Sobre el PDNI e Izquierda Unida

Hace un tiempo, cuando oímos hablar del posible reconocimiento del PDNI [Partido Democrático de la Nueva Izquierda] como un partido más dentro de IU [Izquierda Unida], se nos ocurrió elaborar un escrito para manifestar a la Presidencia Federal nuestra opinión al respecto. Desgraciadamente, antes de que pudiéramos debatirlo los acontecimientos se nos adelantaron y por la prensa nos enteramos de que lo que tanto temíamos ya se había producido. En aquel momento pretendíamos evitar lo que considerábamos que era un error. Ahora que el error --seguimos pensando que lo fue-- se ha consumado, en la idea de que siempre existe una forma, mejor o peor, de enmendar los errores, quisiéramos haceros partícipes de nuestras reflexiones.

Desde luego, la perspectiva de que se aceptara al PDNI dentro de Izquierda Unida no nos produjo la alegría con que normalmente habría de recibirse la incorporación a nuestro proyecto de una nueva fuerza política. Y esto por dos razones: en primer lugar, porque no se produjo la incorporación de nuevas personas, sino la agrupación bajo unas nuevas siglas de un reducido número de personas que ya estaban dentro de Izquierda Unida; y, en segundo lugar, porque teníamos sobrados motivos para pensar que no existía tal incorporación o adhesión al proyecto que dió origen a Izquierda Unida, sino que, por el contrario, el propósito del nuevo partido era el de dar un giro a su orientación, «modernizándolo» (lo que, en este caso, no significa otra cosa que dejarlo marchar en la línea en la que sopla el viento de la «modernidad», concebida ésta en el peor de sus sentidos, a saber, como «moda»). Para apoyar esta afirmación no vamos ahora a citar las recientes declaraciones de [Diego] López Garrido, C[ristina] Almeida o de algunos dirigentes gallegos, entre otros, pues las conocéis de sobra. Únicamente, como botón de muestra, en lo que a nuestra región atañe podemos remitirnos a las manifestaciones de Ezequiel Martínez, concejal de IUCAN --léase PDNI-- en el Ayuntamiento de Santander, que el pasado día 20, en el diario Alerta, aplaudía la actitud de Esquerda Galega y animaba a hacer aquí lo mismo. Berriolope, Agudo y compañía se han mostrado más cautos, y, pese a que en el documento «Ideas-Fuerza» que elaboraron hace un par de meses repetían una y otra vez que su objetivo era crear un «Bloque de Progreso» y «Candidaturas de Progreso» con todas las fuerzas que se reclaman de la izquierda, por ahora no han queri do echar más leña al fuego y se han limitado a decir que el concejal expresaba una opinión personal (?).

Dicen algunos que el PDNI es garantía de pluralidad dentro de Izquierda Unida. Se entiende la pluralidad como sinónimo de democracia, y, si bien ambas cosas están estrechamente relacionadas, pensar que son idénticas nos llevaría a tener que admitir como ciertas algunas proposiciones absurdas. Si pluralismo y democracia fuesen idénticos, si fuese verdad que cuanto mayor es el pluralismo existente dentro de una organización, mayor es su grado de democracia interna, nos veríamos en la obligación de admitir que cuanto menor es el número de partidos políticos que hay en una sociedad, mayor es su grado de madurez democrática; pues cuantos menos partidos existan, mayor pluralidad habrá dentro de ellos y, por tanto, según lo que al principio habíamos concedido, «más democracia».

Así pues, visto que también la pluralidad tiene sus límites, si tras una fuerza política hay una ideología, ésta habrá de ser el criterio para decidir si alguien se coloca dentro o fuera del proyecto. Una peña bolística puede dar cabida a todo tipo de ideologías; una fuerza política, evidentemente, no. Y esto no es sectarismo. Sectarismo es algo que algunas veces se ha hecho, por ejemplo, al leer a los clásicos del marxismo, interpretarlos de determinada manera y acabar institucionalizando esa interpretación como la única correcta; creando, por así decirlo, una escolástica marxista y un tribunal que decretara quién se ajustaba a los dogmas del «socialismo científico» y quién caía en la herejía. Pero huir de tales extremos no nos puede llevar al otro extremo --quizás menos peligroso, pero igualmente equivocado-- de pensar que todo es defendible, cualquier cosa admisible y de que para todo el mundo, sin excepciones, hay un hueco en Izquierda Unida.

Por lo tanto, una fuerza política, como proyecto, ha de tener unos límites ideológicos. ¿Dónde ha decidido Izquierda Unida poner esos límites? Creemos que la respuesta a esta pregunta la podemos encontrar acudiendo a la controvertida teoría de las dos orillas (mal llamada «teoría», pues no es más que un sencillo --y, a nuestro juicio, correcto-- diagnóstico de la situación): a un lado los que entienden que 'fuera de la economía de mercado no hay salvación', y al otro los que pretenden poner la economía al servicio de las necesidades humanas, o, lo que es lo mismo, darle la vuelta a la absurda situación actual, en la cual es el hombre el que, por ejemplo, tiene que consumir o ahorrar, trabajar en exceso o no trabajar en absoluto, según lo exija «el mercado». Creemos que precisamente ahí está el punto fundamental que nos tiene que distinguir del resto de formaciones políticas: la aceptación o no de la economía capitalista.

