Todo en común:
Espacio de debate sobre el ideal comunista

Presentación

por Lorenzo Peña

2012-04-10


«La felicidad consiste en tenerlo todo en común» dijo Denis Diderot --por boca de un personaje que figura en su escrito tardío Suplemento al viaje de Bougainville--.

El ideal comunista es la valoración positiva de una sociedad en la cual todos tengamos todo en común --es decir, seamos felices en el sentido de Diderot--; el ideal, pues, de vivir todos para uno y uno para todos.

Fue una tesis generalmente admitida entre los filósofos escolásticos (o sea: académicos) de los siglos XII a XVII la de que tenerlo todo en común es la norma de regulación social por derecho natural. De ahí se deducía la conclusión de que la propiedad privada era contraria al derecho natural; por consiguiente que sólo se había podido establecer transgrediendo el derecho natural.

La discrepancia surgió en torno a si, una vez establecida, esa contrariedad era un defecto subsanable --como opinó Santo Tomás de Aquino-- o si, al revés, era de tal gravedad que sólo la abolición de la propiedad privada pondría a la sociedad humana en conformidad con el derecho natural. Surge así el comunismo, la opinión de que el derecho natural exige restaurar el dominio común de todos los bienes.

De esas disputaciones académicas se pasará a la praxis. En algunos movimientos de sedición religiosa y política de los siglos XIV, XV y XVI va a prender ese ideal comunista.

Sin embargo, entre mediados del siglo XVI y mediados del XIX la influencia comunista sólo dos veces se detecta en los ámbitos de la lucha político-social: (1ª) la acción de los verdaderos niveladores, comunistas cristianos encabezados por Gerard Winstanley en el período de la república inglesa (en torno a 1650); (2ª) la conjuración de los iguales encabezada por Graco Babeuf en la república francesa, 1795-96. (En ambas ocasiones esa lucha fue una ramificación de sendos combates contra la monarquía.)

Mientras quedaba transitoriamente marginado del campo de la acción político-social, el comunismo continuaba su avance en el terreno de las ideas, con obras como la Utopía de Santo Tomás Moro, 1516, La ciudad del Sol de Fray Tomás Campanella, 1602 y el Código de la naturaleza de Morelly (1755) --que se atribuyó a Diderot--.

En los lustros que siguen al derrocamiento del rey francés Carlos de Borbón en 1830 surgen las modernas tendencias comunistas que, simultáneamente, presentan propuestas teóricas e ideológicas (Owen, Cabet, Fourier) y congregan a una vanguardia obrera en la organización clandestina y en la preparación insurreccional: Wilhelm Weitling, Auguste Blanqui y muchos más, a los cuales se unirán más tarde Marx y Engels. Muchísimos más van a participar, de un modo u otro, en ese amplio movimiento, aunque sin forzosamente asumir esa denominación de «comunismo» --que ya entonces se coloreó de un matiz de condena, sin paliativos, de todo el sistema capitalista y de lucha por una alternativa radical sin ninguna propiedad privada. Surgió entonces el socialismo como vía intermedia.

Van a ser tan colosales la obra y la influencia de Marx y Engels que desplazarán a los demás apóstoles del comunismo e incluso --durante decenios-- a muchos de los socialistas.

El comunismo del siglo XX se origina de ahí. El término había permanecido casi en el abandono durante 13 lustros cuando en 1918 lo resucita Lenin (Vladimir Ulianof), tras acceder a la jefatura del gobierno revolucionario ruso.

De ahí que todo el comunismo del siglo XX se haya configurado como un difuso movimiento de ideas y de acciones encaminadas a acabar con el sistema de propiedad privada y emanado de la solidaridad con esa revolución rusa de 1917, o, más adelante, con uno u otro de sus esquejes, que brotaron en diversos países.

Derribado desde dentro el poder soviético en Rusia en 1991, pareció desmoronarse todo ese movimiento. Sucumbió y casi se extinguió el amplísimo crédito teórico y práctico de que habían venido disfrutando las ideas de Marx en amplios sectores de obreros, trabajadores e intelectuales.

No obstante quedaron en pie --y siguieron avanzando aquí o allá-- muchos de los movimientos de lucha emancipatoria a cuya formación o promoción habían contribuido decisivamente unos u otros grupos o partidos comunistas-marxistas.

Tras ese crepúsculo, es hora de replantearse toda esa temática.

Esas cuatro cuestiones se debaten en múltiples foros. Nuestra página, Todo en común --enmarcada en el sitio ESPAÑA ROJA--, viene a ofrecer un lugar adicional para la discusión. Se da la bienvenida a las colaboraciones. Los autores que lo deseen pueden proponernos sus aportaciones al debate sobre una u otra de esas cuatro cuestiones, mandando un mensaje de correo electrónico al buzón <eroj@eroj.org>.