ALGUNAS FACETAS DEL PENSAMIENTO REVOLUCIONARIO DE ERNESTO CHE GUEVARA [5]

por Lorenzo Peña


Índice
  1. Consideraciones introductorias
  2. El Che y la lucha armada
  3. El rechazo de la economía de mercado
  4. El marxismo del Che Guevara

§1.-- Consideraciones introductorias

Suele verse, con razón, al Che Guevara ante todo como un revolucionario práctico, como una persona que no dedicó su vida a teorizar sobre la revolución social, sobre sus causas, sobre los modos de llevarla a cabo, sino a la tarea, muchísimo más ardua y meritoria, de contribuir con su lucha, con su acción, a que avanzara y triunfara esa revolución, y principalmente la de los pueblos de América Latina y del tercer mundo en general (no puede olvidarse su participación en la lucha antiimperialista del pueblo del Congo ex-belga, llamado `Zaire' por la dictadura fascista de Mobutu).

Sin embargo, en los pocos ratos que le dejó para la meditación su incesante enfrascamiento en esa praxis revolucionaria, el Che desarrolló interesantes ideas acerca de esa misma praxis y de la manera de edificar, tras el triunfo de la revolución, una sociedad genuinamente comunista, alejada de los males que aquejan a toda economía de mercado. La presente Nota tiene por misión reseñar escuetamente algunas facetas de esas ideas del Che Guevara.


§2.-- El Che y la lucha armada

Que los pueblos del tercer mundo, oprimidos por oligarquías locales parasitarias y despiadadas, que actúan como agentes domésticos de las grandes potencias de Europa y Norteamérica, han de acudir a la lucha armada, cuando sea menester --o sea, cuando esas oligarquías en el poder bloqueen por la represión toda posibilidad de avance pacífico, no ya a una sociedad más justa, sino incluso a la consecución de pequeñas mejoras dentro de la propia sociedad capitalista--, ésa no es ninguna tesis original del Che, sino que ha sido propuesta por muchas personas que han reflexionado sobre las condiciones de vida y las relaciones sociales en esos países, tanto dentro como fuera de la tradición marxista. En efecto, muchos no marxistas han visto así las cosas y hasta han participado en la lucha armada contra los poderes capitalistas. Cabe recordar al P. Camilo Torres, de Colombia, a los muchos militantes y dirigentes sandinistas que no han pertenecido al movimiento marxista, para no hablar de los muchos combatientes antiimperialistas de diferentes países de África y de Asia que, desde muy diversas visiones del mundo, desde ideologías de lo más dispares, han tenido eso en común: la convicción de que, en las condiciones de sus respectivos pueblos, era una obligación moral para ellos participar en la lucha armada contra el desorden establecido.

Si el ser marxista no es, pues, condición necesaria para abrazar la causa de la lucha armada --bajo circunstancias bien determinadas, desde luego--, tampoco es condición suficiente. El [quizá mal]llamado "marxismo ortodoxo" oficial, desde 1956, o bien abandonó toda idea de la lucha armada, o bien de hecho vino a renunciar a ella en la práctica. Y hoy la mayoría de los [pocos] que todavía se proclaman marxistas abominan de cualquier idea de ese género, como suelen abominar de todo lo que huela a revolución, pensando que el capitalismo es un mal menor.

Cuál mal sea mayor y cuál menor es algo que no cabe zanjar mediante ningún algoritmo. Posiblemente las [des]ventajas del sistema capitalista y las del comunista sean inconmensurables entre sí. Aunque no lo sean, no existe ni puede existir procedimiento de decisión mecánico para averiguar cuáles sean mayores. Como tantas otras cosas en la vida, la opción probablemente se efectúa entre alternativas imperfectas, cada una con su pro y su contra, y sin que ni siquiera quepa determinar cuál sea, cuenta habida de todo, mejor o menos mala.

Ahora bien, si, así en general, no cabe determinarlo, sí que cabe para alguien inserto en un contexto social particular otorgar prioridad a ciertos valores sobre otros y, a partir de esa prioridad, actuar en consecuencia. No sólo cabe sino que resulta a menudo obligatorio.

