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Urbi et Orbi: Una página de ESPAÑA ROJA

RECORDANDO A LAS VÍCTIMAS DEL 27 DE SEPTIEMBRE DE 1975

por Lorenzo Peña

El 1º de abril de 1975 celebró el verdugo y déspota vitalicio, Generalísimo Francisco Franco, sus 36 años de poder absoluto en toda España (precedidos de casi 3 de poder absoluto en parte de España).

La clase que en realidad ejercía el poder, por medio del sanguinario tirano, era la oligarquía financiera y terrateniente. Mas ésta ya se cansaba de su instrumento, al que tan sólo quedaban meses de vida.

Había impaciencia por iniciar una nueva etapa, aventurada y llena de zozobras y peligros, mas necesaria para insertarse con éxito en el tinglado del capitalismo occidental bajo hegemonía yanqui.

En esa coyuntura, con una oligarquía que poco a poco se distanciaba o medio-se distanciaba del gobierno, caído en el descrédito, pero lo seguía apoyando bajo cuerda por miedo a la lucha popular, prodújose --como protesta por numerosos hechos de tortura y muerte a balazos de manifestantes-- una exacerbación de acciones violentas anti-régimen. Muy minoritarias, con escasísimas posibilidades de prosperar y de constituir el embrión de una auténtica lucha armada popular.

Mas un régimen de terror como el de Franco no sabía ni podía convencer, ni tenía ni tuvo nunca ese propósito. Supo y sabía vencer, por la fuerza bruta. El origen de tales acciones estaba en el descontento de amplias masas populares y la exasperación de sectores del antifranquismo radical. Otro régimen hubiera podido usar una panoplia de medios para en parte reprimir, en parte apaciguar, en parte quitar hierro al malestar social, en parte encarrilar la protesta por vías inocuas. Eso es lo que hace la democracia burguesa. Sin legitimidad alguna, Franco sólo podía aplastar.

¿Quién empezó la espiral? Como tantas cosas, ¡depende! Puede ponerse el arranque en la fecha del 1 de mayo de 1972, o en la del 18 de julio de 1936, o antes.

Lo que es seguro es que aquel régimen político reprimía violentamente manifestaciones de descontento puramente pacíficas y hasta inocuas, y que los militantes antifascistas extrajeron la conclusión de que del yugo de un régimen ilegal, que no buscaba legitimación consensual ninguna, sólo podría esperarse liberación por vía insurreccional.

Como botón de muestra he aquí extractos de unas sentencias del Tribunal Supremo: las Comisiones Obreras `neta emanación del credo comunista, no pueden por su ideario y por su organización y actuación [desarrollar] actividades de carácter no grave' (T-404/72; ver también T-413/73). Era delito cantar la Internacional (sentencia del Tribunal Supremo T-287/71), contribuir al descrédito del Estado (T-132/69), incitar a la huelga si el incitador albergaba alguna motivación política (T-377/72), colocar pegatinas contra la presencia de bases militares yanquis porque, si bien `el texto de las pegatinas [...] no supone una finalidad de subversión violenta, [...] [es delictivo] propagar la repulsa a la permanencia de súbditos de una potencia amiga, con la que España ha concertado convenios de mutua ayuda y cooperación...' (T-240/70; T-207/70; T-294/71, etc.)

El FRAP era la organización más antiyanqui de España (su propio nombre de `frente antifascista y patriota' hacía referencia a una lucha por la Independencia contra el imperialismo yanqui, aliado de Franco). Y la Potencia Amiga (el último país que ha estado en guerra con España, a la que agredió brutalmente en 1898, arrancándole por la fuerza la mitad de su territorio nacional), a la vez que tramaba el golpe militar de Argentina, prestó sin duda su entero apoyo a la represión franquista en esas convulsivas postrimerías del Centinela de Occidente.

El caudillo tenía la pasión de matar. `Su principal objetivo [dice Paul Preston, en la p. 797 de su biografía de Franco] parecía ser matar todo lo posible'. Matar a humanos o a no-humanos. Pero la verdadera responsabilidad de las ejecuciones del 27 de septiembre de 1975 es, más que del decrépito déspota o de sus ministros y subordinados, la de sus amos, los dirigentes del imperialismo norteamericano.

