Amarga juventud: Un ensayo de egohistoria
de Lorenzo Peña

ISBN 978-84-693-3993-0

Versión 2.2
[actualizada en 2011-11-16]




Este ensayo ha sido refundido en el libro del mismo autor, publicado por
la Editorial Muñoz Moya, bajo el título

¡ABAJO LA OLIGARQUÍA!
¡MUERA EL IMPERIALISMO YANQUI!

Anhelos y decepciones
de un antifascista revolucionario

(ISBN 978-84-8010-218-6)




Sumario

  • Prefacio: El valor de la memoria
  • Capítulo I. Preparación intelectual: de la infancia alicantina a la Facultad de Filosofía en Madrid
  • Capítulo II. Diez años de militancia revolucionaria
  • Anejos



    Prefacio: El valor de la memoria

    Yo no tengo una madre ni una esposa
    que vengan a llorar en mi ataúd.
    Ni quien escriba en la extranjera losa
    las penas de mi amarga juventud

    (Enrique Gil y Carrasco, 1815-1846)

    El camino más corto hacia el futuro es el que pasa siempre por un ahondamiento en el pasado
    (Aimé Césaire, 1913-2008)

    Sumario

    1. De mi autobiografía anterior (En minoría de a uno) a la actual
    2. Utilización de nuevas fuentes para fundar mejor el conocimiento de aquellos hechos
    3. Recuerdo sin amargura de situaciones amargas
    4. Propósitos del autor de este ensayo
    5. ¿Por qué no puede haber lugar para la nostalgia?
    6. Un ensayo de ego-microhistoria
    7. El pasado no ha pasado del todo

    §1.- De mi autobiografía anterior (En minoría de a uno) a la actual

    Lo que tiene ante sus ojos el lector surgió a partir de la reescritura de un libro precedente del autor (En minoría de a uno: La historia de mis ideas y mis hechos - Parte I: La ida), publicado en agosto de 2009.NOTA 1 El resultado de tal reescritura es una obra sustancialmente diversa. Tres son las razones por las cuales el fruto de esta reelaboración se ofrece al lector como una obra enteramente nueva y separada de la anterior.

    La primera es que -aunque sean, casi siempre, de detalle- las muchísimas adiciones y correcciones hacen aconsejable evitar la confusión entre las dos obras. El testimonio aquí presentado es mucho más reflexivo, trabado y documentado; además de contener muchísimos pormenores que ahora se sacan a la luz por vez primera (y cuyo valor o cuya nimiedad apreciará el lector según su propio criterio y su interés por el período reflejado en la obra), las afirmaciones están ahora más ajustadas, habiendo pasado por una criba en la que mis recuerdos se han sometido a un cuádruple test crítico:

    1. Contrastar unos recuerdos con otros, para depurar y rectificar los que no casaban (por estar mal ubicados en el registro de la memoria o contener inexactitudes).
    2. Consultar documentos de archivo. Aunque lo he hecho limitadamente, así y todo esta vez ha sido una consulta mucho más amplia. He trabajado en mi archivo personal (que casi se limita a mis propios manuscritos inéditos) y he disfrutado de poder consultar una colección de materiales prestados (sobre la cual voy a hablar en seguida).
    3. Comparar mis recuerdos con otros ajenos.
    4. Tener en cuenta datos de público dominio según se pueden consultar en diversas fuentes, que también ayudan a perfilar mejor el telón de fondo en el que se desarrollaron los hechos recordados -rectificándolos en ocasiones.

    Por otro lado, los textos adjuntos contribuyen también a dar un carácter original a este nuevo ensayo. La mayoría de los Anejos se publican ahora por primera vez.

    La segunda razón para presentar una obra nueva con un título diferente es que hoy día, con la publicación electrónica, hay menos motivos que antiguamente para ofrecer al público segundas o terceras ediciones de un libro. Justificábase la reedición cuando, habiéndose agotado la tirada, podía valer la pena -ante la tarea de reimprimirla- difundir una reelaboración. Pero un libro electrónicamente publicado no se agota. Por lo tanto, vale más ofrecer el fruto de la reelaboración de manera perfectamente distinguible; y, para eso, es preferible buscar un título nuevo.

    La tercera razón es que ahora ya no pretendo dar al público una primera parte de una autobiografía completa, de una historia de mis ideas y mis hechos, que proseguiría ulteriormente hasta llegar al día de hoy. De momento he desistido de ese plan. Por tres motivos.

    Mi primer motivo para no continuar el trabajo autobiográfico después de 1972 es que la descripción de los hechos de mi vida posteriores a la interrupción de mi militancia revolucionaria en mayo de 1972 (brevemente resumidos en el último apartado del Capítulo II) rebasaría los límites de la microhistoria que he tratado de construir en este ensayo, puesto que mi ulterior recorrido vital e intelectual me llevará a estacionarme -no radicarme- en países, situaciones y entornos dispares. Los hechos estudiados en este libro están ligados, mal que bien, por una cierta unidad de acción, lugar y tiempo, la cual se perdería o difuminaría pormenorizando mis posteriores aventuras.

    Mi segundo motivo es haberme dado cuenta de que no ha transcurrido aún el tiempo prudencialmente aconsejable para que yo me permita verter, sin autocensura, detalles de tiempos recientes (que reflejarían, p.ej, el ambiente en los departamentos universitarios, con sus aspiraciones encontradas y demás circunstancias tragicómicas -más trágicas para unos, más cómicas para otros). Si he esperado casi cuarenta años para revelar pormenores de la actividad política clandestina, quizá sea juicioso esperar también algún decenio más antes de narrar los hechos de mi posterior vida académica.

    Mi tercer motivo es que la tarea de escribir unas memorias del período 1972-2010 requeriría una dedicación de tiempo y esfuerzo que de momento no creo aconsejable consagrarle. (De todos modos, el §18 del Capítulo II contiene un resumen de mi trayectoria posterior.)


    §2.- Utilización de nuevas fuentes para fundar mejor el conocimiento de aquellos hechos

    Los hechos relatados en este libro son, sustancialmente, los mismos que los ya previamente narrados en aquel al que me he referido en el apartado precedente. Son los sucesos de mi vida entre la fecha de mi nacimiento (1944) y aquella en que abandoné la lucha revolucionaria (1972).

    A lo largo de los últimos doce meses he podido recoger algunas reacciones a mi obra, recibiendo útiles comentarios que agradezco. Pero lo más importante es que, en ese intermedio, he podido refrescar y corregir recuerdos gracias a la comunicación con dos ex-camaradas del comité ejecutivo del PCEml: Angel Campillo y Alvaro Fernández Alonso. (Conste aquí mi gratitud a ambos y especialmente al primero de ellos por los materiales que ha tenido la amabilidad de prestarme de su archivo personal -que han completado la escasa base documental con la que escribí la primera versión de este ensayo.) También expreso mi gratitud a Francisco Moreno Soler, quien ya anteriormente de había facilitado el acceso a una parte del material consultado y recientemente me ha proporcionado informaciones sobre algunos hechos de la existencia del PCEml en el período de la inmediata postransición.

    En este nuevo libro he suprimido el Preámbulo del de 2009, que a su vez remitía a un ensayo autobiográfico precedente y a una bibliografía -ya aparecida o en vías de elaboración- sobre temas conexos (el PCEml, una de las organizaciones de la lucha clandestina contra el franquismo). El lector interesado puede abrir esos documentos, que siguen disponibles en http://eroj.org/bio/.


    §3.- Recuerdo sin amargura de situaciones amargas

    El relato de mi amarga juventud lo hago sin amargura; no voy a decir que lo escribo con nostalgia o con deleite, como si recordara buenos tiempos pasados. Más bien tiendo a pensar que cualquiera tiempo pasado fue peor.

    Dijo Louis Althusser que ni el conocimiento de la historia es histórico ni el del azúcar dulce. Dejo aquí el tema de la historicidad. Lo que me interesa es saber si la rememoración de unos hechos cuya presencia suscitaría normalmente ciertas emociones está también cargada de esas mismas emociones. Opino que no, porque se interpone un alejamiento. La rememoración implica alguna separación temporal, en virtud de la cual los hechos -aunque en parte sigan estando presentes, ya que el pasado nunca ha pasado del todo- tienen, no obstante, suficiente grado de ausencia como para poder observarse con un cierto distanciamiento, como un espectador. Para alcanzar un grado de objetividad hace falta ese (parcial) desdoblamiento del yo que recuerda en el yo que fue y el yo que es.

    Por otro lado, el ser humano tiene capacidad para reciclar sus recuerdos, por penoso que sea el material recordado, labrando con ellos una autoconstrucción racional considerada con sosiego y ponderación. (En palabras de Antonio Machado: «Anoche, mientras dormía, soñé, ¡bendita ilusión!, que una colmena tenía dentro de mi corazón; y las doradas abejas iban fabricando en él, con las amarguras viejas, blanca cera y dulce miel».)


    §4.- Propósitos del autor de este ensayo

    Unas memorias pueden escribirse con diversos fines: cantar la gloria de lo relatado; reivindicar el buen nombre del autor; enaltecer o escarnecer a otros; brindar una experiencia útil que pueda servir de guía a conductas ajenas; descargar la propia conciencia; compartir con otros el placer de la nostalgia.

    Mi propósito aquí no es ninguno de los que acabo de enumerar. En particular no es el de un ajuste de cuentas. Por dos razones. Una de ellas es que ha transcurrido demasiado tiempo para eso. Y, aunque la distancia no es el olvido, sí amortigua y relativiza. La otra razón es que mi valoración de aquella militancia es matizadamente positiva.

    Lo que me propongo es contribuir a preservar un patrimonio espiritual: el recuerdo colectivo, el conocimiento de lo que fue, constantemente amenazado por la irrecuperable pérdida de información que acarrea el transcurso del tiempo. Esa finalidad cognoscitiva explica que, en la medida de lo posible, haya utilizado, para preparar este texto, técnicas de investigación historiográfica (concretamente el cuádruple test crítico al que me he referido más arriba).

    Quiero, con estas páginas, hacer una aportación a la memoria histórica colectiva del pueblo español, de la que forma parte la memoria individual de cada uno de los españoles, incluido quien esto escribe. Preservar la memoria es, naturalmente, parte de lo que uno tiene que hacer para dar sentido a su propia vida. Sin un pasado, no somos nada. Somos personas, o sea individuos con esperanzas y con temores, con unos planes de vida, con una conciencia de sí mismos y de lo que los rodea y un sentimiento de pertenencia a ciertas comunidades, a algún nosotros. Para tener esa conciencia y esos planes de vida, hay que tener una idea del propio pasado. El amnésico, el desmemoriado, pierde también su capacidad de proyección hacia el futuro.

    La idea del propio pasado puede ser complaciente o afligida, nostálgica o, al revés, satisfecha de que tales hechos hayan quedado atrás y bien atrás. Mas nuestra propia autoconstrucción como personas se desestructura si queremos olvidar el pasado.

    Lo mismo sucede con los colectivos humanos. Es más, ocurre en mayor medida, porque un individuo, al fin y al cabo, puede seguir siendo el que es aun desmemoriado (sustenta su identidad la continuación corpórea de sus tejidos y de sus células), mientras que la existencia misma del colectivo se evapora sin el elemento aglutinante de la memoria compartida.

    La aportación que hago aquí a la reconstrucción o recuperación de la memoria colectiva del pueblo español la efectúo desde el testimonio individual de un ex-militante comunista. En este punto, hay que hacer una anotación.

    El autor de este ensayo es un intelectual, que reivindica plenamente esa condición y ese membrete: ser un intelectual es ser un hombre del intelecto, cuya dedicación vital y profesional tiene que ver con el cultivo del espíritu, de las ideas, de la inteligencia. Cualquier actividad humana implica el uso de la inteligencia y la aplicación del ingenio y del espíritu. El intelectual sólo difiere de los que no lo son en que se consagra al cultivo del espíritu mismo, ya sea a través de la docencia, o de la pluma, o de la investigación, o de la creación artística.

    Hoy ha caído un poco en descrédito esa locución, «un intelectual», quizá por un abuso de la misma, o por un cúmulo de connotaciones. Muchos intelectuales ya prefieren que no se los caracterice así y sólo quieren ser científicos, juristas, filósofos, escritores, periodistas, profesores, para prescindir de las evocaciones de un concepto que se asocia a facetas de una época que quedó atrás. No es mi caso en absoluto. Al revés, tales evocaciones no las rechazo. Y, así las rechazara, persistiría el fundamento mismo para reivindicar los fueros del intelecto y el honor de que la sociedad en que vivimos nos haya dado la oportunidad de consagrarnos a cultivarlo y a promover su cultivo colectivo.

    Además de ser un intelectual, el autor de esta obra es un intelectual ex-militante comunista. Al escribir las memorias de su época militante, también continúa una larga tradición.

    Ha habido legiones de ex-militantes comunistas que han relatado su paso por las filas de la revolución proletaria. Muchos, quizá la mayoría, con desencanto; a menudo con despecho cuando no con ira. Para Arthur Koestler su militancia había constituido un septenio de servidumbre.NOTA 2 Aquellos ex-comunistas que no han renegado de su pasado suelen ser menos propensos a escribir sobre él -como si el sentido de tal escritura fuera el de desquitarse. (Hay, evidentemente, casos raros, como el de Alejandro Zinovief. De cuantos conozco, sólo con él sentiría cierto paralelismo, muy relativo por lo demás.)

    Entre los españoles es numerosa la cohorte de arrepentidos o decepcionados: Manuel Tagüeña, Félix Montiel, Fernando Claudín, Federico Jiménez Losantos, Jorge Semprún, Manuel Azcárate. (Al enumerarlos no pretendo igualarlos ni en la significación de su respectiva militancia ni en su trayectoria posterior.) Y no menciono a Jesús Hernández (que no era un intelectual). Pido indulgencia por las omisiones.

    Hay tres particularidades de mi trayectoria y de mi posición. En primer lugar, mi pasado político es modesto -modestísimo en comparación con el de algunos de los autores recién mencionados, como un Jorge Semprún, un Fernando Claudín, un Manuel Azcárate. Yo sólo fui dirigente de un partido minúsculo, el PCEml; dentro de esa dirección colectiva, mi papel fue prevalentemente ideológico y propagandístico; aun en ese rol, mi actuación estaba coartada por la preponderancia voluntarista de posiciones que se irán imponiendo por una combinación de circunstancias, frente a las cuales estaba yo desarmado.

    En segundo lugar, yo sigo siendo comunista, aunque no marxista. Es más normal lo inverso.NOTA 3

    Y, en tercer lugar, mi ruptura no implicó un desencanto con el comunismo como movimiento colectivo de combate anticapitalista, ni con su línea histórica, sino todo lo contrario.

    Mi militancia había coincidido con el estallido y el cisma de ese movimiento, su partición en un sector minoritario (en el que yo me alineé), el chino-albanés, y uno mayoritario, oficial, el que se mantenía encabezado por la Unión Soviética (aquel al que, siguiendo la pauta china, llamamos «el de los revisionistas modernos»). Si bien mi experiencia me fue llevando paulatinamente a rechazar el maoísmo y la política china (sobre todo la revolución cultural -RC en adelante), por el contrario, en lo tocante a la tradición anterior del comunismo -aquella para cuya reivindicación se había producido precisamente la escisión pro-china en 1963-, mi posición, en el momento de mi ruptura, fue de inquebrantable adhesión; yo me consideraba auténtico continuador de esa tradición, un comunista de toda la vida, de los de antes, con un militantismo propio de los años 30 y 40 del siglo XX; y, con razón, me percataba de que el PCEml, bajo la influencia pequinesa, evolucionaba hacia algo muy distinto, que empezaba a parecerse a lo que posteriormente serían los movimientos de guerrilla tupamara, gauche prolétarienne y similares.

    Casi ocho lustros después, mi punto de vista ha cambiado muchísimo, naturalmente, pero sigo pensando que el movimiento comunista mundial había sido válido para su época (y dentro de las circunstancias históricas en que actuaba), aunque tenía muchas fallas, algunas evitables. En cualquier caso, conservaría hoy una valoración positiva de lo que fue ese movimiento en su gran época, años 30-40 o, a lo sumo, hasta los primeros años 50. Fue una terquedad nuestra mantener ese modelo a la altura de los años 60. Esa ilusión quijotesca revelaba una deficiente percepción del devenir histórico y de la realidad envolvente.

    Creo, no obstante, que hay que distinguir claramente la corriente prochina de los años 1963 y sucesivos de lo que, en el decenio siguiente, va a ser el ultrarradicalismo de la guerrilla urbana. El prochinismo inicial era heteróclito; nos mezclábamos en él quienes queríamos continuar el comunismo histórico con los que apuntaban en direcciones de un ultraizquierdismo afín a lo que será luego el espíritu del Mayo francés de 1968 y de la revolución cultural china -la RC. Con relación a ese guerrillerismo urbano de los años 70-80, en Europa o en América Latina (lo que, generalizando, podemos llamar «montonerismo»), mi apreciación es negativa. Por las circunstancias históricas, sociales y políticas -y por su propia índole-, estaba condenado a actuar injustamente, no producir nada bueno y acabar inexorablemente derrotado -derrotado con pena y sin gloria. (Es una lástima que en ese rumbo se enfrascara el PCEml después de mi ruptura, ente 1973 y 1975. Mas en esa deriva yo ya no tuve arte ni parte.)


    §5.- ¿Por qué no puede haber lugar para la nostalgia?

    Si mi recuerdo de aquella infancia y juventud no es amargo, el contenido sí lo fue. Mi niñez transcurrió en un tiempo duro. Primero sufrí las consecuencias de los padecimientos de mis padres por la represión -y hasta por la existencia misma- del régimen, aunque ellos trataran de preservar a sus hijos de cualquier efecto perjudicial y de silenciar todo eso. Más tarde, comenzó para mí -al llegar la adolescencia- un tiempo de congoja y hasta de desesperación. De un lado, fui prematuramente consciente de la espantosa situación que se vivía en España y de la miseria que padecía un sector de la población, lo cual me produjo un sentimiento de rechazo absoluto al sistema político bajo el que vivíamos (y eso a una edad temprana, hacia los 10 años); por consiguiente conocí muy pronto la necesidad de callar, de tragar, de someter a autocensura cada una de mis palabras, cada uno de mis gestos. De otro lado, padecí la matonería, el gamberrismo, la violencia sistemática de los chavalotes del Instituto (fruto combinado de los valores falangistas de milicia e imperio, de la educación sexualmente segregada, de la mala educación y de las otras causas que se quieran buscar o encontrar -porque ahora se habla como si el gamberrismo no hubiera existido antes).

    Esos años de mi adolescencia fueron de opresión y asfixia. Vivía siempre atemorizado. No me atrevía a hablar nunca con mis compañeros (ni a sincerarme con nadie). Tal fue el agobio que hasta los posteriores siete años y medio de militancia en el PCEml (entre diciembre de 1964 y mayo de 1972) -con todas las penalidades, privaciones, frustraciones e injusticias (conmigo y con mi compañera)- los sobrellevaré como un período relativamente benigno.NOTA 4

    Eso no significa que los años de la militancia carecieran de sus propias amarguras, que sobrepujaron siempre, en cantidad y calidad, a las escasas satisfacciones.

    Más que el miedo al enemigo (que, sin embargo, nunca cesaba, ni siquiera en los relativos refugios de París y Ginebra), más que las penurias y las dificultades, más que todas las incomodidades prácticas, hacían dura la lucha la frialdad y la aspereza que frecuentemente se practicaban en nuestras filas.

    Sigo pensando hoy que el comunismo del siglo XX fue un movimiento con importantes virtudes, globalmente positivo para la historia humana; pero tuvo también serios defectos.

    El mayor de todos fue el espíritu de rudeza, el trato hosco, a veces agrio, hacia los camaradas, fruto de un afán desmedido de crítica y autocrítica, que a menudo se convertía en flagelación sadomasoquista. La raíz del mal fue una carencia axiológica, una falta de inclusión en la tabla de valores profesados (junto a los masculinos, que sí se apreciaban: firmeza, combatividad, intransigencia de principio, disciplina férrea, aguante y entrega) de valores femeninos: afecto, compasión, amabilidad, indulgencia. Sin ellos un movimiento humanista, como el comunismo, se trocaba en algo deshumanizado.

    Tal vez la adopción de esos valores femeninos hubiera obstaculizado un poco, a corto plazo, las tareas revolucionarias; un utilitarismo de vía estrecha llevaría, pues, a desecharlos. Pero un utilitarismo más inteligente, que vea más a largo plazo (o, quizá mejor, un consecuencialismo ponderado), sabrá que tensar la cuerda en exceso, ser duros e implacables con los errores o las carencias de los compañeros (o lo que -visto desde fuera y sin la debida apreciación de las circunstancias- puede parecer un error o una carencia), acaban conduciendo al desánimo y la división, a sembrar la cizaña y a provocar la deserción y aun la hostilidad de quienes se sienten vejados e injustamente tratados. Muchas escisiones, muchas enemistades, se habrían evitado con unas dosis de esos valores convencionalmente asociados a lo femenino. La lucha habría sido más llevadera y, en definitiva, la organización habría sido más fuerte y eficaz.

    En este punto sí creo que mi testimonio puede servir de guía. No porque esté hoy planteada una lucha similar a aquella en la que yo participé. Estamos en otros tiempos, con sus propias demandas, con sus propias posibilidades, con sus propias tareas. Pero sí es verdad que, para cualesquiera obras humanas, es menester la coordinación, la asociación; y que, para asociarse, hay que compartir unas pautas, fundadas en unos valores. ¿Qué valores? Maximizar la eficacia a corto plazo llevará a seleccionar valores que sirvan a lo expeditivo. El afán de resultados hoy se suele presentar con otras modalidades, como las de la cultura de contabilidad tecnocrática y gestocrática. El problema de fondo es igual. Es menester atemperar esa ansia de adquisiciones con un espíritu cálido de comprensión humana, con los valores de la delicadeza, la suavidad y la mesura.

    Aclararé, por último, que no porque los hechos aquí recordados sean amargos lo es mi memoria de quienes fueron mis compañeros de aventuras -con un par de excepciones, que dejo al lector adivinar leyendo las páginas que siguen-. Al revés, a mis camaradas los recuerdo como mujeres y hombres valerosos, inteligentes y abnegados. ¿Qué memoria, dulce o amarga, dejé yo en ellos y en cuantos se relacionaron conmigo? A quienes han sobrevivido se les puede consultar. Someto mis recuerdos y mi testimonio a los suyos.


    §6.- Un ensayo de ego-microhistoria

    Al escribir este libro, he trabajado como biógrafo, no sólo como autobiógrafo. Aspiro a haber ofrecido un estudio que, yendo más allá de la confidencia o del sinceramiento, constituya un trabajo racional, erudito y sólido, una verdadera contribución al saber colectivo. Mi actual ensayo quiere ser un ejercicio de microhistoria.

    Esta microhistoria no se limita al relato de acaecimientos puntuales o instantáneos sino que trata de reflejar también la vida cotidiana, integrada por hechos de duración relativamente larga (en el módulo de una vida humana), que son de dos tipos: (1) los unos son las situaciones relativamente estables -sucesos cuyo acaecer dura un tiempo considerable (siempre relativizado al referido módulo), sin interrupción; (2) los otros son los hechos rutinarios y repetitivos. Situaciones relativamente estables son: la guerra fría (1947-91), el régimen franquista (1939-75), una sequía, la juventud de un individuo, una bonanza económica. Hechos rutinarios son nuestras comidas cotidianas, trabajar en una oficina, habitar en una casa. La diferencia entre unos y otros es irrelevante aquí. Todos esos hechos constituyen la vida cotidiana. Y son más reales que los acaecimientos súbitos.

    Es verdad que nuestras vidas están al albur de los acontecimientos o golpes de la Fortuna (ya sean felices o desfavorables). Para Nicolai Hartmann es eso lo que marca la dureza del ente real (a diferencia del ideal). Un acontecimiento puede cambiar súbitamente el curso de nuestra vida, pero sólo actuando sobre ese curso, que es un fluir continuo; ese flujo de la vida puede verse forzado a modificar bruscamente su cauce, pero para eso tiene que ser un fluir determinado, diferente de los demás; y aun en ese cambio tiene que permanecer el fluir mismo, vivencias que lo forman y que, juntas, hacen de ese flujo vital una vida diversa de cualquier otra.

    Así, los acaecimientos -por significativos o incluso decisivos que sean- son, de suyo, menos constitutivos de la fluyente existencia de un ser humano que los componentes duraderos, que son los que quedan; tanto aquellos que preexistían ya al acaecimiento como los posteriores; tanto los que quedarán interrumpidos con la alteración eventual del cauce vital como aquellos que, aunque adaptados, persistirán.

    Una biografía es el estudio de una vida individual. Ese estudio es verídico en la medida en que refleja esa vida en su fluir, en su curso continuo. Fijarse sólo en los sucesos puntuales, en los acontecimientos, es hacer una mala biografía.