Ernesto Guevara de la Serna fue una de esas personas que, desde su inserción en su particular contexto social, sintieron esa llamada a optar resueltamente contra el capitalismo. No porque el Che tuviera ilusiones de que fueran o pudieran ser perfectas las alternativas posibles, viables, reales, al sistema capitalista --pronto vamos a ver cuán consciente era de lo contrario--, sino porque, mirada la dicotomía entre capitalismo y comunismo desde la situación de los trabajadores y la gente pobre de Argentina bajo el peronismo, del Paraguay, de Perú, de Chile, de Colombia, de Venezuela, países que por los que viajó siendo muy joven, a pie o en bicicleta[6], se perfilaba que, fueran cuales fuesen los males de un sistema colectivista, la situación insufrible de los parias latinoamericanos forzaba moralmente a una opción por el derrocamiento del sistema imperante. Y que no podía llevarse a cabo pacíficamente lo patentizaba tanto la violenta represión por las oligarquías locales --siempre auspiciadas, cuando no azuzadas a ello por Washington-- cuanto, más en particular, la experiencia que al Che le tocó vivir en Guatemala en 1954. El Che llegó al país centroamericano para dedicarse a la medicina benévola, siendo presidente Arbenz, quien practicaba una política de reformas prudentes. La CIA y la United Fruit Co. no lo consintieron, sino que armaron y empujaron a los militares a derribar al gobierno constitucional. Desde entonces Guatemala vive bajo el terror de los grupos castrenses de turno, o de sus apoderados civiles. De algún modo, era para el Che, tras cuanto había conocido en América del Sur, la gota que colmaba el vaso, y que corroboraba la tesis de que las oligarquías locales y sus superiores estadounidenses no sólo nunca cederían pacíficamente el poder, sino que ni siquiera consentirían en disminuir el cúmulo de privilegios que disfrutaban, mientras la situación de miseria de la mayoría de la población seguía igual o se agravaba. Y eso que no le tocó vivir una coyuntura como la que sufre América Latina hoy, con un deterioro espantoso del nivel de vida de la mayor parte de la población.

Convencido, pues, de la necesidad de la lucha armada, el Che se convirtió en uno de los teóricos de la misma. La influencia de sus escritos sobre tal cuestión en los movimientos revolucionarios no puede compararse a la que han tenido las obras de Mao Tsetung o de Vo Nguyen Giap. Explícase ello si se tiene en cuenta que las la luchas armadas que se han desarrollado --y sobre todo, que han triunfado-- han tenido lugar mucho más en países de Asia y de África que en América Latina.[7]

Hay tres tesis principales propuestas por el Che el comienzo de su escrito «La guerra de guerrillas»[8]. Helas aquí:

1º Las fuerzas populares pueden ganar una guerra contra el ejército.

2º No siempre hay que esperar a que se den todas las condiciones para la revolución; el foco insurreccional puede crearlas.

3º En la América subdesarrollada el terreno de la lucha armada debe ser fundamentalmente el campo.

La más original --y también la más criticada-- de esas tres tesis es la segunda. En sostener las otras dos, el Che no se distancia de los puntos de vista de Mao o de Giap, aunque pueda apartarse de ellos en cómo articula después los lineamientos de una estrategia y de una táctica, cosas que caen fuera del ámbito de la presente Nota.

¿No constituye un voluntarismo desmedido el afirmar la tesis 2ª? Así se ha dicho. Se le ha reprochado al Che que, obnubilado por ese subjetivismo, se haya lanzado él y haya empujado a otros a aventuras sin perspectivas de éxito, desde la congoleña hasta la boliviana. Se ha alegado que, lejos de ser verdadera esa tesis 2ª, lejos de estar confirmada --según lo asevera el Che-- por la experiencia de Cuba, lo cierto es que sólo se puede emprender una la lucha armada cuando existen, ya dadas, todas las condiciones, las cuales, precisamente, ya habrían estado dadas en Cuba en 1956 cuando Fidel Castro inicia su acción armada con el desembarco del Granma.

Sea o no certera la tesis del Che, es injusto someterla a debate sin tratar primero de determinar exactamente qué quiere decir, sin examinarla en el contexto en que la sitúa su autor. Leamos lo que nos dice dos párrafos después al respecto (ibid., pp. 31-2):

Naturalmente, cuando se habla de las condiciones para la revolución no se puede pensar que todas ellas se vayan a crear por el impulso dado a las mismas por el foco guerrillero. Hay que considerar siempre que existe un mínimo de necesidades que hagan factible el establecimiento y consolidación del primer foco. Es decir, es necesario demostrar claramente ante el pueblo la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones sociales dentro del plano de la contienda cívica. Precisamente la paz es rota por las fuerzas opresoras que se mantienen en el poder contra el derecho establecido.
...
Donde un gobierno haya subido al poder por alguna forma de consulta popular, fraudulenta o no, y se mantenga al menos una apariencia de legalidad constitucional, el brote guerrillero es imposible de producir por no haberse agotado las posibilidades de la lucha cívica.

