por Lorenzo Peña
El gobierno constitucional de la República Española autorizó oficialmente la formación del cuerpo militar de las Brigadas Internacionales el 22 de octubre de 1936. En realidad los primeros voluntarios antifascistas habían llegado a la España republicana poco después de la sublevación del 18 de julio de 1936 y el comienzo de la resistencia popular.
Un decreto aparecido en la Gaceta de Madrid del 27 de septiembre de 1937, firmado por el Ministro de la Guerra Indalecio Prieto, establecía el Estatuto Legal de las Brigadas Internacionales.
Las Brigadas Internacionales llegaron a agrupar unos 35.000 hombres (pero no más de 15.000 al mismo tiempo) de diversas nacionalidades e ideologías, aunque en su gran mayoría venían movidos por ideologías antifascistas. El enrolamiento por otros motivos también se dio, pero marginalmente. De los voluntarios extranjeros más de la cuarta parte fueron franceses, pero hubo más de 3.000 italianos y más de 5.000 austro-alemanes.
Las Brigadas Internacionales participaron decisivamente en varias de las principales batallas de la guerra civil: las de la Ciudad Universitaria madrileña del otoño de 1936, Boadilla del Monte, Teruel, el Jarama, Guadalajara, Majadahonda, Brunete, Belchite, y la larguísima batalla del Ebro.
El Comité de Londres para la No-Intervención en la guerra española, tras largas negociaciones, llegó el 5 de julio de 1938 a un acuerdo de principio para la retirada de las fuerzas extranjeras. Evidentemente, de haberse aplicado de veras, sería el bando de Franco el que hubiera sido seriamente afectado y habría perdido más. Los voluntarios internacionalistas constituían una parte pequeñísima (aunque cualitativamente de enorme relieve y valor militar) en el ejército gubernamental republicano, en tanto que el bando sublevado tenía como un componente importantísimo en todos los órdenes los aportes foráneos (legión Cóndor enviada por Hitler; cientos de miles de mercenarios marroquíes; cientos de miles de soldados enviados por Mussolini --simultáneamente unos 50.000--; unos 10.000 soldados enviados por Salazar). Pero era obvio que los sublevados no cumplirían.
En septiembre de 1938 Hitler amenaza a Checoslovaquia para que le ceda la región de los Sudetes, de mayoría étnica germánica. Francia e Inglaterra acceden, rompiendo los tratados vigentes y sin consultar a Checoslovaquia ni a la URSS: en el contubernio de Munich, los primeros ministros Chamberlain y Daladier, junto con Mussolini y Hitler, rehacen el mapa y lo impone como dictado al gobierno checoslovaco.
El contubernio de Munich tiene una clara significación; es una alianza de Francia, Inglaterra, Italia y Alemania contra Rusia y, desde luego, también contra España. Ante esa hostilidad, y en un postrer esfuerzo para lograr la neutralidad anglo-francesa desligándose de toda vinculación internacional que no fuera de las potencias occidentales, el gobierno de la República Española opta por poner fin a la presencia de las Brigadas Internacionales.
El 28 de octubre de 1938 Barcelona da el adiós del pueblo español a las Brigadas Internacionales, las cuales --según lo dice la Pasionaria en su discurso de despedida-- salen de nuestro suelo por «razones de estado» --alusión nada amable, sino más bien irónica (y hasta cargada de una connotación fuerte que tal vez no le fuera desconocida, a saber: el significado de razones maquiavélicas, de la alta política opaca y a menudo inconfesable).
No les fue fácil regresar a sus países, o a otros. El reaccionario gobierno francés les prohibió a muchos el cruce de la frontera (a los refugiados antifascistas alemanes, italianos, polacos, húngaros, austríacos, a menos que justificaran un domicilio en Francia).
Tres meses después las fuerzas sublevadas asaltan Barcelona. La guerra se prolongaría hasta el 31 de marzo de 1939.
(Entre los muchos libros sobre las Brigadas Internacionales vale la pena leer: Jacques Delperrie de Bayac, Las Brigadas Internacionales, trad. Martín Lendírez, Madrid: Júcar, 1978 --bastante imparcial y objetivo.)
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