Así pues, el fusilamiento de las víctimas del 3 de mayo debió producirse a unos 200 metros del palacio de Liria, en un lugar que hoy se puede situar aproximadamente por debajo de la calle Princesa, a mitad de camino entre Ventura Rodríguez y Luisa Fernanda. (p. 267)
[...]
A diferencia de otras víctimas, sus solemnes funerales se celebraron varios días después de la ejecución, porque el cura de la parroquia real de San Antonio de la Florida fue el único que tuvo el valor, o la posibilidad, tal vez debido al aislamiento de la capilla, de celebrar las honras fúnebres de los muertos en la montaña del Príncipe Pío, que en otros lugares fueron cruelmente prohibidas por Murat, sin duda para evitar más disturbios. El registro de los entierros durante el año 1808 en el santuario decorado por Goya recoge los hechos en estos términos:
Entre las víctimas identificadas había un cura, don Francisco Gallego Dávila, capellán del monasterio real de la Encarnación, que había luchado al lado de los insurgentes en la calle Flor Baja ... ¿Acaso era pariente de Nicasio Gallego, otro cura y estimado poeta, el único que en agosto de 1808 publicó una Elegía al 2 de mayo?
(p. 268)
[...]
El auténtico, el único pintor de la historia de los tiempos modernos es Goya. A diferencia de David y sus discípulos, Gros y Girodet, actúa como un buen reportero y no adula a los guerreros vencedores en detrimento de sus víctimas. Hace poco hemos tenido una prueba más del prurito de exactitud del maestro aragonés, a propósito de Los Fusilamientos del 3 de mayo. Los especialistas de la biblioteca del Musée de l'Armée de París nos han explicado que el pelotón de ejecución francés llevaba el uniforme de campaña de la guardia imperial, y recientemente se ha descubierto que eran marinos de la guardia imperial, representados con precisión por Goya.
(pp. 270-71)
[...]
Pero ninguno de los contemporáneos alude a la presencia de una obra de Goya en 1814 durante la conmemoración del Dos de mayo de 1808. Los dos cuadros de Goya (Madrid, Museo del Prado) debieron chocar incluso a los propios admiradores del maestro, sobre todo Los fusilamientos, dramático, arrebatador, desprovisto de énfasis teatral, que quizá por primera vez en la historia del arte mostraba con una verdad desgarradora el espanto de las víctimas y la fría crueldad de sus verdugos. En contraste sobrecogedor, el espléndido cielo nocturno de Madrid del mes de mayo, la dulce luz amarilla de la linterna y las alusiones inequívocas al martirio cristiano, el hombre con los brazos extendidos y estigmas en las manos, como un Cristo crucificado, y el fraile arrodillado de la izquierda, con su tonsura bien visible, toda la escena encerrada en una composición de una fuerza y un rigor admirables. Goya representaba en este cuadro la guerra, la verdadera, la que él había vivido, con imágenes inexpiables, y no la que las facciones políticas querían que se reflejara prudentemente en los cuadros, con campos de batalla limpios y protagonistas decentes.
(p. 322).
Jeannine Baticle, Francisco de Goya. Trad. Juan Vivanco. Madrid: ABC, S.L., 1992.