Los párrafos citados resumen el talante de la mente del Che: su revolucionarismo es siempre realista y mucho más prudente de lo que se suele creer. Las ideas del Che no proporcionan ningún aval a aventurismos que quieran prescindir del estudio de la realidad particular en sus diversas facetas. Especialmente vemos su crítica a toda idea de la lucha armada allá donde la burguesía dominante mantenga formas, aunque sean falaces y aun fraudulentas, de legalidad electoral. Sólo cuando las clases dominantes reaccionarias rompen violentamente sus propias instituciones ante el temor a triunfos electorales de personas o grupos que no les sean incondicionalmente adictos, sólo entonces es viable una la lucha armada. Y si sólo entonces es viable, sólo entonces es lícita.

Pero, por otra parte, hacen falta más condiciones. El Che no las enumera. Su escrito no pretende ofrecer una lista de tales condiciones, sino que, a ese respecto, meramente trata de argumentar a favor de su tesis y de precisar el alcance y significado de la misma. Está claro que hay ciertas condiciones mínimas sin las que no es posible ni, por lo tanto, lícito el emprender una la lucha armada. También está claro que hay condiciones necesarias para el triunfo de esa lucha armada. Una idea común es la que identifica las unas con las otras. Y es esa idea la que impugna el Che. Hay, según él, circunstancias propicias para el inicio de una la lucha armada aunque no sean todavía propicias para su triunfo; el paso a una situación que sí lo sea puede ser causado, en parte al menos, por la propia la lucha armada. En lugar de ver a ésta meramente como efecto de las condiciones socio-políticas, cabe verla como en parte co-causante de algunas de ellas.

Formulada así, esa tesis segunda casi parece une perogrullada. Que una acción o una empresa humana no sólo resulte posible a partir de determinadas condiciones objetivamente existentes sino que pueda contribuir con su propia existencia a la ulterior modificación de las condiciones y pueda así contribuir a que se den condiciones para el éxito de la empresa en cuestión, eso es algo que no necesitaba ser enunciado por ningún genio. Sucede empero a menudo que las verdades de Pero Grullo caen en el olvido, y toca a la persona de talento recordarlas.

La tesis del Che es probablemente verdadera. Lo que pasa es que de antemano no existe ningún procedimiento para averiguar fehacientemente si están dadas todas las condiciones para el inicio de una acción o de una empresa humana (e.d. todas las que se requieren para que esa acción pueda al menos arrancar, en vez de fracasar desde su comienzo). Menos aún hay procedimiento alguno que permita determinar sin lugar a dudas si la empresa por iniciarse podrá desarrollarse ulteriormente hasta alcanzar el éxito, o no. En todas las acciones humanas hay un enorme margen de incertidumbre. A falta de algoritmos, tócales a los emprendedores respectivos el actuar con tino y prudencia. Estamos aquí, como en tantas otras cosas, en ese conflicto entre las dos virtudes opuestas de la valentía y la prudencia que subraya Platón en su diálogo El Político[9]. Nadie puede de antemano garantizar el éxito. Pero hay circunstancias en que una empresa está tan obviamente justificada a los ojos de una gran parte de la opinión, y en que su inevitabilidad se impone de tal manera, que es lícito iniciarla, tras haber sopesado cuidadosamente la situación, aun sin poder tener certeza de sus perspectivas de triunfo.

En realidad, si miramos retrospectivamente la historia, nos percatamos de en qué alta medida era incierto el éxito de muchísimas empresas que sí lo obtuvieron, y en qué alta medida también parecía seguro --aunque, según se vio luego, no lo era-- que triunfaran otras que, a la postre, periclitaron. Es un asunto controvertido el de si la historia camina o no según unas leyes de avance necesarias. Pero de que sí suceda así no se sigue --aunque muchos hayan caído en la confusión-- que cada empresa que, supuestamente, vaya en el sentido del avance históricamente necesario haya de tener, ella misma, un éxito garantizado de antemano. Como no se sigue tampoco que esa acción de las leyes de avance histórico necesario hayan de operar independientemente de la acción humana a través de la cual se realicen. Eso sería caer en lo que Leibniz llamara el sofisma de la razón perezosa: es desconocer que la necesidad de que se lleve a cabo tal acción (o, en este caso, ni siquiera eso sino: una u otra acción de tal índole) --y de que, como resultado de ella, se produzca tal hecho-- no acarrea que el hecho se vaya a producir independientemente de la acción o sin ella.

El Che escribió acerca de la lucha armada en condiciones distintas de las de la América Latina de hoy, muchísimo más urbanizada, en la cual el campesinado es minoritario. Nada asegura que el cúmulo de orientaciones propuestas por el Che en ese y otros escritos puedan ser correctamente aplicadas en el futuro. El Che era ante todo un revolucionario crítico, estudioso de la realidad, racional, argumentativo. Sería hacer un flaco favor a la causa por la que él dio su vida el querer aplicar todo lo que él dijo sin atender a los errores que pueda haber en ello ya en la misma situación en la que él escribió, y luego al cambio de circunstancias. Tomar como modelos a los grandes hombres del pasado no significa copiar lo que hicieron ni aplicar forzosamente lo que dijeron que se había de hacer.

