ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE EL PROBLEMA PALESTINO **Nota** 10_1

Lorenzo Peña

Al aproximarse el primer aniversario del inicio del actual `levantamiento' palestino contra la ocupación israelí, conviene replantearse el problema de fondo de qué diantres esté pasando en Tierra Santa, Palestina, o como llamarse quiera.

Lo que todos sabemos, lo que nos han dicho y repetido los medios de comunicación occidentales, es que en 1948 se proclamó el Estado de Israel, en el que se acogieron y agruparon muchos judíos, oriundos de esa tierra --aunque fuera a varias decenas de generaciones de distancia-- y que huían de las persecuciones y malos tratos recibidos en otros lugares; pero que, por su fanatismo e intransigencia, los árabes no aceptaron ese Estado, le declararon la guerra, amenazaron con echar a los judíos al mar; ante lo cual, los judíos reaccionaron con guerras preventivas, como la del 56 y la del 67, excediéndose algo en su celo por conservar su identidad e independencia estatal; excesos, si no del todo justificables, si en parte al menos excusables, pues al fin y al cabo están luchando por su supervivencia.

Permítaseme enfocar críticamente esa historia desde un punto de vista moralista. Primero unos pocos datos. Los historiadores desconocen cuán grande fue el volumen de emigración de hebreos --forzados o voluntarios-- desde Palestina a raíz de las insurrecciones derrotadas contra los romanos en los reinados de Vespasiano (año 70) y de Hadriano (años 117-38). Lo que es seguro es que sólo emigró una minoría de la población, mientras que permaneció allá la mayoría de la misma --que, por cierto, no hablaba, desde hacia bastantes siglos ya, el hebreo, sino el arameo--. Las adhesiones religiosas de la población palestina en los primeros siglos de la era cristiana fueron modificándose, y el cristianismo llegó a ser abrumadoramente mayoritario en el período del Bajo Imperio (siglos IV al VII). Pero no parece que hubiera un aflujo muy grande de poblamiento foráneo --salvo en ocasiones excepcionales como cuando la fundación por Hadriano de Aelia Capitolina-- puesto que no era entonces ningún foco importante de atracción de inmigrantes esa provincia del Imperio Romano. Al ser conquistado el país por los árabes, en el siglo VII, si tuvo lugar algún mayor aporte de población venida de fuera; probablemente más de otras partes de la gran Siria que de Arabia, pues la península arábica estaba, como está, poquísimo poblada. Mas todas esas poblaciones están emparentadas y hablaban idiomas de un mismo tronco, los semíticos, habiendo además transiciones graduales entre el arameo occidental y el árabe; en segundo lugar, aunque es difícil de cuantificar, ese aporte de inmigración fue desde luego minoritario con relación a la masa de población palestina, que siguió mayoritariamente siendo descendiente de la antigua población judeo-samaritana;así que esa inmigración sirio-árabe no alteró étnicamente de manera decisiva la población de Palestina, si bien alteró sus obediencias religiosas, que pasaron a ser mayoritariamente islámicas, con una importante minoría cristiana y otra, mucho más reducida, judía. En general, y con algunas dolorosas excepciones, la dominación árabe fue bastante tolerante para con esas minorías. Sólo en el período que siguió a las malhadadas Cruzadas, como reacción contra la brutal --aunque poco duradera-- dominación oeste-europea (de 1099 a fines del siglo XII) se produjeron en algunos gobernantes islámicos de esos territorios actitudes de intolerancia que pudieron desembocar en algunos actos de crueldad. Finalmente, como se sabe, Palestina, como la mayor parte de los países árabes, estuvo (desde 1517) bajo el dominio de los turcos durante siglos, un dominio semipaternalista, mucho menos opresivo en un territorio árabe --siendo el árabe uno de los idiomas `oficiales' del Imperio Otomano-- que, p.ej., en los Balcanes.

