histórico de Marx y Engels, a cuyo tenor cualquier fenómeno de la vida social del hombre es, o base económica, o superestructura, y, de no ser lo primero, es algo contingente, perteneciente en exclusividad a determinado estadio de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción --e incluso, si el estadio comporta divisiones de clase, perteneciente a una sola clase determinada. Stalin en trabajos ulteriores (como el que dedicaría al final de sus días a problemas de la lingüística) tuvo el mérito y el valor de contribuir en parte a superar ese reduccionismo unilateral. Mas aquí cae todavía en él.
Si la nación fuera una «categoría» exclusivamente perteneciente a la época del capitalismo, no podríamos aplicarla a otras épocas históricas. No sería verdad que una nación haya pasado del sistema esclavista al feudal, o de éste al capitalista (para ceñirnos al consagrado esquema marxista, cuya validez o falta de validez no nos interesa aquí). Ni tendríamos noción alguna que aplicar, ni aun con matizaciones o restricciones, a nuestro estudio histórico de la historia antigua: no habría habido nación griega, ni persa, ni fenicia, ni cartaginesa, ni gala, ni germana, ni árabe. Habrá que acuñar otro vocablo para hablar de cúmulos de seres humanos que --hasta el siglo XVII o así-- eran «como naciones» mas que, por pertenecer a un período precapitalista, no eran naciones.
Mas, igual que --Stalin lo verá más tarde-- la lengua no es una superestructura que pertenezca a una formación económico-social determinada, sino que persiste a través de la historia, cruzando las demarcaciones históricas de las mutaciones de sistema socio-económico, similarmente la nación es un agrupamiento de seres humanos que no surge en el capitalismo, sino que --con diversas facetas, características, con acentuación de unos u otros rasgos según los casos (y eso lo reconoce Stalin, tal como hemos visto)-- existe desde hace muchos miles de años y sin duda persistirá durante todavía unos cuantos miles de años, con unos o con otros sistemas de relaciones socio-económicas.
(2ª) Una segunda limitación del planteamiento de Stalin es la ingenuidad --general entre los socialistas de la época-- de que bastaría con otorgar un trato democrático y equitativo a las diversas naciones y nacionalidades para que se esfumaran los conflictos nacionales.
Si la nación fuera una superestructura de una determinada formación económico-social, tal vez fuera así. Si tiene raíces históricas más hondas, no. A la pertenencia nacional están unidos muchos y hondos sentimientos, y cada celo o recelo nacional o nacionalista puede quedar insatisfecho por un trato que reciba, por más equitativo, liberal y de manga ancha que éste sea o quiera ser.
Y es que, para empezar, no hay receta mágica o solución perfecta que pueda contentar a todos. Permitir que cada cual use la lengua (de entre las de interés local) que le venga en gana y que conduzca en ella sus quehaceres: tal receta, frecuentemente repetida en la literatura socialista de comienzos de siglo --y que Stalin defiende en este opúsculo-- está bien como un desideratum o ideal regulativo, mas carece de precisión. Cuando no hay sector público, puede implementarse, entendiéndose como renuncia de la autoridad a inmiscuirse en qué lengua usan, a unos u otros efectos, los particulares. Mas en cuanto hay un sector público,<13>NOTA 13 entonces la autoridad habrá de mojarse. Y, en la medida en que ser moje y se decante, en tal caso particular, en este sentido o en aquel sentido, habrá descontentos.
Los socialistas de comienzos del siglo XX pensaban que los conflictos, cuando surgían en condiciones de democracia y de tolerancia nacional, eran artificiosos, atizados por intereses de sectores de la burguesía. Hoy sabemos que no es forzosamente así. De nuevo se incurre en reduccionismo. Y es que las cosas son más complicadas.
Podrá implementarse una sabia y salomónica política nacional que, en cierta medida, salvaguarde el amor propio de cada grupo --donde haya una comunidad plurilingüe-- y que se afane en no perjudicar o desprivilegiar a nadie. Mas unos pensarán que no es bastante y otros que es demasiado. Eso es inevitable.