    Lo que digo no es nada nuevo. Fueron preocupaciones así -con relación, desde luego, al más noble oficio del historiador- las que llevaron a Lucien Febvre y Marc Bloch a fundar en 1929, con la revista Annales d'histoire économique et sociale, la prestigiosa escuela historiográfica francesa conocida por el nombre de esa publicación, la de los Anales, que -mediante el recurso a la interdisciplinariedad- buscó, desde el primer momento, la exploración de los subterráneos, del flujo de hechos ocultos, del transfondo. El posterior énfasis en la larga duración por parte del gran renovador de la Escuela, Fernand Braudel, es una consecuencia de esa orientación inicial.NOTA 5 Si los Anales parecían fijar su mirada en los hechos económicos-sociales, el tratamiento se ampliará después para abarcar la historia de las mentalidades o de las representaciones (y, más recientemente, la de las prácticas culturales, como lo hace el gran hispanista Roger Chartier).NOTA 6

    La biografía había quedado, en principio, excluida del programa de la escuela. Según se solía entender, venía a ser, generalmente, una descripción de la vida de un personaje ilustre, de primer plano -cuando, precisamente, los analistas hurgaban y rastreaban lo que pasa entre bastidores, lo que constituye la vida real y continuada de las poblaciones. A partir de 1980 se va a producir un viraje: la Escuela también va a hacer biografías, desde la de Jacques Le Goff sobre el rey Luis IX (1214-70) hasta otras que se van a ocupar de personajes humildes, representativos de la masa, cuya existencia viene a plasmar o concentrar, en lo individual, todo ese transfondo de la vida colectiva. Ese viraje lleva a insistir menos en la historia cuantitativa, pero no por ello renuncia a los ideales de la Escuela. Seguimos buscando la vida profunda, el fluir de la larga duración. Sólo que ahora se va a relativizar esa larga duración con arreglo a módulos (igual que en la historia económica se van a considerar los ciclos y no sólo las épocas o los siglos).

    Un nuevo desgajamiento ha sido el de la microhistoria, inaugurada por el historiador italiano Carlo Ginzburg:NOTA 7 toma los hechos de la vida cotidiana en una microescala, centrando así la atención, no (como lo hace la macrohistoria) en la estadística o los hechos generales, sino en el entramado de situaciones y desarrollos que constituyen un fragmento de vida -situados, desde luego, en el transfondo de las prácticas institucionalizadas, las estructuras y relaciones de poder, las interacciones sociales y las mentalidades asentadas. Para enfatizar más su dedicación a esos trozos de la vida social que son fragmentos de la vida de uno o varios individuos particularizados, los microhistoriadores suelen fijarse, no en la vida normal o estándar, sino en la de individuos desviados o descarriados, en suma atípicos o raros; individuos que, sin embargo, no son ya los personajes célebres, sino otros que quedaban silenciados y anónimos en las historias oficiales.NOTA 8

    Recordemos que tres eran las unidades canónicas del teatro clásico: de tiempo, de lugar, de acción. (Felizmente nunca se respetaron del todo.) Pues bien, la microhistoria tendería a ajustarse a un triple canon similar, con la doble salvedad de que la acción reflejada será la confluencia de una pluralidad, más o menos amplia, de conductas de individuos y grupos diferentes y que en ella reverberarán hechos de sociedad relativamente estables, subyacentes a tales comportamientos.

    La microhistoria en primera persona,NOTA 9 la egohistoria, es un ejercicio particularmente difícil,NOTA 10 que plantea el problema de cómo compatibilizar la labor de testimonio subjetivo con los dos cánones metodológicos de la perspectiva y de la verificabilidad intersubjetiva, sin los cuales la descripción carece de rigor. Hay, ciertamente, objeciones epistemológicas contra tal ejercicio, las cuales aducen que el testimonio -la afirmación en primera persona- es inconciliable con los constreñimientos metodológicos que hay que respetar para que lo que uno ofrece sea una investigación, asimilable a la historia de los historiadores.

    Esa objeción emana, no obstante, de un recelo exagerado. Cualquier testimonio puede sujetarse a controles intersubjetivos (como lo saben quienes practican la ciencia forense, rama del derecho procesal aplicado), aportando un genuino conocimiento. Unos testimonios valen más que otros, teniendo mayor verosimilitud, en tanto en cuanto resistan mejor a esos controles, de conformidad -al menos- con cinco criterios:

    Esos cinco controles pueden realizarse desde fuera, por aquellos a quienes incumbe la tarea de instruir una causa o de juzgar; en el caso del historiador científico, se trata de valorar los testimonios, construyendo con ellos una descripción lo más objetiva posible de los hechos.

    Pero ¿no puede también el testigo efectuar, en parte, al menos los controles 2º, 3º y 4º (prestando atención a testimonios ajenos y al transfondo objetivamente verificable: hechos institucionales, representaciones vigentes en el período estudiado, acaecimientos que sirvieron de puntos de referencia)? Nadie puede, desde luego, evaluar su propia fiabilidad ni tener un juicio imparcial sobre sus propias cualidades, sus defectos y sus motivaciones subconscientes. Sin embargo, la irracionalidad del ser humano es felizmente limitada, porque también aprendemos -por la cuenta que nos trae- a desconfiar un poco de nosotros mismos y a corregir nuestras creencias -incluyendo nuestros recuerdos.

    En la medida en que una autobiografía siga esas pautas y, al menos en parte, logre observar varios de esos cánones, creo que puede considerarse una obra de investigación. A eso aspira el presente ensayo.


    §7.- El pasado no ha pasado del todo

    He de agregar una precisión sobre mi manera de entender la labor de un historiador -lo cual incluye al ego-micro-historiador. Siento una discrepancia con la mayoría de las escuelas historiográficas: para mí, el pasado no ha pasado del todo; no es un terreno radicalmente ajeno o externo. Cuanto sucede una vez sigue sucediendo siempre, en alguna medida, aunque sea ínfima.

    Careciendo de instrumentos conceptuales adecuados para captar correctamente las teorías físicas actuales en lo referente al espacio-tiempo, mi comprensión de las mismas es superficial y, en el mejor de los casos, sesgada por mis propias opiniones metafísicas. Sea como fuere, de lo que he creído entender de la teoría de la relatividad especial de Einstein he colegido que la simultaneidad entre un acaecimiento A y otro B no es absoluta sino relativa a un marco de referencia. Aunque sé de sobra que esa relatividad tiene -según dicha teoría- unos límites, me parece que tales límites podrían, algún día, revelarse, a su vez, relativos a cierto parámetro presupuesto. En ese caso incluso dos acontecimientos A y B, el uno ubicado en el pasado del otro, podrían llegar a ser considerados simultáneos entre sí (con relación a algún parámetro). De ahí que cualquier momento de nuestro pasado -o de nuestro futuro- podría verse como presente.

    No es, sin embargo, ese camino el que yo sigo para llegar a una conclusión quizá similar (una versión de eternalismo según la cual cualesquiera hechos son, de algún modo o en alguna medida, simultáneos entre sí). A diferencia del enfoque relativista -según lo he enunciado en el párrafo precedente (una hipótesis cuyo valor científico me es desconocido)-, mi planteamiento cumulativista-gradualista consiste en afirmar que el paso del tiempo es cuestión de grado.

    Ser pasado no es cuestión de todo o nada. Con relación a un acaecimiento, otros son más o menos pasados según sean menos o más futuros. O, dicho de otro modo, el antes y el después son graduales. La guerra de los cien años y la de Crimea son anteriores a la de Vietnam, pero la de los cien años lo es más, mucho más.

    ¿Hay vida después de la muerte? El después es parcial. Lo que ahora nos sucede es anterior a lo que sucederá tras nuestra muerte. Pero es una anterioridad de grado, nunca total. Luego esos acaecimientos posteriores son, en alguna medida, coetáneos con los actuales, con los que nos están pasando ahora mismo. Y, por lo tanto, nuestra vida está siendo, en alguna medida, coetánea (o simultánea) con cuanto sucederá después. Tras el fin, lo finalizado no deja del todo de existir, aunque continúe dejando de existir para siempre (aunque siga, pues, disminuyendo ininterrumpidamente su grado de realidad, que tenderá a cero, pero sin alcanzarlo).

    Mi concepción de la historia se funda en esa visión del tiempo.NOTA 11 De ahí que concluya que el pasado nunca ha pasado del todo; que sigue estando presente (en alguna medida). Y, por eso, nada de nuestras vidas pasó del todo. Recordar lo que vimos sólo difiere de verlo en el grado de presencia.NOTA 12

    Los grados de preservación del pasado son variables; no pasan igual en todos los aspectos.NOTA 13 Ha pasado más, ha dejado más de existir, aquello que más ha perdido su impronta en lo que viene después.

    La destrucción de las huellas del pasado o de sus reliquias es también una pérdida de ese mismo pasado, que determina que haya así pasado más que si conserváramos tales huellas o reliquias. La pérdida de los seres cercanos, la defunción de nuestros allegados -de quienes han compartido trozos de existencia con nosotros-, es un hundimiento mayor de nuestro pasado en el pasado, en el ya-no-ser.

    En menor medida, sucede eso con los lugares de la memoria de que tan bellamente ha hablado Pierre Nora.NOTA 14 Los monumentos de ese pasado, como reliquias del mismo, no sólo preservan y reavivan el recuerdo individual y colectivo, sino que lo hacen en tanto en cuanto preservan ese mismo pasado, evitando que se hunda más en el haber-pasado, en el ya-no.

    De todo lo cual podemos deducir que la historia, el estudio del pasado, es también estudio del presente, porque el pasado sigue siendo, en alguna medida, presente. Ese pasado no nos puede ser nunca totalmente extraño o ajeno porque aún, en algún grado, vivimos en él, aunque ese grado siga bajando constante e inexorablemente (si bien con una velocidad no-uniforme, sino variable en función de diversos parámetros, entre otros del propio recuerdo, que es una huella o reliquia tal que, en la medida en que se perpetúe, contribuye a evitar que el pasado se hunda más rápidamente en su no-ser-ya.)




    Capítulo I


    Preparación intelectual: de la infancia alicantina a la Facultad de Filosofía en Madrid

    Sumario

    §1.- Antecedentes familiares. Lado materno

    A mis abuelos maternos debo mi pasión por lo monárquico, que les tengo que agradecer (aunque haya salido de signo inverso: la suya era la de adhesión absoluta y hasta fanática a la casa de Borbón y la mía ha sido y sigue siendo lo opuesto).

    Mi abuelo materno, D. Carlos Gonzalo Nieto, nacido en Madrid el 12 de septiembre de 1879, era hijo de José Gonzalo Díaz, nacido el 2 de septiembre de 1850 y de Mª Francisca Nieto Vallejo.

    Sus abuelos paternos eran Joaquín Gonzalo Isla, natural de Rejas (Madrid) y Mª Ana Díaz Rebuela (natural de Brunete, Madrid). Sus abuelos maternos eran Antonio Nieto Rocha y Rosalía Vallejo Mora (ambos de Madrid).

    El matrimonio entre Joaquín Gonzalo y Mª Ana Díaz Rebuela fue autorizado el 14 de noviembre de 1845 por S.M. la Reina Isabel II; era preceptiva la autorización regia, por pertenecer el novio a la servidumbre de Palacio. El 9 de septiembre de 1854 Joaquín Gonzalo será ascendido por la reina al cargo de Portero Mayor de la Real Casa de Campo y Florida,NOTA 15 siendo cesado en 1868 por la revolución popular que derrocó la dinastía borbónica. Con la Restauración fue repuesto, el 2 de junio de 1876, como portero de Real Casa de Campo y Moncloa.NOTA 16 Su hijo, José, pasó entonces (a los 25 años de edad) a ser domador en las Reales Caballerizas, siendo ascendido después a Correo del Rey; el 15 de marzo de 1894 será nombrado Aposentador Jefe de cuarteles de las Reales Caballerizas.

    Carlos Gonzalo Nieto nació -igual que luego su hija (o sea mi madre)- en las instalaciones anejas al Palacio Real de Madrid, Caballerizas (en el actual jardín de Sabatini, en la madrileña calle de Bailén). Entró en la Real Casa en calidad de alumno meritorio del Real Picadero el 2 de junio de 1894, ganando la plaza por oposición el 1 de mayo de 1897. Como caballerizo de Palacio, acompañó a Alfonso XIII en muchos de sus ejercicios ecuestres.

    Contrajo matrimonio en la Parroquia de San Marcos el 21 de septiembre de 1910 con Mª de los Angeles González Prieto (hija de Felipa Prieto Crespo y del capitán de infantería Mateo González Municio, condecorado con la Cruz de San Hermenegildo e inválido por la guerra de Cuba -primer acto en la familia de lucha contra el imperialismo yanqui). La edad de los contrayentes era más avanzada de lo usual: el novio acababa de cumplir 31 años y la novia tenía 26. El matrimonio tendrá un solo vástago: mi madre, nacida el 5 de octubre de 1911.

    Mi abuela materna, Angeles González, era, al igual que su marido, una persona de orden, de convicciones conservadoras, aunque ella pensaba que era de ideas avanzadas y abierta al cambio de los tiempos. Habiéndose quedado huérfana de madre en su infancia, le había tocado cuidar maternalmente de sus ocho hermanos (creo que era la mayor). Llegada a Madrid en los primeros días del siglo XX, recibió la oferta de un empleo de secretaria, a causa de su buena letra; su padre le prohibió hacerlo (una señorita de clase media no debía trabajar). Esas experiencias habían marcado algunos rasgos de su fuerte temperamento.

    Yo no conoceré nunca a mis abuelos paternos. A mi abuelo materno un poco, pero morirá en 1950, teniendo yo cinco años. En cambio tengo un fortísimo y hondo recuerdo de mi abuela. Sentía una piadosa devoción por la Virgen del Pilar, a cuya milagrosa intercesión atribuía haberse salvado de muchos peligros. Su arraigadísima religiosidad era, no obstante, selectiva: no era devota de ningún santo humano ni angélico, sino sólo de Jesucristo -principalmente en su advocación del Buen Pastor- y de la Madre de Dios, bajo la ya mencionada advocación del Pilar (evidentemente un rasgo muy patriótico; las advocaciones foráneas no le decían nada). No practicaba la confesión ni la comunión frecuentes ni era de misa diaria, aunque sí era asidua de novenas de Nuestra Señora. Pocas veces en su vida debió acudir a procesiones; que yo sepa nunca asistió a los Oficios de semana santa (aunque sí visitaba los monumentos el Jueves Santo). Rezaba el rosario y la salve; traía mucho consigo un misal-devocionario (que yo aún conservo), donde coleccionaba estampas y recordatorios religiosos; puntualmente ponía las lamparillas la víspera del Día de Difuntos, 2 de noviembre, y acudía al cementerio a llorar a su esposo, al que mencionaba y recordaba con gran añoranza y afecto (aunque no era una mujer sentimental).

    Aunque mis abuelos maternos -y los antepasados de mi abuelo- eran gente de Palacio, su posición en la Corte era la que corresponde a humildes criados -palafreneros y mozos de cuadra- (por mucho que tal o cual de entre ellos haya sido encumbrado por el favor regio dentro de la escala de la servidumbre palaciega). Eso sí, conocieron con asiduidad a personajes de los círculos cortesanos, varios de ellos de alta estirpe, teniendo trato ocasional -y buenas relaciones- con muchos otros individuos allegados a la Corona, como el futuro almirante y vicepresidente del gobierno, D. Luis Carrero Blanco. Siempre sintieron profunda antipatía por la grandeza, a cuya insultante soberbia contraponían la campechanía populachera de D. Alfonso, para ellos el buen rey sencillo y accesible. No yendo dirigida tal animadversión más que contra la grandeza, y no contra la aristocracia en general, el distingo era seguramente sólo un subterfugio por su parte. El ambiente nobiliario que estigmatizara el Padre Coloma en Pequeñeces era la antítesis de sus valores, porque encarnaba una vida de molicie, holgazanería, desorden, desenfreno, jactancia e inutilidad.

    La nobleza de sangre era una parte esencial de la oligarquía financiera y terrateniente, la clase social dominante con la monarquía borbónica de mediados del siglo XIX a 1931, y la que ha vuelto a serlo desde 1939 hasta nuestros días. Todavía hoy siguen siendo los aristócratas integrantes destacados de la oligarquía; sin duda el conglomerado nobiliario se ha visto alterado en su composición, pero ha transmitido y conservado la memoria colectiva de grupo social diferenciado.

    Al calificar a la oligarquía de clase social, me aparto deliberadamente de la concepción marxista, para la cual hay un rasgo, y sólo uno, que determina la pertenencia de clase social: las relaciones de producción. Para esa teoría, en la sociedad capitalista hay, esencialmente, tres clases: proletarios, carentes de medios de producción que viven de vender su fuerza de trabajo; capitalistas (burguesía), que poseen medios de producción en cantidad suficiente para contratar mano de obra asalariada (y extraerle plusvalía); y, entre ambas clases, la pequeña-burguesía, propietaria de medios de producción mas no explotadora de trabajo asalariado; entre ellas hay escalones intermedios y dentro de la burguesía hay varias capas.

    Tal esquema periclitó hace mucho tiempo. Para prestar servicios útiles a la sociología científica, la teoría de las clases sociales necesita reconfigurarse totalmente. En mi opinión, las clases sociales son pluralidades, mutuamente excluyentes, de individuos (o, tal vez, de familias) que se aglutinan por concurrentes -y contradictorias- características diferenciadoras -respecto a otras clases- y por rasgos parcialmente comunes en virtud de los cuales se constituyen -histórica y contingentemente, dentro de un país- como sectores económica y culturalmente homogéneos, con mayor o menor tendencia al hermetismo, en cuyo seno las prácticas, tradiciones y mentalidades compartidas tienden a generar un cierto reconocimiento mutuo (un sentimiento de afinidad clasista) y una identidad o autoubicación colectiva en la escala o estratificación social (como clase alta, media o baja), de donde suelen seguirse dos corolarios: (1º) una cierta solidaridad interna -acompañada de una adhesión a la clase- y (2º) una -mayor o menor- hostilidad hacia los de otra u otras clases, con una fuerte tendencia a la polarización (la dualidad nosotros/ellos estudiada por Claude Lévi-Strauss).

    En esta visión, las relaciones de producción constituyen, sin duda, uno de los factores de configuración de clase, contribuyendo -junto con muchos otros factores, sumamente diversos- a determinar el número de clases sociales -siempre, desde luego, alejado de la dualidad, que tiende a existir más en el imaginal o subconsciente colectivo que en la realidad de los hechos.

    No me cabe duda de que la oligarquía -auténtica detentadora del poder con los Borbones de antes, con los de ahora y, entre unos y otros, con el caudillaje de Francisco Franco- es una clase social diferenciada -en ese sentido que propongo, aunque no en el marxista (que está superado desde hace muchísimo tiempo, si es que tuvo alguna vez aplicabilidad real). Y, dentro de ella, la nobleza es una subclase nada desdeñable. Hoy ya no juega un papel tan hegemónico (sobre todo, tan visible) como en el reinado de Alfonso XIII, abuelo del actual monarca. Pero su presencia -a menudo oculta o desapercibida- merecería mucha más atención de la que se le suele prestar.

    El trono restablecido en diciembre de 1975 (y, de algún modo, ya en julio de 1947 con la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado) ha mantenido y acrecentado los privilegios y las prebendas de clanes aristocráticos, a quienes ha agasajado con mercedes que se han traducido en pingües ganancias económicas.NOTA 17 La nobleza sigue engrosando gracias a la benevolencia regia. El actual soberano ha otorgado más de cuarenta títulos nobiliarios. Hizo marqués de Iria Flavia a Camilo José Cela; ha ennoblecido a D. Guillermo Luca de Tena y a D. José Manuel Lara, personajes de lo más granado de la alta sociedad. Hizo también marqués al recién fallecido D. Juan Antonio Samaranch. Aunque sea una distinción honorífica, el obsequio viene muy bien para la promoción social (aunque, eso sí, en el ambiente de hoy hay que saber dosificar -y se sabe- cuándo conviene ostentar el título y cuándo conviene callarlo; no se va a repetir a troche y moche que el Presidente de tal comunidad autónoma es Conde o Condesa).

    Del altivo desdén de ese sector social -extensivo a toda la clase oligárquica- es claro exponente lo que dice D. Agustín de Foxá Torroba (1903-1959), marqués de Armendáriz (y diplomático de Franco), al reflejar el 14 de abril de 1931 -del cual voy a hablar en seguida- en estos términos: los orondos burgueses y la masa gris, sucia y gesticulante se lanzan a la calle; viene así la revancha de una clase media, o sea mediocre, con complejo de inferioridad, de los intelectuales, los funcionarios de correos, los pedagogos, abogadetes y tertulianos mal vestidos, los horteras, que pasan a usurpar el papel hasta entonces reservado a la gente bien en los banquetes de Palacio, en las cenas de gala, en los salones de las embajadas. «Era [Manuel Azaña] el vengador de los cocidos modestos y de los pisos de cuatro duros de los Gutiérrez y González anónimos».NOTA 18

    Cerrando esta digresión, retomo el hilo de mi narración, precisamente con los acontecimientos del 14 de abril de 1931. Al proclamarse la República, mi abuelo y los demás empleados del rey -que habían temido ser despedidos- obtuvieron poder quedarse empleados interinamente en el Patrimonio de la República (hoy Patrimonio Nacional), formado con los bienes incautados a la Corona; el 12 de marzo de 1935 vieron mejorada su suerte, al pasar a ser funcionarios públicos -en su caso, del cuerpo de subalternos, con destino de mozo en el Palacio Nacional, o sea el palacio real, que se hizo residencia del Presidente de la República. Allí vio sucederse a D. Niceto Alcalá-Zamora y a D. Manuel Azaña (quien al parecer fue el primero que instaló cuartos de baño modernos en ese edificio).

    Un decreto del Presidente de la República de 1936-07-21, publicado en la Gaceta de Madrid al día siguiente, disponía «la cesantía de todos los empleados que hubieran tenido participación en el movimiento de subversión o fueran notoriamente enemigos del régimen». En aplicación de tal precepto, una orden ministerial del 23 de septiembre de 1936 (que lleva la firma del ministro Juan Negrín y del Presidente Manuel Azaña) separaba del servicio a mi abuelo -igual que a muchos otros funcionarios del Patrimonio de la República. Se elaboró entonces un procedimiento (decreto de 1936-09-27), cuyo art. 2 rezaba así: «Los que quieran reintegrarse lo deberán pedir en un mes rellenando el cuestionario que la administración le entregará». Hasta donde yo sé, mi abuelo no solicitó la reintegración.

    Y es que tenía pleno fundamento la vehemente sospecha que sobre él pesaba de simpatizar con los sublevados. De un lado, fue vitalicia, y sin fisuras, su total adhesión a la monarquía, y en concreto a la familia de D. Alfonso XIII (el instigador de toda la conjura que desembocó en la sublevación coordinada por el General Mola), siendo compartida por mi abuela. En la inquebrantable fidelidad de mis abuelos a la dinastía participaba todo su círculo de amistades. Todavía muchos años después recuerdo cómo seguían pasándose álbumes de fotos de las infantas y demás augustas personas de sangre azul, con una devoción que difícilmente superará el ardor revolucionario de su nieto cuando éste se adhiera al comunismo; y en casa de mis padres siempre estuvieron colgados en los mejores lugares los retratos dedicados de D. Alfonso y de su esposa, la reina Victoria Eugenia, junto a otras reliquias regias, alguna de las cuales aún se conserva.

    De otro lado, la cosa no paraba ahí. Mis abuelos habían sido fervorosos partidarios del dictador General Miguel Primo de Rivera y Orbaneja y, por extensión (quizá menos), de su hijo, D. José Antonio María -Marqués de Estella igual que su padre; compraron una radio (que se conservó en casa de mis padres mientras yo viví en ella) para poder escuchar en directo el discurso del Marqués en el teatro de la Comedia el 29 de octubre de 1933 por el que se fundó la Falange; pero su simpatía por ésta era limitada, ya que, como lectores del ABC (y votantes -no me cabe duda alguna- de Renovación Española el 19 de noviembre de 1933 y del Frente Nacional el 16 de febrero de 1936), preferían un monarquismo más convencional y con menos ínfulas sociales.

    Salvo el cese en el servicio, mi abuelo no sufrió ningún otro incomodo durante la guerra. En abril de 1939 fue repuesto en el cuerpo de subalternos del Patrimonio Nacional y en 1940 fue nombrado portero de las secretarías oficial y particular de S.E. el Jefe del Estado. Se le concedió la gracia de seguir en el servicio activo al alcanzar la edad de jubilación (12 de septiembre de 1949), permaneciendo en su puesto de ordenanza del, entre tanto, llamado «Palacio de Oriente».

    Mi madre, Mª Francisca Gonzalo González, nacida el 5 de octubre de 1911, fue funcionaria del Ministerio de Obras Públicas, por una oposición que había ganado en 1928, aunque tuvo que esperar al 18 de enero de 1930 para poder tomar posesión de su plaza, por razones de edad; entonces fue destinada a la tercera división de ferrocarriles con un sueldo de 2.500 Pts anuales.

    Era madrileña y en la capital pasó su infancia y juventud. Aunque, bajo el influjo de sus padres monárquicos, tendió a ser, probablemente, una jovencita conservadora (según las declaraciones, más abajo reproducidas, sobre su vinculación al grupo «Aspiraciones»), debió manifestar pronto ideas y actitudes de cierta rebeldía; lo demuestran dos indicios:

    [1] que estudió -aunque no sé cuándo- el esperanto (lo cual era un símbolo, en aquellos años, de espíritu progresivo y emancipatorio);NOTA 19 y

    [2] que trabó amistad con la célebre heroína de tragicomedia Hildegart Rodríguez Carballeira. Con ésta última acaso coincidió estudiando el bachillerato como oyente en el mismo Instituto (no estaba aún bien aceptado que las muchachas estuvieran matriculadas como alumnas oficiales), examinándose, seguramente, ambas como alumnas libres.NOTA 20

    Tras casarse el 10 de agosto de 1935 (en la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de los Dolores), vivió un año y medio, aproximadamente, en la calle de Fernando el Católico (en el barrio de Argüelles) en un piso -que yo no he conocido- espacioso y cómodo; estaba, creo, en un ático, según costumbre familiar -que yo he continuado, cuando he podido; disponía de calefacción central; podían pagar el alquiler gracias a los tres sueldos combinados de mis dos progrenitores y de mi abuelo materno.

