Siete Motivos para Oponerse al Diluvio de Fuego y Destrucción que la NATO Derrama sobre el Pueblo Yugoslavo

por Lorenzo Peña

1º.-- El 18 de mayo de 1899 --o sea, hace un siglo-- se reunía en La Haya una conferencia patrocinada por Rusia y los EE.UU para limitar los males de la guerra. La convención de La Haya del 29 de julio de ese año estipulaba el arreglo pacífico de los conflictos mediante el arbitraje, y establecía una normativa jurídica bélica para humanizar las guerras. Prohibíanse los bombardeos desde globos «o similares» --o sea desde aeronaves, fueran del tipo que fueren.

Ocho años después reunióse en la capital holandesa una segunda conferencia que ratificó tal prohibición (aunque cabe dudar de la sinceridad de las potencias signatarias). Está claro que los bombardeos desde el aire son contrarios al derecho internacional.

El imperialismo yanqui es, de lejos, el que más brutales bombardeos ha perpetrado a lo largo del presente siglo en las diferentes guerras expansionistas en las que ha tomado parte. Durante un tiempo (en la II guerra mundial) se quiso justificar eso porque entonces el enemigo era todavía peor (Hitler). Mas ni siquiera entonces tenía justificación volcar fuego y destrucción sobre poblaciones civiles. No sólo no tenía justificación moral, sino que era una grave violación del derecho internacional.

Así pues, sean cuales fueren las otras consideraciones relevantes para justificar o no tales o cuales acciones bélicas, lo que en cualquier caso ha de condenarse como una atrocidad bárbara e inhumana, contraria al derecho de gentes y a los principios de la civilización es el recurso a bombardeos desde el aire, vayan o no dirigidos contra las poblaciones civiles (aunque, por supuesto, la vulneración de los principios jurídico-internacionales y de las normas de humanización de la guerra es mucho mayor, y más injustificable, cuando se victimiza a poblaciones civiles, ya sea matando a civiles, ya sea destruyendo casas, fábricas de productos necesarios para la vida de la gente, carreteras, instalaciones de abastecimiento de agua, electricidad u otros recursos de primera necesidad).

2º.-- En 1912 estalló la primera guerra balcánica, en la cual los países recién emancipados del yugo turco (Serbia, Montenegro, Bulgaria y Grecia) conjugaron sus fuerzas para liberar a las partes de sus territorios nacionales aún bajo dominación otomana. La guerra se solucionó con el Tratado de Bucarest del 11 de agosto de 1913, hechura de la diplomacia de las grandes potencias imperialistas (y concretamente de la siempre interesada mediación de la monarquía británica).

En ese tratado se erigió (acaso un tanto artificialmente) un principado de Albania, del que esperaban adueñarse Austria e Italia; a Serbia se le reconoció la soberanía de Macedonia y de la comarca de Kosovo. Las fronteras ni correspondían a líneas de demarcación étnicas o nacionales ni en rigor era posible que correspondieran, ya que siglos de dominación otomana habían producido un rompecabezas, con salpicaduras, enclaves dentro de los enclaves dentro de los enclaves, y así sucesivamente; y, en muchos lugares, una composición étnica abigarrada. Así, quedaron en Albania comarcas étnicamente griegas; en Serbia, comarcas albanesas (Kosovo y Metohia); y así sucesivamente. (Dentro de tales comarcas había subcomarcas de población étnicamente similar a la mayoritaria en el respectivo estado.)

Las fronteras de los Balcanes han sufrido desde entonces muchos cambios mas ha sido una constante del derecho internacional contemporáneo que Kosovo es parte integrante de Serbia y que, por consiguiente, no está bajo la soberanía de nadie más que Serbia. El Tratado de Versalles de 1919 confirmó esa pertenencia de Kosovo al territorio soberano de Serbia (integrada a su vez, desde 1919, en el reino --luego República-- de Yugoslavia). Los acuerdos entre las potencias que regularon el orden internacional tras la II guerra mundial confirmaron igualmente esas fronteras.

No hay, así, en el derecho internacional nada en lo que basar una imposición a Serbia o a Yugoslavia de ningún ordenamiento político referente a Kosovo. Kosovo es una parte integrante de Serbia (por lo tanto, de Yugoslavia) y carece de justificación --desde el punto de vista del derecho internacional-- dictar a ese país qué haya de hacerse o dejarse de hacer en esa parte de su territorio.