Desde luego, eso no ha de impedir afanarse por establecer soluciones --imperfectas, precarias, sujetas a modificación-- que emanen de esa busca de consenso, equilibrio, equidistancia entre las aspiraciones radicales o extremas de los fanáticos de un grupo o de los de otro. Justamente eso es lo que hizo con maestría el propio Stalin, y en el más peliagudo y espinoso rompecabezas nacional del planeta Tierra consiguió éxitos envidiables.<14>NOTA 14
(3ª) Una buena parte del opúsculo aquí comentado está dedicada a un problema que, en los términos expresos en los que ahí se plantea, es totalmente inactual: la reivindicación de la autonomía cultural-nacional asociada a una concepción extraterritorial de la nación. Hoy, que sepamos, nadie defiende tal extraterritorialidad. Sin embargo, subsisten algunos de los problemas asociados a esa reivindicación.
Stalin escribe en un mundo todavía muy estático, en el que los movimientos migratorios tienen carácter excepcional o periférico: migraciones de Europa a América, p.ej.. El planeta Tierra en este fin del siglo XX está sujeto a movimientos migratorios que van en seguida a dejar chico al conjunto de las migraciones anteriores, sumadas todas ellas. La diferencia entre lengua de interés o de presencia local y lengua meramente foránea podía estar clara en sociedades migratoriamente impermeables o estáticas, mas hoy se difumina en muchos casos. El árabe puede ser una lengua de interés local en París, Roma, Londres, Berlín y, en el futuro --por más pateras que echen al mar los guardacostas españoles, esos nuevos centinelas de Europa-- también en Madrid.
Un habitante de Londres que habla árabe y que no conoce o sólo conoce mal el inglés, oriundo de Egipto, ¿a qué nación pertenece? ¿A la inglesa? Tal vez poco a poco se hace miembro de tal nación, incluso sin aprender el inglés o aprendiéndolo sólo muy mal. Mas habrá una dilatada fase de transición en la cual pertenecerá más a la nación árabe que a la inglesa (porque desde luego Stalin no desconoce que un miembro de la nación A puede estar habitando el territorio de la nación B).
En sociedades multiculturales y donde se entremezclan naciones y nacionalidades de diverso origen, el problema de la extraterritorialidad resurge y se replantea de nuevo.
Sin duda no son naciones las comunidades que no son mayoritarias en ningún territorio importante aunque comparten rasgos de comunidad de lengua, de cultura, de tradición y origen, a veces de posición socio-económica, y aunque incluso tiendan a agruparse en guetos o autoguetos. Como los judíos del Imperio zarista no formaban una nación aparte. Sin embargo, sí eran una «nacionoide» o una pseudonacionoide, o algo así (por bárbaras que sean tales expresiones). Lleva razón Stalin en denunciar la confusión entre los problemas que plantea su existencia y los que incumben a la de las naciones propiamente dichas. Mas un problema pseudo-nacional o cuasi-nacional sí plantean.<15>NOTA 15
En lo tocante al tratamiento de tales cuestiones no se encuentran indicaciones útiles en el opúsculo comentado. Y hoy, sin proclamar la tesis de la extraterritorialidad de las naciones, sí hay planteamientos que coinciden con aquella tesis en querer establecer en la práctica una cierta disgregación o segregación cultural-nacional, so pretexto de no imponer a las minorías inmigradas la asimilación.
El problema podría abordarse provechosamente desde el tratamiento gradualista: el pertenecer o no a la nación A (la de origen) o a la B (la de acogida) es cuestión de grado. No hay que imponer la pertenencia a ninguna, mas la tendencia progresiva, la que más redunda en una mejora de la vida de los propios interesados, suele ser la asimilación voluntaria y paulatina a la nación de acogida y a su cultura.<16>NOTA 16
Tal vez esté equivocado este punto de vista --que podríamos llamar prudentemente asimilacionista, o de un asimilacionismo gradualista, paulatino, suave. El lector puede tener su propio enfoque, quizá más atinado y provechoso. El problema está ahí, y el debate puede enriquecerse con la reflexión sobre lo que Stalin y los socialistas de su tiempo tienen a aportarnos acerca de la cuestión de la autonomía cultural-nacional.