Sin embargo, en la actual situación de nuestro planeta (estando postrados los pueblos del tercer mundo en general y de América Latina en particular en una espantosa situación de miseria creciente, que llega incluso a menudo a ser de hambre, no llevando traza ninguna la economía de mercado de brindar ni aun suavizaciones de esa situación, sino todo lo contrario, cuando además hasta los tímidos intentos de evolución legal y pacífica hacia una disminución de las injusticias --como el emprendido por el P. Jean Bertrand Aristide en Haití-- se ven frustrados por intervenciones armadas estadounidenses o por golpes militares) hay indicios razonables de que no andaba errado Ernesto Guevara cuando afirmó la necesidad de la lucha armada revolucionaria para sacar a los países de América Latina del marasmo y la desesperación a que los ha llevado el capitalismo.


§3.-- El rechazo de la economía de mercado

La leyenda del Che recalca su lado de guerrillero heroico. Sin embargo sus aportes teóricos en ese terreno no parecen sensacionales comparados con los de los ya mencionados líderes comunistas asiáticos (aunque es probable que las ideas del Che al respecto fueran más apropiadas para las condiciones de América Latina en una fase determinada). Donde, en cambio, se yergue el Che como un gran pensador es en su visión particular de cómo construir el socialismo. Lo que dijo al respecto es una orientación para la construcción de una sociedad no capitalista muy diferente --y seguramente más valiosa-- de los enfoques alternativos cuyo fracaso hemos podido constatar durante estos últimos años. En la medida en que tales ideas del Che inspiran todavía hoy --y probablemente hoy más aún, en el movimiento llamado de rectificación-- a la dirección cubana, cabe ver en el cubano a un socialismo más puro y menos propenso a la contaminación capitalista que ha acabado corrompiendo y haciéndose desmoronar a los otros estados del comunismo real.

Igual que sus planteamientos sobre la lucha armada, las ideas del Che sobre cómo construir la nueva sociedad han sido objeto de polémica, y a menudo vienen tildadas de subjetivismo. He aquí lo que dice al respecto Raúl Marín en su libro ¿La hora de Cuba?[10]:

Los planteamientos económicos del Che Guevara son un asunto polémico en Cuba. El sociólogo Gerardo Timossí habla de «los errores de anticipación», que indujeron a finales de los años sesenta a la eliminación voluntarista de los mecanismos de cobro y pago entre las empresas e introdujeron gratuidades indebidas.
...
El Che fue el gran impulsor del trabajo voluntario y los estímulos morales, pero también ponía especial énfasis en la centralización, en el control de los costos y en la utilización óptima de los recursos tecnológicos, tan escasos en aquellos días. Pretendía aplicar los sistemas de centralización organizativa de las grandes corporaciones transnacionales a la economía cubana. Según afirma Carlos Tablada en su libro, «propugnaba una política encaminada a que los organismos (estatales) se concentraran en la planificación y el desarrollo tecnológico, y a que la optimización del aparato productivo y estatal se diera por la vía del desarrollo tecnológico».

Lejos de constituir, como frecuentemente se piensa, un utopismo voluntarista divorciado de la realidad, las ideas del Che sobre cómo construir la sociedad no capitalista integran un sensato realismo con la firmeza en rechazar, en toda la medida posible, el recurso a procedimientos de economía de mercado que socavan y a la postre destrozan al socialismo. En vez de que la puesta en práctica de ideas como las del Che haya de conducir forzosamente a una mala administración, puede, bien aplicadas, llevar a una organización eficiente y ordenada. Eso no quiere decir, desde luego, que haya de ser lucrativa, o "rentable" en el sentido de mercantilmente competitiva. Si un país sólo produjera lo que puede producir competitivamente en el mercado internacional sin mediar protección ni intervención estatal alguna, la mayoría de los países del mundo no producirían nada. (Eso se aplica no sólo a países como Costa de Marfil, sino incluso a países adelantados como Australia.)