Eso no significa, claro, que nadie pueda hacer nada si no le gusta cómo ordena las cosas en su casa el gobierno yugoslavo. Mas lo que se puede hacer es sólo manifestar pacíficamente su posición, o incluso abstenerse de comerciar con Yugoslavia, o de anudar con ella relaciones diplomáticas, u otras acciones similares que respeten el derecho internacional. Constituye una agresión cualquier acción armada contra un país para imponerle un determinado ordenamiento en una parte del territorio bajo su soberanía.

3º.-- Lo que precede demuestra que, aunque los móviles de las potencias de la NATO fueran desinteresados y altruistas, estarían perpetrando una guerra de agresión injustificable y condenable desde el punto de vista jurídico.

Muchos agresores en la historia que sumieron a los pueblos en el dolor y la destrucción de las guerras pudieron alegar buena voluntad. No tenemos ningún mirador que nos permita ver su conciencia, ni eso nos interesa salvo para las biografías. Tal vez los conquistadores como Guillermo de Normandía, Jaime I, Fernando III, Cortés, Pizarro, Francisco I, Napoleón y tantos otros pensaron y dijeron que la maldad de aquellos contra quienes enfilaban sus guerras agresivas hacían de éstas guerras justas. Hoy toda persona civilizada y de sentimientos humanitarios sabe de sobra que la guerra es tan atroz que sólo puede justificarse excepcionalísimamente cuando concurran circunstancias fuera de lo común (y que fueron detalladamente consideradas por los grandes tratadistas clásicos del derecho de gentes en el siglo de oro español, como el P. Francisco de Vitoria y Fray Bartolomé de Las Casas). Y, desde luego, una de las condiciones absolutamente necesarias es que quien inicie la guerra haya sido agraviado, haya recibido de aquel al que ataca una gravísima ofensa (que sea totalmente imposible de reparar por vías pacíficas).

Por consiguiente, no cabe legítimamente atacar a ningún estado por motivo de su régimen interior (incluida su administración en territorios de diversa composición étnica), salvo, al menos, que en ese estado no exista ni siquiera un mínimo de vida civilizada.

Mas cualquiera que sepa atar cabos sacará fácilmente la conclusión de que lo que quiere la NATO es desgajar de Yugoslavia a la comarca de Kosovo en una secuencia de pasos: primero, imponiendo una utogobierno que sólo nominalmente conserve la soberanía yugoslava; y, segundo, ocupando el territorio con tropas foráneas que amparen al separatismo albano-kosovar.

¿Por qué? ¿Qué les ha hecho Serbia? Sobre eso se pueden hacer disquisiciones. Desde luego Serbia no les gusta, mas tal explicación es insuficiente.

Sin duda la razón principal es que lo exige Alemania, que fue --con su aliada Austria-- la potencia cuyos intereses balcánicos salieron perdiendo con las victorias serbias de 1913 y de 1918. Alemania y Austria quieren vengarse. Han sufrido muchas humillaciones en este siglo. Han perdido extensos territorios de habla alemana; pero Alemania ha levantado la cabeza y es una gran potencia. Como muy a menudo sucede, uno se venga de los menos fuertes (aquellos que menos daño le han hecho a uno) porque no puede vengarse de los más fuertes. Alemania, potencia capitalista e imperialista, ha sacado la lección de las dos guerras mundiales, y no quiere volver a enfrentarse a las otras potencias imperialistas rivales (Francia, Inglaterra, los EE.UU, Japón), sino que todos ellos hoy están firmemente unidos, formando un bloque; unidos contra los pueblos, unidos contra el tercer mundo, unidos contra cualquier estado (como Yugoslavia) que no les sea obediente.

Sin duda hay más razones. Una de ellas puede estribar en las rivalidades entre la Iglesia ortodoxa mayoritaria en Serbia y la Iglesia católica romana --que propició la secesión de Eslovenia y Croacia y que tal vez no es del todo ajena a los acontecimientos de Kosovo.

Otra razón puede ser el hecho de que el régimen serbio conserva aún un poquitín de socialismo, aunque sea muy poco (si bien en este punto lo tal vez inquietante para los poderes capitalistas sea la influencia del laborismo populista del partido que encabeza la esposa del líder serbio, y un resto de influencia comunista que podría cobrar mayor ascendiente llegado el caso), al paso que las repúblicas ya desgajadas de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Macedonia están sólidamente en manos de círculos dirigentes de confianza, con un sistema capitalista sólido y estable.