En septiembre de 1970 había visitado a Franco el delincuente Richard Nixon, a la sazón Presidente de los EE.UU. y maquinador del golpe de estado de Pinochet de 1973. Lo mismo hizo cinco meses después el general Vernon A. Walter, segundo jefe de la CIA (Central Intelligence Agency). Febrero de 1971, justamente. El FRAP, en gestación, llamaba entonces a las masas a la lucha antiyanqui; no resulta nada descabellado pensar que aquellas visitas (sobre todo la segunda) no fueron de protocolo, sino de trabajo, y que la CIA dictó, teleguió y auxilió las operaciones represivas de la policía franquista contra los luchadores del FRAP.

Es más: el 31 de marzo de 1975 visitaba al Caudillo el sucesor y continuador de Nixon en la Casa Blanca, Gerald Ford; tercera visita de un presidente yanqui al Madrid franquista. Menos de seis meses después la sanguinaria tiranía fascista de Franco perpetró su última matanza. ¿También coincidencia?

Así se precipitan los acontecimientos. Hay espíritu de sangre en las alturas. Enardecido por el apoyo yanqui, tal vez azuzado e incitado por la Potencia Amiga, que quiere ver a España libre de comunistas y sobre todo de patriotas anti-estadounidenses, Franco habla claro cuando, en una recepción el 15 de julio de 1975 en El Pardo a la Hermandad Nacional de Alféreces Provisionales, insta a su Presidente, el marqués de la Florida, a defender hasta la muerte la Victoria de la Cruzada.

Treintainueve días después, el 23 de agosto de 1975, anuncia el último gobierno franquista la promulgación del Decreto-Ley sobre terrorismo. En el anuncio D. León Herrera (Ministro de Información) lo llama `decreto contra el comunismo'. La mencionada disposición (al parecer redactada por D. Eleuterio González Zapatero, Fiscal del Tribunal Supremo) autorizaba la celebración de consejos de guerra sumarísimos contra civiles por acciones armadas contra el régimen. El 27 entró en vigor ese decreto-ley que automáticamente consideraba `terrorista' a cualquier organización comunista, anarquista o irredentista.

Dando eficacia retroactiva a tal disposición represiva, celebróse un simulacro de juicio militar, el Sumarísimo 1-75, en el acuartelamiento del Goloso, junto a la Universidad Autónoma de Madrid. Plagado de flagrantes irregularidades y de atropellos procesales, conculcando todos los derechos de la defensa, y aplicando sin tapujos el principio de presunción de culpabilidad, el pseudo-juicio concluyó dictando --a instancias del gobierno-- pena de muerte contra varios de los acusados. Celebráronse a la vez otros consejos de guerra.

El 26 de septiembre, viernes, se reunió el Consejo de Ministros bajo la presidencia del Caudillo Salvador de España. A la salida de la reunión (tres horas y media), el Portavoz D. León Herrera y Esteban, manifiesta: `El gobierno se ha dado por enterado de la pena capital impuesta a Ángel Otaegui Echevarría, José Humberto Baena Alonso, Ramón García Sanz, José Luis Bravo Solla y Juan Paredes Manot. Su Excelencia, el Jefe del Estado, de acuerdo con el gobierno se ha dignado ejercer la gracia del indulto a favor' de los otros condenados a pena de muerte por los tribunales militares. `No ha habido el menor disentimiento por parte de ninguno de los miembros del gobierno, y los acuerdos del mismo han sido tomados con absoluta y solidaria unanimidad'.

En la mañana del 27 de septiembre de 1975, se ejecutaron las sentencias. Los militantes del FRAP fueron fusilados en Hoyo de Manzanares.

No han tenido aquellas víctimas postreras del franquismo un poeta que cante su última noche, mas, en el recuerdo, les dedicamos aquí estas estrofas.

Reclinado sobre el suelo / con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día / que pronto amanecerá;
en silencio gime el reo / y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera / en su frente lucirá.

El rostro levanta el triste / y alza los ojos al cielo,
tal vez eleva en su duelo / la súplica de piedad.
¡Una lágrima! ¿es acaso / de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura / vino un recuerdo quizá.

Es un joven, y la vida / llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro / de la niñez no enjugó.
El recuerdo es de la infancia, / ¡y su madre que le llora,
para morir así ahora / con tanto amor le crió!

(Espronceda, El reo de muerte)

El caudillo no sobrevivió ni dos meses. ¿Maldición del Destino?

Haya sido o no Emplazado por un Sino implacable, el que a hierro mata a hierro no muere. Pero su memoria está ahí. ¿Qué título de gloria es, hoy, haber desempeñado altas responsabilidades en aquel sistema? ¿Qué pasará a la Historia de España de todo aquello, del régimen, de sus cómplices, de sus víctimas y de quienes lucharon?




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