EL MANIFIESTO POPULISTA

por Lorenzo Peña


© Copyright 2000 Lorenzo Peña


Una de las características del pensamiento reaccionario es el desprecio a las masas populares.

La idea misma de masa se expresa, evidentemente, mediante una metáfora, que evoca un bloque fluido, moldeable, cuyos elementos o ingredientes --reemplazables-- se funden o se adhieren unos a otros. En verdad, sin embargo, la masa popular está compuesta por individuos perfectamente determinados; no es compacta, ni amorfa. Eso sí, está constituida por un gran número de individuos cada uno de los cuales es sustituible --y de hecho sustituido con el pasar del tiempo.

En España, el pensamiento reaccionario, aristocrático y oligárquico, ha tenido como su principal abanderado a José Ortega y Gasset, el hombre que proclamó --como pocos se han atrevido a hacerlo-- el desprecio hacia los de abajo, el repudio de las masas, de la chusma que lo llena e invade todo, que inunda las esferas de la vida, los espacios públicos, las playas, antes reservadas para gente bien; todo está abarrotado por esa plebe multitudinaria, por esa pasta humana. Que tales fueran las quejas de un señorito en 1927 nos puede hacer sonreír hoy.

Para Ortega la masa ha de someterse a la rectora minoría aristocrática, la de gente de clase alta que es --salvo excepciones individuales-- la única de valor. La tragedia de España, su invertebración, estribaría en que en la Edad Media nos habría faltado un feudalismo duro y, así, no se habría desarrollado una minoría aristocrática fuerte y obedecida. El pueblo español es díscolo. La única solución sería la unidad europea, la formación de la nación EUROPA, fundiéndose en la cual dejaría España de ser tan España, tan de masas, tan popular; porque más al Norte (en sus admiradas Inglaterra y Alemania) la masa --aunque siempre sea molesta y zafia-- se supedita a las aristocracias.

Según Ortega, esas multitudes insolentes padecerían el vicio que más las caracterizaría como masas, a saber: su afición a las comodidades, al gozo, al buen vivir, ya que son masas mimadas, que piden más y más del Estado. (Eso está escrito en 1927-1930.) La minoría rectora, en cambio, concebiría la vida como sacrificio, austeridad, autoexigencia; sabría que no hay leyes de la evolución social sino que, existiendo el libre albedrío, todo pende siempre de un hilo: el hilo de la genialidad y clarividencia de la propia élite, la cual habrá de tomar medidas para no ser desbordada por las muchedumbres prolíficas.

Esa línea aristocrática orteguiana --que tiene muchos precedentes y vínculos intelectuales-- ha influido decisivamente en hombres políticos de diversas tendencias. Mas donde ha sido hegemónica es en la Falange --a pesar de que personalmente Ortega hizo algún remilgo a Franco (habiendo sido declinada su oferta, hecha en 1945, de escribirle los discursos al Caudillo).

Nada tiene de extraño que, cuando una generación de jefes de escuadra de las Falanges Juveniles de Franco, al tocar a su fin el régimen caudillal, optaron por proseguir el rumbo prooligárquico y anticomunista con otra presentación (escogiendo no pocos de ellos al PSOE, y de paso colonizándolo), aportaran ese aristocratismo, esa ideología orteguiana, ese desprecio a las masas populares. (¡Si Don Luis Jiménez de Asúa levantara la cabeza!)

Ese esnobismo neo-orteguiano ha tenido como una de sus consecuencias que se menosprecie ser partidario del pueblo. Está bien visto: ser partidario de las féminas, o feminista; ser partidario de lo moderno, o modernista; ser partidario del progreso, o progresista; ser partidario de la paz, o pacifista. Está mal visto ser partidario del pueblo, o populista.

El antipopulismo dominante se ha traducido en una serie de posiciones:

  1. La constitución vigente de la monarquía borbónica --avalada y asumida incluso por quienes se dicen `de izquierda'-- ha hecho prácticamente imposible la directa participación popular en las tareas legislativas: se han puesto cortapisas enormes al plebiscito y se ha impedido que las iniciativas legislativas populares puedan conducir a plebiscitos;
  2. Se ha impuesto un parlamento bicameral, en el cual un senado que encarna lo más retrógrado, retardatario y particularista de la sociedad española, que es un antro de afirmación de los cacicazgos regionalistas, pone coto a cualquier veleidad de avance social que pudiera llegar a prosperar un día en el congreso;
  3. En las elecciones al propio congreso, en lugar de la circunscripción única --que es lo que correspondería a la sociedad española actual-- se ha impuesto una representación provincial en la que se da una presencia desproporcionadamente más elevada a las provincias de menor población, o sea menos populosas;
  4. Se ha implantado también el sistema alemán del Canciller (el presidente del gobierno), contrario a toda la tradición parlamentaria española y que --dada la naturaleza de las aristocracias españolas-- ha arrojado los resultados que están a la vista de todos;
  5. Se ha institucionalizado una cultura política en la cual es de mal tono --aun para izquierda unida y para el partido comunista-- formular demandas demasiado populares, tal vez juzgadas como demasiado vulgares, p.ej. un salario mínimo interprofesional como el que piden los sindicatos en Francia (200.000 Pts, el triple del que hay hoy en España);
  6. Se ha generalizado la tendencia a mirar con desdén a las masas populares, llegando los líderes de las formaciones políticas llamadas `de izquierda' a reprochar a esa masa el vivir demasiado bien, y derrochar en viviendas, coches, viajes, con lo cual habrían perdido los valores de la izquierda (supongo que se refieren a los valores de austeridad y solidaridad);
  7. Bajo la impronta del elitismo --y en lugar de propiciarse el asociacionismo de masas--, se ha guardado un silencio sepulcral frente al mantenimiento de la legislación franquista sobre las asociaciones (la vigente Ley de Asociaciones es la de 1964, que prohíbe las de carácter político y las que tengan una orientación contraria a los principios del Movimiento Nacional --exceptúanse los partidos políticos, para los que está vigente una normativa propia);
  8. Se ha ido generalizando también una tendencia a separarse de las organizaciones espontáneas de la gente de a pie --muchas de ellas sin reconocimiento legal a causa de esa vigente ley de asociaciones--: colectivos de «okupas», colectivos animalistas, movimientos sociales, coordinadoras juveniles antifascistas, grupos peatonales, de insumisos, etc; no se han promovido asociaciones de parados y de otros sectores marginados de la sociedad;