Seguramente la razón más fuerte es que el régimen serbio los ha desafiado; y ahora se trata, no ya de doblegar a quienes digan `¡No!' al despótico dictado imperialista, sino de destruirlos, para que se extirpe cualquier veleidad de desobediencia por parte de cualesquiera dirigentes de países del tercer mundo.

La guerra contra Yugoslavia es, así, una guerra de terror contra los pueblos del planeta; una amenaza, una advertencia a los dirigentes eventualmente desobedientes del tercer mundo.

¿En qué fundamos estas acusaciones?

En primer lugar, nos fundamos en la historia. Hemos estudiado la historia de la política exterior de Inglaterra, Francia, los EE.UU, Alemania, Italia, etc. Y vemos, una y otra vez, lo mismo: agresiones expansionistas, ataques contra quienes osen desobedecerlos, decisión de imponer su dominación. Y eso cuando estaban en el poder las mismas clases dirigentes, los mismos círculos influyentes --muchas veces las mismas familias o, cuando no, los mismos partidos políticos que ahora están en posiciones de poder, o sus antecesores.

No cabe entender qué hagan ahora los partidos socialdemócratas y conservadores en Francia, Inglaterra, EE.UU, Alemania etc sin estudiar qué han venido haciendo durante decenios --los conservadores, durante siglos--: agresiones colonialistas, guerras de rapiña, brutalidades contra los pueblos que se les resisten. En particular la socialdemocracia se ha lucido, teniendo un abultadísimo curriculum de agresiones imperialistas (desde la participación en la primera guerra mundial hasta las acciones colonialistas de agresión; baste recordar a Suez, 1956).

Y también hemos estudiado la historia del Vaticano. Y luego pensamos que los líderes políticos de cualquier clase actúan y piensan con resortes similares a los de los demás (sólo que partiendo, en su caso, de aquellos intereses y aquellas posiciones básicas que han asumido como definiendo su papel y su status).

Es cierto que los círculos dirigentes quieren hacernos creer que han cambiado, que su política actual ya no es lo que era antes, que actúan por otros motivos, que ahora sólo se guían por consideraciones humanitarias. Sin embargo, desmienten esa conversión al humanitarismo no sólo los hechos de la política real, sino incluso los gestos. A la vez que hacen alarde de ese supuesto humanitarismo, glorifican sus pasadas acciones bélicas y festejan sus guerras de rapiña.

Así, Francia, Inglaterra, EE.UU e Italia celebran con bombo y platillo el final victorioso de la I guerra mundial (el 11 de noviembre de 1918); Francia sigue ufanándose de su pasado colonial --y sólo lamenta en él la esclavitud y la trata de negros, como si fuera un capítulo marginal y omitible; los EE.UU siguen celebrando su guerra de agresión contra España de 1898; Alemania mantiene una actitud equívoca preservando una buena imagen del maquiavélico Príncipe de Bismarck y adoptando una actitud tortuosa e insincera en relación con los actos del régimen hitleriano. (Es significativo también el avance electoral del Partido de la Libertad en Austria --un partido que reivindica abiertamente el pasado nazi.)

En segundo lugar, nos fundamos en un estudio del conjunto de su política actual, en ver cómo imponen por doquier las políticas neoliberales del Banco mundial y del Fondo Monetario Internacional que suponen hambrear y condenar al sufrimiento y a la miseria más espantosa a la mayoría de la población del planeta; todo por su voracidad, por su miope ansia de más ganancias, de mayor beneficio; un afán de lucro que puede salirles caro, porque la avaricia rompe el saco, y al final lo que consiguen es estrangular la demanda; o sea, se ven con una tremenda crisis de superproducción encima.

La agresión a Yugoslavia no puede entenderse aislada de todo eso; y sin duda una parte de la explicación de esta nueva agresión es que, en un mundo en el que imponen sus políticas despiadadas e inhumanas, quieren eliminar a cualquier gobierno díscolo; pero seguramente también una buena parte de la explicación es que sólo con constantes acciones bélicas se justifican los gastos militares, y que dentro de los círculos dominantes norteamericanos, ingleses, franceses, alemanes etc son influyentísimos los mercaderes de armas.