    Contrariamente a la versión justificatoria proporcionada después por los sublevados,NOTA 21 la vida española en el comienzo del verano de 1936 era de relativa tranquilidad y sosiego.NOTA 22 Salvo los pocos que estaban en el ajo, nadie se esperaba, para nada, una gran conmoción o turbulencia.NOTA 23

    Es verdad que había habido algaradas, huelgas, disturbios localizados y enfrentamientos a mano armada, más o menos puntuales -incluso actos aislados de pistolerismo-, pero las cosas iban volviendo a su cauce, retornando paulatinamente la calma. Las clases ricas y acomodadas iniciaban sus vacaciones estivales con tranquilidad y sin zozobra, camino del mar Cantábrico (los más afortunados en Biarritz). Pero el 12 de julio cae asesinado (por un pelotón de requetés o de falangistas) el teniente José del Castillo Sáenz de Tejada, de la Guardia de Asalto, y al día siguiente, en represalia, el diputado del Bloque Nacional, D. José Calvo Sotelo. Ni siquiera entonces la masa de la población presagió, ni por asomo, que estaba en víspera de una guerra civil (por mucho que algunos políticos exaltados -como Largo Caballero- fueran dados a hacer ese tipo de pronósticos).

    En la noche del viernes 17 de julio, mi madre se extrañó al ver que su marido no llegaba a la hora habitual de su trabajo en el Ministerio de la Gobernación. Una llamada telefónica, horas después, le daría la explicación: los militares se habían sublevado en el Marruecos español. Hasta el sábado 18 de julio no habría levantamientos en la Península.

    En marzo de 1937 mi madre recibe la orden de trasladarse obligatoriamente a Valencia, la sede del gobierno nacional entre noviembre de 1936 y octubre de 1937. Al desplazar su sede el Gobierno a Barcelona en el otoño de 1937, allí se vio destinada ella. En Barcelona vivía, junto con sus padres, en el Hotel España (en el Carrer Sant Pau, al lado de la Rambla, el Liceo, la Plaza de Cataluña, el Paseo de Colón, la Catedral y el Barrio Gótico -aunque los tiempos no eran nada propicios para el solaz que normalmente proporciona ese extraordinario marco urbano). Allí sufrieron repetidos bombardeos de la aviación enemiga. Pudieron escapar poco antes de caer la ciudad en manos del General Yagüe en enero de 1939, desembarcando en Valencia y prosiguiendo viaje a Madrid, donde se alojaron de momento en casa de un pariente de mi padre; en seguida entraron las tropas de Franco. Mi madre se presentó a las nuevas autoridades, siendo readmitida de momento.

    Meses después fue sometida a depuración, reprochándosele muchas cosas, desde haber estado afiliada al partido comunista (lo cual era verdad) y haber colaborado con el socorro rojo, hasta haber estudiado inglés; pero sobre todo ser desafecta al Glorioso Movimiento Nacional.

    Finalmente el instructor del expediente elaboró un pliego de cargos (que persiste en mi archivo personal y es una obra maestra de insidia). Ese pliego no incluyó todos esos motivos, sino en lo esencial éstos:

    En su pliego de descargo mi madre alega: «A raíz de la República, se formó Aspiraciones, asociación monárquica femenina que tenía su domicilio en la calle del Marqués de Valdeiglesias a la cual se asoció [la declarante] desde los primeros tiempos de su fundación [...] con el cual [Renovación Española] se unió después Aspiraciones [...] Cuando las elecciones de febrero de 1936, correspondiéndome votar por ser ya mayor de edad, acudí a Renovación para ser incluida en el Censo, dejando allí cédula y demás datos a tal objeto. No pude votar por haber dispuesto el Gobierno de entonces no lo hicieran aquellos a quienes correspondiera votar por primera vez». Y añade que es y fue siempre fervientemente monárquica y que sólo se afilió al partido comunista para sobrevivir.

    Evitó así, in extremis, ser expulsada del cuerpo, pero por orden ministerial del 20 de noviembre de 1939 se le impuso una sanción que la colocaba en la cola del escalafón (en realidad más que eso: perdía 35 puestos, por lo cual había que esperar a que entrasen nuevos funcionarios en el cuerpo para que volviera a tener una posición en dicho escalafón) y la trasladaba, con carácter forzoso, a la ciudad de Alicante, a cuya Jefatura de Obras Públicas fue destinada, prohibiéndosele solicitar otro destino durante años. Allí fue bien acogida por sus compañeros de trabajo, incluyendo alguno que era firme falangista pero que se mostró amable hacia aquella joven descarriada.

    Diez años después mi madre solicitó poder volver a Madrid, contando con recomendaciones altísimas, incluyendo la del almirante Pedro Nieto Antúnez y otros personajes conocidos a través de los viejos vínculos de Palacio. En vano.

    Sólo en 1952 consiguió que D. Fernando Suárez de Tangil y Angulo, conde de Vallellano (monárquico y recién nombrado ministro del ramo), levantara finalmente la sanción permitiéndole regresar a Madrid para reunirse con su marido.NOTA 24


    §2.- Antecedentes familiares. Lado paterno

    Mi padre, Lorenzo Peña Chércoles, era hijo de Marcelo Peña Peñaranda y de Juliana Chércoles Miranda, ambos sorianos. Era una familia obrera, de origen campesino. Él de hecho había nacido en Casarejos el 10 de agosto de 1913.NOTA 25

    Siendo mi padre muy niño murió el suyo, Marcelo Peña; nombrósele como tutor a D. Jacinto García de la Filia Sacristán, cuñado de su madre. Ésta contrajo segundas nupcias con José Fuentes Sáez, ferroviario de la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante; trabajando como fogonero, viajaba en el tren regio de S.M. el rey don Alfonso XIII. (Decididamente los borbones tenían que ver conmigo o yo con ellos.)

    Mi padre preparó unas oposiciones de Aduanas, que no debió sacar. En 1933 -ya novio de mi madre y con 19 años de edad- opositó al Ministerio de Gobernación, siendo aprobado con el número 3. (Cuando preparó las oposiciones tuvo que estudiar muchos temas jurídicos y creo que su influencia fue importante en mi interés juvenil por el Derecho.) Fue así funcionario del cuerpo auxiliar de administración civil de dicho Ministerio desde el 1 de julio de 1933 hasta el 16 de agosto de 1939. Antes de la guerra tuvo varios destinos: la dirección general de sanidad, el Tribunal de Garantías Constitucionales (en comisión de servicios)NOTA 26 y finalmente la secretaría del subsecretario de Gobernación.

    Antes de 1936 mi padre era un hombre apolítico, aunque vagamente simpatizante de la izquierda republicana. En esa época no creo que haya sido anticlerical, como lo fue luego (por la amarga experiencia de la posguerra). Toda su familia era católico-monárquica (y algunos antepasados suyos eran de orientación carlista). Entre sus parientes maternos, los Chércoles, abundaban los clérigos, pero también entre los Peñaranda hubo algún individuo señalado de quien luego hablaré.

    Es más, al parecer mi padre había conocido a mi abuelo materno en 1931 (el año en que cumplió 18). Me pregunto si el medio de tal conocimiento fue algún nexo eclesiástico, toda vez que en ese ambiente clerical de su familia materna pudieron existir vínculos con el círculo devoto de mi abuelo materno (desde 1894 socio de la Real y Venerable Orden Terciaria de Servitas -o siervos de María Santísima de los Dolores).

    Como ya lo he dicho, durante las elecciones del 16 de febrero de 1936 mis padres no pudieron votar porque, para zanjar problemas, el gobierno de D. Manuel Portela Valladares había decretado que se mantendría el censo electoral de noviembre de 1933 rectificado. Durante esas elecciones mi padre estuvo trabajando en horario nocturno en el ministerio de la gobernación con el ministro y presidente del consejo, D. Manuel Portela Valladares, viviendo la jornada con tensión, porque en los círculos allegados a la Presidencia se temía un golpe de estado militar acaudillado por el general Franco -jefe del alto estado mayor del ejército- para frustrar la expresión de la voluntad mayoritaria del pueblo español.NOTA 27

    Ya antes de la guerra, al producirse los disturbios de octubre de 1934, mi padre (aún soltero) tuvo en su casa escondidos a Juan Peñaranda Andrés y a su hermano, que era Canónigo de la Catedral de Salamanca y capellán del convento de las Trinitarias de Madrid, temerosos -por su significación- de ser agredidos por las turbas, en caso de que se llegara a nuevos tumultos anticlericales (aunque de hecho no tuvieron lugar).

    Al empezar la guerra, mis padres compartían vivienda con mis abuelos maternos en su piso de la calle de Fernando el Católico. Su círculo de amistades era principalmente de jóvenes de la CEDA y conservadores. Como ya lo he dicho, mi padre estaba destinado en ese momento en la secretaría del subsecretario de Gobernación, Osorio y Tafall.NOTA 28 Abusando de la confianza en él depositada por sus superiores, sustrajo papel oficial membretado y sellos, con los cuales falsificó salvoconductos (que él firmaba sin estar legitimado) para ayudar a escapar a personas sospechosas de complicidad con los sublevados, entre ellos los cinco siguientes:

    Más peligroso aún para él fue albergar secretamente en su casa a dos sublevados:

    1. el teniente de complemento Juan Antonio Zulueta y Cebrián (cobijado allí entre el 21 de julio y el 24 de septiembre), del Debate, agente de enlace civil con los militares alzados en el Cuartel de la Montaña;NOTA 30 y
    2. Julián Chércoles Utrilla, sargento de artillería del regimiento de a caballo, falangista, capturado al levantarse en armas en Carabanchel, preso en la Cárcel Modelo, de la que se fugó al incendiarse ésta el 22 de agosto, refugiándose en el domicilio de mis padres -que distaba poco de esa cárcel.

    A ambos los condujo -tras tenerlos asilados en su casa- a lugar seguro (al primero lo llevó el 24 de septiembre a la embajada de Turquía, de donde pasó luego a la zona controlada por los sublevados).

    Tales actividades de «pimpinela escarlata» -de un jovenzuelo que cumplía esos días los 23 años- implicaban un grave riesgo para su propia vida, en el Madrid convulso del verano de 1936, patrullado por los vigilantes antifascistas (no pocos de ellos de signo rojinegro y, por ende, visceralmente anticlericales). De hecho el portero de su inmueble era de la CNT y vigilaba las entradas y salidas, sufriendo el domicilio un registro del que ignoro cómo salieron airosos.

    Tras afiliarse a la UGT en octubre de 1936 (hasta ese momento era un hombre sin filiación ninguna), mi padre fue movilizado, incorporándose a filas. Combatió en varias de las batallas más famosas de la contienda, como Brunete y Belchite -aunque ignoro los detalles de su trayectoria militar-. Por una de esas participaciones en combate recibió una recompensa honorífica. Hacia el final de la guerra pasó unos meses destinado al SIM (Servicio de Información Militar) en Barcelona, donde pudo así ver a su mujer. Movilizado en las trincheras, ingresó -como centenares de miles de soldados y civiles republicanos- en el único partido que organizaba seriamente la resistencia, que era el Partido Comunista de España.

    Destinado de nuevo a la zona Centro-Sur, mi padre fue apresado en el puerto de Alicante el 1 de abril de 1939, en aquella tragedia colectiva que hoy ha sido narrada por tantos testigos; encerrado en el castillo de Santa Bárbara, fue puesto en libertad unos días después -dado el desbarajuste de los vencedores, que estaban desbordados por la inmensidad del botín humano capturado y que no tenían medios para proceder a su eliminación inmediata -que era su afán.

    Huido a Madrid, fue detenido de nuevo. Será juzgado y condenadoNOTA 31 el 16 de diciembre de 1940 a 12 años de prisión mayor por el delito de auxilio a la rebelión (estaba acusado de rebelión militar, lo que podía acarrear pena capital);NOTA 32 la benigna pena se debió a los testimonios de alguno de los muchos individuos a quienes había salvado la vida.NOTA 33

    El propio ministerio fiscal, en el acta de acusación, reconocía: «El acusado, durante su permanencia en el Ministerio de la Gobernación, facilitó documentos de identidad a infinidad de personas de derechas, falsificando el sello del Ministerio y que ellos utilizaron como salvoconductos».

    Después de estar encerrado en la Prisión de Conde de Toreno 2, fue trasladado a la de las Comendadoras (1940-10-26), siendo nombrado el 3 de febrero de 1941 auxiliar del capellán. Meses después, el 1 de junio del mismo año, fue puesto en libertad condicional, tras 1 año, 10 meses y 21 días de encarcelamiento. Los presidios rebosaban; no sólo no se había resuelto sino que se había agravado la desorganización carceral.

    En realidad toda España sufría un desmoronamiento de la vida civilizada: sin contar ni los fusilamientos diarios ni la gigantesca población reclusa en condiciones espantosas ni los cientos de miles de exiliados, la vida en España se caracterizaba entonces por: hambre, desnutrición, escasez, desabastecimiento, estraperlo, regiones devastadas, despoblación, casas destrozadas, edificios derruidos, paralización de los servicios, suministros erráticos de agua, luz y teléfono, hundimiento de la industria, malas cosechas, hogares sin lumbre (pese al eslogan oficial), inutilización de buena parte de las vías férreas (se viajaba con los retretes tan abarrotados de viajeros de pie como el resto de los vagones), asfixiante control de la Guardia Civil -que vigilaba las idas y venidas-, estado pésimo de las carreteras y de los puertos, delincuencia, mugre, basuras, harapos, mendicidad, generalización de la sarna, la tuberculosis, las neumonías y muchas otras enfermedades, orfelinatos hinchados a desbordar y en mal funcionamiento, agobio, luto, congoja y aburrimiento: un cine reducido a las películas permitidas por el régimen (había que, puestos en pie, con el brazo en alto, cantar el «Cara al Sol» al aparecer en pantalla el Generalísimo); una restringida frecuentación de las playas (en éstas, al igual que en los cines, hombres y mujeres tenían que estar separados para rehuir el pecado).NOTA 34

    Tal vez el retroceso en España entre 1936 y 1946 tenga muy pocos precedentes, entre ellos el derrumbe civilizacional que sufrimos al ser invadidos por los germanos -vándalos, suevos, alanos y godos- en el siglo V. Otra tragedia comparable es la que ha traído a Mesopotamia la conquista estadounidense de 2003.

    Muchos años después de la guerra civil seguirán viviéndose en España sus secuelas (todavía hoy vivimos algunas, aunque no lo parezca; nadie sabe cómo hubiera sido nuestra Patria sin aquel desastre y sin la tiranía que de él salió).

    Al ser puesto en libertad condicional, mi padre quedó en paro. Como tantos rojos de aquellos años, vio denegados los empleos que solicitó; igual que a tantos excombatientes republicanos, sólo le quedó un recurso (y eso una vez que hubo pasado el período de varios años durante el cual estuvo desterrado a la ciudad de Alicante, de la que le estaba prohibido ausentarse y donde tenía que personarse regularmente en una comisaría de policía): trabajar como viajante de comercio por aquellos pueblos de la España agraria, letárgica y polvorienta de los años cuarenta -en su caso vendiendo un árido para la fabricación de helados.

    Más tarde, fracasados otros intentos, consiguió que un ex-compañero de celda, Lázaro Martínez Vázquez, hijo de un ferretero madrileño, le diera un empleo en la capital.NOTA 35

    Entre tanto, un decreto de Franco de 9 de octubre de 1946 otorgó un indulto, gracias al cual mi padre logró que en 8 de septiembre de 1949 le fuera conmutada -por una gracia del Jefe del Estado- la pena de 12 años por la de 8 años también de prisión mayor.NOTA 36

    La pena de 12 años traía como accesoria la inhabilitación absoluta, mientras que la de 8 sólo la de suspensión de empleo. Había sido separado del servicio el 16 de agosto de 1939 por haber transcurrido el plazo para presentar declaración jurada exigida para su depuración político-social (no podía presentarla por encontrarse preso).

    En 1950 mi padre solicitó su readmisión en el cuerpo de auxiliares de Gobernación, siendo apoyado por algunos altos funcionarios del ministerio; abrióse entonces un proceso de depuración en el cual se formularon otros cargos, diversos de los que habían dado lugar a su condena, entre otros haber estado afiliado a izquierda republicana antes del 18 de julio (falso) y haber militado en el partido comunista durante la guerra. De ese expediente de depuración resultó la no-readmisión en el cuerpo (la alcanzaría sólo en 1977).


    §3.- Los primeros años (1944-52)

    Vine al mundo el 29 de agosto de 1944 en el seno de esa familia de clase media (intelectualmente, media-alta; económicamente, media-baja -y, en el momento de nacer yo, bajísima). Mi nacimiento fue milagroso; o más bien el milagro es que pudiera sobrevivir, porque, habiendo quedado sin coser el cordón umbilical, estuve 24 horas entre la vida y la muerte; pero se ve que ese día estaba de suerte. (Sobreviví gracias a una transfusión de sangre materna.)

    Mi casa natal era un piso de la Avda. Pérez Galdós 72, en el barrio de San Blas en Alicante, quizá la ciudad más hostigada por la aviación fascista durante la guerra civil (118 bombardeos con 481 muertos) -tal vez en castigo a ser la población donde había sido fusilado el fundador de la Falange en noviembre de 1936.

    Mi primera infancia (de la que nada recuerdo) transcurrió entre Madrid y Alicante. Ese período infantil finaliza bruscamente el 6 de julio de 1950, día en que fue mortalmente atropellado mi abuelo materno (en cuya casa estaba yo viviendo ese año, junto con mi padre y su suegra).

    Fallecido mi abuelo, su viuda se fue a vivir a Alicante con mi madre, mi hermana y yo. Ese período, de agosto de 1950 a febrero de 1952, es la primera etapa de mi vida consciente.

    Estudié en el Colegio de Hijos y Huérfanos de Ferroviarios, del que guardo un buen recuerdo: a sus maestros agradezco lo mucho que me enseñaron. Creo que en esos meses se formó indeleblemente mi personalidad con muchos de los rasgos que han continuado hasta hoy.

    Desde muy pronto, encontré en mi hogar materno un ambiente propicio a la lectura y una invitación a leer.NOTA 37 El primer libro que recuerdo era una colección de poesías para niños, que creo le habían regalado a mi hermana. Me parece que se trataba de Las fantasías de Nana Manur de Carmen de Rafael (más tarde conocida como «Carmen Kurtz»), con ilustraciones. De ese primer libro recuerdo esta hermosa poesía:

    Allá a lo lejos de Filipinas - hay unas islas muy chiquitinas
    en donde crecen los cocoteros, - llenas de flores, de tigres fieros,
    de arenas finas cual polvos de oro. - Allí un pirata escondió un tesoro.
    En esas islas del Mar del Sur - vive la linda Nana Manur.
    Nana Manur tiene mil trajes - con los que juega por los boscajes.
    Túnicas lleva de colorines - y nunca rompe sus calcetines.
    Tiene collares de ámbar y perlas - que sólo cuestan ir a cogerlas.
    Son sus juguetes las caracolas - y las pechinas que traen las olas.

    Además de la antología de textos seleccionados que nos prescribieron en el colegio y que se titulaba Rueda de espejos (donde leí el primer extracto del Quijote y un relato sobre Guillermo Tell, que quizá influyó en mi primer aprecio por la rebeldía),NOTA 38 pasó por mis manos -ya un poco más tarde- la serie de cuentos Araluce, de la cual leí varios fascículos: Cuentos chinos, georgianos, armoricanos, africanos, griegos y otros más. Me impresionaron tres cosas: (1ª) la gran y antigua civilización china con su culto al libro (que denostará Mao Tse-tung pero que yo profesaré toda mi vida y sigo profesando); (2ª) el precepto de tratar a los animales con compasión («El príncipe que amaba a los animales», no sé en qué colección); (3ª) un cuento africano donde aparecía una trinidad de dioses, que, aunque no llegó a suscitar del todo -a esa tierna edad- una interrogación relativizante sobre los dogmas religiosos que nos enseñaban en el colegio, concretamente el de la Trinidad, sí me produjo un cierto asombro cuya huella persistió.

    Otra de aquellas lecturas infantiles fue la de los viajes de Gulliver de Jonathan Swift: «Gulliver en el país de los enanos» y «Gulliver en el país de los gigantes». Eran lecturas cargadas de significado, relativizantes de certezas, inspiradoras de interrogantes e inquietudes. Es dudoso hasta qué punto tales virtualidades causaron efectos de esa índole en la mente de un niño de 6 ó 7 años; pienso que la semilla del cuestionamiento quedó plantada.NOTA 39

    Otra lectura de ese entonces (o poco después) fue la de varios libros de la colección Ortiz «Al alcance de los niños», que abarcaba obras de Francisco de Rojas y de Juan Ruiz de Alarcón.

    En lo tocante a la siembra de mi futura (y actual) militancia animalista, también mencionaré que en ese tiempo, cuando tenía yo 6 ó 7 años, me llevaron a la primera y última corrida de toros a que he asistido en mi vida. El espanto por aquella orgía de crueldad bastó para fijar de manera absolutamente inquebrantable mi posición para toda mi vida. Mi enemiga a la tauromaquia me llevará a romper relaciones de amistad en los años siguientes.

    Del final de ese período voy a mencionar, por último, un acontecimiento: la visita de un buque de guerra de la VI Flota norteamericana a la ciudad de Alicante en enero de 1952.NOTA 40 En el colegio nos advirtieron de esa llegada, instruyéndonos para que no incordiáramos a los marines pidiéndoles chicle. Todo eso me llenó de estupor; no creo que supiera yo qué era el chicle, pero, sobre todo, me extrañaba que los chavales fueran a merodear en torno a unos extraños para pedir nada (que era lo último que a mí se me hubiera ocurrido hacer; de hecho yo nunca vi a esos marines). No obstante, lo más llamativo para mí era el aviso de que no hablaban español. ¿No se hablaba español en América gracias a Cristóbal Colón? Retrospectivamente de esa visita de la armada yanqui me ha quedado una honda huella. Años después entendí que esa presencia era un respaldo militar de USA al tirano Franco, un paso más hacia el establecimiento de bases militares estadounidenses en territorio hispano.

    Completaré esta rememoración de la primera etapa de mi vida mencionando algunos recuerdos auditivos, concretamente referidos a las canciones que me vienen a la mente de ese período infantil. No son muchas. Mi afición a la música vendrá después. Lo que más pasaban por la radio eran coplas y pasodobles, a los cuales he sido siempre poco aficionado -o más bien nada. Sin embargo, vagamente recuerdo los «Suspiros de España» de Estrellita Castro, un par de coplas de Carmelo Larrea -«Están clavadas dos cruces en el monte del olvido» y «No te puedo querer») y la tan repetida «Mi jaca». En otro orden, las de Antonio Machín, que ya empezaron a gustarme por su lado dulce y sentimental, quizá ñoño. Las coplas de Juanita Reina y otras así las recuerdo pero jamás sentí placer al oírlas. También de esa época me vienen a la memoria ciertas sintonías publicitarias, como la del sobrecito Okal, el enemigo del dolor.


    §4.- Años de formación (1952-58)

    En este apartado voy a relatar hechos de mi vida cotidiana en varias facetas a lo largo del período de formación de mi personalidad, de 1952 a 1958, coincidiendo con el paso de la niñez a la adolescencia. Una faceta particular de esa formación, empero, queda desglosada del resto: el surgimiento de mi conciencia política, que vendrá abordado en el apartado siguiente.

    4.1. Vicisitudes de la vida

    Como ya he dicho, mi madre logró que le levantaran la sanción a comienzos de febrero de 1952, gracias a la mediación del Jefe provincial de Obras Públicas.

    Para mí la mudanza fue ocasión de un relativo infortunio. Pese a los destrozos bélicos, Alicante era una ciudad preciosa; yo tenía en el colegio y en el barrio un círculo de amigos (aun siendo ya de natural poco comunicativo) y estaba contento con la enseñanza que me proporcionaba el colegio.NOTA 41 Había pocos coches y el clima era benigno.

    Madrid era ya una villa inhóspita, exenta de belleza y encanto (aunque todavía lejos de ser la monstruosidad en que se ha convertido después). Ya lo invadía todo el automóvil -y el tráfico motorizado en general. Me sentí mal en ese entorno urbano desde el primer día.

    Acabé ese año el curso en el colegio Decroly (del que tengo muy mal recuerdo y en el cual creo que sólo aprendí el romance de Don Boiso); al año siguiente estudié, o vegeté, en un colegio pésimo de barrio, el Ruiola, en la calle Rodríguez San Pedro, donde me instruyeron para la primera comunión (y cuyo mejor recuerdo es haber aprendido a recitar la Oda al Dos de Mayo de Bernardo López García). De ahí pasé un año después a otro colegio también de barrio, el Carmeille, donde me preparé para el ingreso en el bachillerato.

    La primera noticia que recuerdo haber escuchado en la radio cuyo sentido comprendí es el fallecimiento de Jorge Negrete, anunciado en la noche del 5 de diciembre de 1953.

    Un mes después tuvo lugar una primera conmoción política que me afectó y que recuerdo perfectamente. Se había anunciado una visita de la reina Isabel II de Inglaterra al Peñón de Gibraltar, para festejar los 250 años de dominación británica en la punta meridional de la Península Ibérica. El 25 de enero tuvo lugar en Madrid una manifestación que reclamaba Gibraltar español, promovida por el SEU falangista. Al llegar a la calle Fernando el Santo, ante la embajada británica, la policía a caballo cargó con dureza de improviso. Los estudiantes, que se habían movilizado por una consigna al fin y al cabo oficial, se vieron traicionados. Al día siguiente nueva manifestación estudiantil, en la que se quemaron ejemplares del Arriba y se reclamó la libertad de prensa. Era un atisbo de la movilización estudiantil anti-régimen de dos años después.

    Pues bien, a todo esto, teníamos en el colegio Carmeille una maestra que era falangista ardiente -y, según creo, estaba emparentada con el alto comisario en Marruecos, General Rafael García Valiño-. En su simpatía por todo lo de la Falange, siguió con calor esas movilizaciones -inicialmente del SEU- y comentaba tales episodios en clase.

