«La década que nunca existió»

Roberto Álvarez Quiñones(4)

El hombre que nunca existió es el título de una película inglesa de 1956 basada en un hecho real ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial.

Para desinformar a los nazis la Marina británica decide dejar un cadáver en las costas de España, como si se tratara de un piloto ahogado con supuestos documentos secretos en los que se revela que un desembarco aliado se producirá por Grecia y no por Sicilia.

Aquel piloto nunca existió.

Dando un gran salto en el tiempo y en el espacio, diría que en el ámbito económico latinoamericano sucedió algo muy parecido con el decenio de los años 80, al que se ha dado en llamar «la década perdida» pues es como sí no hubiera existido a los efectos del desarrollo económico de la región.

Si sólo se toman algunos de los principales Indicadores económicos, según el ultimo balance preliminar publicado por la CEPAL, se advierte rápidamente por que «se perdió» la década.

De inicio se destaca el hecho de que entre 1981 y 1990 la población total de América Latina y el Caribe aumentó de 365 a 442 millones de habitantes, pero en esos mismos 10 años el PlB (Producto Interior Bruto) per capita se redujo en un 9,6%. O sea hay 77 millones de personas más en la región, pero tocan a menos, hay menos recursos disponibles para cada una de ellas.

Y esta caída de casi un 10% en el producto por habitante fue el promedio para todo el continente, pues hubo países en los que el descenso resultó espectacular: Perú (-30.2%), Argentina (-24.3%), Guyana (-27,9%), Bolivia (-23,3%) y Haití (-22,3%).

El PIB total, no ya por habitante, sino en términos absolutos, creció en un 12,4%, pero también hubo ocho países en los que se produjo un fuerte descenso en el decenio. Encabezan la relación Argentina (-13,3%), Perú (-9,9%), Nicaragua (-17,3%) y Haití (-5,8%).

Tal vez donde mejor se puede apreciar por qué se esfumó, cual fantasma, la que se concibiera a fines de los 70 como la década del desarrollo económico latinoamericano, es en el movimiento de capitales.

De 1981 a 1990 los países de América Latina y el Caribe recibieron capitales por 134.700 millones de dólares. Pero tuvieron que pagar 347.000 millones por concepto de utilidades y los intereses de la deuda externa. Luego de una simple resta se observa que la región entregó al Norte industrializado 212 300 millones de dólares en esos diez años.

Tan cuantiosa suma de capitales pudo invertirse en el desarrollo económico regional, sin embargo, se la embolsillaron las potencias económicas y los acreedores de la deuda eterna latinoamericana. Fue una «contribución» del continente para hacer más ricos a los ricos.

Y hablando de capitales otro elemento sumamente negativo fue el de la falta de inversiones directas procedentes del Norte.

De acuerdo con datos de la ONU, de los 350.000 millones de dólares a que ascendieron las inversiones directas extranjeras (productivas: fábricas y otras instalaciones) en todo el mundo en los años 80 sólo 24 000 millones tuvieron por destino a Latinoamérica y el Caribe.

En cambio, en el mismo período Estados Unidos recibió 265 000 millones de dólares. Es decir, la primera potencia económica mundial fue la que más capitales recibió en inversiones directas, la,s que así pasaron de 125 000 millones de dólares en, 1982 a 390 000 millones en 1989 en territorio estadounidense.

En otras palabras, en materia de captación de inversiones directas de capital, en los 80 la región perdió importancia. En 1980 captaba el 12,3% del total mundial, y en 1989 apenas el 5,8%. paradojicamente, en esa década no sólo continuó compitiendo con las naciones pobres ubicadas al sur del Río Grande en la captación de inversiones, sino que se convirtió, con mucho, en el primer receptor mundial.

Y aquí es necesario detenerse en algo muy importante. En la década de los 80 se tomó en definitiva la tendencia del capital transnacional a invertir en el Norte y no en el Sur subdesarrollado. O sea, se interesa más en las relaciones Norte-Norte que en las relaciones Norte-Sur.

Son varias las causas de esta preferencia. Generalmente las inversiones en los países industrializados resultan más seguras, pues éstos disponen de mercados más grandes y solventes que los del Tercer Mundo. Con la automatización y el aumento de la productividad en el Norte ya muchas empresas industriales no desean tanto buscar mano de obra barata o grandes cantidades de materias primas. Por otra parte, las transnacionales prefieren ahora invertir en operaciones financieras o en tecnología de punta, en perjuicio de las inversiones directas tradicionales.

En fin, las últimas estadísticas de Naciones Unidas revelan que en 1989 el 80% de las inversiones directas se quedó en el propio Norte industrializado.

Con toda esta información en mis manos se me ocurrió hacer un cálculo elemental, pero muy elocuente. Como vimos, Latinoamérica durante la década recibió inversiones directas por 24 000 millones de dólares, pero se vio obligada a transferir en forma neta al Norte, 212 300 millones. De manera que por cada dólar invertido por el Occidente rico en la región, ésta entregó a aquel 8,8 dólares.

Esto es más que suficiente para comprender por qué «se perdió» la década, por qué de una tasa de crecimiento económico anual de un 5,8% como promedio para el continente en los años 60 y 70, ésta cayó en los 80 a un magro y recesivo promedio de 1,3 anual. De haberse mantenido el ritmo e crecimiento de las dos décadas anteriores, como señala el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), hoy América Latina y el Caribe tendrán un PIB conjunto un 50% mayor que el que fue alcanzado en los años 80.

Por eso, en síntesis, al ver que el desarrollo económico regional algunos pensaron podría ser y no fue, es que me atrevo a comparar la década recién concluida con aquel piloto que nunca existió.

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