En una abundante serie de escritos de los años 1963-67, el Che analizó críticamente las ideas predominantes entre los economistas soviéticos de ese período y, frente a ellas, propuso las suyas propias. La diferencia estriba en que los soviéticos daban mucha más cabida dentro del marco del socialismo a mecanismos de economía de mercado y, en particular, a la ley del valor. No entra en los límites de la presente Nota debatir acerca de la ley del valor en la sociedad capitalista, si es verdad o no que existe un algo en la economía de mercado que sea "el valor" de una mercancía y que sea expresión de la cantidad media de trabajo útil socialmente necesaria para producir dicha mercancía. Quizá sí, quizá no. La injusticia que conlleva el sistema capitalista no depende de que efectivamente se dé o deje de darse tal ley, ni de cómo se relacione luego esa entidad abstracta que sería el valor con los precios reales. De hecho, comoquiera que haya que explicar lo que sucede en el mercado, éste entraña une tremenda injusticia, ya que impide a la mayoría de la población del área geo-global del sistema capitalista poder vivir siquiera medio bien de su trabajo.[11] Sea como fuere, la ley del valor encaja idealmente en el modelo del capitalismo, expresando lo que tendría en teoría de racionalidad: a través de su acción cada uno se especializaría en producir aquello que pueda producir con menos gasto de esfuerzo (trabajo), y al final todos, mediante el intercambio, saldrían ganando. La obra teorética de Marx estriba en mostrar la paradoja que acarrea la acción de esa ley, pues esa racionalidad en teoría se convierte en la práctica en la irracionalidad de las crisis, la superproducción y la depauperación. Ahora bien, no hemos menester de esos argumentos para combatir al capitalismo. Eso no quiere decir que sean falsos, ni baladíes. Sencillamente, aunque sean o fueran falsos, hay o habría razones de peso para condenar moralmente al capitalismo.

Pero lo que aquí nos interesa no es la ley del valor en el capitalismo sino en el socialismo. Más exactamente: lo que nos interesa es cómo, a través de la consagración de esa ley, se han introducido en el socialismo los procedimientos de la oferta y la demanda. Acostumbrados los economistas de tradición marxiana a ver en esa ley un paradigma de racionalidad (aunque, en el capitalismo, frustrada), la han tomado frecuentemente como modelo también para el socialismo. En la medida en que ello ha sido así, y no se ha quedado el asunto en la pura teoría, se han implantado, aun dentro del socialismo, relaciones de economía de mercado: las empresas estatales han gozado de autonomía financiera y se han comportado, cada una respecto de las demás, como vendedoras y compradoras.

El Che lo subraya en uno de sus escritos al respecto (del año 1963: [OO.EE.], t. II, págª 210):

El primer país que construyó el socialismo, la Unión Soviética, y los que le siguieron tomaron la decisión de hacer una planificación que se midiera por grandes resultados económicos, a través de su reflejo financiero, dejando las relaciones entre las empresas en un juego más o menos libre. De esta manera se desarrolló lo que se llama el cálculo económico, términos que son una traducción mala de los vocablos rusos, pudiendo expresarse en castellano por autofinanciamiento de las empresas o autogestión financiera, más correctamente.

La autogestión financiera se basa, pues, en grandes líneas, en establecer controles globales, reflejarlos a través de las finanzas, hacer de los bancos órganos de control primario de la actividad de la empresa y desarrollar adecuadamente el estímulo material de manera que, sometido a las reglas necesarias, sirva para provocar la tendencia independiente al aprovechamiento máximo de las capacidades productivas, lo que se traduce en beneficios mayores para el obrero individual o para el colectivo de la fábrica. En este sistema los créditos otorgados a las empresas socialistas se cobran con interés, como medio de acelerar la rotación de los productos.

En nuestra práctica económica, iniciamos en el primer momento un proceso de centralización de todas las actividades financieras de las empresas... Con el correr del tiempo, pensamos que existía la posibilidad de desarrollo de nuevas técnicas de control más centralizadas, no más burocráticas que las usuales y, en determinadas condiciones, más eficientes para las empresas industriales. Este sistema se basa fundamentalmente en la idea de aprovechar los avances existentes en la contabilidad general de las empresas capitalistas, en un país pequeño, de buenas comunicaciones, no solamente terrestres o aéreas, sino telefónicas e inalámbricas, lo que da base para un control continuado y al día.

En nuestro sistema el banco suministrará a las empresas las cantidades de dinero asignadas por el presupuesto; estando ausente el interés, puesto que no existen relaciones de crédito en estas operaciones.

La cita es larga, pero ha valido la pena, porque resume las ideas centrales de nuestro autor al respecto. La economía planificada ha de ahorrar materias primas, mejorar la gestión, evitar los desperdicios, disminuir los costos, ha de aumentar la productividad del trabajo (a tal aumento lo llama incluso el Che: `base fundamental de la construcción del socialismo y premisa indispensable para el comunismo': ibid., págª215). Pero no tiene que conseguir eso mediante mecanismos mercantiles de oferta y demanda. Las empresas estatales han de ser, no verdaderas empresas en el sentido mercantil de entidades financieramente autónomas que entran en relaciones de compraventa entre sí y con los consumidores, sino que ([OO.EE.], t. II, págª 261): `una empresa es un conglomerado de fábricas o unidades que tienen una base tecnológica parecida' sin personalidad jurídico-mercantil propia. La empresa socialista, según la concibe el Che, carece de fondos propios.