    De esa maestra no tengo ningún recuerdo afectuoso. En realidad sólo de uno de mis maestros de primaria tengo una rememoración favorable, que fue el que nos daba clase en el Colegio de Ferroviarios en Alicante (1950-52), a pesar de que era un falangista ardiente (fue él el primero en hablar con fuerte pasión de D. José Antonio María Primo de Rivera -«José Antonio» a secas-, de su muerte en la misma ciudad de Alicante a la edad de Cristo y ofreciendo su abrigo a uno de los ejecutores; mi comprensión de tales asuntos a la edad de seis años era ciertamente muy limitada, casi nula). Sin embargo, con esa maestra, también falangista, y a la edad de aceleración intelectual de los nueve años (1953-54) aprendí muchas cosas: desde la lista de los reyes de España y las 50 provincias hasta la ortografía castellana, el cálculo de raíces cuadradas y unos rudimentos de francés, pasando por las capitales de los países (China tenía como capital «Pequín o Nanquín»).

    Llego así a esa bisagra en la vida de muchos chavales de entonces que era la edad de 9 a 10 años. A esa edad finalizaba la enseñanza primaria y empezaba la secundaria para la minoría de españoles que iniciaban estudios de bachillerato. Minoría, en efecto, porque, de un lado, existía aún un porcentaje muy elevado de población rural, mientras que los Institutos de bachillerato estaban ubicados en las capitales de provincia y pueblos grandes; de otro lado, incluso en esas localidades había pocos Institutos, a veces muy alejados de las nuevas barriadas populares (y, si bien abundaban colegios privados, o sea de la Iglesia Católica, solían ser mucho más caros y, por lo tanto, inaccesibles para los obreros); y, en tercer lugar, la masa de las clases trabajadoras no solía pensar en esa vía para sus hijos. Aun siendo una minoría, era ya numerosísima; en ese difuso sector de la población vagamente conocido como «la clase media» la mayoría de los muchachos (menos de las muchachas) iniciaban -no forzosamente terminaban- los estudios de bachillerato elemental, que solían ir de los 10 a los 14 años. Los niños/adolescentes que no empezaban el bachillerato vegetaban en la Primaria algún año más hasta ponerse a trabajar.

    En octubre de 1954 inicié el bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros, en la calle Reyes, distante unos 25 minutos de mi casa (unos 2 Km, lo cual suponía una caminata semanal de 40 ó 44 Km; naturalmente entonces, y mucho tiempo después, el sábado era día laborable y de estudio, aunque teníamos libre esa tarde y tal vez otra en la semana).

    Ese período del Instituto fue el tiempo más amargo de mi vida, que no carecerá de sinsabores y penalidades (aunque ninguna como aquélla).NOTA 42

    4.2. La llegada de los adelantos técnicos

    Mis padres compraron en 1956 una televisión. (Mi hogar fue uno de los pocos de España que la tuvieron desde año de inicio de su programación.) Así pude ver, por la pequeña pantalla, algunas otras películas que, directa o indirectamente, trataban de la cuestión colonial, que fue la que tuvo más fuerza en mi toma de conciencia política. Y una película muy diferente de aquella época que me impactó mucho (como sin duda ha impactado a todos los espectadores y sigue haciéndolo) fue la singular «Doce hombres sin piedad» (1957).

    La entrada de la televisión en mi casa paterna no fue un hecho aislado. En general fue un hogar muy pionero en la adquisición de aparatos domésticos, a mucha distancia por delante de familias económicamente muy encima de nosotros. Primero la máquina de escribir Underwood (que mi madre había comprado decenios atrás y que yo conocí mientras estuve en su casa)NOTA 43, la plancha eléctrica, dos aparatos de radio (uno con recepción de ondas cortas) y cámara fotográfica; más tarde una moto Vespa y la cocina de gas Benavent; después: olla exprés, aspirador, lavadora, ventiladores, cafetera exprés, molinillo de café, túrmix (trituradora), almohadilla eléctrica, nevera -en 1955 una de hielo y al año siguiente una eléctrica. En 1960 un magnetófono.NOTA 44 Posteriormente, en 1961, comprarán un FIAT 600 de segunda mano. No había gramófono, en cambio, salvo uno viejo y arrinconado.NOTA 45

    Personalmente no tenía opinión acerca de esos avances -ni, de haberla tenido, nadie me hubiera consultado-; pero creo que en seguida heredé el entusiasmo por la técnica. Aunque luego nunca haya sido eso un motivo para la orientación de mis estudios, sí ha podido ser un factor de mi inclinación posterior al materialismo histórico, que enfatizaba el papel del progreso productivo de la humanidad, cuyo sustrato o cuyo núcleo es el avance técnico. Y, a pesar de que, siendo un niño o un adolescente, mi percepción de tales asuntos era muy limitada, así y todo pronto me percaté de la enorme importancia que para la vida cotidiana tenían los alivios que procuraban los nuevos instrumentos.

    Ese entusiasmo que sentí ya en mi adolescencia por el avance técnico fue unido a una idea de progreso y al rechazo de cualquier pasadismo. Eran actitudes también transmitidas por mi padre, que le venían sin duda de un fuerte progresismo juvenil, de una fe en la capacidad de su generación de emanciparse de atavismos y vestigios retrógrados para avanzar en el desarrollo de capacidades humanas, tanto en el aspecto de nuevas técnicas como en el de nuevos modos de vida y organización social.NOTA 46

    Mi padre sentía pasión por los adelantos técnicos en todos los órdenes, incluyendo la aviación (especialmente la de propulsión), los motores,NOTA 47 los rascacielos, los nuevos materiales (como el plástico -que también irrumpió tempranamente con fuerza en mi hogar paterno-, aluminio, acero inoxidable, nylón, más tarde tergal y formica), las nuevas modalidades cinematográficas -como el cinemascope- y los nuevos productos alimenticios. (Mi hogar familiar fue igualmente pionero en adoptar las nuevas pastas, popularizadas por las películas italianas de los años cincuenta, como Pan, amor y fantasía y Pan, amor y celos -ambas de Gina Lollobrigida y Vittorio de Sica-, que yo no pude ver por no estar autorizadas para todos los públicos, pero que a mis padres les encantaron).NOTA 48

    Yo recogí la mayor parte de esos entusiasmos (aunque lo de los aviones no recuerdo que me haya gustado nunca -tampoco me lo planteaba mucho). La pasión por los edificios de gran altura, sí. Al implantarse la tiranía franquista, algunos de sus ideólogos (posiblemente Giménez Caballero y los de su cuerda) habían planeado demoler la Telefónica de Madrid, por ser de estilo vulgar y extranjerizante: era un período de sumisión a Alemania y, por lo tanto, lo de inspiración norteamericana estaba mal visto. Más tarde, sin embargo, arrinconados todos esos planes, al someterse Franco a los estados unidos, se introdujo también la construcción de edificios elevados.

    El elegante Edificio España, en la Plaza del mismo nombre, en Madrid, se terminó en 1953, pero yo no recuerdo haber visto esa Plaza sin tal edificio. Mi afición a las construcciones altas me llevó a verlo siempre muy favorablemente, a pesar de que toda la zona estuvo en seguida llena de estadounidenses (ya fueran inversionistas o personal relacionado con la nueva base de Torrejón, que se estableció a raíz de los acuerdos militares entre Franco y los yanquis de septiembre de 1953). Recuerdo haber visto, en los años siguientes, cómo avanzaba la edificación de la Nueva Torre de Madrid, levantada enfrente y terminada en 1957, que estéticamente quedó siempre mucho menos agraciada que su compañera más veterana.

    Otros, ya entonces, abominaban de tales estilos, pero a mí me parecía magnífico que el ser humano se elevara, arrancando espacio al cielo, igual que los holandeses, con sus diques -como el del Zuiderzee-, ganaban espacio al mar.

    Sin embargo, no me gustaron todos los adelantos técnicos en el plano doméstico. La televisión, la moto y el coche pronto, muy pronto, comprendí que causaban más problemas de los que podían resolver. La introducción de la televisión en mi hogar puso fin a la frecuentación de las salas cinematográficas y condujo a una vida aún más casera (ya lo era bastante la nuestra), con el agravante de que me provocó una adicción enfermiza, en torno a 1957 ó 1958, con una enorme pérdida de tiempo, que tontamente malgastaba enganchado a la contemplación de la pequeña pantalla,NOTA 49 en perjuicio de mis estudios. Felizmente logré arrancarme de esa ludopatía, tomando la decisión de no mirar más TV -salvo, de manera excepcional, algunas películas, algunos reportajes o alguna otra emisión que mereciera especialmente la pena.

    Me pareció asimismo deletérea la llegada de la moto y del coche. Todavía más que la de la TV.

    Hasta la adquisición de la Vespa (en 1954), era costumbre familiar la de pasear los domingos por Madrid -juntos mis padres, mi hermana y yo-, recorriendo diversos lugares: desde el Museo de Artes Decorativas hasta la Dehesa de la Villa, el Parque del Oeste y el Retiro. En verano -y parte del otoño y la primavera- viajábamos en el tren de cercanías los domingos a Cercedilla, madrugando muchísimo. Yo lo pasaba muy bien en esas excursiones, de las que guardo un recuerdo lleno de nostalgia.

    En una de aquellas excursiones (hacia 1953) viajamos a Segovia, donde todavía vivía mi tía Juana (cuñada de mi abuela materna), en una casa con un corral de gallinas (lo más cercano a la ruralidad que he conocido de cerca en mi vida, pero durante unos minutos un solo día). En aquel viaje visitamos el Alcázar de Segovia, que me impresionó muchísimo. Yo ya tenía conocimientos para apreciar la época de los Reyes Católicos y tener una idea de lo que significó en la historia de España. Ver aquellos muebles, aquellos enseres, aquellas armas, aquellas fortificaciones fue un estímulo para interesarme aún más por la historia a partir de entonces.

    Todas esas prácticas excursionales la moto las reemplazó por una peregrinación dominical al campo, siendo mi padre aficionadísimo a ir a tomar el sol y darse un chapuzón en algún rincón con agua; solía ser un acceso al Jarama, cerca de Algete, o bien una poza cerca de La Pedriza.NOTA 50 (Una semana me tocaba a mí y la otra a mi hermana; se sobreentendía que los niños estábamos encantados de poder así disfrutar de la naturaleza.) Yo aborrecía tales prácticas, que me aburrían sin causarme el menor placer. Constituían, para mí, una obligación impuesta por la autoridad paterna (no se me consultaba, evidentemente, si me apetecían tales paseos). Cesaron las excursiones familiares en tren.

    Más tarde, con el coche, vinieron excursiones al pantano de San Juan y sitios así. Yo ya era estudiante universitario, y tales viajes en coche me desagradaban enormemente, hasta el punto de que -sin atreverme a decir «no»- manifestaba a las claras mi tedio. Mi animadversión al automóvil quedará para toda la vida, persistiendo ahora, casi medio siglo después.

    4.3. La orientación de mis estudios

    Por esos años de 1953 a 1957 se fue perfilando la orientación de mis futuros estudios, y concretamente en un par de opciones.

    Primero me tocó elegir un idioma, haciéndolo (contra toda previsibilidad) por el alemán. Los conocimientos que adquirí fueron pocos; nunca he llegado a dominar esa lengua (al principio no había más alumnos que yo, y entiendo que a mi profesor, D. Manuel Manzanares Sampelayo, no le era fácil organizar esa clase de a uno).

    No por ello abandoné del todo el francés, porque lo estudié autodidácticamente por libros de mis padres y escuchando la radio (sobre todo Radio Moscú). Más tarde, seguiré cursos de francés en la Escuela Oficial de Idiomas. También un poco después (en 1959-60) estudié el italiano en el Istituto Italiano di Cultura.NOTA 51

    Con la lengua y la cultura francesa se inició por entonces para mí una relación ambivalente -que ha continuado hasta hoy. De un lado, soy uno de los intelectuales españoles que más han llegado a asimilar ese idioma hasta el punto de pensar en él (casi sólo en él) durante una parte de mi vida (que, eso sí, será muy posterior a la que ahora estoy contando).

    De otro lado -tal vez paradójicamente- nunca he sido un admirador de la intelectualidad parisina, en ninguna de sus facetas, ni menos un secuaz de las modas del Sena. Cuando, más adelante, me introduzca en el pensamiento marxista, me resbalarán prácticamente todas las influencias de la Rive Gauche, no sintiéndome en ningún momento atraído por el estructuralismo de Lévi-Strauss o de Althusser ni por el marxismo lukacsiano de Lucien Goldmann ni, menos aún, por otras corrientes marxoides entonces incipientes. (Más abajo mencionaré, en cambio, mi aproximación pasajera a filósofos marxistas más ortodoxos como Garaudy.)

    Más alejado todavía me he sentido, a lo largo de mi vida, de la filosofía francesa contemporánea (cuando he tenido ocasión de conocerla), no habiendo experimentado jamás la menor simpatía por la obra filosófica de Deleuze, Derrida, Foucault, Lyotard, Lacan, Roland Barthes; ni siquiera por la de Sartre, Merleau-Ponty, Camus, Maritain, Gabriel Marcel, Bergson, Bachelard, Kojève o Hyppolite.

    Exceptuando la metafísica de Étienne Gilson y la de Maurice Blondel, la lingüística de André Martinet (de la que seré un entusiasta decenios más tarde), la obra de algunos historiadores de la École des Annales y -muchísimo más recientemente- la de grandes juristas franceses (como Léon Duguit), tengo que retroceder al siglo XIX y, sobre todo, al XVIII para encontrar pensadores franceses con los que he simpatizado alguna vez. (Y eso que en algunos períodos posteriores seré un aficionado a la lectura de publicaciones del marxismo ortodoxo francés, como La pensée.) Fervoroso de la revolución francesa y de sus precedentes intelectuales, tampoco seré nunca, p.ej., un cultivador de Rousseau.

    De modo más general, mi relación con la cultura francesa ha estado siempre marcada por una dualidad de actitudes opuestas, de atracción y repulsión, de aceptación y rechazo, de galofilia y galofobia.

    Mi segunda opción -ésta muchísimo más decisiva- fue escoger la rama de Letras -y no la de Ciencias- al iniciar el bachillerato superior en el otoño de 1958.NOTA 52 Una opción que mi familia daba como segura porque todos estaban convencidos de que eso era aquello para lo cual yo tenía talento y vocación. Y es que, en efecto, me apasionaban el latín, la lengua, la historia, la geografía y la religión (aunque mucho menos el arte o la literatura; creo que siempre fui demasiado racionalista para deslizarme hacia el esteticismo); mientras que me aburrían la física y la química.

    La opción por letras nunca me parecerá haber sido equivocada, porque, a partir de aquel año, el griego también hará mis delicias -aunque no tanto como el latín. Sin embargo, hoy -a tanta distancia temporal, y reflexionando en ello- pienso que fue una decisión que tomé sin mediar ninguna deliberación racional. Las matemáticas se me daban muy bien y solía obtener en ellas matrícula de honor (salvo un pequeño tropiezo en el primer año de bachillerato, en 1954-55, dado el salto brusco de modo de aprendizaje de la primaria a la secundaria). En suma: fue irreflexivo asumir la imagen que de mí mismo proyectaban los demás, tomando esa decisión precipitada y sin madurez. Es una pena tener que tomar decisiones así a los 14 años (en mi caso, recién cumplidos).

    4.4. Otras facetas de la vida cotidiana de aquellos años

    Las vacaciones estivales (que entonces eran de dos semanas) no solíamos hacerlas juntos toda la familia paterno-filial. Lo hicimos en pocas ocasiones. En 1952 estuvimos en una Residencia de Educación y Descanso en Sobrón (provincia de Alava). Durante esa estancia estuve yo muchos días en cama con una de mis reiteradas enfermedades de vías respiratorias y fiebre altísima.NOTA 53 Así y todo guardé un excelente recuerdo de aquel viaje. Luego en el año 1959 pasamos los cuatro un par de semanas en La Coruña, con largas horas en las playas de los alrededores. Más adelante, estando yo ya en la Universidad, al comprar mis padres el Seat 600, hicimos juntos tres viajes: uno a las Rías Bajas, otro por el Norte (provincias de León, Oviedo, Santander y Burgos) y un tercero a Valencia, Castellón de la Plana, Vinaroz, Peñíscola (con visita al Castillo del Papa Luna -que me encantó, porque siempre me fascinaba ver lugares históricos), el delta del Ebro (con carreteras aún sin asfaltar) y Tarragona.

    Durante los años 1954 a 1958 veraneábamos en Alicante mi abuela, mi hermana y yo, alojándonos en una pensión. Por las mañanas, la playa del Postiguet. Por las tardes cine (de sesión continua). A pesar de que ya se iba marcando la distancia ideológica que nos separaba cada vez más de nuestra abuela y de que la adolescencia nos apartaba de las pautas que podía imponer una anciana -a nuestro modo de ver con las ideas y los gustos de un tiempo pretérito-, no tengo mal recuerdo de aquellos veraneos.

    Gracias a los dos modestos sueldos de mis padres y a ser inquilinos en un piso de alquiler congelado por un Real Decreto de 1920 (entonces aún en vigor), mi familia vivía desahogadamente -aunque, eso sí, a costa de una estrictísima economía en muchas cosas: los niños vestíamos prendas de ropa usada recosidas por mi abuela; nada de bares ni distracciones parecidas ni tampoco de fiestas ni ningún gasto suntuario; cines de barrio de sesión continua; mobiliario modesto; pocos gastos extraordinarios con ocasión de las navidades, los cumpleaños u otras ocasiones similares; en algunos aspectos, sobriedad alimenticia -aunque siempre dentro de la abundancia.

    A pesar de tales estrecheces, el ir por delante de casi todo el mundo en la adopción de tecnología doméstica innovadora daba -o me daba a mí- una falsa impresión de holgura, que me acomplejaba, infundiéndome una especie de vergüenza que me llevó a ser pronto muy discreto al respecto (para lo cual tenía otros motivos, dada mi tendencia al hermetismo y al aislamiento en el ambiente ideológica y axiológicamente hostil del Instituto). Y es que en casa de mis padres había unas prácticas culturales y vitales sumamente diversas de lo usual -al menos de lo que yo percibía como usual por mis compañeros de clase.

    4.5. Las películas

    Las películas que vi en aquellos años eran en general sosas, porque las interesantes -cortadas o no por la censura, según se rumoreaba- estaban prohibidas a los menores de 16 años. Y cuando alcancé esa edad, ya dejé de ser asiduo espectador.

    Me gustaban las películas de tema histórico, que eran de las pocas que se permitían a menores. Me interesaban especialmente las relativas a temas como el Resurgimiento italiano y a la revolución mexicana, así como «Guerra y paz» (adaptación de la novela de Tolstoi), las de espionaje y la adaptación de 1957 de «Adiós a las armas» de Ernest Hemingway. Recuerdo también alguna sobre la insurrección india de 1857 contra el yugo británico -naturalmente vista desde el ángulo colonialista, pero que yo miraba desde la simpatía a los insurrectos. Asimismo -y un poco en esa línea- «Sangre sobre la tierra», de la Metro Goldwyn Mayer, dirigida por Richard Brooks (se refería a la revolución Mau Mau en Kenia). Y, aunque de otro tipo muy distinto, algunos otros filmes de tema colonial, como «La senda de los elefantes» en que actuaba la actriz favorita de mi madre, Elizabeth Taylor. En otro orden también me impresionó El mayor espectáculo del mundo (1952).

    Entre las películas españolas de aquella época o un poco más viejas -que se seguían pasando en los baratos cines de barrio de sesión continua, que eran los que frecuentábamos- recuerdo varias; y, siendo así, supongo que es porque me causaron algún placer o interés (en algún caso por mostrarme hechos o facetas que despertaban mi curiosidad): De Madrid al cielo (1952), de Rafael Gil; La tonta del bote, en su versión primitiva de 1939, dirigida por Gonzalo Delgrás; Todo es posible en Granada (1954), de José Luis Sáenz de Heredia (el primo del fundador de Falange y conocido sobre todo por Raza); «Recluta con niño»; «El malvado Carabel» de Fernando Fernán Gómez (1955); Cuerda de presos (1956); las de tema histórico, como: La leona de Castilla, La nao capitana, Jeromín (1953), La princesa de los Ursinos, Violetas imperiales (en la bella versión en que figuraban Luis Mariano -siempre magnífico con sus canciones- y Carmen Sevilla).NOTA 54

    Sin duda mayor interés suscitaron en mí otras películas -vistas un poco posteriormente- como éstas: «Los jueves milagro» de Luis García Berlanga (1957); «Novio a la vista», del mismo cineasta (1954), que me interesó muchísimo por su contenido histórico (al final de la primera guerra mundial nuevo trazado del mapa de Europa) así como por su pulla antiborbónica; «En la ardiente oscuridad», del argentino Daniel Tinayre (1959), basada en la obra teatral de Buero Vallejo; y, sobre todo, «Candilejas» de Charles Chaplin (1952).

    4.6. La radio y la canción

    En aquellos años escuchar la radio era uno de los principales pasatiempos; la calidad de las emisiones radiofónicas era infinitamente superior a la de las actuales en España (hace falta poco, ya lo sé, pero la distancia es inmensa e indescriptible). Se radiaban obras de teatro, adaptaciones de novelas y novelas leídas, de Benavente y muchos otros autores de primera fila y de otros de segunda o tercera.NOTA 55

    Entre las obras que así escuché están: Lorenzaccio de Alfred de Musset (una adaptación en varios episodios dominicales -demasiado complicada para entenderse así, pero a través de la cual, posiblemente, tomé contacto, por primera vez, con el tema del tiranicidio, que un tiempo después me interesará por la obra del P. Juan de Mariana); El poder y la gloria de Graham Greene -aunque, si mal no recuerdo, se pasaba en serial, del cual sólo pude oír algún episodio suelto (del que no entendí gran cosa porque lo ignoraba todo de ese capítulo de la historia mexicana; al leer la novela decenios después, me vino a la memoria esa audición de adolescencia); Tovarich, de Jacques Deval (que no sólo me encantó sino que además contribuirá a mi rusofilia); Marianela de Benito Pérez Galdós (que dejó en mí hondísima huella por las penas y desdichas de la pobre joven, trágica víctima del infortunio y del desdén, con la cual me sentí muy identificado).

    Y, aunque hoy tenga una fama detestable, recordaré con emoción el estupendo serial Un arrabal junto al cielo, de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca, emitido en 1954 y dos años más tarde estrenado en el Calderón como obra teatral. El ABC de 1956-06-13 lanzaba una violentísima diatriba contra esa obra: «Un arrabal junto al cielo empieza en actitudes y ademanes de un enorme tono folletinesco, con alusiones al barro y propensión al llanto, a los señoritos juerguistas y a la pobre florista que querían seducir y unos cuantos personajes malvados que embriagan a la florista para que haga el ridículo en sociedad, y, después, para desprestigiarla a los ojos de su novio. Pero, a partir de ese momento, Un arrabal junto al cielo pierde su aire melodramático y se convierte en una sucesión de escenas de dos personajes [...] que [...] resultan pesadas y farragosas, cuando no sensibleras y gimoteantes [...] El problema de los suburbios, complicado con los amores de Javier y la florista y las largas peroratas de un sacerdote [...] componen los elementos fundamentales de este engendro, que ignoramos por qué razón ha sido llevado al teatro». Lo que pasa es que era una obra de tema social, que denunciaba la miseria de los suburbios, la maldad de los ricos, la indefensión de los pobres, y se entiende que al ABC todo eso le repugnara.NOTA 56

    Pasando de la radio a la canción, recuerdo que me gustaban mucho las canciones de Ima Súmac, pero no me acuerdo de ellas. Recuerdo, en cambio: «El negro zumbón» de Silvana Mangano; los fados de Amalia Rodrigues; «La Flor de la canela» de Chabuca Granda; las canciones de Antonio Machín (ya mencionado más arriba); después las de Lucho Gatica (como «Yo vendo unos ojos negros»), las rancheras, los boleros de Los Panchos; todavía pasaban frecuentemente por la radio tangos de Carlos Gardel (cuya letra mi padre se conocía de memoria y entonaba a menudo). Eran también años de expansión de la canción italiana («A rivederci Roma», «Volare», «O sole mio», etc). La canción española era escasamente afortunada: aparte de algunas de Luis Mariano, apenas me gustaban unas pocas de Juanito Valderrama («El emigrante») y de Antonio Molina («Yo soy minero»); algunas canciones sentimentales interpretadas por José Luis y su guitarra no estaban mal; más tarde, con el Festival de la canción mediterránea de Barcelona, alcanzaron alguna notoriedad unas pocas canciones españolas, como «Mare Nostrum», pero lo que despuntó fue la canción griega, merecidamente recompensada en 1960 en la voz de Nana Mouscouri. No era yo entonces muy aficionado todavía a la canción francesa ni a la de lengua inglesa; apenas recuerdo haber escuchado algunas de Frank Sinatra y de Nat King Cole (¿quién no siente nostalgia con «Ansiedad de tenerte en mis brazos»?). De manera más minoritaria estaban las bellas canciones de las Hermanas Elia y Paloma Fleta (hijas del famoso tenor Miguel Fleta): «Una casa portuguesa», «Pénjamo», «El chacachá», «Barlovento», «En esta tierra cubana», etc.