El declive numérico de la minoría palestina de religión judía continuó a lo largo de los siglos. Como esa noción de `judío' es tan ambigua y poliédrica, cabe recordar que, en Palestina lo mismo que en Al-Andalus y en los demás países árabes --gozando las más veces de indulgente protección gubernamental-- los judíos eran árabes, hablaban y escribían en árabe; ser `judíos' no significaba nada más que una adscripción religiosa.

Casi totalmente extinguida esa minoría `judía' palestina al comenzar el siglo XIX, los gobernantes otomanos estimularon la inmigración judía en el siglo XIX, que se incrementó a raíz de la puesta en pie del movimiento sionista. (El I Congreso de tal movimiento, animado por Teodoro Herzl, tuvo lugar en 1897). Sin embargo en 1918, al terminarse la Primera Guerra Mundial, de una población palestina total de 620 mil habitantes, menos del 10% eran judíos, siendo cristianos otro 10% y el 80% musulmanes.

Los ingleses se apoderaron entonces de Palestina y otros territorios antes pertenecientes a Turquía. Y la monarquía británica, en una de esas insidiosas diplomacias armadas que le valieron el calificativo de `pérfida Albión', prometiendo a unos y a otros, traicionó incluso un secreto convenio con Francia de 1916, traicionó sus garantías al Jerife Juseín de la Meca, y proclamó (declaración de Balfour de 2 de noviembre de 1917) su voluntad de imponer en Palestina un `hogar nacional judío'. El movimiento sionista vio con buenos ojos tal declaración, si bien había considerado alternativas, como la implantación de un Estado judío en Argentina, o en Chipre, o en el Congo, o en Africa oriental. Pero la mayoría de los judíos de Europa occidental y de Norteamérica estaban en contra de la Declaración de Balfour. Eran otros tiempos. Entonces se luchaba contra el racismo y contra el Estado confesional. Los judíos aspiraban mayoritariamente a la igualdad efectiva con los demás ciudadanos de los países en que habitaban; no a ceder ante los antisemitas y exilarse a una tierra de la que algunos de sus antepasados habían podido emigrar diez o veinte siglos antes. Pero la monarquía inglesa tenía interés en implantar ese Estado, pues veía en él un instrumento de influencia y poder occidental (léase: colonial) en el Oriente Medio.

Vinieron luego 30 años de dominación colonial británica (nominalmente como mandato de la Liga de Naciones). Poco después de terminada la Primera Guerra Mundial se formó una comisión, la King-Crane, en la que Inglaterra y Francia no tomaron parte pero si los EE.UU., oficialmente, la cual dictaminó que la implantación del Estado judío en Palestina seria `una grave injusticia', que daría lugar a terribles violencias.

Dejemos ya de narrar esos acontecimientos y plantémonos en 1947. La monarquía inglesa, en medio de sus bandazos y titubeos, ha favorecido en conjunto la inmigración judía hasta hacer que la minoría de religión mosaica sea una tercera parte de la población palestina total. No sólo eso. Los inmigrantes judíos, actuando muchos de ellos como servidores y hombres armados de la potencia colonial, lograron, gracias a las imposiciones de ésta, adquirir buena parte de las tierras y riquezas del país, despojando a la población autóctona. El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la partición de Palestina (sólo por 33 votos a favor, 13 en contra, 10 abstenciones). El estado judío previsto en esa Resolución era bastante más pequeño que el que quedó de hecho bajo autoridad israelí según el armisticio de 1949.

¿Para qué seguir? En lugar de ocuparnos de los hechos más recientes, preguntémonos qué concepto de `judío' se barajaba en la Declaración de Balfour, en la Resolución de la ONU y en los demás documentos. Y veremos que era uno exclusivamente religioso. Lo único que unía a los judíos y hacia de ellos una comunidad era la religión mosaica. No la lengua (el hebreo era un idioma muerto desde hacia unos 25 siglos o más) ni por supuesto la `raza' o el origen étnico, cuya `pureza' habíase volatilizado durante milenios de emigración (bien lo sabían los antisemitas, como los nazis y nuestros franquistas, pues no era nada fácil saber quién era un judío y quién no). Conque las bases del nuevo Estado `judío' de Israel eran estrictamente sectarias, confiriendo la ciudadanía en función de un criterio de vinculación religiosa, que es lo que sigue estando en vigor.