(4ª) Tampoco hay en el escrito de Stalin un tratamiento general, unas líneas de esclarecimiento global, del problema de si los partidos proletarios de los diversos territorios de un Estado, poblados mayoritariamente por sendas naciones, han de constituir un solo partido. La tendencia parece ser a la constitución de un solo partido, que no sea una mera federación de partidos.<17>NOTA 17
Si el partido proletario de todo el Estado ha de ser uno, si no ha de haber diferentes partidos proletarios para las diversas naciones y nacionalidades del Estado, entonces habría habido que criticar no sólo al Partido Socialista Polaco, independentista, (y con el cual el POSDR no mantenía vínculos de partido), sino también al Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania.<18>NOTA 18
Tal vez Stalin piensa que en este asunto hay que obrar con prudencia, con tino y tiento, y en función de las circunstancias; que no hay fórmula generalmente aplicable. Y puede que lleve algo de razón en eso. Mas en temas así --y hoy son de actualidad, entre otros países en España-- es menester un debate; y, por desgracia, este debate, sobre este punto en particular, no tiene gran cosa que sacar del opúsculo aquí comentado (salvo tal vez por analogía).
En suma, el opúsculo de Stalin dista de ser un prontuario que dé respuesta satisfactoria a todo. Ni para su época y sus circunstancias ni, menos, para nuestra época y nuestras circunstancias. Mas quienquiera que se interese por problemas relacionados con la plurinacionalidad y pluriculturidad encontrará muchos elementos de reflexión provechosos estudiando este opúsculo.
París: Ediciones Norman Béthune, 1979. Volver al cuerpo principal del documento
2. 2.
De Pierre Vilar vale la pena leer, entre muchos otros, los siguientes libros que se refieren a temas hispanos: Oro y moneda en la historia 1450-1920; Histoire de l'Espagne; Sobre 1936 y otros escritos; Catalunya dins l'Espanya moderna. Volver al cuerpo principal del documento
3. 3.
Viniendo de una familia humildísima, paupérrima, sólo consiguió acceder a ese nivel de estudios por méritos de talento y dedicación. Volver al cuerpo principal del documento
4. 4.
Si bien --y esto hay que recalcarlo-- esos escarceos filosóficos no los elaboró nunca con vistas a la publicación, sino como cuadernos para su propio uso personal; su único trabajo filosófico publicado, el célebre Materialismo y empiriocriticismo, lo ofreció como obra de quien, en filosofía, era un mero aficionado, y sólo se lanzaba a tal aventura literaria por mor de defender la ortodoxia marxista contra la adulteración idealista de Bogdanov y otros camaradas; aunque lo hacía, más que nada, porque esos camaradas, que eran compañeros suyos de orientación bolchevique, eran blanco de los ataques del menchevique Plejánov, quien así estigmatizaba al conjunto de la corriente bolchevique como revisionista, desviacionista, heterodoxa. Volver al cuerpo principal del documento
5. 5.
Véase la biografía de Elzbieta Ettinger, Rosa Luxemburg: A Life, Boston: Beacon Press, 1986, pp. 168ss. Volver al cuerpo principal del documento
6. 6.
Esa mayoría se agrupó en el Partido Socialista Polaco, el cual luchó por la independencia de Polonia; alcanzada esa meta al final de la I Guerra Mundial, ese partido --ya totalmente burgués-- se propuso engrandecer Polonia a expensas de Ucrania, para volver a la Polonia de comienzos del siglo XVIII. En su ulterior evolución, el PSP fue de tendencia totalitaria y cuasi-fascista, y participó en la dictadura semi-civil, semi-militar bajo la cual vivió la Polonia independiente del período de entre-guerras. Volver al cuerpo principal del documento
7. 7.
Rosa Luxemburgo contrajo un matrimonio de conveniencia con un súbdito alemán, Gustav Lübeck, para adquirir la ciudadanía germana; emigró así al Imperio de Guillermo II, donde pudo trabajar con libertad mucho mayor; siempre siguió dedicando una enorme parte de su labor a la política del Imperio Ruso; servíale de agente personal, al frente del PSDPiL (Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania), su compañero sentimental, Lev Jogiches --con quien hablaba en ruso, aunque se escribían en polaco--. Hay que recordar que Lituania había estado estrechísimamente ligada a Polonia durante siglos, existiendo a la sazón una «unión personal» entre las dos coronas --el reino de Polonia y el gran ducado de Lituania-- en virtud de la cual constituían, a efectos de política internacional, un solo Estado. Eso fue hasta la liquidación de la independencia de Polonia a fines del siglo XVIII, cuando se la repartieron Austria, Prusia y Rusia. Volver al cuerpo principal del documento
8. 8.