    Por otro lado también me encantaba -y me sigue gustando hoy- la canción folclórica: los aires musicales regionales (salvo, lo confieso, los andaluces, porque nunca he conseguido -pese a mis esfuerzos- aficionarme al cante jondo, el flamenco, las bulerías, las soleás ni nada de eso; tampoco incluyo al pasodoble entre esas músicas populares tradicionales). Sin embargo había una dificultad para confesar esa afición a la sardana, la muñeira, la jota -o las viejas canciones aldeanas como la de «Ya se van los pastores a la Extremadura» y tantas otras, varias de las cuales encontraron letras adaptadas en el cancionero de la guerra de España de 1936-39: y es que habían sido patrimonializadas por los «Coros y danzas de la sección femenina» de la Falange, lo cual, posteriormente, hará que tal afición esté mal vista, entendiéndose como un rasgo de españoleo.NOTA 57

    También, por los años 1956-59, se produjo una vuelta de los cuplés, canciones que nos traían la nostalgia de la España de antes de la guerra. Una emisión de Radio Madrid, por las tardes, se llamaba «Aquellos tiempos del cuplé» y en ella cantaba Lilian de Celis. Recuerdo los cuplés «Mimosa», «Es mi hombre», «El relicario», «Fumando espero», «La violetera», «Mala entraña», «Agua que no has de beber». (En sus tiempos los había popularizado Raquel Meller, ya retirada desde hacía muchos años.) Entre Lilian de Celis y Sara Montiel surgió una rivalidad por saber quién los cantaba mejor. La película «El último cuplé» (1957), protagonizada por Sara, no la pude ver (me imagino que no estaba autorizada para menores de 16 años). Yo me decantaba por Lilian, cuya voz me parecía más femenina, dulce y musical.

    4.7. Los libros

    Uno de los consuelos de mi vida -prematuramente triste y apenada- era el que ofrecían los libros. Desde mi niñez fui un lector constante apasionado, aunque de lectura lenta y con un espectro de intereses relativamente acotado. Tendría yo unos ocho o nueve años cuando me regalaron varios pequeños libros de la colección Hernando «libros para la juventud», que abarcaba obras de Tirso de Molina, los viajes de Marco Polo y una biografía, La reina Ysabel (de Fernando Laina). A esas lecturas se añadieron, hacia 1954, 55 y 56, varias biografías de la colección Pulga, que devoré: Gengis Kan, Artigas, Madame Dubarry, Rasputín, Charles Chaplin, Mata Hari, etc.

    Hacia 1955-58 también cayeron en mis manos varios libros que estaban en la biblioteca de mis padres, en el piso alquilado de la calle Guzmán el Bueno 5, marcándome mucho: El Egipto misterioso de Eduardo Alfonso; las Ruinas de Palmira del conde Volney; La razón de mi vida de Eva Perón; Decadencia y hundimiento del imperio británico de Robert Briffault; El fin trágico del último zar de Casas Gancedo; Infierno diplomático: Hombres, figuras, sombras, de H. R. Berndorf; El Criterio y otros ensayos de Jaime Balmes (un viejo libro de mi padre, juvenilmente aficionado a esas lecturas). También hojeé, más que leí, un grueso volumen donde se recogían diversos ensayos de Sigmund Freud, cuya lectura se me empachó, quitándome las ganas de mirar el psicoanálisis con simpatía.

    Era yo -y he seguido siendo- menos aficionado a la literatura, pero, así y todo, recuerdo la lectura por entonces de: La buena tierra de Pearl Buck; Nazarín, de Benito Pérez Galdós; algunas novelas de Vicente Blasco Ibáñez (Entre naranjos, Arroz y tartana, Cañas y barro) -aunque quizá me interesó más, del mismo autor, la Vuelta al mundo de un novelista, escrita a comienzos de los años veinte, que combina la amenidad del ensayo literario con la información antropológica e histórica; Los intereses creados y La ciudad alegre y confiada de Jacinto Benavente; Las aventuras de Shanti Andía y el esperpéntico Silvestre Paradox, ambas de Pío Baroja; Pedro Sánchez de Pereda; La Posadera de Carlo Goldoni. La literatura juvenil o de aventuras me atraía poco, pero sí leí con gusto El espía del emperador de Charles Laurent y varias novelas de Julio Verne, entre ellas Cinco semanas en globo, que me acercó mentalmente a Africa por primera vez.

    Mencionaré también el libro de Antonio Pineda y Cevallos Casamientos Regios de la Casa de Borbón en España (1701-1879), con una descripción detallada de las bodas de la dinastía capeciana en nuestro país. Era una joya de devoción monárquica -transmitida por mis antepasados maternos- que un adolescente rebelde, ya republicano a rabiar,NOTA 58 leía con avidez desde la óptica de la execración. Me horrorizaba en ese libro el relato de las corridas de toros, siendo yo ya entonces -como he seguido siéndolo toda mi vida- un enemigo radical de la tauromaquia por ser ésta una de las crueldades más monstruosas de la humanidad (que tiene unas cuantas en su haber). Se veía la catadura moral de ese linaje, de Felipe V para acá.

    Por esos años devoraba cuantos libros contuvieran conocimientos históricos y geográficos; p.ej. la Nueva Historia de Roma de Léon Homo; una Historia de la Edad Media de Joaquín Rubió i Ors; la Geografía Económica de Fernando de Iturriaga (Madrid, 1929). Y fui un asiduo lector de la Biblia -antiguo y nuevo testamento-, de la cual había en casa de mis padres dos ejemplares (ambos protestantes, por lo cual no contenían las obras deutero-canónicas: el Eclesiástico, los Macabeos y alguno más, además de no venir anotados -al paso que a los católicos les era preceptivo no leer la Biblia salvo con las anotaciones del magisterio eclesiástico). Pero, en ese recordatorio de lecturas (que inevitablemente es incompleto, afectado como está por un número de olvidos), he de mencionar también las horas que me pasaba leyendo las entradas del Diccionario enciclopédico abreviado Espasa, en 3 volúmenes (edición del tiempo de la República, que quizá mis padres habían comprado cuando se casaron en 1935). A esa pasión de navegar de un tema a otro -que hoy se practica en escala incomparablemente mayor gracias al internet- yo me entregaba gustoso, en la pequeña escala del diccionario, durante los años de mi adolescencia. Mi afición a lo enciclopédico viene de ahí, seguramente.

    Algo más tarde (entre 1957 y 1959 aproximadamente) leeré nuevas biografías, como una de J. Nehru y, con pasión, la de Fouché por Stefan Zweig; su lectura llevó al máximo el entusiasmo que ya sentía antes por Robespierre y por la revolución francesa, la más grandiosa de todas. (Con El Incorruptible me sentía muy ligado por varios rasgos de su trayectoria.) También por entonces leeré un número de libros de la colección Austral de Espasa Calpe, entre ellos las Ideas napoleónicas de Napoleón III.

    4. 8. La formación de varios rasgos de mi personalidad

    La escuela está para enseñar. En las escuelas primarias y en el Instituto de bachillerato a los que yo asistí adquirí conocimientos. No es que me enseñaran muy bien (salvo el Colegio de Ferroviarios de Alicante), pero algo es algo.

    En cambio, los valores no se transmiten en los centros de enseñanza, que no están para eso, sino en la familia. En mi hogar familiar me transmitieron una serie de valores tradicionales. De ellos destacaría los ocho siguientes: vida sana, ordenada, virtuosa y morigerada; austeridad, sobriedad, modestia (huyendo de la ostentación y contentándose uno con lo que uno tiene -sin dejar por ello de aspirar a vivir mejor); esfuerzo y trabajo; economía (no sólo evitar el despilfarro sino además actuar con previsión); rectitud y honradez; seriedad y tranquilidad; prudencia y aversión al riesgo -abominando de los vicios ludopáticos y pasiones similares; solidaridad familiar.

    Esos años de la adolescencia fueron decisivos para la formación de varios rasgos de mi personalidad. Uno de los que se fueron perfilando por entonces fue mi tendencia a lo práctico, o, si se quiere, mi utilitarismo. En mi domicilio paterno, en la calle Guzmán el Bueno, había una azotea donde daba el sol por las mañanas (estando orientada al Este). No se usaba mucho. Durante varios años, mi hermana y yo nos acostumbramos a, durante las vacaciones veraniegas, hacer con unas colchas un cobertor, debajo del cual leíamos. Otras veces tomábamos allí el sol el domingo por la mañana. Algunas tardes dominicales -estivales, claro- la azotea servía de cuarto de estar, reuniéndonos allí con mis primos de Torremocha u otras visitas. Era una estancia espaciosa. Había en ella una serie de macetas y tiestos, con flores (principalmente geráneos) y algún cactus u otra planta decorativa similar, más una jardinera -que era una pila desechada- con un rosal. Yo me encargaba de regar las plantas cada día en verano; los cubos de agua los llevaba desde la cocina, a lo largo de un pasillo de veintitantos metros (las habitaciones -generalmente pequeñas- estaban todas alineadas a un mismo lado de ese corredor). También las abonaba con posos de café. Poco a poco -y sin que se notara mucho- fui reemplazando esas plantas ornamentales por otras utilitarias: garbanzos y cebada, primero, que pronto deseché porque en la práctica no servían de nada; posteriormente hierba buena y té verde moruno, que yo recogía, secaba, guardaba y preparaba para tomarlo -y que seguramente me traía evocaciones orientales sacadas de alguna emisión radiofónica o de alguna película. Desde entonces empezó mi afición al té verde, que años después empalmará con la influencia china.

    Otro rasgo de mi modo de ser que se formó por entonces fue mi tendencia a madrugar. En período escolar no marcaba yo mis horarios, pero en el estival comencé -hacia 1957 ó 58, aproximadamente- a tomar la costumbre de acostarme temprano, para levantarme al alba, antes que nadie, hacer un poco de gimnasia y disponer así de una larga mañana por delante para el estudio y la lectura.

    También en esos años se desarrolla ese modo de ser mío que ha sido calificado de introvertido (v. infra, Anejo II de este ensayo). Ese rasgo de mi personalidad afectará mucho a mi posterior militancia revolucionaria. Será, de un lado, una ventaja para propiciar la discreción y conducir la labor clandestina de la manera más segura posible -dentro de las limitadas posibilidades. Pero también será, de otro lado, un serio obstáculo que me colocará en desventaja de cara a la inevitable lucha interna, que acompaña la vida de cualquier organización, pues, en ella, cuentan las habilidades que genéricamente podemos considerar de pasilleo (en términos menos eufemísticos, de intriga).

    Por último, otro rasgo de mi temperamento que se perfila y agudiza por entonces es mi aversión al peligro, mi desconfianza con respecto a lo desconocido, mi circunspección, mi inclinación a la vida ordenada, tranquila, hogareña, casera, sin ambiciones ni sobresaltos. (Mis primeros planes de vida adulta, unos años después, serán los de ser un profesor de Instituto de enseñanza media en alguna ciudad de la costa, preferentemente mediterránea, llevando una vida provinciana y mediocre, de clase media, si se quiere banal y corriente.) El lector considerará un enigma o una paradoja que alguien así se vaya a enfrascar en una militancia revolucionaria para la cual se requerían, más bien, virtudes antitéticas a esos rasgos míos (o, si se quiere, a esos vicios); virtudes como el arrojo, la indiferencia al riesgo, un cierto espíritu de aventura.NOTA 59


    §5.- El despertar de la conciencia (1956-59)

    En las familias los padres tienden a creer que sus hijos conocen las peripecias de su vida, sin que se sepa cuál es el momento apropiado para narrarlas o para preguntar por ellas. Conque mis padres no me hicieron muchas confidencias políticas ni me contaron muchos detalles de su vida. Pero su posición era clara. Cuando Radio Nacional de España repetía por la millonésima vez que todos los españoles estaban unidos en torno a su Caudillo, mi padre exclamaba «¡Menos uno!». Ese «menos uno» será mi lema de por vida; otro modo de enunciar la minoría de a uno.

    Para situar en su transfondo mi despertar político en 1956, voy a volver primero a acaecimientos un poco anteriores. Mi primer trimestre de Instituto (octubre-diciembre de 1954) había coincidido con las primeras y últimas elecciones disputadas bajo el franquismo, la votación para el tercio municipal de representantes de cabezas de familia. A esos comicios acudieron los monárquicos Calvo Sotelo y Luca de Tena pensando que tenían serias bazas en su doble condición de adictos al régimen (y parte integrante del Movimiento Nacional) y de representantes de una difusa aspiración al cambio que ellos vagamente medio-parecían asumir.NOTA 60

    Fracasaron, pero eso, para mi historia, es indiferente. Lo que no lo es es que yo oí decir en mi casa que daba igual votar porque la composición del consistorio municipal estaba decidida de antemano; y tuve la ingenuidad de repetirlo ante unos compañeros de clase. Era la última vez que me fui de la lengua. A los 10 años cumplidos hay que ser más responsable.

    Todos los muchachos que vivían en España estaban obligados a recibir la Formación del Espíritu Nacional. En esa asignatura los profesores eran nombrados directamente por la Falange. El primer año me presionaron mucho para que asistiera los sábados por la tarde a un hogar del Frente de Juventudes (o sea de las Falanges Juveniles de Franco). Acudí un par de veces; supongo que tuve que estar formado y cantar el «cara al sol» (aunque en realidad no lo recuerdo). Todo lo falangista hería mis sentimientos: la palabrería -como eso del imperio-, el ademán, el estilo virilista y agresivo, los uniformes, el saludo brazo-en-alto, los colores, en particular la bandera rojinegra. No volví. De nada les valió continuar el machaconeo.

    Mi evolución sigue el rumbo que narra Alberto Moravia en La ciociara: el de un joven que, cuanto mayor apremio recibía de la propaganda del régimen fascista, más la rechazaba, aun por ese mismo hecho.

    También voy a mencionar aquí que el catedrático de Lengua y Literatura española que teníamos en el Cardenal Cisneros era el inefable fascista Ernesto Giménez Caballero, a quien no tuve el gusto de conocer porque fungía de embajador de Franco ante el general Alfredo Stroessner, dictador paraguayo. Dábanos clase un auxiliar suyo, un tal Domínguez, otro falangista duro, quien, para marcar los derechos y deberes de los militantes del Frente de Juventudes, había dividido el curso en dos mitades: falangistas y no-falangistas. Teóricamente los primeros debían dar ejemplo, pero era todo lo contrario y eso confirmaba mi alineamiento. Cada una de esas mitades o centurias estaba dividida en escuadras con su jefe respectivo. No recuerdo, empero, que profiriera nunca ningún elogio al Jefe del Estado, que lo era igualmente de la Falange al fin y al cabo.

    En lo religioso, también había abandonado el catolicismo a los 9 años (mi primera comunión fue casi la última); pero eso no significa que me hubiera decantado por el otro extremo, abrazando el ateísmo, sino que durante muchos años mantuve (y sigo manteniendo hoy) una actitud dubitativa, de inclinación hacia el fenómeno religioso, de busca de síntesis, de interés por las diferentes religiones y sectas. Nada de ese rechazo de lo religioso que caracterizaba a buena parte de la tradición progresista española.

    Si no lograron hacerme ir a los hogares del Frente de Juventudes, tampoco consiguieron que me sometiera yo a ejercicios espirituales (salvo una sesión en la semana santa de 1955). A partir de ese momento me cerré en banda, haciéndome impermeable a las presiones.

    Aquí voy a mencionar a mis profesores de religión. A lo largo de mi vida ha sido escaso mi contacto con curas, monjas o frailes; en aquel período se limitó a mi relación de alumno de esos profesores nombrados por el Obispado (o sea por Eijo y Garay, Obispo de Madrid-Alcalá). Al primero no lo recuerdo (salvo que me escandalizó que fumara en clase); ni fu ni fa.

    El segundo, P. Morán, que nos enseñó la Vida de Jesucristo en el curso 2º, era una buena persona, buen profesor, amable, muy serio sin ser severo, que se hacía respetar muchísimo pero con bondad; sólo hizo una alusión política: un cristiano no ha de renegar nunca de su fe; si a alguien le preguntaban «¿Es Ud católico?», lo que había que contestar era «La constitución de la República permite a cada uno tener las opiniones que prefiera». El lector difícilmente se dará cuenta de hasta qué punto ese discurso chocaba con toda la propaganda antirrepublicana.

    A partir de ese momento es malísimo el recuerdo que tengo de los presbíteros. En 3º nos explicaba la historia de la iglesia el beligerante Padre Luengo, un hombre fanático, agresivo, invadido por la ira contra todo lo liberal, demócrata, republicano, masónico o comunista, que desafió al alumnado en pleno (más de cien muchachos) para que el que tuviera ya ideas raras se levantase y diera la cara. ¿Le decía algo un sexto sentido? El que las tenía no se levantó. Y él rezongó: «¡Muy difícil lo veo que no haya nadie, no me lo creo!». Por lo demás explicaba clarito y exigía (él mismo se jactaba de ser hueso). Con todo, era sincero. Luego me tocó un pez gordo, el P. Valcárcel, hombre erudito e intransigente pero sin el ardor docente ni la honestidad intelectual del anterior. La impresión de conjunto fue negativa. Ni fui entonces ni he sido nunca después un anticlerical ni anticatólico; todo lo contrario. Pero, desde luego, con sacerdotes como los padres Luengo y Valcárcel entiendo que hubiera anticlericalismo.

    Uno de los episodios históricos que me influyeron fue la guerra fratricida entre el rey D. Pedro I el Justiciero y su hermano bastardo, Enrique de Trastámara, el de las Mercedes. Quedó claro para mí que el rey legítimo, último dinasta válido según las reglas legales de sucesión al trono, había sido muerto a traición por un sublevado con ayuda de un mercenario extranjero, Bertrand Du Guesclin. Luego en Montiel, el 14 de marzo de 1369, se había extinguido la dinastía auténtica de Castilla y desde entonces habían ocupado el trono el usurpador fratricida y sus ilegítimos sucesores.NOTA 61

    Fórmase también en esos años otra de mis opiniones o inclinaciones: la simpatía por la España árabe, por Al Andalus. La llegada de los musulmanes en 711, tras liberarnos del yugo de los reyes godos, había levantado un califato espléndido. La propia figura de Almanzor era bien tratada por una cierta historiografía franquista (aunque supongo que no la más fanática e intransigente desde el punto de vista religioso). En junio de 1957 hice una breve excursión a Córdoba con mi madre y mi hermana, quedando fascinado por la belleza de la Mezquita.NOTA 62

    Uno de los pocos acontecimientos del año 1955 que recuerdo es el cruento golpe de Estado militar en Argentina que el 16 de septiembre derrocó al presidente constitucional, Juan Perón. Un hecho que -como lo demás de ese país- desconcertaba a todos, haciendo sentirse incómodos a los unos y a los otros, ya que trazaba una línea de demarcación que no coincidía con ninguna otra. Yo me limité a registrar todo aquello en mi memoria, sin entender qué sucedía (si es que en rigor alguien lo entiende).

    Mi primer posicionamiento político se originó al año siguiente con la crisis de Suez: la nacionalización del canal por el Presidente Gamal Abdel Nasser el 26 de julio de 1956, a la que respondió la triple invasión contra Egipto de Israel, Francia e Inglaterra. (Posiblemente una de las causas de ese posicionamiento mío fuera mi enorme simpatía por las viejas civilizaciones afro-asiáticas, como Mesopotamia, Egipto y China -sobre todo ésta última, que había sabido preservar su continuidad, transmitiendo ese legado civilizatorio a través de los siglos y milenios; sospecho que más que eso la causa fue un sentimiento de apoyo al débil, eso que mi abuela llamaba en mí el querer ser abogao de pleitos pobres.)

    Nuevos hechos, nuevas líneas de demarcación. Ya entonces mi alineamiento fue totalmente individual, discrepante del de cuantos me rodeaban, firmemente a favor de la nacionalización, de Nasser, del antiimperialismo y, por extensión, de sus aliados del Este, Rusia, el Pacto de Varsovia y el comunismo en general. De ahí pasé a apoyar incondicionalmente al Mau Mau de Kenia y al FLN argelino en su guerra de liberación antifrancesa (a pesar de sus atrocidades, ya entonces voceadas por la Radio Nacional del régimen). Evidentemente el 13 de mayo de 1958 seguí con enorme interés el pronunciamiento militar de Argel que desembocó en la llegada al poder del General de Gaulle y la instauración de la V República.NOTA 63

    El mismo año de Suez tuvo lugar el alzamiento húngaro aplastado por la intervención rusa y que la propaganda del régimen franquista utilizó a fondo. Aplicando la regla implícita de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, el rechazo a la situación que había en España me llevó a condenar a los alzados y apoyar a los rusos (aliados, al fin y al cabo, de Nasser, quien hubiera fracasado sin su ayuda). (Recuerdo con regocijo la decepción de un locutor franquista de la R.N. cuando preguntó en una entrevista radiofónica cuántos niños húngaros eran adoptables después de esa tragedia, recibiendo la respuesta de que no llegaban al centenar.)

    El otoño de 1957 había marcado dos resonantes victorias para mí, dos acontecimientos que me entusiasmaron: el lanzamiento por la Unión Soviética del sputnik I y el del sputnik II. Ese mismo año viví con interés la independencia de Gana. Después de la creación de la República Arabe Unida en enero de 1958, me impactó mucho la revolución iraquí del 14 de julio de ese año, con el derrocamiento de la dinastía hachemita oriental, del cual disfruté pues mi odio a las monarquías era ya profundo.

    Vi, naturalmente, con mucha simpatía (pero influyeron en mí menos que los acontecimientos revolucionarios del continente afro-asiático) tanto la caída del dictador venezolano Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958 como la de Fulgencio Batista en Cuba un año después. Más que el triunfo de Fidel Castro Ruz -de cuya significación no estaba yo nada seguro- me impresionó su visita a los estados unidos en el mes de abril, genialmente planeada como una inteligente campaña de publicidad, que logró transmitir un mensaje de cercanía a millones de seres humanos, entre ellos a quien esto escribe. La ley de reforma agraria puesta en vigor en La Habana en el mes de mayo afianzó mis simpatías por su gobierno revolucionario -máxime dado que, desde mis lecturas de la historia romana (las leyes agrarias de los hermanos Tiberio y Cayo Graco), era muy grande mi interés por los temas de reforma agraria.NOTA 64


    §6.- Un año decisivo (1959-60)

    El año 1959 marca un hito en la historia de España. El 28 de julio las cortes estamentales de la «democracia orgánica» aprueban el Plan de Estabilización económica, impuesto por la OCDE, redactado por Manuel Fuentes Quintana y auspiciado por el equipo tecnocrático opusdeísta; un plan que sepultaba las esperanzas de una economía social de orientación nacional-sindicalista, las cuales apenas habían pasado de ser un sueño (o un trampantojo), pero cuyas modestas realizaciones -plasmadas en el INI- empezaban a alcanzar algunos magros resultados cuando fueron cortadas de cuajo por una política del régimen -plasmada en ese Plan-, que, en medio de la expansión económica del mundo entero, imponía una brutal recesión artificial en nuestra Patria; el Plan de un poder despótico al que la opinión popular le trae sin cuidado (de ello se jactó abiertamente la Radio Nacional, aunque atribuyendo tal afirmación a la prensa extranjera) y que habría yugulado y arruinado toda nuestra economía de no ser por un inesperado doble maná que a los ilustres tecnócratas no se les había ocurrido: el de las remesas enviadas por la súbita emigración masiva de los españoles a Europa y el del turismo extranjero también masivo. Los ulteriores logros del desarrollo no se deberán a esa pandilla de ineptos tecno-fanáticos sino al dinamismo del pueblo español; y ese desarrollo habría sido muchísimo mayor sin aquel funesto Plan de Estabilización.

    También es 1959 el año de la consagración del franquismo como régimen político plenamente integrado en el Mundo Libre, respaldado por la visita a Madrid del General Eisenhower, cabecilla del imperialismo yanqui, quien aterrizó en la base estadounidense de Torrejón de Ardoz el 21 de diciembre de ese año y se abrazó con el Caudillo.

    Ese mismo año da un brinco mi vida, porque, gracias a una sugerencia paterna, durante el verano preparé autodidácticamente en mi casa las asignaturas del 6º curso de bachillerato, examinándome por libre en septiembre (en el Instituto Ramiro de Maeztu en la calle Serrano); pasé así la reválida, con lo cual pude (de regreso al Instituto Cardenal Cisneros) saltar al Preuniversitario y luego entrar en la Universidad en octubre de 1960, con 16 años recién cumplidos.

    De esos meses estivales de 1959 lo que más recuerdo es la reflexión que me causó la lectura del libro de texto de filosofía para sexto curso, de Joaquín Carreras Artau. Un libro, desde luego, mediocre, que lograba escamotear muchos de los principales problemas filosóficos (como la existencia del mundo más allá de la apariencia, las paradojas parmenídeas de la pluralidad y del movimiento, la dificultad de un criterio último de verdad o certeza; tales problemas sólo los descubrí más tarde, al estudiar en la Universidad las asignaturas de introducción a la filosofía). Aun así, hubo tres problemas que ahí se abordaban sobre los cuales pensé mucho: Dios, el libre arbitrio, la prioridad de lo individual o lo social.

    En el primero de esos tres problemas, empalmaba yo con mis devaneos intelectuales de los años precedentes. Llegué a una oscilación entre el panteísmo y el dualismo religioso-metafísico: la dicotomía entre dos fuentes últimas, una del bien y otra del mal (tal vez en interacción), brindaba para mí una clave explicativa y un sentido a la existencia. Frente a esa hipótesis, la de un solo ser subyacente a todo era asimismo muy tentadora. Tal vez nunca he superado esa fluctuación, o esa tensión, entre monismo y dualismo.

    En el segundo asunto, el del libre albedrío, me decanté por el determinismo (una opción que también va a ser vitalicia). Parecíame absurdo eso de que nuestras decisiones suceden porque sí, sin ton ni son, porque nos da la gana y punto, la opinión que era tan alabada por la ortodoxia pacata y biempensante de Carreras Artau: si todo tiene su explicación, nuestras decisiones también, aunque no la conozcamos.

    Y en lo tocante al tercer problema, el de la relación entre individuo y sociedad, me pronuncié por el colectivismo y el igualitarismo. Entonces no sabía yo todavía nada del marxismo, ni del materialismo dialéctico, pero esas opciones ya me predisponían a acogerlo favorablemente más tarde.