Eso no significa, desde luego, que no vaya a haber un registro o libro de cuentas en el que se consignen las entradas y las salidas, las transferencias de bienes y servicios. Tampoco excluye que esa consignación vaya acompañada de una expresión monetaria, a efectos, ¡digamos!, inventariales. Ni excluye que, al ejecutarse el plan, se haga teniendo en cuenta la necesidad de obtener un balance equilibrado entre las entradas y las salidas. Pero esas operaciones no constituyen verdaderas transacciones mercantiles, igual que, dentro de una misma empresa --p.ej. capitalista--, la transferencia de un bien, como puede ser una computadora, de un negociado a otro no constituye compraventa, aunque haya que regular esas transferencias para evitar desorden o mala gestión.

Leyendo con cuidado y atención esos escritos económicos del Che se persuade uno de dos cosas. En primer lugar, el Che tiene empeño en evitar el bizantinismo: puede que, hasta cierto punto, sea una querella de palabras y, para no empantanarse en una controversia meramente verbal, conviene precisar lo más posible el alcance y el impacto práctico de la discrepancia; volveré sobre esto en seguida. En segundo lugar, el Che no es dogmático, sino que reconoce (págª 264): `Cargada de subjetivismo, la afirmación [de que el desarrollo de la conciencia hace más por el desarrollo de la producción que el estímulo material] requiere la sanción de la experiencia y en eso estamos; si, en el curso de ella, se demostrara que es un freno peligroso para el desarrollo de las fuerzas productivas, habrá que tomar la determinación de cortar por lo sano y volver a los caminos transitados; hasta ahora no ha ocurrido así, y el método, con el perfeccionamiento que va dando la práctica, adquiere cada vez más consistencia y demuestra su coherencia interna'. Viendo hoy lo que ha pasado en la ex-URSS y demás países ex-socialistas de Europa, cabe conjeturar que lo que ha mostrado la experiencia es, antes bien, que los mecanismos del llamado cálculo económico resultan a la postre incompatibles con el socialismo y, de mantenerse, acaban haciendo que se desmorone el sistema o se transforme en capitalismo.

Vuelvo al primer punto, el relativo a la necesidad de precisar lo más posible el contenido de la controversia, su significado real y práctico. En otro de esos escritos económicos, criticando al Manual de economía política de la Academia de ciencias de la URSS, dice Ernesto Guevara (ibid., págª 272):

Entendemos que durante cierto tiempo se mantengan las categorías del capitalismo y que este término no puede determinarse de antemano, pero las características del período de transición son las de una sociedad que liquida sus viejas ataduras para ingresar rápidamente a la nueva etapa. La tendencia debe ser, en nuestro concepto, a liquidar lo más vigorosamente posible las categorías antiguas entre las que se incluye el mercado, el dinero y, por tanto, la palanca del interés material, o, por mejor decir, las condiciones que provocan la existencia de las mismas. ...

Para resumir nuestras divergencias: consideramos la ley del valor como parcialmente existente, debido a los restos de la sociedad mercantil subsistentes, que se refleja también en el tipo de cambio que se efectúa entre el estado suministrador y el consumidor. ... La ley del valor y el plan son dos términos ligados por una contradicción y su solución; podemos, pues, decir que la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría definitoria, ...

A renglón seguido, va desglosando el Che en qué consiste el procedimiento de la financiación presupuestaria, en qué puntos concretos difiere del de la autogestión o el cálculo económico. Ciertos bienes pueden venderse a los consumidores a precios bajos, otros a precios altos, sin que tengan que ser ni los unos ni los otros idénticos a las respectivas expresiones monetarias de los costos de producción (ni, menos todavía, a los costos de producción medios según vengan determinados en el mercado internacional), sencillamente porque hay productos necesarios para la calidad de la vida de la gente, otros menos necesarios, otros dañinos incluso. Por otra parte, el criterio básico de retribución no puede venir determinado por cuán bien o mal le vaya en sus relaciones de compraventa con otras empresas a la empresa a la que pertenezca el trabajador, de suerte que unos obreros pudieran enriquecerse a expensas de otros menos afortunados o que produzcan bienes menos vendibles.