4º.-- La razón invocada por las potencias imperialistas para justificar su agresión es que en Yugoslavia se vulneran los derechos humanos, y particularmente no se concede a la comarca de Kosovo la autonomía que ellos quieren que se le conceda.

Sin duda dondequiera que haya una injusticia se está vulnerando un derecho humano, porque el ser humano tiene el derecho (derecho humano) a ser tratado con justicia. (No sólo los seres humanos, sino también nuestros parientes de otras especies tienen ese derecho; mas ¡dejémoslo en este contexto!) o sea, que, donde se perpetre una injusticia se está infringiendo un derecho humano. Y viceversa: sería absurdo pensar que no sea injusta la infracción de un derecho humano. De ahí que sea igual decir que en un país se conculcan los derechos humanos y decir que en ese país se cometen injusticias.

¿En qué países se cometen injusticias? (O sea: ¿en qué países se conculcan al menos algunos derechos humanos?) En todos los países. Pero en unos más y en otros menos.

¿Qué lugar le corresponde en esa escala a Yugoslavia? No lo sabemos, ni desde luego lo saben los gacetilleros a sueldo de los poderes fácticos que ensalzan los bombardeos y todas las crueldades del sistema capitalista. Hasta donde alcanza nuestra información, el lugar de Yugoslavia no es ni mucho menos uno de los que hagan destacarse a ese país, ni para bien ni para mal. Está lejísimos de señalarse por situaciones como las que caracterizan a Turquía, tales como la tortura sistemática, la prohibición de partidos salvo los domesticados por el régimen, el trato inhumano a los miles y miles de presos políticos, el procesamiento de los disidentes o de quienes, sin serlo, discrepen en un asunto tabú, como la cuestión curda, para no hablar ya de la pavorosa injusticia social de Turquía, el hecho de que trata a sus trabajadores como a bestias de carga. Nada así sucede en Yugoslavia, que sepamos. Ni los atronadores altavoces de la propaganda imperialista han logrado sacar a la luz nada similar.

Y lo de Turquía, siendo horrible, es tal vez poco en comparación con otros amigos y lacayos del Occidente capitalista, como Arabia Saudita y otras petromonarquías del Golfo Pérsico, los pro-yanquis talibanes de Afganistán, el Pakistán, Indonesia, el Togo, la Nigeria anterior a las recientes elecciones, etc, para no mencionar regímenes hoy desaparecidos (que fueron siempre amparados por la CIA y los poderes imperialistas), como las dictaduras de Guatemala, Chile, Argentina, Haití, el Congo de Mobutu, el Apartheid de Suráfrica, etc. No hay ni hubo ni una sola intervención de Francia, Inglaterra, EE.UU, Alemania etc contra ninguno de ellos, sino todo lo contrario: ayuda, financiación, elogios, respaldo militar llegado el caso, venta de armas, entrenamiento de tropas, cooperación de inteligencia (aunque fuera con algún que otro remilgo ocasional).

Lo que tendrían que hacer si quisieran genuinamente convencernos de que esa motivación es algo más que un mero pretexto es suministrar una estadística fiable (citando fuentes) que arroje como resultado que el país al que quieren atacar merece --en lo tocante a perpetración de injusticias (o sea, a violación de derechos humanos)-- una nota sensiblemente inferior a la de los demás países, y sobre todo sensiblemente inferior a la de sus amigos, aliados y lacayos. Y es ésa una tarea imposible, porque sencillamente es falso.

5º.-- El quinto motivo para oponernos a esta nueva agresión de la NATO es que es insostenible el argumento con el que quieren justificarla los líderes atlánticos y sus turiferarios de los medios de desinformación, a saber: que se trata de imponer al gobierno serbio (y al yugoslavo) una autonomía amplia para Kosovo.

Y es inaceptable tal argumento no sólo porque en realidad el punto del arreglo negociado que rechazó Yugoslavia (rechazo que esgrimió la NATO para desencadenar el bombardeo) es únicamente la ocupación de la comarca de Kosovo por tropas de la propia NATO, sino principalmente porque sería absurdo y sólo conduciría a inauditas catástrofes en cadena querer imponer como principio que haya de concederse sistemáticamente autonomía a cada comarca con características étnicas que la diferencien de otras partes del territorio del estado del que forme parte.