    Hacia entonces, más o menos, fue decisiva la lectura asidua de los Ensayos de Juan Valera -publicados por la editorial Aguilar-, con sus reflexiones sobre panteísmo y panenteísmo, el krausismo, Hegel, el comunismo en Pi y Margall y el colonialismo europeo decimonónico (que desde luego él defendía, a fuer de liberal conservador). Algo después leí otro libro curiosamente perteneciente a la parca biblioteca de mis padres, la pequeña Lógica de Hegel, que me produjo una especie de conversión filosófica, marcando para siempre algunas de mis opciones fundamentales (p.ej. la negación del principio aristotélico de no contradicción).

    De aquel Curso Preuniversitario de 1959-60 recordaré varias cosas. Nuestro profesor de Griego era Francisco Rodríguez Adrados,NOTA 65 que nos enseñaba a traducir y comentar el Fedón de Platón. Bajo su guía me había iniciado ya en 1958 en las letras griegas. El estudio del Fedón fue otro hito de mi orientación filosófica. A lo largo de diversas etapas de mi formación filosófica y luego del desarrollo de mi propio pensamiento Platón va a ser el autor que en mí más ha influido en el fondo.

    Otra clase que vale la pena recordar fue la de filosofía, aunque ese año estaba monográficamente dedicada a un tema no filosófico: la historia de los concilios ecuménicos. S.S. Juan XXIII fue exaltado al solio pontificio en octubre de 1958 en sucesión del difunto Pío XII, que para mi padre era un asesino. El nuevo Papa convocó el Concilio Vaticano II para la unidad de los cristianos. Nuestro profesor era el catedrático D. Perfecto García Conejero.

    Toda la temática de la historia eclesiástica me había interesado enormemente desde años atrás (me apasionaba con las herejías, según las iba estudiando en el curso de religión de 3º de bachillerato). Pero enfrascarme ahora en eso, a tumba abierta, fue una inmensa experiencia intelectual, particularmente estimulante en lo que atañe a las controversias cristológicas de los primeros siglos.

    Una experiencia que, por cierto, empalmó con otra, el interés por Bizancio, que -aunque parezca extraño- se vinculaba a una de mis principales motivaciones políticas: el legalismo. Para mí el Imperio Romano-Bizantino fue la continuación legítima del orden legal de la antigüedad, brutalmente interrumpido en occidente por las invasiones bárbaras, que no habían aportado nada bueno; similarmente la historia de la España contemporánea encerraba un drama similar: el orden legal y legítimo de la República española violentamente destruido por un usurpador que se adueña del poder, un nuevo Godo, el Centinela de Occidente.NOTA 66

    Ese interés por lo bizantino me llevó a tener una efímera amistad con un compañero de clase que sufrió entonces una desgracia familiar que lo obligó a interrumpir sus estudios: Julio Hidalgo, un apasionado por el cristianismo oriental, el griego bizantino y el paleoslavo. Con él recorrí varias iglesias donde se hacían ceremonias religiosas católicas pero de rito oriental (entre otras una rumana por la glorieta de Alonso Martínez). La evolución ulterior de mis intereses y de mis amistades me apartó de aquello.

    Otra anécdota que mencionaré es que ese interés se enlazaba también con mi pasión por Rusia, que venía de años atrás, y que abarcaba todo lo ruso, tanto la vieja Rusia ortodoxa cuanto la nueva soviética; aún recuerdo la exposición de la Academia de Bellas Artes «La Santa Rusia sigue rezando a Dios» que visité con mis primos de Torremocha -creo que en 1958. Ellos, muy católicos y conservadores, veían un lado de las cosas; yo otro; yo lo que veía es que en esa Rusia que nos pintaban como azotada por el comunismo y condenada a ser atea a la fuerza, donde la religión estaba prohibida y la práctica religiosa era perseguida, resulta que se seguía cultivando la devoción cristiana, con iglesias abiertas, ceremonias públicas, iconos, popes; y encima popes que se expresaban a favor del sistema político allí existente.

    Con mis primos, por cierto, había hecho también un viaje a Toledo por entonces (sería el año de 1958), y la visita al Alcázar fue un momento de tensión; mi madre, que participaba en la excursión, me pidió, antes de empezar la visita: «Por favor, Lorencito, no dirás nada». Y no iba a decir nada, claro. Los años de ingenuidad habían pasado. Había aprendido a estar en minoría de a uno.

    Ese Curso Preuniversitario de 1959-60 también es determinante para mí en otro aspecto: la clase de latín estaba dedicada a estudiar las Catilinarias de Cicerón (bajo la docencia del catedrático D. Andrés Ramiro Aparicio). Fue ese tema el que más me apasionó, porque me hizo enfrascarme en toda la problemática de la lucha de clases en la Roma antigua, viviendo con intensidad la lucha entre el bando popular -que obviamente abracé sin reservas-, el de los Gracos y Mario, y el bando aristocrático, el de los optimates, cuya hegemonía restableció el dictador Sila (para mí un antecesor de Franco), así como el lugar especial y equívoco que en esa confrontación tocó ocupar al conjurado Catilina. Tanto me interesó que escribí la primera monografía académica, el Estudio histórico y literario de las Catilinarias de Cicerón, que obtuvo el premio nacional para alumnos preuniversitarios de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Para preparar esa disertación acudí frecuentemente a la biblioteca del Instituto Antonio de Nebrija del CSIC, quizá otra señal del Destino.NOTA 67

    Terminando ya de hablar del curso 1959-60, diré que entre mis compañeros de estudio figuraban Fernando López Agudín, Manuel García Martínez y un aristócrata de apellido «Moreno de Guerra». A través de uno de ellos (Paco Romo), entré en contacto con un hombre -de apellido «Femenías» que ya me pasó escritos de Marx y Engels y que sin duda era militante del PCE; nos reuníamos en hogares protestantes y sitios así.

    Por entonces me causaron impresión algunas nuevas lecturas, como El cero y el infinito de Arthur Koestler y La forja de un rebelde de Arturo Barea; el de Barea fue el primero que leí sobre la guerra civil, salvo los folletos anticomunistas de la Editora Nacional. La Fortuna -que ha hecho desaparecer tantos libros y papeles- ha tenido el capricho de hacerme conservar aún alguno de esos Temas nacionales: De la República al comunismo (2 tomos); Historia de la 2ª República; La batalla del Ebro; Eliminados (por Eduardo Comín Colomer); Raimundo Lulio; Jovellanos; CSIC; Fernando III el Santo; La I República; Los sefardíes de Jesús Cantera Ortiz de Urbina. De tales opúsculos era yo un voraz e infatigable lector -igual que era asiduo oyente de los discursos del Caudillo; hasta quizá me inmunizaron demasiado, porque la dosis también fue excepcional.NOTA 68

    Esa trilogía de Arturo Barea me gustó poco, pero fue en algunos aspectos importante porque me hizo reflexionar en muchas cosas más contra el autor que con él. Recuerdo especialmente una anotación suya referente a la llegada de personal soviético a la España republicana a finales de 1936, cuando apunta -con intención manifiesta- que un número de españoles los miraban como a representantes de un Estado poderoso y prestigioso, no como adalides de la revolución (que, para Barea, habría sido lo bueno; sus simpatías anarquistas eran claras). Me sentí compartir plenamente la actitud denostada por Barea. También yo admiraba a la Unión Soviética en su doble condición de continuadora de mi amada Rusia, la Rusia de siempre, y de Estado administrativamente eficaz que sabía labrar su poderío y su prestigio.NOTA 69 Y es que ya entonces era yo un estatista nato, que, lejos de caer en el antiburocratismo -siempre atractivo para los revolucionarios-, aspiraba a un aparato estatal ordenado, suficientemente amplio y que cumpliera dignamente sus funciones de servicio público.NOTA 70

    Otras muchas lecturas de esa época (1958-60, aproximadamente) fueron las de varios escritos de Unamuno, la novela El Patriota de Pearl Buck (absolutamente confirmatoria de mi determinación política y una de las que más me han impactado), las Obras de Federico García Lorca (cuyo teatro me impresionó enormemente, pero cuya poesía no me decía nada) y los poemas completos de Rubén Darío (una poesía que, en cambio, me fascinaba, al igual que Espronceda y Bécquer). (Por el contrario me dejaron frío otros poetas de los que algo leí -como Juan Ramón Jiménez y Campoamor-; no me decía nada su poesía -en el caso de JRJ tampoco su prosa poética, como el famoso Platero y yo.) Algo después -ya saliendo del círculo de libros a los que tenía acceso en mi casa- leí a mi apasionadamente admirado Nicolás Guillén, mucho de Antonio Machado (incluyendo el Juan de Mairena), las poesías de Miguel Hernández, siempre estimulantes, y el Canto General de Neruda, que me dejó frío. Asimismo me apasionó la lectura de Tirano Banderas de Valle Inclán; otras novelas suyas, como las Sonatas, me causaron menor impresión.

    En sentido revulsivo me influyó sobremanera la lectura de un libro también en la misma biblioteca paterna: La filosofía de Nietzsche, de Enrique Lichtenberger (Madrid: Daniel Jorro, 1910.) El detonador fue que un compañero de clase, Cuesta, había pasado de estar bajo la obediencia jesuítica a inflamarse con las ideas nietzscheanas. Yo sentía poca simpatía por la Compañía de Jesús (acababa de leer una historia hostil de la misma, aunque el tema no me interesaba mucho entonces), pero lo de Nietzsche, de quien creo que no sabía nada, sí me atrajo. Quedé tan absolutamente horrorizado por su pensamiento que la enemiga antinietzscheana me acompañará toda mi vida, pudiendo rastrearse (a las claras o no) tanto en escritos del período de militancia política (1962-72) como en el posterior. (Con todo, hubo un tema de la filosofía de Nietzsche al que no llegué a encontrar respuesta, por más que la busqué, pues para mí suscitaba una cuestión básica si quería defender una visión optimista y racionalista del mundo: me refiero a la tesis del eterno retorno.)

    Más aún que las lecturas me influía la radio. Desde 1956 ó 57 era oyente asiduo de Radio España Independiente, Estación Pirenaica (pese a las interferencias);NOTA 71 y más tarde de Radio Moscú y Radio Pequín (esporádicamente otras del Este, todas insulsas). Las ondas repercutieron mucho en mi cerebro. También escuchaba la Radiodifusión Francesa y la BBC de Londres, pero me parecían banales, en lo esencial coincidentes con la propaganda anticomunista del régimen franquista.


    §7.- Los años de Facultad (1960-64)

    1960-61 es mi primer año en la Universidad de Madrid (hoy Complutense); marca el comienzo de una nueva etapa de mi vida. Yo había optado por filosofía y letras, descartando mi primera inclinación por el Derecho. En aquel momento pensaba estudiar filología clásica y de hecho seguí por libre la asignatura de lingüística indoeuropea que impartía Adrados. NOTA 72

    Entre mis compañeros de facultad (no forzosamente de curso) mencionaré a: Víctor Sánchez de Zavala, Joaquín Rojo Seijas, Domingo Plácido, Jesús Munárriz, José Carlos Piera Gil, Fernando Sánchez Dragó, Lourdes Ortiz, Carlos García Gual, María Rosa Madariaga, los hermanos Fernando Ariel y Juan Antonio del Val Merino, Jesús Mosterín, Santiago González Noriega, Felipe Martínez Marzoa, Manuel Gutiérrez Aragón, Mari Paz Marsá, Demetria Chamorro, Valentina Fernández Vargas, Javier Abásolo, Alberto Méndez Borra, José I. Ariznabarreta, Miguel Angel Muñoz Moya. Algunos de ellos van a ser (indirectamente) determinantes en mi vida.

    En ese año Jorge Deike organizó un seminario -en el cual participé- en casa de sus padres (creo que era la calle Velázquez, en el barrio de Salamanca) para estudiar el materialismo dialéctico.NOTA 73

    Evidentemente ya por entonces pude leer un número de libros de Marx y Engels; entre ellos: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado; Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana; El 18 brumario de Luis Bonaparte; La guerra civil en Francia; La lucha de clases en Francia; Salario, precio, ganancia; Trabajo asalariado y capital; Anti-Dühring; Dialéctica de la naturaleza; Crítica a los programas de Gotha y Erfurt; La revolución española; Del socialismo utópico al socialismo científico. Menos entusiasmo me produjeron las obras juveniles: los Manuscritos de Marx de 1844, el Manifiesto comunista de 1848 y partes de la Ideología alemana, la Sagrada familia, la Miseria de la filosofía (éstas tres nunca las he leído enteras, porque se me atragantaron). La lectura se completaba con los dos tomos de las Obras Escogidas publicados por las Ediciones en lenguas extranjeras de Moscú y otras antologías selectas.

    De Lenin fue mucho lo que leí por entonces y seguí leyendo después: todo el contenido de los tres volúmenes de las Obras Escogidas publicadas por las Ediciones en lenguas extranjeras de Moscú (especialmente el ¿Qué hacer?, Un paso adelante, dos pasos atrás, La enfermedad infantil, El Estado y la revolución, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, El imperialismo, estadio supremo del capitalismo, los Cuadernos filosóficos, Materialismo y empiriocriticismo, Notas críticas sobre la cuestión nacional, La bancarrota de la II Internacional), así como muchos otros recopilados en múltiples antologías o como títulos sueltos.

    Igualmente leí algunas obras de Stalin; p.ej: Cuestiones del leninismo, Fundamentos del leninismo, Materialismo dialéctico y materialismo histórico y El marxismo y la cuestión nacional. Lo que más me atrajo fue la lectura de un folleto que contenía la constitución soviética de 1936 junto con el discurso de Stalin sometiéndola a la aprobación del congreso constituyente de los soviets de la Unión; posiblemente un anticipo de mi futuro interés por el derecho constitucional. Más tarde leeré también con enorme interés Los problemas económicos del socialismo en la URSS y El marxismo y la cuestión de la lingüística -que entroncaba con mi inclinación intelectual hacia los temas relacionados con el lenguaje.

    Asimismo leí mucha literatura marxista secundaria; entre otros: los escritos escogidos de Dimitrof; Marxisme et existentialisme: Controverses sur la dialectique de Jean-Paul Sartre, Roger Garaudy, Jean Hyppolite, Jean-Pierre Vigier, J. Orcel;NOTA 74 otros libros de Henri Lefebvre y de Roger Garaudy (mi autor marxista predilecto); El asalto a la razón de Lukács; los cuatro tomos de las Obras Escogidas de Mao Tse-tung;NOTA 75 un montón de libros de J.P. Sartre, entre otros Le fantôme de Staline (aunque no me atrajo la Critique de la raison dialectique -que me prestó V. Sánchez de Zavala). También leí con interés y deleite la gran obra del P. Gustav Wetter El materialismo dialéctico (Madrid: Taurus). (Y hojeé, más que leí, algunos tomos de la Historia del pensamiento socialista de G.D.H. Cole.)

    Fueron años de muchísimas otras lecturas: coleccionábamos mi hermana y yo publicaciones de filología clásica del Instituto Nebrija del CSIC sobre diversos temas de lingüística y de literatura greco-latina, de los cuales me leí unos cuantos; mas, poco a poco, empezaron a interesarme más las lecturas filosóficas, no sólo las marxistas sino también algunas otras, p.ej. las Regulae ad directionem ingenii de Descartes y la Lógica matemática de Ferrater y Leblanc.

    Evidentemente, seguían apasionándome los temas históricos: leí algunos libros de Gordon Childe, Bronislaw Malinowski,NOTA 76, José Pijoan y Henri Pirenne así como muchas cosas sobre la historia de España. Mi profesor de historia de España, Eloy Benito Ruano -adjunto del catedrático Rumeu a quien no conocí- nos estimulaba bastante al estudio de una materia que ya de entrada me apasionaba; se mostró, si no receptivo, al menos indulgente para con mis larguísimos exámenes, ya impregnados de materialismo histórico (con interpretaciones centradas en la dialéctica de fuerzas productivas y relaciones de producción aplicadas a cuestiones como la de los validos en la España del siglo XVII).NOTA 77 Por entonces también leí unos cuantos libros de historia reciente de España, especialmente de la guerra civil: el de Hugh Thomas, La guerra civil española; el de P. Broué y E. Témime, La revolución y la guerra de España (2 vols); el primero de Burnett Bolloten, El gran engaño (edición franquista censurada).NOTA 78 Poco después leeré también la Historia del partido comunista de España (texto oficial del PCE) -así como El único camino de Dolores Ibarruri.

    También en esos años me adentré, autodidácticamente, en la economía, no sólo con las preceptivas lecturas marxistas (de Carlos Marx a Paul Sweezy), sino también la Historia económica de España de J. Vicéns Vives y dos libros de Ramón Tamames -la Estructura económica de España y La lucha contra los monopolios.

    Pero en este campo mi lectura principal fue el gran libro de Charles Bettelheim, Problemas teóricos y prácticos de la planificación (Tecnos, 1962), decisivo para mí, ya que plasmó plenamente mi idea de una sociedad no privatista,NOTA 79 que era la de una economía centralmente planificada, a diferencia de lo que se perfila en Marx que era simplemente la supresión de las relaciones de explotación (una noción brumosa que la teoría del valor-trabajo sólo dilucida a costa de introducir problemas conceptuales insolubles). Y es que Marx había previsto una sociedad en la cual la clase obrera colectivamente se adueña de los medios de producción, poniéndolos a su servicio, destruyendo así las relaciones de producción basadas en la apropiación privada, que atenazaban su crecimiento; pero no creo que haya adivinado que las nuevas relaciones de producción se caracterizan por un rasgo, sólo por uno, y es que la actividad productiva será planificada en función del criterio de satisfacer las necesidades de la población, a diferencia de lo que sucedía en el privatismo, en el cual las unidades productivas actúan sin plan de conjunto, confiando en el mercado y cada una en función de sus particulares intereses.

    En lo literario mis lecturas fueron, como de costumbre, menos abundantes: algunas novelas de Anatole France (La rôtisserie de la reine Pédauque, L'île des Pingouïns), novelas y obras dramáticas de Sartre (como Los caminos de la libertad, Les mains sales, L'engrenage, etc), la Metamorfosis de Kafka, La historia de San Michele de Axel Munte, Kaputt de Curzio Malaparte y Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. Podemos también subsumir en la semi-ficción el Diario del conde Ciano.NOTA 80

    Bastante pronto trabé relación con el círculo de los progresistas de mi clase (varios de cuyos nombres he citado unos párrafos más atrás); la relación acabó mutándose en amistad en algunos casos.

    Como es propio de los jóvenes, a esos mozalbetes progresistas les gustaba la diversión, pasárselo bien, frecuentando en particular una tasca cercana a la Gran Vía, Farras. A mí me molestaban esas frivolidades, lo cual dificultó mi ingreso en su círculo. Creo que siempre desentoné por mis inclinaciones librescas y por una seriedad impropia de mis pocos años (yo era el más joven de todos).

    En este período no frecuentaba yo el cine, aunque sí acudí alguna vez a un cineclub del ICAI, en la calle Alberto Aguilera (muy cerca de la casa de mis padres), donde pude ver películas como: La cucaracha de Ismael Rodríguez y Tempestad sobre México de Eisenstein. Apenas visitaba las salas cinematográficas normales, pero fui contadas veces para asistir a: Salvatore Giuliano de Francesco Rosi; El verdugo de Luis García Berlanga; La guerra de los botones de Yves Robert; La escapada de Dino Risi; Rocco y sus hermanos y El gatopardo de Luchino Visconti. También vi un ciclo completo de Antonioni, auspiciado por el Istituto italiano de Cultura, del cual había sido yo alumno (y gracias al cual también pude asistir a varias películas de tema social pertenecientes al realismo italiano, cuyos títulos y directores no recuerdo). En sendos cineclubs vi dos películas de Alain Resnais: Hiroshima, mon amour (adaptación de una obra de Marguerite Duras) y El año pasado en Marienbad (guión de Alain Robbe-Grillet). No me gustaron nada (como tampoco las de Antonioni). Lo mío era el realismo; lo fantástico-simbólico no me interesaba.

    En otras aficiones coincidimos más; entre ellas el teatro. Lamentablemente las circunstancias de mi vida me han impedido frecuentarlo, pero siempre me ha gustado muchísimo. Entre las pocas obras teatrales que fui a ver está «La camisa» de Lauro OlmoNOTA 81 y «La casa de Bernarda Alba» de Federico García Lorca.NOTA 82

    Había otro círculo de compañeros que trató de atraerme, consiguiendo repelerme, el del Opus Dei.NOTA 83 El que quiso catequizarme era Carlos Mellizo Cuadrado, por lo demás un hombre muy agradable; le di calabazas varias veces. Otro miembro de ese grupo era Alejandro Llano que me caía bien por su seriedad. Muchísimos años después (habiendo sido él entre tanto Rector de la Universidad de Navarra) evoqué con él esos recuerdos; él había sido delegado de curso y no se acordaba de mí para nada (evidentemente yo era un pipiolo); ha plasmado esa rememoración en su libro Olor a yerba seca (Encuentro, 2008). De otros miembros del grupo mi recuerdo es más negativo: uno de apellido «Menéndez Pidal», otro que se llamaba «Juan Luis Cebrián Echarri» de quien supongo que el lector habrá oído hablar. Salvo visitar alguna vez a A. Llano para estudiar juntos algún tema, esas relaciones no pasaron de unas cuantas conversaciones, corteses más que cordiales; mas sí leí con atención Camino de Monseñor Escrivá de Balaguer, que me espantó y que años después comentaré en un panfleto político titulado «Rivalidades internas del campo franquista» que, con el seudónimo de «E. Zújar» escribiré para la revista del PCEml Revolución española.NOTA 84

    La carrera de Filosofía y Letras estaba dividida en dos ciclos: uno de estudios comunes, bienal, y otro trienal de especialidad. Al llegar el mes de septiembre de 1962 tuve que optar. Dos años antes no habría tenido duda alguna: mi vocación iba a ser la filología clásica. Mas entre tanto me había enamorado de la filosofía. ¿Qué había pasado?

    No sé si se analiza el amor. De todos modos mi amor a la filosofía no fue un flechazo. Me llevaban a tal sentimiento varios factores: el interés por el marxismo y el papel que la filosofía desempeña en esa doctrina; un creciente acercamiento a los grandes problemas filosóficos, que iban eclipsando a los de la cultura greco-latina; y ciertamente el magisterio de mi profesor de filosofía en ese bienio, Juan José Rodríguez Rosado.

    Rosado, adjunto de Antonio Millán Puelles, era, como su catedrático, del Opus Dei y asimismo profesaba la filosofía perenne, la doctrina aristotélico-tomista, pero había escrito su tesis doctoral sobre el tema de Dios en Kant. Y, al margen de sus defectos, que no hacen al caso, era muy buen profesor, sabiendo suscitar la preocupación por los problemas filosóficos, haciendo atractivos los temas. Además, en el segundo curso la asignatura que impartía, Historia de los sistemas filosóficos, la organizó de modo original y seductor: tras un trimestre de estudio general, consagró dos a la filosofía racionalista moderna (Descartes, Spinoza, Malebranche, Leibniz) y a la de Kant (en sus sucesivas fases), con lo cual nos transmitió un conocimiento de esos temas muy superior al que luego aportarán los profesores de la especialidad. En esa clase fue donde se inició mi interés por la prueba ontológica de la existencia de Dios en San Anselmo (reasumida en toda esa tradición), a la cual consagraré muchos años después mi memoria de licenciatura (Quito, julio de 1974).

    Esa clase de Rosado fue decisiva para mi opción. Me cautivó el descubrimiento de aquellos hermosos sistemas -especialmente el de Leibniz que sigue siendo hoy mi paradigma preferido. Conque, al ir a matricularme en septiembre de 1962, no lo dudé, optando por filosofía.

    Entre tanto en la primavera de ese mismo año, 1962 (no recuerdo las fechas precisas) tuvieron lugar las sonadas oposiciones a la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia, en las que el tribunal declaró ganador a Manuel Garrido, próximo al Opus, frente al candidato que según concurso general de asistentes (entre ellos yo) estaba más capacitado e hizo más brillantes ejercicios, Manuel Sacristán Luzón, de quien ya se decía que era marxista y hasta comunista, aunque en sus exposiciones nada de eso se perfilaba, en absoluto. No asistí a todos los ejercicios, pero la superioridad profesional e intelectual de Sacristán la apreciaba cualquiera en seguida. Con esa ocasión, en casa de Víctor Sánchez de Zavala saludé a Sacristán personalmente, no habiendo tenido nunca más ocasión de hacerlo (al final de su vida se entablará entre nosotros una breve relación epistolar). Dudo que Sacristán llegara nunca a ser marxista, aunque quiso serlo. Fue, desde luego, militante del PSUC.

    Vuelvo al hilo de mis estudios académicos. Fueron decepcionantes las enseñanzas del tercer curso (1º de la especialidad usualmente llamada «filosofía pura» para distinguirla de la denominación de la Facultad): Saumells en filosofía de la naturaleza, L.E. Palacios en lógica, Fagoaga en psicología y antropología, siendo el caso extremo el de Adolfo Muñoz Alonso en historia de la filosofía antigua, pues se pasaba el curso (cuando iba a dar clase) comentando la frase de Tales de Mileto «El agua es el principio de todas las cosas». Es difícil imaginar una enseñanza más degradada. No es que se impusiera el tomismo, cual se suele decir. De todos ésos, Saumells (del Opus, eso sí) no era propiamente tomista (sus clases eran aguachirlis) y sólo Palacios profesaba de veras la doctrina del Aquinate; pero lo que es enseñar, poco enseñaba.