Quienquiera que lea esas decenas de páginas dedicadas por el Che a los problemas económicos del socialismo y el comunismo se percatará de que para nuestro autor ésas son cuestiones de grado, no absolutas, sabe bien que no se implanta el socialismo puro, sino que persisten, en un proceso de transformación continua --y en alto grado al principio-- muchos restos capitalistas, mercantiles. Sabe que la disparidad entre el socialismo según lo aplican los adeptos del cálculo económico y según el sistema de financiamiento presupuestario no es tan radical o abismal que se trate de dos sistemas heterogéneos, sin nada en común. Sabe que también en el sistema de autogestión financiera la compraventa tiene algo de ficticio o de nominal, en la medida al menos en que siga siendo el estado el poseedor de los medios de producción. Tampoco rechaza de plano cualquier criterio retributivo que atienda a consideraciones como la marcha de la unidad productiva. Es cuestión de grado. Se trata de: o bien tender --como en el sistema autogestionario-- a que las relaciones de compraventa sean más existentes, más efectivamente tales, menos puramente nominales o ficticias, al paso que, con el incremento del estímulo material proporcional a los beneficios, los trabajadores y dirigentes pasen cada vez más a ver la unidad productiva como bien propio y a ser, en mayor medida, propietarios de hecho de la misma, en detrimento acaso de otros trabajadores; o bien, al revés, de ir reduciendo esas relaciones mercantiles o de compraventa, de ir haciendo cada vez más que sea verdad que las unidades productivas no son privadamente poseídas, sino poseídas en común, en suma de ir eliminando lo que todavía, inevitablemente, tiene la economía planificada de capitalismo, poco a poco --mas, a ser posible, tan rápidamente como se pueda. No todo o nada, ni mucho menos. Mas tampoco confundir lo que ha de aguantarse hasta cierto punto transitoriamente con lo que hay que impulsar y desarrollar, ni, alegando lo ineludible de los restos capitalistas, pensar que da igual cuán grandes sean, como si no contaran las diferencias de grado.

Para cerrar ya este apartado, conviene añadir tres puntualizaciones adicionales. La primera es que la economía soviética que, con razón, critica el Che en esos escritos es la del período de Jruschov. Aunque es verdad que, desde sus orígenes, había habido en la economía planificada rusa algo de autonomía financiera y que nunca se habían planteado esos temas con la claridad y el rigor con que aparecen en estos escritos del Che, así y todo hasta las reformas económicas de Jruschov el grado de ficcionalidad o pura nominalidad de las transacciones mercantiles entre las empresas soviéticas era muchísimo mayor que su grado de realidad (lo que el Che llama su `existencia parcial'). Sólo empezó a ser más verdadero que falso que esas entregas constituían genuinas transacciones comerciales en la medida en que se llevó a cabo la descentralización iniciada bajo Jruschov en los últimos años 50 y primeros años 60, impulsada por economistas como Liberman (uno de aquellos con los que polemiza Ernesto Guevara en los escritos que estoy considerando aquí). Otra puntualización necesaria es que el Che demuestra en esos escritos que el grado de mercantilidad real no tiene por qué ser proporcional al de eficiencia o buena administración: si un obrero y un dirigente empresarial pueden trabajar bien para sacar más tajada, pueden también actuar bien para que vayan mejor las cosas al conjunto de la sociedad; nada garantiza que, a mayor efecto de la incentivación material, más esforzada o inteligentemente se comportarán los obreros y sus dirigentes; la prueba de lo contrario está no sólo en lo mal que van las cosas bajo el capitalismo, tomado éste globalmente, sino también en que, bajo el híbrido del socialismo mercantilista, como la gente no está tan forzada a adecuarse a la ley de la oferta y la demanda que peligre su supervivencia, el mero acicate económico puede resultar, y frecuentemente resulta, ineficaz; al paso que hay miles de experiencias que muestran que la gente puede actuar razonablemente bien sin sacar personalmente más tajada. Si la mayor ganancia particular fuera requisito para mayor eficiencia, no podría haber dentro de una misma empresa mayor eficiencia de un sector, de un taller, de un plantel, con respecto a otro, salvo en la medida en que viniera reflejado en mayor remuneración, lo cual dista de suceder siempre. Y dentro de una familia no se logra en general una mejor relación --una mejor prestación mutua de servicios-- subiendo la remuneración a cambio de mejor comportamiento, pues el ser humano es complejo y se dan en su conducta resortes múltiples. Una última puntualización estriba en que, en su discusión con Charles Bettelheim (uno de los escritos más lúcidos y claros: ibid., pp. 319ss), el Che somete a crítica demoledora la idea de que la descentralización es corolario inevitable de un menor desarrollo de las fuerzas productivas; en ese y otros lugares argumenta que, con las comunicaciones modernas, eso no es así (si es que tuviera por qué ser así sin ellas); y reduce al absurdo el argumento opuesto mostrando que entonces habría que descentralizar más y más, tal vez al infinito, lo cual desde luego no redundaría en mayor eficacia (los capitalistas eficaces centralizan: desde un despacho en Tokio se controlan las actividades productivas de miles y miles de trabajadores esparcidos por diversos continentes).