La posición de quien afirma luchar por el socialismo y, sin embargo, acepta la economía capitalista, no buscando otro fin que el de aplicarle determinados elementos correctores que hagan sus vicios menos evidentes y la vuelvan más tolerable, es muy común, pero, desde luego, poco coherente. Cierto es que el mundo con el que nos toca bregar a diario es un mundo capitalista y que la perspectiva del socialismo cada día parece más lejana, pero plantearse cuáles son las condiciones de una sociedad justa y cómo ésta debería organizarse no es una especulación ociosa. El modelo utópico no es algo que nos aleje de la realidad, sino que, por el contrario, es esa perspectiva la que nos permite apreciar la verdadera dimensión de las cosas. Cuando ese horizonte utópico no existe o es tan estrecho que no alcanza más allá de lo que pueda ofrecer la economía de mercado, es cuando empiezan a producirse las claudicaciones, y la izquierda comienza a asumir los valores --disvalores, más bien-- de la sociedad que antes trataba de superar.

Es lo que al PDNI le sucede, por ejemplo, cuando habla de «competitividad», a la que con frecuencia se confunde con el muy respetable, y deseable, afán de superación personal. La competitividad es otra cosa; la competitividad implica la existencia de vencedores y vencidos, y ser vencido en «competiciones» económicas significa irremediablemente paro y miseria, aquí o en el Tercer Mundo (si bien allí ni siquiera han podido enterarse de que, les guste o no, se hallan involucrados en una competición). En el PDNI parecen no darse cuenta de que si todos competimos, la prosperidad --o, peor aún, la supervivencia-- no es posible para todos; a los perdedores no les cabrá hacer otra cosa que esperar la caridad de los vencedores en forma de «ayuda humanitaria».

Pero volvamos al planteamiento de las dos orillas que tanto disgusto provoca al PDNI. Cuando se empezó a hablar de él, los ahora promotores de la Nueva Izquierda se apresuraron a rechazarlo tachándolo de dogmático y sectario (unos adjetivos muy socorridos en casos como éste). Más adelante, incluso creyeron encontrar la forma de rebatirlo: los pobres resultados electorales «demostraban» su falsedad. La falacia de la supuesta refutación es evidente: para mostrar la falsedad de un planteamiento que se presenta como análisis de la realidad no se puede argumentar su incapacidad estratégica para ganar votos. No sabemos si en la ambigüedad de la interpretación --unas veces se entiende el argumento de las dos orillas como análisis de la realidad y otras como estrategia electoral-- hay mala fe o simplemente ignorancia. Lo cierto es que, como táctica para ganar votos (cosa que --así lo creemos y esperamos-- nunca ha sido) puede que no fuera correcta, pero eso no invalida en absoluto su corrección o incorrección en cuanto análisis, que es algo que no depende del número de votos. El mayor o menor aplauso que una teoría, juicio o diagnóstico reciba no es un criterio adecuado para determinar su corrección o incorrección; las consultas electorales no son experimentos científicos que confirmen o desechen hipótesis (salvo, como mucho, alguna de carácter sociológico). Las elecciones o los referendos no se convocan para conocer qué opción es la verdadera, sino para saber por cuál de las opciones se inclina la mayoría (el juicio '2+2=4' es verdadero o falso, pero '¿quieres A ó B?' no se resuelve en términos de verdad o falsedad, sino que es cuestión de preferencias y valores). Cuando esto se olvida, se corre el peligro de que la democracia degenere y se convierta en demago gia. Precisamente a esto contribuye también el PDNI cuando funda la crítica a IU en su «alejamiento de los deseos mayoritarios de la sociedad», crítica que pone de manifiesto una equivocada y peligrosa forma de entender el papel que los partidos políticos deben jugar en la democracia. Un partido no debe ir cambiando su discurso según soplen los vientos de la opinión pública (justamente eso es la demagogia: regalar los oídos del público diciéndole lo que quiere oír, confundir la política con la actividad mercantil, pensando que un partido político es como una empresa que debe diseñar sus productos según las conclusiones que se extraigan de sus prospecciones del mercado), sino presentar a la sociedad un proyecto propio, haciéndolo de la forma más clara posible, y confiar después en que éste sea refrendado por la mayoría. Ser demócrata no implica que uno haya de adherirse a las opiniones de la mayoría --esa sería una actitud hipócrita--, sino más bien que, gusten o no gusten, se acatarán las decisiones que hayan sido tomadas de esa manera.

Es natural que el planteamiento de las dos orillas provoque tanto nerviosismo en el PDNI: sus declaraciones y actuaciones les colocan en una orilla que no es la nuestra. Por eso, desde esta Agrupación queremos pediros que apliquéis todas las medidas legales disponibles a fin de que el PDNI deje ya de ocupar un espacio político que no le corresponde; un pluralismo mal entendido nos está llevando a perder nuestras señas de identidad. En unos casos, por ingenuidad, en otros, por mala fé, el caso es que ya nos han hecho bastante daño.

PCC. Agrupación de Santander


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