Frente a todas esas tendencias, ESPAÑA ROJA enarbola la bandera del populismo. Somos partidarios del pueblo; queremos un poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Somos miembros de ese mismo pueblo español, al que amamos y por el cual luchamos. Somos sucesores ideológicos de José Díaz Ramos y la Pasionaria.

Lo nuestro es la España popular, plebeya, de las muchedumbres, de la gente sencilla, de la masa, de los que no nos creemos élite, de los millones de anónimos que aspiramos a trabajar, vivir y dejar vivir.

A diferencia del señoritismo de Ortega, juzgamos que hay en esa masa enormes virtudes y valores, como puso de relieve Antonio Machado en su Juan de Mairena y otros admirables escritos de la guerra de España. (Así, escribiendo en Valencia en agosto de 1937, decía: `Entre españoles lo esencial humano se encuentra con la mayor pureza y el más acusado relieve en el alma popular'.)

Repudiamos la idea peregrina de que la masa esté aburguesada o viva demasiado bien; idea que casualmente ronda por la cabeza de personas que disfrutan de un nivel de vida diez o más veces superior al de los trabajadores que ganan el salario mínimo.

Lejos de nosotros la pretensión de que haya uno, dos o tres temas que sean piedras de toque de la fidelidad al pueblo, de la defensa auténtica de las masas populares. Por su propia índole, las reivindicaciones y los intereses de éstas son múltiples, variados, multiformes, heterogéneos, y hasta contradictorios --como contradictoria es la vida misma, como contradictoria es la realidad, como contradictoria es la verdad, porque la diferencia entre verdad y falsedad es asunto de grado.

Dejamos atrás, felizmente, el estilo de otros tiempos, cuando se solía considerar crucial establecer una línea de demarcación para determinar el ámbito de posibles aliados, recurriendo, como criterio, en cada momento, a un elenco reducidísimo de temas, que se reputaban `piedras de toque'. Hoy muchos estamos desengañados de tales métodos, porque es sumamente relativo el distingo entre lo esencial y lo accidental, y porque, en el mejor de los casos, es asunto de grado. Sea como fuere, la esencialidad habría de justificarse con argumentos, y no postularse dogmáticamente como avizorada por el buen ojo de un autoproclamado diagnosticador. (De nuevo el elitismo juega una mala pasada, esta vez al atribuir una función oracular a alguna persona presuntamente perspicaz.)

En vez de eso, ofrecemos en masa, en tropel, en mogollón, una multitud de aspiraciones populares. ESPAÑA ROJA las irá defendiendo; en parte --y en la débil medida de sus modestas posibilidades-- ya lo ha ido haciendo; mas evidentemente es muchísimo más lo que queda por hacer. ¡Ojalá haya a quien apoyar y ensalzar, grupos que asuman la defensa de dos, tres, cuatro o más de esas aspiraciones del pueblo!

Naturalmente se trata de un amplio cúmulo de aspiraciones; ni son ésas todas las aspiraciones populares, ni son todas de la misma importancia o urgencia. Mas una cosa sí es clara: una organización, una tendencia, un órgano de expresión o comunicación, será popular en la medida en que tienda a asumir y apoyar un número de tales reivindicaciones.

Si las organizaciones políticas establecidas y oficializadas se apartan de las masas populares y hasta las desprecian (achacándoles, como hemos dicho, esa supuesta holgura en que según ellos vive el pueblo), eso tiene mucho, muchísimo que ver con el hecho de que no asuman casi ninguna de las reivindicaciones arriba expuestas; y que, las pocas veces en que asumen alguna de ellas, sea aguándola hasta hacerla difícilmente reconocible.

De ahí que se perfile como una seña de identidad de ESPAÑA ROJA la defensa global de todas esas reivindicaciones.

Somos gradualistas. Añorando una revolución, no creemos hoy en ella; mas no vamos a sumarnos a los que embaucan a la gente con el señuelo de una toma parlamentaria del poder, cosa imposible dado el control que las clases acaudaladas ejercen sobre las elecciones. Lo que preconizamos es ir arrancando a la burguesía dominante las reivindicaciones populares, en una lucha sin descanso; una evolución, pues, ya que hoy no hay condiciones para la revolución.

El futuro dirá en qué medida ello será posible; en principio no conocemos ningún tope de un X% de las ganancias capitalistas tal que hasta ese tope sea posible forzar a la burguesía a reducir sus beneficios para satisfacer demandas populares, mas, en llegando a X --o sobrepasándolo, así fuera en un 0,0000000001%--, ya eso resultaría absolutamente imposible. No afirmo que no exista ese tope; mas no conozco prueba alguna de su existencia; una prueba que requeriría decir cuál es el tope, claro.

El gradualismo no nos lleva, sin embargo, a silenciar algunas de tales reivindicaciones, o ponerles sordina. Eso sí, en cada momento, insistiremos más en unas que en otras, pero seguimos reclamando todas ellas y lo más deprisa que se pueda.

¡Viva el pueblo español!

Madrid, 2000-03-31. (Revisado 2000-04-02)





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