Aula de poesía Miguel Hernández
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Director de ESPAÑA ROJA, AMARILLA Y MORADA
Romances anónimos



ROMANCE DE LA JURA EN SANTA GADEA



En Santa Gadea de Burgos
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.

Las juras eran tan recias
que al buen rey ponen espanto.
--Villanos te maten, rey,
villanos, que no hidalgos;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazo.

Traigan capas aguaderas,
no capuces ni tabardos;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
cabalguen en sendas burras,
que no en mulas ni en caballos.

Las riendas traigan de cuerda,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no en camino ni en poblado;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados.

¡Sáquente el corazón vivo,
por el derecho costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado!
Si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.

Las juras eran tan fuertes
que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero
de los suyos más privado:

--Haced la jura, buen rey,
no tengáis de eso cuidado,
que nunca fué rey traidor,
ni Papa descomulgado.

Jura entonces el buen rey,
que en tal nunca se ha hallado.
Después habla contra el Cid
malamente y enojado:

--Mucho me aprietas, Rodrigo,
Cid, muy mal me has conjurado,
mas si hoy me tomas la jura,
después besarás mi mano.

--Aquesto será. buen rey,
como fuer galardonado,
porque allá en cualquier tierra
dan sueldo a los hijosdalgo.

--¡Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me entres más en ellas
desde este día en un año!

--Que me place --dijo el Cid--,
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.

Ya se partía el buen Cid
sin al rey besar la mano;
ya se parte de sus tierras,
de Vivar y sus palacios:
las puertas deja cerradas,
los alamudes echados.

Las cadenas deja llenas
de podencos y de galgos;
sólo lleva sus halcones,
los pollos y los mudados.
Con él iban los trescientos
caballeros hijosdalgo.

Los unos iban a mula
y los otros a caballo;
todos llevan lanza en puño,
con el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas
con bordas de colorado.

Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.


ROMANCE DE LA CONQUISTA DE ALHAMA,
CON LA CUAL SE COMENZÓ LA ULTIMA GUERRA DE GRANADA


Paseábase el rey moro
por la ciudad de Granada,
desde la puerta de Elvira
hasta la de Vivarrambla.
Cartas le fueron venidas
cómo Alhama era ganada.

¡Ay de mi Alhama!

Las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara;
echó mano a sus cabellos
y las sus barbas mesaba.

Apeóse de la mula
y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba
subido había a la Alhambra.

Mandó tocar sus trompetas,
sus añafiles de plata,
porque lo oyesen los moros
que andaban por el arada.

¡Ay de mi Alhama!

Cuatro a cuatro, cinco a cinco,
juntado se ha gran compaña.
Allí habló un viejo alfaquí,
la barba bellida y cana:

--¿Para qué nos llamas, rey,
a qué fué nuestra llamada?
--Para que sepáis, amigos,
la gran pérdida de Alhama.

¡Ay de mi Alhama!

--Bien se te emplea, buen rey,
buen rey, bien se te empleara;
mataste los bencerraes,
que eran la flor de Grana;

cogiste los tornadizos
de Córdoba la nombrada.
Por eso mereces, rey,
una pena muy doblada:
que te pierdas tú y el reino
y que se acabe Granada.

¡Ay de mi Alhama!