LA RESISTENCIA NUMANTINA DEL PRESIDENTE FIDEL CASTRO, O LO QUE PASARÍA SI... **Nota** 17_1

Lorenzo Peña

`Indicio ha dado esta no vista hazaña / del valor que en los siglos venideros / tendrán los hijos de la fuerte España, / hijos de tales padres herederos... Hallo sólo en Numancia todo cuanto / debe con justo título cantarse,...'

Son versos de la estrofa final del Cerco de Numancia, de Miguel de Cervantes. Ahora que --a raíz de unas palabras del Primer Ministro de la Corona, Sr. González Márquez-- se habla de la resistencia numantina del Presidente cubano, no estará de más esta evocación. Después de todo, muchos pensamos que, si de algo tienen que enorgullecerse los pueblos de habla hispana en los acontecimientos históricos de siglos recientes, ese algo es, más que ningún otro hecho, la gesta cubana, que ha llevado al pueblo caribeño, enfrentado al avasallamiento de un vecino poderoso, acostumbrado a ejercer sobre la Isla una dominación apenas velada, a, no sólo plantar un desafío duradero a esos empeños de mantener el sojuzgamiento, sino --lo que es más-- a hacerlo de tal manera que en la realización de dicho afán de independencia entre en juego algo todavía más importante, como es la organización de un tipo de sociedad mucho más justa e igualitaria. Que, ante el abandono de la causa igualitaria en Europa oriental (al estar optando las élites de esos países por la economía de mercado), quede Cuba como casi el único abanderado en el mundo de ese ideal de organización social no hace sino realzar el destino peculiarísimo de esa revolución, en eso como en tantas cosas originalísima y ajena a los clichés, a los estereotipos.

Se le han reprochado mucho al líder cubano sus declaraciones acerca de la organización política en otros países, entre ellos España. Probablemente el sentir del Presidente Fidel Castro es que su país no tiene que recibir lecciones de democracia de Estados en los que, cualesquiera que sean otras ventajas de sus respectivos sistemas políticos, la autoridad suprema viene ostentada por personas cuyo nombramiento no resulta de ninguna forma, ni directa ni indirecta, de votación popular. (En esa línea de razonamiento cabría recalcar todavía más esto: que en esos Estados de monarquía hereditaria más del 99% de los ciudadanos ven vedado, por su mismo nacimiento, todo acceso a los honores supremos del Estado, cualesquiera que sean o vayan a ser sus méritos.)

En Cuba, desde luego, no hay libertad de partidos políticos y, por ende, las elecciones a los órganos de poder no son indicativas de quién ganaría los comicios si se celebraran en otras condiciones --a saber, en condiciones de libertad de organización política. Ahora bien, la fuerza de tal argumento resulta mucho más débil de lo que creen quienes lo formulan, con una u otra variante. Y es que algo similar cabe decir de todos y cada uno de los Estados donde existe (lo que convencionalmente se conoce como) una democracia representativa. Por doquier hay restricciones tanto a la actividad de los partidos cuanto a la capacidad que tengan unos u otros para presentarse a elecciones o para tener escaños parlamentarios. Cómo votaría la gente si no existieran precisamente las restricciones que hay (sino, en vez de ellas, acaso otras) y si el ejercicio del poder no hubiera seguido el rumbo que ha seguido efectivamente, es algo sobre lo que cabe elucubrar, conjeturar, pero en lo cual los indicios son de escasa fuerza, y las demostraciones --huelga decirlo-- inexistentes.

Pongamos por caso nuestra Patria. Naturalmente, si no se hubiera impuesto al pueblo español la guerra de 1936-39, si no se hubiera dado muerte, después del 31 de marzo de 1939, a cientos de miles de oponentes al régimen, si no se hubiera obligado a otros cientos de miles a expatriarse --unos cuantos de ellos para no volver--, si no se hubiera mantenido sobre los españoles una opresión férrea durante unos 40 años que ha llevado a muchos a pensar (y no sin razones) que la alternativa es o bien un régimen injusto pero, al menos, representativo aunque sea con muchísimas limitaciones o bien el retorno a una opresión abierta como el régimen militar de los cuatro amargos decenios, si no hubiera sucedido todo eso, ¿no cabe conjeturar que serían muy otros los resultados electorales? Los muertos no votan. Españoles ha habido que, estando exiliados en el momento de los plebiscitos que llevaron a la promulgación de la presente Constitución, no pudieron tomar parte en ellos. Y otros acontecimientos más recientes han llevado también a muchos electores a sacar sus conclusiones, a la convicción de que, si un día ganaran fuerza en el Parlamento organizaciones que --por su origen y denominación-- encarnan lo más opuesto al régimen de los ocho lustros, podría caernos algo similar a ese mismo régimen. Consideraciones similares han jugado en ocasión de ulteriores plebiscitos, como el de la pertenencia de nuestra Patria a una organización capitaneada por países con los cuales en la historia no ha estado unida España las más veces por lazos de amistad, países que, además, poco o nada han hecho por ayudar a la República Española cuando ésta luchaba por su existencia --y que luego apuntalaron al régimen impuesto en 1939. ¿Cómo votarían, p.ej., los chilenos si no se sintie ran --como se sienten-- cogidos entre la espada y la pared, compelidos a optar a lo sumo por un mal menor? ¿Cómo votarían los brasileños si no supieran --que sí lo saben-- que un triunfo electoral de la izquierda desencadenaría la furia y el boicot de los capitalistas y, con ello, una bancarrota inmediata del país todavía mayor que la que provocan esos mismos capitalistas en el poder (¡que ya es decir!)?

