#Recuperando la Memoria

Madrid, J. MORÁN

Eduardo García-Rico, periodista y escritor nacido en Trevías, Valdés, en 1931, relata en sus «Memorias» su inicios profesionales en Madrid y su retorno a Oviedo como periodista de radio e integrante de la tertulia «Naranco».

Eduardo García-Rico (Trevías, Valdés, 1931) estudia el Bachillerato en Madrid y Asturias y se afinca después en la capital como periodista y joven literato. Frecuenta las tertulias de poesía y escribe en la revista «Umbral». El tallaje de la «mili» le trae de nuevo a Asturias y es declarado «no apto» por excesiva delgadez. Realiza entonces sendos curso de radio y periodismo en la emisora Radio Oviedo y es contratado como redactor fijo gracias a un guión suyo sobre la poetisa Alfonsina Storni. Trabaja en Radio Oviedo ocho años, en tiempos en los que también forma parte de la tertulia «Naranco», promovida por Pérez Las Clotas.

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Viajes a París. «Mi vida literaria se desarrolló paralela a ni vida política, aunque en muchas ocasiones se entrecruzaron. Significó mucho la tertulia del Rialto, donde conocimos a José Ramón Herrero Merediz, que realizó allí un buen trabajo político. Por él hice mi primer viaje a París y formalicé, con todas las bendiciones, mi apuesta política. Hablé con Inguanzo y con Mario Huerta, con Claudín y con Federico, con Gallego y con Eduardo “René”, con Carrillo, y conocí a Ballesteros, el filósofo, a Azcárate, a Romero Marín “El tanque”? En fin, a todo el comité ejecutivo del PCE. En Oviedo convocamos reuniones, algunas en mi casa, un tanto caóticas. Mantuve encuentros con Mario Huerta en la plaza de la Catedral, sitio elegido por él, considerándolo con más protección que otros, precisamente por abierto y con gran visibilidad. También vi a Horacio en mi casa. Sus nombres de guerra eran Luis y Alfredo. Volví otra vez a París y en esa ocasión era Semprún el que me esperaba. Conocí a José Martínez, director y propietario de “Ruedo Ibérico”. Esta relación se haría muy estrecha después».

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Nace «Triunfo». Tuve una entrevista con el responsable de los intelectuales del PC. Habían venido para ayudarme a pasar la frontera, pero el plan se frustró. Decidieron buscarme trabajo y me pusieron en contacto con Rabanal Taylor, un crítico de cine que colaboraba en la revista “Ínsula” y que trabajaba con un cargo importante en Movierecord, empresa dedicada a la publicidad en los cines. A Movierecord pertenecía, en parte, una revista dedicada al cine, en tono sensacionalista y con la actualidad más frívola: “Triunfo”. La había creado en Valencia la familia Ezcurra, implicada en el régimen desde la guerra, menos uno de los hermanos, José Ángel, amigo de Bardem, de Berlanga, de Muñoz Suay… Había creado con todos ellos, y otros, “Objetivo” y “Nuestro Cine”, revistas con tendencia izquierdista dedicadas al cine; y “Primer Acto”, de teatro y del mismo tono ideológico. Pues bien, Movierecord accedió al cambio de contenido, pese a que el propietario, Jo Linten, era un exiliado belga partidario de León Degrelle; pero dejaba libertad a sus ejecutivos a cambio de competencia y lealtad. De la mano de Rabanal Taylor llegué a Ezcurra, que me integró inmediatamente en “Triunfo”. Él estaba acostumbrado a formar equipos competentes, por sus anteriores experiencias editoriales. Al nuevo “Triunfo” destinó a César Santos Fontela (cine), Jesús García de Dueñas (cine, grandes reportajes, entrevistas, artículos, dadas sus excepcionales cualidades), José Ramón Marra, Ricardo Doménech o José Luis Martínez Redondo (redactor-jefe). Ezcurra me dedicó a la tarea de reclutador y así fui mediador de la entrada de otros: en alguna medida, de Manolo Vázquez Montalbán; Luis Carandell, Chumy Chúmez? Fui a París y llegué a un acuerdo por el cual “Triunfo” disponía de los contenidos de “Le Nouvel Observateur” para publicarlos en castellano».

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Escisiones en el Partido Comunista. «Se celebró la asamblea de Arrás, en 1963, en la que el PC reunía al sector intelectual. La reunión de Arrás, en la que participé, tuvo un valor especial: contribuyó a desvelar en toda su crudeza las escisiones y desviaciones, muy numerosas, que se habían producido en los últimos años en todos los comunismos. Hay que citar entre los participantes directos a Horacio Fernández Inguanzo y a Manuel Sacristán, el mayor intelectual del marxismo español; o Antonio Rato (de la familia gijonesa) y Pepe Ortega, el pintor. Estallaron las tensiones a propósito de varios temas: el movimiento obrero, o la polémica entre arte moderno y el socialrealista, o por la discusión entre novela social y novela descomprometida. También salieron a relucir los problemas de los prochinos, ya que estaba allí su más alta representación: Lorenzo y Eulalia Peña. Tras los enfrentamientos, intervino Santiago Carrillo y las cosas siguieron igual. Los “maos” se volvieron más escisionistas que nunca y el “claudinismo”, del que a mí se me acusaba, sin duda con razón, consagraba con rigor su apuesta bien distinta a la línea oficial. Yo, afortunadamente, me mantuve siempre en la periferia, y en la transición me adscribiría a una especie de Fundación denominada “Europa”, que dirigía Enrique Curiel y que facilitó el salvamento a los marginados ante la descomposición de un partido que había sido el más fuerte en la clandestinidad. La corriente de Curiel se integró después en el PSOE. Ayudé todo lo que pude a José Mario Armero, del que era amigo íntimo, en sus esfuerzos por hacer dialogar a la derecha y a la izquierda, en los últimos tiempos del franquismo y primeros de la democracia.».


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