Imaginemos que la mayoría de los franco-canadienses de Quebec llegan a hartarse de los problemas que les plantea el usar una lengua tan minoritaria y arrinconada en el conjunto de la América del Norte como es el francés; y que un día por plebiscito deciden que el francés sea prohibido en Quebec (prohibido a efectos de lengua utilizable en la administración, en la enseñanza pública etc). ¿Cuál sería la actitud democrática? ¿Tal vez acatar esa decisión mas agitar a favor del respeto a la lengua a la que se aferra todavía una minoría y pedir un nuevo plebiscito para conseguir una rectificación? ¿Y si la minoría que se aferra al francés es de sólo un 30%? ¿Y si es sólo de un 10%? ¿Y si es sólo de un 1%?... Volver al cuerpo principal del documento
9. 9.
Los boers surafricanos decidieron que su idioma ya no era el holandés, al paso que los flamencos de Bélgica han decidido que ellos sí hablan el neerlandés, aunque --hasta que se vaya imponiendo la normalización lingüística-- no hay apenas intercomprensión entre el habla de un belga flamenco y la de un holandés. Volver al cuerpo principal del documento
10. 10.
En uno de sus artículos, «Una caricatura del marxismo y el economicismo imperialista» --escrito necesidad un discípulo de Rosa Luxemburgo--, mantiene incluso que es incorrecto un planteamiento que defienda una lucha nacional sólo porque debilita al propio enemigo; lo que pasa es que Lleñin es a menudo mejor político que pensador y sabe rectificar en la práctica, aprendiendo de la experiencia. Volver al cuerpo principal del documento
11. 11.
Exceptuados algunos episodios deplorables, como el trato dado a algunas minorías nacionales durante la II Guerra Mundial (los alemanes del Volga, los tártaros de Crimea y algunas pequeñas minorías étnicas de Transcaucasia). Hay que tener en cuenta las circunstancias excepcionales que constituyeron el transfondo de aquellas deportaciones: habiendo penetrado profundísimamente el enemigo en el territorio soviético, había indicios de que podía soliviantar a una parte significativa de las poblaciones afectadas. Claro que eso no justifica lo sucedido, mas tampoco sería justo olvidar que --sin base en ningún motivo o interés vital comparable-- Inglaterra, Australia y EE.UU. procedieron a arrestos, internamientos y desplazamientos masivos de los sectores de sus respectivas poblaciones que eran oriundos de Alemania, Italia, Japón o incluso de países subyugados por Hitler y por el monarca japonés, aunque muchos de ellos eran refugiados políticos. En Australia los exiliados italianos y alemanes fueron encerrados en campos de concentración y sometidos a la férula matonil y brutal de los nazis y fascistas prisioneros de guerra, a quienes se dio autoridad porque eran ideológicamente afines al poder monárquico-conservador imperante (el del Primer Ministro Menzies). En Gran Bretaña, p.ej., ya durante la I Guerra Mundial fueron apresados e internados 30.000 humanos oriundos de los países «enemigos», aunque muchos de ellos, originarios del Imperio Austro-Húngaro, eran hostiles a la dinastía Habsburgo que los oprimía. Al iniciarse la II Guerra Mundial se prometió no repetir tales fechorías, pero se repitieron agravadas. Winston Churchill dio la orden `Collar the Lot!' (`¡Agarradlos a todos!'); y los agarraron; entre ellos muchos exiliados. A pocos meses del comienzo de la guerra, en julio de 1940, ya habían apresado y depor tado a 27.000. Muchos de ellos, embarcados por la fuerza en el buque Arandora Star, se ahogaron al ser torpedeado ese barco por los submarinos hitlerianos. Más ampliamente conocida es la deportación masiva de la población estadounidense de origen japonés, a la cual encerró el presidente F.D. Roosevelt en campos de concentración; y EE.UU. no estaba amenazado por ninguna invasión de su territorio. Aparte de tales deportaciones en tiempos de guerra, todas las potencias colonialistas practicaban constantemente hasta el final de la II Guerra