De que las ideas económicas del Che siguen vivas y que inspiran al actual proceso de rectificación en Cuba es un indicio lo dicho por el Presidente Fidel Castro en su discurso en Matanzas el 26-07-1991 (Granma, lunes 29-07-1991, págª 4):

Tenemos nuestros pensamientos sobre todas estas cuestiones y teníamos nuestras ideas desde hace mucho tiempo, y entre los que tenían ideas muy claras, muy claras, clarísimas, más claras que las aguas de Varadero, estaba el Che, como profeta que hubiese vislumbrado los frutos que tendrían algunas de las prácticas de la construcción del socialismo, independientemente de factores históricos y del hecho de que tal sociedad se iniciara en los países más pobres de Europa, ..., frente a un imperio que, al final de la segunda guerra mundial, acumuló todo el oro del mundo y que no perdió ni un solo tornillo de su industria, ni un solo átomo de su economía en los años de guerra.


§4.-- El marxismo del Che Guevara

Algunos ven al Che Guevara como "el marxista [estricto] de la revolución cubana". Mientras que Fidel Castro sería ante todo un revolucionario práctico, para el cual la teoría de Marx y la de Lenin serían instrumentos de conceptualización utilizados durante un período, pero subordinados a la praxis revolucionaria misma, el Che sería en primer lugar un adepto de la teoría y sólo a partir de ella llegaría a la praxis.

De esa visión caricatural resultan varios malentendidos corrientes. Hugh Thomas, en el libro ya citado más arriba, si bien trata de matizar y no cae en esa burda dicotomía así sin más, sí que atribuye al Che un "odio obsesivo a la democracia burguesa" (p. 645), "dogmatismos económicos" (pp. 694-5), como la "presuposición simplista" de que los altos sueldos que cobran los obreros europeos se consiguen a expensas de millones de trabajadores explotados del tercer mundo. Califica a sus ideas de dogmáticas, pasadas de moda. Ese dizque dogmatismo es seguramente una verdad como un templo. Y, en lo tocante a las modas, no es que no haya nada escrito sino que cualquier cosa vale, ha valido o valdrá.

He aquí cómo define Ernesto Guevara su propio marxismo ([OO.EE.], t. II, pp. 93-4):

Nuestra posición cuando se nos pregunta si somos marxistas o no, es la que tendría un físico al que se le preguntara si es "newtoniano", o un biólogo si es "pasteuriano".

Hay verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe ser marxista con la misma naturalidad con que se es "newtoniano" en física, o "pasteuriano" en biología, considerando que si nuevos hechos determinan nuevos conceptos, no se quitará nunca su parte de verdad a aquellos otros que hayan pasado. Tal es el caso, por ejemplo, de la relatividad "einsteiniana", o de la teoría de los "quanta" de Planck con respecto a los descubrimientos de Newton; sin embargo eso no quita absolutamente nada de su grandeza al sabio inglés. ...

Bien, pero ser marxista en ese sentido sólo compromete a pensar que hay ciertas verdades generales sobre la historia y sobre la sociedad que pueden enunciarse como oraciones condicionales (de la forma «Si se dan tales y cuales cosas, entonces suceden hechos así o asá») y que poseen la particularidad de que Marx había afirmado --pero sin esa matización-- que suceden hechos así o asá. Igual que Newton había afirmado que en el universo suceden las cosas de tal o cual manera, mientras que la física contemporánea sólo acepta que, cuando se dan estas o aquellas condiciones, [sólo] entonces suceden las cosas según había dicho Newton que sucedían. Ser marxista en ese sentido será muy dialéctico, pero no es ser un fiel seguidor de las ideas de Marx, sino ser una persona que piensa con su propia cabeza y que trata de discernir lo que haya en Marx de asertos verdaderos y correctos de lo que haya de error; una actitud que cabe tener, no sólo para con Marx, sino para con cualquier otro pensador que haya aportado algo. Usar el cedazo de la crítica racional para con un autor es situarse en un plano, no de adepto suyo, sino de alguien que trata de calibrar y aquilatar sin prejuicios, que se afana por alcanzar la imparcialidad doctrinal.

El Che Guevara es un gran pensador social revolucionario. Su pensamiento ha de ser estimado por sí mismo. Claro que las comparaciones con el pensamiento de Marx, con el de Lenin o con los de otros autores pueden arrojar luz, mas independientemente de esas comparaciones, de esos cotejos, más allá o más acá de los mismos, merece la pena --hoy más que nunca-- estudiar la obra teorética de Ernesto Guevara.

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Director: Lorenzo Peña