Bien, ahora reflexionemos. ¿Qué derechos tenía la monarquía británica para adueñarse de Palestina por la fuerza? Ninguno. ¿Qué derechos la asistían para favorecer la implantación en ese país de un Estado judío a expensas de más del 90% de la población del territorio, valiéndose de un empleo brutal de la fuerza y de la `ley' (no olvidemos que las más crueles medidas legales de los ocupantes israelíes se efectúan hoy en aplicación de las disposiciones de los gobernadores ingleses en el período del `mandato')? Sólo el derecho de conquista. ¿Qué derechos tenían unos (u otros) judíos de Europa, América o de dondequiera que fuese a ir a Palestina bajo protección de los conquistadores británicos y, enrolándose en las fuerzas represivas que los mismos habían puesto en pie, adueñarse de buena parte de los bienes del país en detrimento de sus habitantes? Pues tanto derecho como el que pueda tener cualquiera de nosotros para, alegando que sus antepasados vivieron en, digamos, Casarejos, acudir allá con un grupo de gente armada y apoderarse del lugar, arrojando de él a personas que estaban allí y nada nos habían hecho. ¿Qué derecho tenía la ONU para disponer a su antojo de Palestina contra la voluntad de la mayoría de su población? Ninguno, pues Palestina no era propiedad de las NN.UU., ni debía nada a ese organismo, cuyo acto despótico de noviembre del 47 deja pequeños a los antojos arbitrarios del Congreso de Viena (1814-15) por los cuales los soberanos que habían derrotado a Napoleón dispusieron del futuro de los pueblos europeos.

La existencia del Estado de Israel carece, pues, tanto de base moral cuanto de base legal. Los europeos y norteamericanos, si, tenían derecho a ceder una parte de sus territorios propios a los judíos, o a los mormones, o a cualesquiera otras minorías. ¿Qué no se les ocurrió cederles una decena de departamentos franceses, o la Florida, o Baviera, o Kent? Pero no. Inglaterra, que todavía hoy no reconoce el derecho a la inmigración no ya a personas de otras nacionalidades (lo sabemos los españoles que hemos sufrido la hostilidad de los policías británicos al llegar al Reino Unido --para no hablar ya de lo que padecen los pobres parias de razas juzgadas como inferiores por el colonialismo anglosajón), sino incluso a algunos súbditos de Su Graciosa Majestad que no tienen la piel suficientemente blanca, y ello porque carecen de antecedentes familiares próximos en Gran Bretaña, Inglaterra, pues, si otorgó, como potencia colonial, el derecho a que inmigraran (¡manu militari, además!) en Palestina cientos de miles de personas porque dizque antepasados suyos dos mil años antes habían vivido en ese país.

Así que no nos vengan con cuentos. Quienes han hecho el mal que lo subsanen: Inglaterra, los EE.UU., la ONU, los perseguidores antisemitas que ofrecieron el pretexto para consumar el crimen de 1947 (y la lista de tales perseguidores es larga). ¡Nada de lavarse ahora las manos, como si con ellos no fuera! Ni, menos, claro, seguir armando hasta los dientes a las fuerzas represivas. Pero que no se eche luego la culpa al ignorante elector israelí que, en la situación a que se lo ha conducido, vota por la extrema derecha. Israel no es nada ni hace nada sin los EE.UU. Pero está claro que Washington quiere seguir teniendo a Israel como instrumento de poder en el Oriente Medio. Es hoy la Casa Blanca, es el Capitolio, quienes son culpables de la muerte de los palestinos que caen.




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Artículo escrito en abril de 1992 y enviado, con solicitud de publicación, al diario El mundo, el cual dio la callada por respuesta.volver al cuerpo principal del documento

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