Mundial, o incluso después, deportaciones selectivas de poblaciones enteras, para trabajos forzados sin compensación de ninguna clase. Así se alteró artificialmente y bajo el látigo colonialista el mapa étnico de amplias regiones de Àfrica, el subcontinente hindostaní, el Sureste asiático etc. Por otro lado, la limpieza étnica era ampliamente practicada --y juzgada como algo normal-- no sólo por las potencias coloniales, sino también por las nuevas naciones independientes del Este de Europa, como Grecia, Bulgaria, Yugoslavia, Polonia, Hungría, Rumania, los países bálticos etc. Hay que recordar tales hechos porque, a diferencia de lo que hacían todos esos países capitalistas, la URSS acudió a prácticas de deportación masiva o limpieza étnica sólo excepcionalmente, sólo en el período de máxima emergencia nacional, cuando los alemanes habían penetrado profundamente en su territorio y lo que se jugaba era una cuestión de vida o muerte no ya para el régimen soviético sino para la nación rusa y otras naciones de la URSS, principalmente las eslavas. Véase el libro de Peter & Leni Gillman, `Collar the Lot!': How Britain Interned and Expelled Wartime Refugees, Londres: Quartet Books, 1980.Volver al cuerpo principal del documento
12. 12.
Lo que pasa es que dentro del propio partido bolchevique posiblemente Stalin se hubiera quedado solo de haber vislumbrado tales desarrollos como posibles; el mismo Lleñin se agarró durante años, después de la revolución del 17, a la ilusoria esperanza de un triunfo proletario en Alemania, lo cual replantearía la lucha antiimperialista quitando protagonismo a la convergencia entre la Rusia soviética y los anticolonialistas de las naciones oprimidas como únicos aliados suyos. Volver al cuerpo principal del documento
13. 13.
Aunque sólo sea el de ciertos servicios públicos de transporte, comunicación, distribución postal; y más si abarca educación, sanidad etc; y más si también abarca algunas partes del proceso productivo y comercial etc. Volver al cuerpo principal del documento
14. 14.
Ayudado por el prestigio de la revolución social, por la redistribución que ésta acarreó y por la instauración de una forma de poder que no toleró las oposiciones ni las agitaciones nacionalistas; mas sería absurdo atribuir el éxito única o principalmente a este último factor. Volver al cuerpo principal del documento
15. 15.
De hecho la política soviética oscilará constantemente en lo tocante a considerar o no a los judíos como nacionalidad, un titubeo que era compartido por los propios líderes judíos, dada la inclasificabilidad de su peculiar agrupamiento, a medio camino entre meramente religioso y cultural-lingüístico con reminiscencias de un lejano pasado político. Volver al cuerpo principal del documento
16. 16.
Aun conservando en ciertos casos elementos de la cultura de origen, si concurren circunstancias especiales que permitan que ello se haga sin detrimento, o con poco detrimento, de la plena incorporación a la nueva nación, con todas las ventajas que ello acarree. Volver al cuerpo principal del documento
17. 17.
En realidad el federalismo era rechazado, desde Marx y Engels, por los marxistas, no sólo como fórmula para la organización del partido proletario sino también como fórmula de organización estatal: autonomía, sí; autodeterminación también [según Lleñin y Stalin, aunque no según Rosa Luxemburgo]; federación, no: el estado tendría que ser integral, unitario. Averigüe el lector si es un debate meramente de palabras. Volver al cuerpo principal del documento
18. 18.
Éste, el PSDPiL, era el animado por Rosa Luxemburgo y dirigido por su compañero Lev Jogiches, según lo vimos más arriba. Lleñin, Stalin y los demás bolcheviques veían en el PSDPiL a sus camaradas, absteniéndose de constituir organizaciones propias en las provincias étnicamente polaco-lituanas del Imperio ruso. Volver al cuerpo principal del documento
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