La mayoría de los estados del planeta son étnica o nacionalmente heterogéneos. Unos más, otros menos. El derecho internacional no reconoce ningún derecho a los grupos étnicos minoritarios en un estado --aunque sean mayoritarios en un parte del territorio de ese estado-- a separarse ni a tener un régimen de autogobierno. Si se quisiera aplicar ese principio de un supuesto derecho al autogobierno de las comarcas étnicamente peculiares dentro de un estado, fuera el que fuese y bajo cualesquiera condiciones, serían inviables en la práctica casi todos los estados de África (cuyos recursos se malgastarían en sostener un mosaico casi infinito de autonomías comarcales y subcomarcales); la India debería subdividirse en cientos de territorios dotados de autogobierno; en muchos de ellos habrían de constituirse subterritorios con autogobierno y así sucesivamente. La atomización y el troceo y subtroceo debilitarían igualmente a muchos países de Asia y a varios países de América Latina.

Los países menos afectados, por ser más homogéneos, son los que forman el mundo desarrollado y semi-desarrollado, o sea los de Norteamérica, «Europa» occidental y el Japón. Mas aun en ellos, y por las mismas, habría de establecerse el autogobierno de muchas comarcas que hoy carecen de él. Sin ir más lejos, ¿qué pasa con Córcega, que está separada geográficamente de Francia, que fue conquistada por la fuerza hace dos siglos por los Borbones franceses, que jamás formó parte de la Galia, y que es en buena medida de habla italiana?

Puede uno preconizar una u otra solución para esos diversos problemas. La fórmula del derecho a la autodeterminación no es una receta mágica, ni una verdad evidente ni desde luego puede solucionarlo todo; ni siquiera es siempre sensatamente aplicable en la práctica; el movimiento revolucionario en África y en otras partes del tercer mundo ha tenido que renunciar a ella.

Mas, sea de ello como fuere, el derecho de autodeterminación de los pueblos que reconoce el derecho internacional no significa en modo alguno un derecho a la separación ni al autogobierno de las partes étnicamente peculiares del territorio de cualquier estado.

Y, al margen de lo jurídico, en lo moral y político habrá que atribuir un valor u otro a aspiraciones de esa índole según las particularidades del caso, según parámetros como los siguientes: qué posibilidades haya de que las poblaciones alcancen una vida digna y holgada por unas vías u otras; qué base geográfica, histórica o lingüística tenga la unión estatal existente; cuáles caminos sean más conducentes a la armonía y concordia entre los pueblos.

Hay hoy muchos conflictos armados en el planeta surgidos de aspiraciones irredentistas o separatistas: en la Casamancia senegalesa, en partes de Namibia, de Angola (Cabinda), en las comarcas tamiles de Ceilán, en varias partes de la India, así como entre los curdos; para no hablar ya de los conflictos de esa índole en la Vasconia española, en Córcega, en el Tirol del sur (anexionado a Italia en 1919), en Bretaña, etc.

Según en qué momentos, unos de esos conflictos están a veces más candentes, otros menos. Mas son de iguales características, en lo fundamental (aunque con diferencias de grado).

Que las potencias imperialistas de la NATO no actúan por el respeto a un principio de autodeterminación o de autogobierno de las comarcas étnicamente diferenciadas (derecho que no existe y que nadie pretende que exista) lo deja bien claro el que ellas en sus respectivos territorios no reconocen ese derecho. De nuevo hay que mencionar cómo Francia ha rehusado ese derecho a la Alsacia germánica, a Córcega, a la Bretaña, a las comarcas flamencas en torno a Dunquerque, a las del País Vasco, etc, y que ha practicado una política asimilacionista a ultranza (no tolerando ni siquiera la enseñanza elemental en las respectivas lenguas maternas). Esas mismas potencias ayudan a que Turquía trate como lo hace a la minoría nacional curda, que es mayoritaria en una extensa parte del territorio del Este anatólico.

Menos todavía admiten los países de la NATO que, cuando haya surgido un conflicto separatista en sus territorios, se les imponga --en detrimento de su soberanía-- la presencia de tropas extranjeras dizque pacificadoras.