    Al año siguiente el panorama mejoraba, porque al menos estaban J.L. López Aranguren en ética y sociología y Sergio Rábade en metafísica. Éste último especialmente enseñaba bien y obligaba a estudiar. Era concienzudo, aunque doctrinalmente desorientado: proveniente de la corriente jesuítica, la rama escolástica que seguía la doctrina de Francisco Suárez, S.J., estaba de vuelta de tal profesión filosófica sin haber llegado a ninguna convicción alternativa; o, si había llegado, lo disimulaba. Así y todo, transmitía el conocimiento de los autores, ya que no un ahondamiento en los temas. Sus seminarios complementarios también forzaban a trabajar al estudiante. Tuve como coordinadora a una profesora auxiliar, Mercedes Torrevejano; presenté, en una sesión del seminario, un comentario a Ser y tiempo de Heidegger y, además, redacté una monografía sobre la ontología de Nicolai Hartmann (que se ha perdido).NOTA 85 Fue ésa la asignatura para la que trabajé más arduamente en toda la carrera -y con mayor placer también.

    Con motivo del comentario a Heidegger, leí El asalto a la razón de Georg Lukács, uno de los más destacados filósofos marxistas, que, sin ganarme como discípulo -ni nada por estilo-, sí me sedujo hasta el punto de que siempre he seguido fascinado por la obra y la vida de Lukács. El asalto a la razón le ha valido pésima fama en ciertos círculos por su presunto sectarismo. En realidad lo que sucede es que cada cual escoge contra quién ser sectario. Lukács toma como blanco el irracionalismo, que yo también considero una lacra intelectual (aunque sea discutible la selección de sus representantes en esa obra) y acude a los esquemas marxistas de encasillamiento de clase y explicación desde la sociología del conocimiento. Pocos se habrán dejado convencer por las tesis de Lukács y, desde luego, hoy no creo que nadie lo siga, pero ese impresionante tratado es una obra maestra de erudición, un esfuerzo descomunal de reducción sociológica desde el materialismo histórico y, a la vez, una aportación original, una variación individual, propia, que no repite simplemente los esquemas usuales (las dicotomías del materialismo y del idealismo y de la dialéctica y la «metafísica» -en sentido marxista).

    De todos modos más aún me atrajo la ontología de Hartmann, a quien todavía hoy considero uno de los grandes filósofos del siglo XX, injustamente olvidado.

    Sucedíale a Aranguren algo parecido a Rábade. Habiendo sido, a la vez, discípulo de Eugenio d'Ors y adepto de una escolástica con matices de catolicismo liberal o social, esas adhesiones se habían ido evaporando sin que ninguna convicción clara las hubiera sustituido. Tomábase en serio las clases, las preparaba bien, pero muchas veces la materia que dictaba era detallista, sin proponer problematizaciones con un nivel suficientemente filosófico de abstracción y generalidad. Asistiendo a su curso no perdía uno el tiempo, pero tampoco salía muy enriquecido filosóficamente.

    A Aranguren lo había conocido ya unos meses antes de tenerlo como profesor, al participar yo en un seminario dirigido por él que se celebró (en octubre de 1963) en los bajos del Hotel Suecia (en la calle Marqués de Casa Riera, cerca de la Cibeles) bajo el título «Realismo y realidad social en la literatura contemporánea».NOTA 86 En ese seminario pude discutir las tesis de Antonio Buero Vallejo, plasmadas en su obra Un soñador para un pueblo; la crítica que le formulé estaba inspirada en un artículo que había leído en la revista Nuestras ideas, que publicaba el PCE para los intelectuales.

    Más valioso que las clases teóricas que dictaba Aranguren era su seminario, un espacio de libertad en aquel Madrid obtuso donde imperaba la mordaza del régimen. Tanto que el decano, José Camón Aznar, prohibió su continuación porque dizque se había gritado «¡Viva la libertad!». Ni eso ni nada.

    Las sesiones del seminario eran muy heterogéneas; por él desfilaron muchos autores. A Aranguren le interesaba mucho la literatura por lo cual escuchamos a un número de escritores. Otras exposiciones trataban de temas de sociología o de ética. Leímos a E. Fromm,NOTA 87 E. Bloch, Adorno, etc. Yo presenté -si mal no recuerdo- tres trabajos:NOTA 87bis uno sobre La sociedad opulenta de Galbraith; otro sobre un libro de Raymond Aron (un autor conservador con cuyas opiniones coincidiría después en algunas cosas); y un tercero sobre La élite del poder de C. Wright Mills (traducido al español en 1957). Este último libro me temo que ejerció una influencia negativa en mi pensamiento.NOTA 88

    Luis Gómez Llorente presentó en ese seminario una intervención sobre el pensamiento de los hombres que trajeron la II República (Besteiro, Alcalá Zamora y otros). María Rosa Madariaga hizo una exposición sobre el pensamiento colonialista español (siempre en su tema). Todo abigarrado pero, desde luego, ineludiblemente sazonado por la presencia de norteamericanos que nos aportaban la buena guía de cómo había que pensar bien, sin sumarse desde luego a la ideología oficial del régimen pero sin irse demasiado al otro lado.

    Aranguren dedicaba algunas sesiones de su seminario a cuestiones literarias (siempre cabía decir que por la literatura se llegaba a la ética, conexión que explica su enorme afición a tales temas). Uno de los invitados fue Gonzalo Torrente Ballester; yo formulé unas medio-preguntas, medio-objeciones a su discurso, que no parecieron gustarle nada, si bien contestó muy educadamente. (El contenido concreto de su charla y de mi comentario los he olvidado.)

    De todos modos -por los motivos que voy a exponer en el capítulo siguiente- desde el otoño de 1962 mi vida sólo secundariamente estaba dedicada a lo académico. Es verdad que no solía tener mayor interés lo que nos ofrecían quienes hablaban desde la tarima, mas la causa no fue ésa, sino el enfrascarme yo en la lucha clandestina. Eso determinó que, salvo las lecturas que conducían a la preparación de los exámenes y las exposiciones en los seminarios, mi nivel de lectura bajara considerablemente. En ese bienio de 1962-64 leí mucho menos que en el anterior y de lo que leí la mayor parte (y cada vez más) eran textos marxistas, que me fueron absorbiendo en perjuicio de mi formación teórica general. No hay tiempo para todo.

    El último año de la licenciatura, 1964-65, aunque me matriculé y acudí alguna vez a la Facultad, ya estaba yo completamente absorbido por la lucha política de la que luego voy a hablar. Académicamente fue un año inexistente.

    Voy a terminar este apartado señalando una particularidad de mi opción filosófica de aquellos años, que -por las vicisitudes de mi vida que luego narraré- no tuvo por entonces continuidad, pero que retomaré muchos años después. En el círculo de jóvenes progresistas al que yo pertenecía en esos años (me refiero a 1961-65) prevalecía un rechazo total y absoluto de la filosofía escolástica (presuntamente lo que nos inculcaban nuestros maestros, aunque ya he dicho que esa queja era inexacta), así como, más en general, un fortísimo antitradicionalismo (p.ej. una adhesión total al ateísmo y al materialismo). Los más optaban por el marxismo (aunque entre ellos pocos decidieron seguir la especialidad de filosofía pura); otros, como Juan del Val, se inclinaban al neopositivismo (que también para mí era una de las alternativas atractivas, aunque sólo por su método, no por su contenido); algunos admiraban las ideas parisinas, siendo lectores asiduos de Les temps modernes.

    Mi actitud fue radicalmente diversa. Aunque yo también adopté el marxismo, no por ello dejé de profesar un enorme aprecio por el racionalismo de la escolástica, considerando muy valioso el enorme legado de la filosofía medieval en general, sintiéndome, a la vez (y como ya lo he dicho más arriba), adicto al argumento ontológico a favor de la existencia de Dios de San Anselmo y -ya desde entonces- muy metafísico, muy hegeliano y leibniziano; inclinábame mucho más al dualismo metafísico (Bien/Mal) o al panteísmo que al ateísmo. Al optar por el materialismo dialéctico, seré siempre más dialéctico que materialista. (Así, p.ej., no me atrajeron nada los clásicos del materialismo, el mecanicismo y el sensualismo, tan reverenciados por otros marxistas: Demócrito, Epicuro, Gassendi, La Mettrie, Condillac, etc.)




    Capítulo II


    Diez años de militancia revolucionaria

    sumario


    §1.- Iniciación (1961-62)

    A poco de empezar mis estudios universitarios en octubre de 1960, asistí (desde luego pasivamente) a una primera movilización, no política, pero sí social. Acababa de promulgarse alguna disposición gubernamental relativa a la enseñanza en los colegios religiosos que había suscitado un conflicto de intereses entre la FERE (Federación española de religiosos de enseñanza) y los licenciados universitarios (supongo que representados por los colegios profesionales respectivos). Entonces se celebró, en el Paraninfo de la Facultad, una asamblea del SEU («asamblea de facultad» según se la denominó), en la cual se debatió acerca de la actitud de uno de los representantes del alumnado en el Claustro, que era un sacerdote, el cual en la votación sobre ese tema había manifestado que se abstenía «por razones obvias». Razones que, para ser obvias, tenían que estribar en su condición de religioso. Luego, se adujo, estaba ejerciendo ilegítimamente el papel de representante de los alumnos, futuros licenciados. Entre los representantes que hablaron con elocuencia en sentido acusatorio contra ese cura estaba Jesús Mosterín, que iba varios cursos por delante de mí.

    De suyo el tema no era político, ni yo en tal cuestión tenía un pronunciamiento personal (aunque viera, claro, el sentido de la reivindicación corporativa), pero, en un régimen que hacía de su profesión católica un componente de su ideología, todo eso se politizaba en seguida.

    Si esa asamblea se celebraba, como creo recordar, en el otoño de 1960, de envergadura mucho mayor fue la de un año después, en la que el delegado estudiantil, Luis Gómez Llorente, pidió leer una ponencia sobre el SEU. Hasta ese momento se vivía en la ficción de que el SEU era un sindicato estudiantil amorfo, de todos y para todos, ocultándose que su denominación oficial era «sindicato español universitario de Falange Española Tradicionalista y de las JONS». No sé bien cómo fue que el Decano, José Camón Aznar, autorizó la lectura; pero Luis llegó -cuando había hablado sólo unos minutos (en medio de un clima de tensión o expectación)- a una frase aproximadamente así: «El SEU exhibe la estructura de poder piramidal típica de todos los sistemas totalitarios». Lo de «totalitario» no debiera ser malsonante, pues así constaba en las normas legales aún en vigor, como el Fuero del Trabajo. El hecho es que, en oyendo esa frase, el Decano agitó la campanilla y pronunció tajante: «Se le retira el uso de la palabra». No creo que la mayoría de los presentes fueran anti-SEU ni antitotalitarios, pero tan brusca interrupción suscitó súbito malestar y la gente se puso en pie para irse. El Decano, precipitadamente, levantó la sesión.

    Luis Gómez Llorente no era ningún desconocido. Se sabía su militancia en el PSOE (en realidad podemos decir que durante muchos años el PSOE fue, en España, Luis Gómez Llorente). En abril de 1961 había tenido lugar el desembarco de los contrarrevolucionarios cubanos en Bahía de Cochinos, orquestado por USA. En respuesta hubo una manifestación de solidaridad con Cuba, aunque quedó más en intento que en realización; la organizó, justamente, Luis Gómez Llorente y consistía en poner una corona de flores en el monumento a Martí en el Retiro en medio de una amplia concurrencia estudiantil y como señal de apoyo a Fidel Castro. (Fue la primera actuación política en la que participé.)

    Mucho más que esos acontecimientos (y más también que el nuevo pronunciamiento militar de Argel del 22 de abril del mismo año 1961) me había impactado tremendamente el asesinato de Patricio Lumumba el 17 de enero. Desde la proclamación de la independencia congoleña, el 30 de junio del año anterior, seguía todo aquello con expectación. El día del magnicidio lo recuerdo: leyendo el periódico (me imagino que el Ya, que es el que yo compraba), comenté sobrecogido el trágico suceso a una compañera, que me respondió que bien empleado le estaba por lo mal que había tratado a los misioneros. Callé la boca. Pero, desde entonces, sentí todo lo del Congo como si en ello estuviera vital y personalmente implicado. Y sigue siendo verdad hoy, casi medio siglo después. Ni que decir tiene que seguí ya con pasión los acontecimientos ulteriores de las independencias africanas, especialmente la independencia argelina del 3 de julio de 1962.

    A cada uno sus recuerdos. No todo lo que sucedió fue igualmente real. Cada quien rememora más lo que, para él, tuvo más realidad. Para los occidentalistas (de signo liberal o fascista) lo que más sucedió en la segunda mitad de 1961 fue la erección del muro de Berlín en la noche del 12 de agosto. La televisión del régimen franquista comentó el acontecimiento con profusión y derroche, en una de las primeras tertulias políticas que pretendían exhibir un tono que no fuera exactamente el guión prefijado en el ministerio de Arias Salgado. Entre otros comentarios hicieron el de que esa división de la capital alemana en una zona oriental y otra occidental era una tragedia comparable a la que tendríamos en España si el Paseo de la Castellana fuera la raya entre una España oriental y otra occidental. Como tele-espectador exclamé para mí: «¡Quién lo viera!» En mi opinión eso hubiera sido lo más justo: había habido dos Españas, la reaccionaria y la progresista, la monárquica y la republicana, la occidental y la oriental; pues bien, ya que no había sido posible la convivencia, ¿no habría sido la partición un mal menor? Se hubiera podido conceder, como en Berlín, un período de varios años para que cada quien emigrara al país de sus preferencias. En lugar de eso, lo que padecíamos era la feroz tiranía del occidentalismo franquista. Para mí estaba claro: lo que hagan los enemigos de este régimen y de sus aliados está bien.

    Por eso lo de Berlín no tuvo para mí mucha realidad. Lo que recuerdo con viveza sucedió unas semanas después: la Primera conferencia de los no-alineados, que fundó ese importante movimiento del tercer mundo, que tantísima significación tendrá en la política internacional en los decenios siguientes. Inaugurada en Belgrado el 1 de septiembre de 1961, congregó a 25 representantes de países que optaban por ese nuevo tipo de neutralidad antiimperialista, incluyendo a Fidel Castro, Nehru, Nasser y Sukarno.

    El martes 22 del siguiente mes de octubre -pocos días después de haber tenido yo una larga discusión sobre un enorme abanico de temas políticos con Jesús Mosterín en casa de nuestro común amigo Juan del Val y como para darle la razón- se inauguró en Moscú el 22 congreso del PCUS (partido comunista de la Unión Soviética) que dio una vuelta de tuerca a la desestalinización del Sr. Jruschof, con una vigorosa denuncia de todo el pasado comunista anterior a 1956 y con gestos simbólicos como retirar los restos mortales de Stalin del mausoleo de la Plaza Roja. Yo no había estado al tanto, en su momento, de los sucesos del XX congreso (febrero de 1956), excesivamente tempranos en mi concienciación política; pero el XXII congreso me produjo una sensación amarga; se esfumó súbitamente mi simpatía por Jruschof. Fue el primer atisbo de mi posterior opción por la posición china.

    También seguía muy de cerca los acontecimientos de América Latina: las elecciones presidenciales del Perú en 1962 -no se supo bien si ganadas por Haya de la Torre o por el candidato de Acción Popular, Fernando Belaúnde Terry-, el golpe militar de Ricardo Pérez Godoy y, gracias a la lucha del pueblo peruano, el triunfo electoral de Belaúnde al año siguiente (aunque las esperanzas depositadas en su presidencia quedaran luego en buena medida frustradas); en Santo Domingo el triunfo electoral, en 1962-12-20, de Juan Bosch, líder del partido revolucionario dominicano -al año siguiente al asesinato del tirano Trujillo (bien conocido por los españoles desde su visita a Franco en 1954);NOTA 89 en Brasil los dramáticos hechos de 1961: la breve presidencia de Jânio Quadros, truncada el 25 de agosto por la presión de la oligarquía que lo forzó a dimitir, cuando el vice-presidente, Juan Goulart, estaba de visita en Pequín, dándose un golpe militar que fue frustrado por la resistencia legalista que encabezó Leonel Brizola, gracias a la cual Goulart pudo regresar a su país como presidente de la República a cambio de aceptar un cambio constitucional que estableciera un sistema parlamentario; sería, no obstante, de corta duración su presidencia -caracterizada por reformas progresistas en los campos educativo, tributario, electoral y agrario- pues fue derrocado violentamente por el golpe de estado del 1 de abril de 1964 que inició la cadena de nuevos regímenes militares reaccionarios en América Latina, la cual se prolongaría por un cuarto de siglo.

    No menciono la lucha antiimperialista en Vietnam porque, si bien ya en ese momento ardía, será más tarde cuando adquiera protagonismo.

    Vuelvo así a la historia, más modesta, de lo que pasaba en la Universidad de Madrid a fines de 1961. A los pocos días o a las pocas semanas de la asamblea de facultad que he mencionado unos párrafos más atrás, Luis Gómez Llorente era detenido por la policía y encarcelado.NOTA 90

    En Febrero de 1962 vino a la Facultad Chicho Sánchez Ferlosio, amigo de Lourdes Ortiz y otros miembros del círculo progresista, portando una guitarra. Se hizo un corrillo en el patio delantero, una cuasi-manifestación cantada, en solidaridad con nuestro compañero preso. Así arrancaban las luchas estudiantiles de los años sesenta.

    Si no ese día, poco después, por insistencia del mismo personaje y a invitación suya (a pesar de mi escasa simpatía por su folclorismo bohemio), me afilié al partido comunista de España, aunque la incorporación orgánica tardó un poco (creo que mi candidatura no debía de ser bien vista), hasta que finalmente se confirmó por intervención de Jorge Deike.

    En torno a ese período, aproximadamente, llegamos a formar un círculo de amigos y conocidos en la Facultad de Filosofía y Letras bastante más amplio que el del bienio anterior. Había entre nosotros una cordial camaradería, si no exactamente amistad. Los nombres y las señas de muchos no los recuerdo. Nos reunimos en casa de algunos de nosotros; p.ej. en una de ellas (creo que era en el Barrio de La Guindalera, donde no había estado yo nunca antes ni volveré a estar nunca después) estuvimos, creo, toda una tarde, un sábado o un domingo, escuchando los discos de las dos Declaraciones de La Habana, con sendos discursos pronunciados por Fidel Castro Ruz. El ambiente era muy pro-cubano. Acudíamos a la embajada de Cuba para pedir material impreso, donde se hablaba de las nacionalizaciones, la reforma agraria, el respaldo a la lucha antiimperialista en América Latina y el rechazo de la Alianza para el Progreso de Kennedy. También escuchábamos con embeleso las canciones de la revolución cubana. En aquellas reuniones también pude escuchar las de Yves Montand (que determinaron mi inclinación por la canción francesa, que hasta entonces no me había atraído mucho), junto con las de la guerra de España y algunas antifranquistas del llamado «cancionero de la nueva resistencia española» -como aquélla de José Agustín Goytisolo «Madre, dicen que debemos ir a matar o a morir». Ese cancionero, en general, me gustó poco (algunas de sus piezas eran de mal gusto; otras tontorronas, como aquélla de «¿Qué culpa tiene el tomate, que está tranquilo en la mata?»; pocas de ellas merecen ser recordadas).NOTA 91

    En mayo de 1962 empezó en serio: realizamos detrás del viejo edificio de la Universidad, en la calle Ancha (junto a mi antiguo Instituto, el Cardenal Cisneros), una asamblea al aire libre para protestar contra la creación de una Universidad privada con iguales derechos que las públicas, la de Navarra, regentada por el Opus Dei. Y, ligando esa reivindicación a la huelga de los mineros asturianos, salimos en manifestación hasta la Gran Vía al grito de «¡Opus no, mineros sí!», cantando también lo de «Asturias, patria querida». Las manifestaciones continuaron en los días siguientes y se practicaron detenciones. La prensa y la radio franquistas estaban estrechamente vigiladas por el ministro de información y turismo, Arias Salgado, pero las emisoras extranjeras sí hablaban del asunto.NOTA 92

    Unas semanas antes de realizar esas manifestaciones habíamos iniciado la práctica de reunirnos en las células del partido (que iban por facultades, estando yo, evidentemente, integrado en la de Filosofía y Letras) y, paralelamente, en organizar la nueva Federación Universitaria Democrática Española, o FUDE, que era un anti-SEU y cuya denominación recordaba la de la FUE de antes de 1939, Federación Universitaria Escolar, el sindicato progresista. La idea era que a la FUDE podían pertenecer todos los antifranquistas de todas las ideologías y otros estudiantes que simpatizaran con ideas democráticas sin necesidad de tener un color determinado. Contaba con el respaldo del PSOE (que no agrupaba más que a un exiguo puñado de individuos), el PCE, el «Felipe» (Frente de Liberación Popular, o FLP, un partido creado por Julio Cerón de ideología mutante, vagamente anticapitalista y a la sazón de inclinaciones favorables al socialismo yugoslavo del mariscal Tito); tal vez alguno más.


    §2.- La FUDE y el seminario de Arrás (1962-63)

    Tras el paréntesis estival, las actividades de la FUDE y de la célula del PCE se reanudaron en el otoño, en aquel tensísimo mes de octubre de 1962 en que parecía que la guerra termonuclear entre la URSS y USA iba a estallar de un momento a otro, lo cual -según la tesis asumida por los partidos comunistas entonces- sería el fin del mundo. Fue poco después del desenlace de la crisis de los misiles cuando un día, esperándome a la salida de clase Carlos Piera, me dijo que se me designaba para ser representante de la FUDE de la Facultad en el Comité Interfacultativo, que era el órgano supremo de esa Federación, toda vez que sólo existía en la Universidad de Madrid.

    Acepté tal nombramiento. Acudí a la primera reunión, en una zona de Madrid que desconocía, en la calle López de Hoyos, en casa de Paco León, el delegado de Ciencias, también camarada del PCE. Formóse así un grupo de miembros del Interfacultativo militantes del PCE; tal grupo no constituía una célula, sino que cada uno de nosotros seguía militando en su propia célula (la de su respectiva Facultad). Teníamos como director del grupo y enlace con la dirección (por lo tanto con Federico Sánchez) a Jaime Tortella,NOTA 93 en cuya elegantísima casa (cerca de la Glorieta de Bilbao) estuve muchas veces.NOTA 94 Ese grupo especial lo formábamos Paco León, Jacinto Candelas (de Medicina) y yo. (Más tarde se agregó el nuevo delegado de Derecho, mi amigo Manuel García Martínez.)

    Cuando yo me incorporré al comité interfacultativo -en el otoño de 1962- el representante de Derecho era Rodrigo Bercovitz, que tenía fama de ser simpatizante socialista, pero lo dejó poco después de mi llegada; lo sustituyó -como acabao de decir- mi amigo y compañero del Preuniversitario, Manuel García Martínez, quien por entonces pasó de su anterior peronismo al comunismo; ingresó en el PCE (no por instigación mía) y se unió a nuestro grupo; en cambio, Jacinto dimitiría meses después, siendo reemplazado por Pilar de Miguel, que nunca perteneció al partido.

    Por la Facultad de Políticas hubo varios representantes que se sucedieron. El primero fue Rodrigo Uría, también con fama socialista y que suscitaba escasas o nulas simpatías en los demás. Luego vinieron otros, como Carlos Romero Herrera (creo que miembro del FLP), en cuya casa o pensión (creo recordar que en la calle del Pez) organizamos el acto de repudio colectivo de Fraga Iribarne, quien se llevaría el primer y último abucheo de un ministro franquista en los cuatro decenios de terror totalitario.NOTA 95 Poco después de ese acto de protesta contra Fraga, dimití. Estaba bastante cansado.

    Al final del curso -ya no figuraba yo en ese comité- se intentó otro acto similar contra otro ministro, Lora Tamayo, en mi Facultad, cuando iba a investir del doctorado honoris causa a unos académicos extranjeros; Sandoval, alumno de derecho, prorrumpió en exclamaciones, pero no se logró que aquello cuajara. Sandoval fue expedientado y sancionado; el acto había fracasado.

    El 5 de abril de 1963 había sido fusilado Julián Grimau. La conmoción y tensión política fueron enormes. Todos nos sentíamos exasperados. A la vez la represión se intensificó. Si, hasta ese momento, se burlaban un poco de la FUDE (el propio Aranguren me dijo en un pasillo que los de la FUDE éramos como los de Acción Católica, nos conformábamos con reunirnos y charlar, sin entrar en acción), la cosa se puso seria y la vigilancia se endureció. Parejas de policía armada a caballo vigilaban los puntos estratégicos de la Ciudad Universitaria.

    Si unos meses antes yo había desplegado los recursos de mi imaginación para, usando medios rudimentarios -como planígrafos-, hacer y distribuir propaganda antifranquista y pro-FUDE (octavillas, colocación de carteles, rótulos, graffiti), ahora no creía propicio el momento para que nos lanzáramos a arriesgadas distribuciones de panfletos. La dirección del PCE (o sea, de nuevo Federico Sánchez) consideró que sí, que había que arriesgar. Y hubo un plante, tras muchas discusiones. Nos amenazaba una sanción por indisciplina. No obstante, se nos perdonó.

    Así las cosas llegó el verano y se nos anunció que el partido iba a celebrar un seminario de estudio y debate ideológico en Francia; cada célula debía enviar algunos camaradas para participar. Me apunté. También lo hizo mi hermana. Hubo algunas discusiones con Lourdes Ortiz, Jesús Munárriz y otros camaradas, pero se confirmó nuestra participación y la de Santiago González Noriega; no recuerdo si acudió alguno más de la célula de filosofía. Por derecho fueron Juan Francisco Pla y otros pero no mi amigo Gª Martínez.