En España, en Brasil, en Chile, hay libertad de partidos. Pero no por ello es libre la elección. No lo es cuando el elector sabe muy bien que quienes controlan los resortes del poder real actuarán de un modo u otro según sea el escrutinio. Tiene el elector la experiencia de alzamientos y regímenes militares y, además, del acoso económico de los ricos de dentro y de fuera. ¿Puede alguien dudar, p.ej., que la Sra. Chamorro ha ganado las elecciones gracias al boicot de los EE.UU. y al terrorismo de la contra, acciones que han llevado a la mayoría de los nicaragüenses a esa rendición en que estriba la votación mayoritaria a favor de dicha señora?

Por doquier hay restricciones a la actividad de los partidos. Mas, ¿cómo se desarrollarían las cosas en tal o cual país en particular si, en lugar de haber las restricciones que de hecho hay, hubiera otras --p.ej. si hubiera menos restricciones? No puede presentarse a las elecciones cualquier organización. Es menester cumplir ciertos requisitos. ¿Y si se redujeran éstos? ¿Y si, además, se garantizara una representación parlamentaria proporcional a cualquier organización que obtuviera al menos el 0,5% de los sufragios? Sin duda a corto plazo eso no alteraría mucho las cosas. Pero ¿es muy arriesgado conjeturar que a la larga el efecto acumulado de tales reformas sí acarrearía un cambio considerable en la vida política de un país, y en los resultados electorales de unas u otras fuerzas? La extrema izquierda, ahora relegada fuera del Parlamento casi por doquier, tendría ocasión de hacer conocer sus puntos de vista. Y eso dista de ser baladí. (Que la monótona repetición de lo mismo, con pequeñas variaciones, es muy distinta de un debate en el que se afrontaran de veras maneras antitéticas de concebir la organización social.)

Un elector español es libre de votar por cualquier organización que se haya presentado a elecciones en su circunscripción. Es libre de hacerlo pero su libertad está condicionada (restringida, en verdad), no sólo por lo aludido más arriba, sino por la ley electoral vigente. Ahí entra eso del voto útil, o inútil. Por otro lado, una organización cualquiera, si ha de poder presentarse a elecciones, ha de abstenerse de ciertas declaraciones. Hay instituciones y personas incriticables --incriticables, claro, salvo apencando con las consecuencias legales que conllevaría la crítica, como de hecho las ha conllevado para los pocos que no se han dejado amedrentar por la prohibición vigente. De nuevo en esto muchos sospecharán que, aunque así no fuera, eso no afectaría a los resultados electorales hoy por hoy. Y quizá lleven razón. Pero nadie puede afirmar que no alteraría tampoco en absoluto los resultados electorales a largo plazo.

En resumen: el régimen político de cualquier autodenominada democracia representativa --y eso se aplica muy especialmente a España, por motivos en los que no deseo explayarme aquí-- conlleva coerciones de muy diversa índole a la libertad de elección. En regímenes autoritarios como el del Presidente Fidel Castro existen otras coerciones. Mas, si en los países del primer grupo se habla de democracia porque, con todas esas restricciones y coerciones, de todos modos la mayoría vota por partidos que son los que ejercen el poder, los partidarios del Dr. Castro pueden alegar que en Cuba la mayoría de la población apoya la política de su Presidente (y no he oído a nadie rechazar ese aserto ni, menos, aportar el menor indicio en contra del mismo). Y eso, pueden decir, es una democracia, aunque de otra índole. Pasar al condicional subjuntivo (al «¿Qué sucedería si... ?») abre cuestiones más molestas para la democracia burguesa que para el paternalismo igualitarista.




17. 17_1.

Este artículo fue originalmente publicado en el número 4 (y último) de la revista Contrarios, 1990, págªs 126-8.volver al cuerpo principal del documento




volver al comienzo del documento

Volver al portal de ESPAÑA ROJA

Volver al Nº 1 de ESPAÑA ROJA
______________ ______________ ______________

Director: Lorenzo Peña


______ ______ ______

mantenido por:
Lorenzo Peña
eroj@eroj.org
Director de ESPÑA ROJA