Como lo dijo acertadamente la gran pensadora comunista Rosa Luxemburgo, los intereses de la clase obrera y de las masas populares no estriban en determinar por dónde pasarán las fronteras, ni menos en dedicarse a modificar o rectificar las fronteras existentes; sino que, aun orientándonos a la eliminación lo más pronta posible de las fronteras, es más razonable que en general dejemos las fronteras como estén. (Rosa Luxemburgo pudo cometer el error --que le reprochó Lleñin-- de tomar ese principio demasiado a rajatabla y sin flexibilidad; mas había en su actitud un elemento de razón que hoy, con la experiencia de estos decenios, es preciso reconocer. Si la posición de Rosa Luxemburgo era unilateral y exagerada, tampoco era perfecta la defensa en general del principio de autodeterminación, un principio que a menudo resulta inviable y cuya implementación conduce a más problemas y dificultades de los que puede solventar).

A este respecto es de señalar la debilidad de la posición de países como España que se enfrentan a reclamaciones irredentistas internas en regiones con particularidades lingüísticas más o menos acusadas. Al secundar esta agresión antiyugoslava, un gobierno como el español está socavando los propios intereses nacionales que dice representar y defender; en este caso, está colaborando al mayor poder de de los enemigos seculares e históricos de su Patria, y está propiciando una situación en la cual, si un día España volviera a ser una República --y previsiblemente tuviera, así, un régimen político que no fuera del gusto de los mandamases de Washington, Londres y Berlín--, podrían las ciudades españolas ser bombardeadas impunemente por aviones de la NATO para imponer un desgajamiento de facto de las regiones septentrionales más ricas, en las cuales querrían hacer triunfar su irredentismo separatista los líderes de la alta burguesía regional (los sucesores de los actuales Pujoles y Arzálluzes).

6º.-- La sexta razón que nos lleva a condenar esta agresión es que lo que la ha desencadenado es el rechazo yugoslavo de la pretensión de la NATO de imponer la ocupación de Kosovo por tropas atlánticas. Ahora bien, justamente los bombardeos, con la enorme cantidad de muertes, atrocidades, sufrimientos, destrucciones, revelan cuál es la catadura de esos ejércitos atlánticos. De ejércitos que perpetran tales atrocidades ¿quién sensatamente no tendrá miedo?

Qué pacificarían las tropas de la NATO ya nos es dado conjeturarlo: si, sin ocupar el territorio, matan indiscriminadamente a la gente y destruyen sus modestos recursos, ¿cómo no imaginar que, si se les concediera la ocupación del territorio, cometerían mil atrocidades que se encargarían de ocultar, gozando como gozan de la total complicidad de los medios de comunicación?

Porque nótese que la NATO parte del principio de que el fin justifica los medios. ¿Qué mal han hecho --aun desde la óptica de la propaganda bélica atlantista-- las víctimas de los bombardeos? ¿Qué juez, qué jurado los han juzgado o condenado? ¿Qué posibilidades se les han dado de defender su causa? ¿Qué presunción de inocencia se ha respetado? ¿Qué mal han cometido las personas que dejan como viudos y huérfanos? ¿En qué difieren esos bombardeos de una oleada de explosiones terroristas, sólo que efectuada con casi total impunidad, con medios infinitamente superiores a los del terrorista privado y con los ingentes recursos de los estados más ricos del planeta?

7º.-- Ésta es la séptima y última razón: queremos ir más allá de las separaciones fronterizas, queremos que las fronteras no separen: ni a los albanófonos kosovares de los albaneses, ni a los hispanófonos peruanos de los españoles, ni a los francófonos senegaleses de Francia; sino que haya, para empezar, una libre circulación de personas (que se reconozca a cada ser humano adulto el derecho a residir en cualquier lugar del planeta Tierra en que le plazca); y, a renglón seguido, el comienzo de un proceso de integración planetaria, de fundación de una República Terráquea. Elíjase una asamblea constituyente planetaria y fórmese así un gobierno confederal planetario.

Mas lo que no cabe lícitamente es, mientras no se llegue a eso, conculcar el principio de la soberanía nacional. Mientras no se superen las fronteras (y, por nuestra parte, desearíamos que fuera lo antes posible), las fronteras son inviolables, y ningún estado ni grupo de estados tiene el derecho de imponer el ordenamiento que a él le guste o le convenga dentro del territorio de otro estado. Y Yugoslavia es un estado reconocido por el derecho internacional.

Lorenzo Peña

Hermandad Proletaria ESPAÑA ROJA

Madrid, 28-03-1999


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Lorenzo Peña eroj@eroj.org

Director de ESPAÑA ROJA

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