España Roja - Nº 11. Enero de 2003
El contencioso hispano-marroquí

por Lorenzo Peña


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España y Marruecos son dos países vecinos, el uno junto al otro, separados por un estrecho brazo de mar que se puede cruzar en embarcaciones de lo más rudimentarias. Eso hace que los lazos históricos hayan sido estrechísimos, tan estrechos como ese angosto brazo de mar.

Desde la más remota prehistoria hubo numerosos y constantes vínculos poblacionales, migratorios, y de toda índole entre ambas orillas del estrecho de Gibraltar. Desde la formación de estados de los que nos haya llegado alguna noticia histórica, era lo común que las unidades políticas abarcaran territorios de uno y otro lado. Mientras que buena parte de España estaba menos comunicada y conectada con los territorios transpirenaicos --eran entonces difíciles y lentos los recorridos terrestres, a través de sucesivas cordilleras--, había en cambio una comunidad civilizatoria entre las dos columnas de Hércules.

Bajo el Imperio Romano, la diócesis de España (creada por el emperador Diocleciano) abarcaba varias provincias, entre ellas la de Mauretania (norte de Marruecos y Oranesado actuales, aproximadamente). Rota a veces, esa unidad política entre el norte y el sur del Estrecho se restablecía a menudo en diversos períodos de la España árabe (al Ándalus).

Cuando, a comienzos del siglo XIV, la España árabe queda reducida al pequeño reino granadino, establécese una frontera política en el Estrecho que ha perdurado hasta hoy. Mas nada tiene de extraño que los reyes cristianos, al conquistar Granada a fines del siglo XV, tuvieran intención de proseguir la reconquista hacia el sur. De ese plan proceden los presidios de Ceuta y Melilla. Ese plan fracasó rotundamente.

Eso hace que los últimos 5 siglos hayan constituido el primer período histórico de relativo aislamiento entre el norte y el sur del Estrecho. Relativo sólo. La vecindad, la similitud geográfica, los nexos históricos, los vínculos poblacionales (hasta su desgraciada e injusta expulsión, a comienzos del siglo XVII, había entre nosotros cientos de miles de moriscos), todo eso explica que, pese a las diferencias de lengua y de religión, se hayan mantenido muchos nexos entre los dos países hermanos.

La absurda posesión española de los dos presidios ha enturbiado esas relaciones, pero lo que las deterioró fue la pretensión de nuestros reyes de resarcirse de las vejaciones que les infligían las potencias euro-americanas humillando al vecino del sur que nada malo nos había hecho (guerra de África, 1859-60; ocupación de Ifni; conquista hispano-francesa de Marruecos, 1913-56).

En momentos recientes parece que la monarquía hispana, cada vez que ha querido disimular su antinacionalismo y su sumisión a las potencias más ricas septentrionales, se ha desquitado insultando a nuestro vecino del sur. E incluso ha sido fácil, porque, dado el carácter tiránico y absolutista de la monarquía alauita, había base para denostar las maniobras, a veces tortuosas, de las autoridades de Rabat.

Además está el trágico problema del Sájara occidental, donde el régimen de Madrid ha jugado a cartas sucesivas: primero anexionando ese desértico territorio como provincia española; luego hablando de su autodeterminación; y por último consintiendo que Marruecos se adueñe de él en conculcación del derecho internacional.

Si hubiera patriotismo y sensatez en los círculos políticos de Madrid, se tomaría conciencia de que España y Marruecos, países hermanos, están condenados por la historia y la geografía a hermanarse y aunarse. España debería ceder a Marruecos esos dos presidios. No porque sean jirones del colonialismo --como los tiene catalogados o etiquetados un pensamiento pseudoprogresista que opera con fichas y rótulos prefabricados. No, ni siquiera es eso. Los presidios son restos de algo más viejo que el colonialismo moderno: son los últimos baluartes de una reconquista que quiso proseguirse hacia el sur, igual que la conquista árabe en el año 711 había proseguido hacia el norte. Son restos de otra época, que carecen de sentido.

Desde luego que, de suyo, tampoco tienen mayor importancia. La frontera entre las dos naciones hermanas y vecinas podría desviarse un poco, y puntualmente, hacia el norte o hacia el sur, como la frontera entre dos países divididos por un río puede oscilar, dejando salpicaduras en una orilla o en la otra. Eso de suyo es comprensible. No pasa nada. Mas hay un simbolismo especial en este caso, que hace aconsejable que España se retire, negociando una solución amistosa que favorezca la vida de los españoles que sigan al sur. P.ej. estableciendo un tratado de libre circulación y residencia de los españoles y marroquíes.

Igual que tiene una responsabilidad España en encontrar una salida honrosa para los sajarahuis, que propicie la futura unidad del Magreb e incluso de toda la nación árabe mas haciéndoles justicia frente a las pretensiones del trono alauita. No nos toca aquí perfilar detalles de cómo podría ser tal solución, que habría de consensuarse, y que España habría de garantizar.

En ese marco, España tendría autoridad para reclamar la devolución de Gibraltar, un Gibraltar donde también podría preverse una co-presencia marroquí similar a la co-presencia española en Ceuta. (Para un período de transición ambos enclaves podrían ser co-dominios hispano-marroquíes, lo cual daría a nuestros vecinos una garantía de la voluntad española de que en esa relación bilateral esté vigente un principio de paridad.) A partir de ahí, se podrían buscar fórmulas de mancomunidad hispano-marroquí.

Cualesquiera gobernantes españoles y marroquíes patriotas han de percatarse de que España y Marruecos tienen todo el interés del mundo para entenderse, unirse, asociarse estrechamente entre sí, formar un bloque contra las potencias guerreras y expoliadoras del norte, sea cual sea el régimen político a un lado del Estrecho o al otro. Que ni toca a los marroquíes decir qué régimen político han de tener los españoles ni viceversa.

Nuestros políticos borbónicos parecen hacer cuanto está en su mano porque España vaya peor y se hunda, como se ha hundido el Prestige. El prestigio de nuestra nación ya lo echaron a pique hace mucho.

Por una vez parece acaso que les está entrando un poco de sentido común, propiciando un acercamiento con Rabat. Si así es, en eso, sólo en eso, tienen nuestro aplauso. Sólo que ¡ya era hora! Mucho nos tememos que quede en agua de borrajas y que se vuelva a estériles y dolorosos enfrentamientos. ¡Ojalá que no!

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Director: Lorenzo Peña