    Tras obtener el pasaporte y el visado de salida, emprendimos, una noche del mes de julio de 1963, el viaje en la estación del Norte, rumbo a Irún. Hubo que contar en casa la trola de que iba a trabajar a una librería de la rue saint Jacques.NOTA 96

    El viaje era larguísimo. Se daba vuelta por Venta de Baños y el tren (con locomotora de carbón) iba a la velocidad de los del siglo precedente. La llegada a Hendaya se produjo con retraso, habiendo perdido la conexión para París. Hubo que esperar varias horas deambulando por la ciudad (primera y última ocasión que he tenido de verla un poco). El tren Hendaya-París me encantó. La llegada a la estación parisina de Austerlitz también.

    Francia y especialmente París siempre han sido atractivos en España, para unos por unas razones y para otros por otras. Para mí lo fascinante era la técnica, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas (en jerga marxista). Pensé que en un país así era más difícil justificar la necesidad de una revolución proletaria, ya que al menos la burguesía ofrecía unas instalaciones públicas -y, por lo tanto, unos servicios- de enorme calidad, impresionantes, magníficos, prodigios de la capacidad humana, como lo eran los trenes franceses de la SNCF y el metro parisino, todo espacioso, rápido, eficaz, bien hecho, lejos de la incomodidad, la angostura, el descuido, la fealdad, la lentitud y la insuficiencia de los servicios equivalentes en España.NOTA 97

    Al bajar del tren en París nos esperaba Pla, quien nos condujo a un hotel. No había plazas. Estuvimos toda la noche y buena parte del día siguiente dando vueltas por París. Es una de las pocas veces que he visto el despertar de París hacia las 4 de la mañana en las calles. Por la tarde emprendimos viaje a Arrás en tren y de allí viajamos (no recuerdo si en autocar) a una casa de campo del PCF (un chateau), prestada al PCE para celebrar el seminario.

    Llegábamos una avanzadilla. Nos acogió un camarada veterano de Madrid que, sin ostentar cargos de responsabilidad, se las dio de jefe o superior y nos trató con aspereza, como sin duda pensaba que había que tratar a los pipiolos (me imagino que algún sargento en la Mili acogerá así a los bisoños reclutas). Al día siguiente empezaron las sesiones. Luego fueron llegando muchos más camaradas.

    Aunque he leído en algún libro que a Federico Sánchez (o sea Jorge Semprún) no le permitió el Comité Ejecutivo participar en el seminario, es falso. Allí estuvo los primeros días y fue él quien inauguró el seminario, aunque luego se marchó, cuando llegaron Claudín y más tarde Carrillo, junto con una cohorte de estudiantes e intelectuales del partido, principalmente de Madrid y Barcelona.NOTA 98 Entre los presentes estaban: Ignacio Romero de Solís, Enrique Líster, Armando López Salinas, Carmen Azcárate (hija de Manuel, otro dirigente del partido, allí presente), Jesús Izcaray, Juan Gómez (Tomás García) y muchos más, a quienes yo no conocía. Todos usamos nombres de guerra. El mío era «Gregorio».NOTA 99 Santiago González Noriega (que no viajó con nosotros desde Madrid) tenía un nombre que no recuerdo.

    Desde el primer día empezaron las discusiones. Acababa de estallar el conflicto ideológico chino-soviético. Nosotros nos posicionamos a favor de las tesis chinas, aunque en realidad lo que nos empujó a decantarnos en ese sentido era un problema de política española, el de la reconciliación nacional, en lo cual veíamos -con razón- un implícito abandono de la lucha por la República, una inconfesa aceptación de la legitimidad del régimen y una propuesta de convergencia con un sector de la oligarquía en el poder para propiciar un cambio sin reivindicación de la causa defendida por el PCE en 1936-39.

    Mientras tanto, estando nosotros in albis al respecto, en el seno del ejecutivo el dúo Claudín-Sánchez abogaba por un posicionamiento más tajante en ese sentido de la reconciliación nacional, abandonando las ambigüedades, dando garantías a los oligarcas evolucionistas de que el PCE no luchaba por ninguna revolución ni nada parecido, por ningún cambio de sistema social ni de correlación de clases sociales, sino exclusivamente por modificar las «formas fascistas de poder de la dictadura del capital monopolista», sin quebrantar esa dictadura (sólo se querían alterar las formas de poder de la misma). Claudín-Sánchez vinculaban esa orientación a un alejamiento respecto a la Unión Soviética, una radicalización de la desestalinización y un alineamiento con Togliatti, el jefe del PC italiano.

    Creo que en aquel seminario Carrillo diseñó su maniobra y perfiló su postura: mantener la adhesión a la dirección soviética, a Nikita Jruschof, pronunciándose en contra de las tesis chinas, y reafirmar la política de reconciliación nacional, pero seguir presentándola como una acción desde abajo de las masas populares con un planteamiento de lucha antimonopolista y así, en equidistancia, diferenciado de la postura de Claudín que claramente apostaba por un PCE que se limitara a secundar eventuales decisiones oligárquicas de cambio de régimen por arriba.

    Las divergencias entre Carrillo y Claudín no se manifestaron, pero alguna diferencia de matiz se percibía vagamente; o quizá de tono o de talante. Me imagino que en esa lid Carrillo quería al menos contar con el apoyo de los jóvenes radicales, mostrándonos el mejor lado de la política oficial del PCE. Lo que nos exigieron no fue que estuviéramos de acuerdo con la política del ejecutivo, sino que concordáramos en que debíamos batirnos en las posiciones del partido, cualesquiera que fueran nuestras opiniones particulares.

    En aquel seminario leyóse (aunque no en sesión plenaria) un escrito de Manuel Sacristán sobre la transición pacífica del privatisismo al socialismo (propugnando las tesis de Palmiro Togliatti), igual que se leyeron y comentaron diversos textos de los comunistas chinos (los habíamos comprado en París de paso y los llevamos al seminario para someterlos al debate, porque, naturalmente, sabíamos que la dirección no lo iba a hacer; uno de esos textos fue la famosa carta de los 25 puntos de 14 de junio de 1963 sobre la línea general del movimiento comunista internacional).

    Tras múltiples discusiones sobre literatura, arte, filosofía, economía, la situación española, el contexto internacional, el carácter de clase de la revolución española y la etapa en que estábamos (según la tesis oficial, antifeudal y antimonopolista, tesis rechazada por Claudín según lo he dicho ya), y tras varios debates en los que me fui quedando solo (una noche tuve esa sensación: yo tenía una opinión que nadie más compartía), claudiqué y tuve al final que abrazarme con D. Santiago; aunque creo que más pudo el embrujo de los actos de liturgia y ritual, los discursos recordando la trayectoria del partido y toda esa técnica de exaltación de almas que la tradición comunista supo desarrollar, y que tanto se parece, sin duda, a los rituales de las sectas religiosas -aunque personalmente no los he vivido-, un parecido explicable no sé si por paralelismo funcional o por influencia.

    Tras esas semanas en Arrás, pasé unos 15 días en París en compañía de Santiago González Noriega.NOTA 100 Nos alojamos en la Cité Universitaire, en la Maison du Maroc.NOTA 101 Nos acompañó un estudiante sevillano al que habíamos conocido en Arrás. (Más abajo me volveré a referir a esa estancia parisina, durante la cual conocimos a un personaje que reparecerá en mi vida al año siguiente.) Visité diversos museos. Santiago y yo no teníamos los mismos gustos ni las mismas orientaciones filosóficas (a mí ya entonces me preocupaba la dialéctica, la contradictorialidad de lo real, la lógica matemática como vehículo para formalizar esas ideas; a él el marxismo vitalizante de Lucien Goldmann, André Gorz, Kostas Axelos y la ya entonces extinta revista Arguments y cosas así). Ni éramos muy compatibles en actitudes vitales ni en disponibilidades económicas (él pertenecía a una familia burguesa). Él se aferraba a nuestra paradójica amistad, que a mí me agobiaba. Me imponía su compañía, teniendo que ir juntos a todas partes (yo hubiera preferido más soledad). En cambio nuestro amigo sevillano, muy ligón, iba por su cuenta, si bien paseamos juntos varias veces.


    §3.- La escisión de 1964: el grupo Proletario

    A fines de agosto de 1963 estábamos de regreso en Madrid. Deseábamos la paz en el partido pero ésta no vino.

    Una de las primeras chispas del incendio de la escisión la dio un ardid de la dirección estudiantil del PCE, la cual montó -no sé si con el auxilio de universitarios de otras corrientes ideológicas- una reunión amañada en la que unos cuantos congregados -que carecían de mandato alguno para tal decisión- dieron la FUDE por finiquitada y, en su lugar, crearon la CUDE -que me parece que, en rigor, nunca existió-. Les molestaba la FUDE porque tenía una connotación roja; era legítimo -aunque, desde luego, debatible- pretender reemplazarla por otra organización; lo objetable fue ese método de maniobras y pucherazos.NOTA 102

    Luego vinieron las maniobras para excluirnos de un comité de redacción de una nueva revista que iba a reemplazar a Nuestras ideas (al final supongo que fue Realidad, pero ya con eso no tuvimos, evidentemente, nada que ver). La hostilidad que nos manifestaron, fuerte y agria, se patentizaba en muchas conductas cuyo detalle no recuerdo.

    También jugó un papel nefasto el malhadado artículo publicado en Pravda bajo la firma de Dolores Ibarruri (aunque estoy seguro de que instigado por Santiago Carrillo), «Contra un falso y peligroso derrotero», que echaba leña al fuego del conflicto doctrinal chino-soviético en lugar de buscar una vía de apaciguamiento.

    La organización estudiantil del PCE estaba dirigida por claudinistas, temerosos de que los radicales pudiéramos tomar pequeñas posiciones que minaran sus ya no muy prósperas posibilidades dentro del PCE.NOTA 102bis

    Sé que el nuevo responsable de la organización intelectual en el interior, camarada Costa (José Sandoval) -cuya memoria guardo con gran respeto-, hizo lo posible por buscar un entendimiento que previniera la ruptura, pero era boicoteado por quienes lo rodeaban, que deseaban que nos largáramos con viento fresco. Y cometimos el gravísimo error de largarnos con viento fresco.NOTA 103

    Todavía tuvimos que padecer una escisión dentro de la escisión. Habíamos formado un comité de disidencia alguno de cuyos miembros -no sé si confabulados con la dirección del PCE o sólo porque en el último momento cambiaron de opinión- nos abandonó en el momento de la ruptura, que no tardó mucho.

    Fue, en particular, dolorosa y desconcertante para mí la actuación, de un compañero; prefiero reemplazar su apellido real -que aún recuerdo muy bien- por el de «Fuster». Habíamos hablado extensamente y estábamos de acuerdo; mas, siendo Fuster delegado de la Facultad de Filosofía en el Comité Interfacultativo de la FUDE en diciembre de 1963/enero de 1964 -o sea justo en el momento de la escisión-, acudió a una reunión congregada y celebrada de manera muy extraña -totalmente de espaldas a la base, y ciertamente manipulada por el sector claudinista de la organización estudiantil/intelectual del PCE (no sé todavía hoy hasta qué punto con aquiescencia de la dirección central)-; ya he aludido más arriba a esa reunión, en la cual se tramó la eliminación de la FUDE para reemplazarla por una nueva entidad, la CUDE,NOTA 104 políticamente más aséptica (sin duda el primer paso hacia el futuro «sindicato de estudiantes», constituido un par de años después). Fuster, aceptando tal maniobra, disimuló y justificó las irregularidades; tal vez por no reconocer que se había dejado sorprender o captar, cambió la chaqueta, pasándose al otro bando, junto con algunos amigos.

    Fue mi primer contacto con el síndrome del embajador. Mi ingenuidad sufrió un duro golpe. Posteriormente me he percatado de cuán común es ese tipo de comportamiento. Haber discutido con la gente, haber razonado y llegado a conclusiones comunes no garantiza nada porque muchos son los que se dejan influir por halagos, ardides o triquiñuelas: van a parlamentar con un oponente y vuelven como agentes suyos. La firmeza es una cualidad menos frecuente de lo que -si la experiencia no me hubiera aleccionado- me llevaría a pensar mi propio temperamento obstinado (o, si se quiere, impermeable).

    Sea ello como fuere, resultaba muy dolorosa la situación en que estábamos quienes, entre diciembre de 1963 y enero de 1964, habíamos decidido romper con el PCE, pero, de momento, seguíamos militando en él. Daba remordimiento de conciencia estar en un grupo fraccional, lo cual era contrario a toda la tradición comunista. Había en eso una duplicidad insoportable. Mas, ¿qué hacer? ¿adónde ir? ¿Cometeríamos la locura de lanzarnos solos a la creación de una nueva organización política? ¿Iríamos al FLP (Frente de Liberación Popular, alias «el Felipe»), un grupo sin ideología clara ni perfil identificable? Esta opción la descartamos todos salvo uno solo de entre nosotros: Chicho Sánchez Ferlosio. Incluso su mujer, Ana Guardione, estuvo con nosotros al buscar otra opción. (Al FLP volveré a referirme unos párrafos más abajo.)NOTA 105

    La desgracia fue que contactaron con nosotros por entonces (fines de diciembre de 1963) unos hombres de diversas edades que nos mintieron, engatusándonos. No sé por dónde vino ese contacto. Había, en realidad, dos conjuntos: uno era unimembre, el formado por un tal Pepe (cuyo apellido real era «Crespo» y que luego jugará un nefasto papel) y el otro era una peña de amigos que, al parecer, venían del falangismo de izquierda y cuyo jefe de filas era Manolo (JLA).

    Manolo fue el artífice del bluf y de la mentira: nos hizo creer que tenían organizados grupos de obreros en muchas ciudades. Además nos trajo un periódico, Proletario, que habían sacado en París y un número de la revista Révolution que dirigía (con apoyo chino) el abogado Jacques Vergès (con el cual Proletario parecía estar en contacto). Révolution respondía plenamente a mi personal visión tercermundista, por encima de todo, antiimperialista más que anticapitalista.NOTA 106

    Quien firmaba los principales artículos de Proletario era Martín Valdés, un desconocido. No sé qué indicio me puso la mosca detrás de la oreja, pero pregunté si tenía algo que ver con eso Antonio López Campillo. Manolo me aseguró que no.

    El tal López Campillo era un físico a quien yo había conocido en París (igual que a su mujer) en la segunda quincena de agosto de ese año 1963. La presentación la hizo el estudiante sevillano al que me he referido unos párrafos más arriba. Tuvimos por entonces un par de entrevistas.

    López Campillo era un hombre culto, trosquista a machamartillo. Inteligente, amable, hablador hasta ser casi dicharachero, buen argumentador, de un marxismo fundamentalista estricto, me dio la impresión de ser poco dialéctico; incluso discutimos algo de la dialéctica de la naturaleza. Hubo cordialidad en esas dos charlas de café (nunca mejor dicho, porque nos reunimos en torno a la mesa de alguna terraza). Pero el desacuerdo político era total. Nos separaba un mundo.

    Más tarde he sabido otras cosas de su trayectoria, que yo por entonces ignoraba. Había sido un protestante ferviente y proselitista; no sé si pastor, creo que sí. En la segunda mitad de los 50 se pasó al marxismo, en su variante trosquista. Luego militó, ya en París, en el FLP,NOTA 107 siendo, al parecer, un dirigente del mismo y ardoroso partidario de iniciar inmediatamente una lucha armada, una mezcla de guerrilla urbana y rural. Tales posiciones, llevadas a su radicalidad, determinaron su expulsión del FLP hacia 1962.NOTA 108

    Siendo un firme partidario de las tesis de León Trosqui en todo, pero habiendo visto fracasar su militancia en el FLP (y no sé si previamente en alguna otra organización), creyó hallar una oportunidad en la desavenencia chino-soviética. Pradójicamente, se lanzó así, en diciembre de 1963, a participar en una naciente agrupación que se alineaba con las posturas de Mao Tse-tung, la defensa de Stalin frente a los ataques de Jruschof y la del comunismo oficial anterior al XX Congreso del PCUS. Es cierto que la tradición trosquista había desarrollado una táctica, la del entrismo, para salir de su aislamiento -aunque creo que había sido dirigida más bien hacia partidos socialdemócratas.

    Así en enero de 1964 quedó consumada la escisión. ¿Cuántos nos fuimos? Creo que varios centenares, pero no lo sé a ciencia cierta. De hecho -según pude percibir poco a poco- sólo existía lo que aportábamos los estudiantes provenientes del PCE. Pepe no tenía a nadie detrás sino sólo ansias de ponerse al frente de un grupo de guerrilla urbana para hacer revolución (no digo la revolución). Manolo no tenía en España más que algún amigo que en la práctica no hizo nada y en París algún otro amigo y unos pocos conocidos, que sumados no significaban prácticamente nada.

    Formóse el comité de Madrid de Proletario:NOTA 109 un triunvirato: Pepe, Manolo y yo. En tal ocasión fui bautizado por mi nuevo nombre de guerra: «Miguel».

    ¿Qué determinó esa absurda composición de un comité que era, en realidad, hasta donde yo sé, el único órgano directivo real de una organización prochina en España? En mi caso, la decisión fue tomada por una reunión de cuadros estudiantiles, que congregó a varios de los más destacados activistas que veníamos de militar en las filas del PCE, varios de los cuales nos habíamos conocido en Arrás, directa o indirectamente. En esa reunión estuvo, desde luego, mi amigo MatíasNOTA 110 y pienso que también Ramón Cotarelo -aunque éste, al parecer, se apartó inmediatamente, sin llegar a estar afiliado a la nueva organización. (También mi amigo Santiago González Noriega optó por la no-militancia, aduciendo un problema de salud.)

    Lo que decidió, en cambio, la entrada de los dos presuntos obreros, Manolo y Pepe, es que, en realidad, se autopromovieron: el primero aupado en el bluf y el segundo por ser algo mayor (unos 35 años) y aparentemente con más experiencia. Ninguno aportaba nada: ni conocimientos teóricos, ni experiencia política (salvo lo poquito que Manolo trajera por haber sido un jefe -no sé si de escuadra o de de centuria- de las falanges juveniles) ni una militancia a la cual ellos arrastrasen ni carisma, ni visión estratégica. El comunista -un órgano local que sacamos a multicopista- debió rellenarse con artículos míos en su mayor parte.

    Manolo hacía frecuentes viajes a París. Pero insistió y presionó para que yo lo acompañara en dos ocasiones. La primera fue temprano, creo que a comienzos de marzo de 1964. La segunda fue a finales del verano. (No estoy totalmente seguro de si, entre una y otra, se intercaló una tercera, pero creo que no.)

    En mi primer viaje a París para participar en el comité coordinador de Proletario sufrí uno de los mayores desengaños de mi vida. Cuando el tren entraba en la Gare d'Austerlitz me dijo Manolo: «Tengo que decirte una cosa: Martín Valdés es Antonio López Campillo». Ante sorpresas así hay muchos modos de reaccionar. Uno, el mejor, habría sido mandarlo todo a paseo, emprendiendo, allí mismo, el regreso para abandonar inmediatamente una militancia basada en la mentira. Y es que hay límites a lo tolerable. Otro modo -equivocado, y es el que adopté- hacer de tripas corazón y querer creer que valía más seguir adelante, ya que nos habíamos embarcado en esa aventura.

    La reunión del comité de Proletario fue cordial. López Campillo=Martín Valdés se mostró tan marxista-leninista como el que más, sin insinuar nada de tipo trosquista, a pesar de que estuvo claro que profesábamos las tesis de la tradición comunista: defensa de Stalin, revolución por etapas, frente unido antioligárquico y antiimperialista y demás temas que eran anatema para un trosquista.

    Al regresar a España, se planteó para mí el problema de si debía transmitir a mis camaradas, en particular a Matías, lo que había visto. Pero en realidad a los demás la figura de López Campillo les era indiferente. El único que había suscitado ese problema era yo, pues nadie más lo conocía. Así que no hablé del asunto. Además, claro, las normas de clandestinidad dificultaban el que yo hiciera confidencias a quienes no estaban en el comité de la organización.

    Los meses siguientes transcurrieron desarrollando nosotros una actividad intensa pero poco eficaz. Durante esos meses de 1964 celebré un contacto con un enviado de Claudín, que me quiso catequizar y al que di calabazas. También tuve una serie de citas con un enlace del FLP (a dos de las cuales falté, dándole plantón -una práctica absolutamente insólita en mí, casi siempre muy puntual: una de las veces fue por un viaje a París y la otra por un inexplicable descuido).

    Se empantanó nuestra relación con el FLP, que no condujo a nada en absoluto. Era una organización para mí enigmática. Su ideología hacía a todo: trosquismo, castrismo, guerrillerismo, titoísmo, reformismo gorziano, con presencia significativa de cristianos (sobre todo en sus comienzos) y sin ninguna línea ideológica ni estratégica clara.NOTA 111 Parecían estar lanzando la lucha armada ya y luego suscribían las mismas tesis que Claudín, desbordando a Carrillo por la derecha. Su trayectoria posterior va a llevarlos, con muchos bandazos, a un abandono de cualquier perspectiva revolucionaria y en 1968 a la autodisolución.NOTA 112

    Para el FLP, seguramente, nuestra escisión prochina de 1964 fue, de todas las tendencias revolucionarias de aquellos años, la más exótica, la más alejada de sus orientaciones, porque también fue la única que tenía un planteamiento de vuelta al comunismo histórico, al comunismo oficial de antes de 1956 -cosa que ninguna de las escisiones posteriores asumirá en absoluto (y que, en el fondo, la nuestra tampoco acabará asumiendo, aunque yo equivocadamente imaginara que sí, en una visión nostálgica, impropia de mis pocos años y apenas compartida por nadie más).

    Nuestro grupo Proletario realizaba intentos de penetración en las fábricas, sobre la base de la única militancia que teníamos, que era la estudiantil. Algún pequeño éxito sí tuvimos. Entre otros medios, acudíamos al reparto de propaganda entre los obreros. Distribuyendo El Comunista fue detenido y condenado a presidio -por el Tribunal de Orden Público, TOP- Miguel Angel Muñoz Moya (Miki).NOTA 113

    Unos meses después -ya en el verano- Manolo regresó de otro viaje a París y nos dijo que Martín Valdés había sido expulsado por trosquista. ¿Cuándo había empezado a ser trosquista? Esa noticia sí la transmití a mis camaradas, evidentemente. Matías estuvo muy escamado con ese asunto. De nuevo quise creer que, puesto que en el fondo lo que se alegaba era verdad (yo lo sabía de sobra), valía la pena pasar por alto la irregularidad del procedimiento y seguir adelante.

    Durante aquel verano de 1964 estuve trabajando de repartidor del diario YA para sacar algo de dinero a favor de la organización, que andaba muy mal de fondos. El grupo Proletario no avanzaba mucho, pero se mantenía. Tampoco ninguno de los que formábamos la dirección tenía plan alguno para hacerlo progresar.NOTA 114


    §4.- Creación del PCEml (1964-65)

    En octubre de 1964 tuvo lugar un nuevo viaje de Manolo a París. A su regreso supimos que se acababa de celebrar una reunión conjunta de los tres grupos pro-chinos (o «marxistas-leninistas» como habíamos decidido denominarnos, siguiendo la estela china): la Oposición Revolucionaria del PCE que publicaba La Chispa (Ginebra); el «partido comunista de España» [reconstituido], que publicaba Mundo obrero revolucionario, MOR; y nuestro propio grupo (Proletario).NOTA 115 Se había decidido la fusión de los tres en el Partido Comunista de España (marxista-leninista), PCEml.NOTA 116

    Quedaba convocada una asamblea o conferencia de fusión para decidir la línea política y elegir un comité central. Tendría lugar en París en el fin de semana del sábado 31 de octubre y domingo 1 de noviembre.

    Allí acudimos diez delegados por cada una de las tres organizaciones integradas en el nuevo PCEml. De Proletario fuimos en una delegación muy mayoritariamente del interior: Margarita (Ana Guardione), Pepe, Manolo, yo y unos cuantos más. Las sesiones tuvieron lugar en el Teatro Alhambra (no es que lo recuerde; lo he leído así descrito y eso me ha refrescado la memoria; para mí eran sitios incógnitos). Fue una reunión tormentosa. Subterráneamente se habían formado, al parecer, dos tendencias, ambas encabezadas por camaradas de La Chispa; seguramente las disensiones entre esos camaradas habían sido una de las causas de la integración de los tres grupos -aparte de que era absurdo que estuviéramos separados sin ninguna clara discrepancia ideológica. Creo que la divergencia era esencialmente de incompatibilidades personales y ambiciones encontradas.

    El hecho es que sólo teníamos posicionamientos ideológicos precisos los de Proletario. Y -seguramente como efecto reflejo de esas tensiones subterráneas que ignorábamos- algunos camaradas de La Chispa y de MOR atacaron nuestros planteamientos. Creo que nos despreciaban, como estudiantillos fatuos y jovenzuelos con ínfulas, por no ser reverentes hacia su veteranía (aunque era cuestionable).

    Vieron que llevaban las de perder, porque los de Proletario éramos los únicos con presencia en el interior y teníamos firmeza ideológica (o eso pareció entonces) y, además, en La Chispa y MOR ellos no contaban con unanimidad. Prolongaron lo que pudieron la reunión para que fracasara. Aguantamos. Se eligió un comité central y la reunión se prolongó hasta el lunes 2 por la mañana.NOTA 117

    Al día siguiente, martes 3 de noviembre, ese círculo de exdirigentes de La Chispa y MOR (Suré, Belmar-Bliz y sus parciales) lanzaron una disidencia frente al recién constituido PCEml. Habían sido elegidos al comité central, pero sabían que no podían manejarlo a sus anchas y que en lo ideológico estábamos los provenientes de Proletario, con unas tesis elaboradas y una plataforma doctrinal articulada. Y no querían eso. Querían ser ellos quienes cortaran el bacalao.NOTA 118

    En Madrid hubo algún que otro individuo a quien los disidentes lograron contactar y embelesar o desconcertar, aunque nunca supe por qué; hay gente para todo. Al poco se supo que en Colombia había un cuarto grupo m-l español, España Democrática. No sé si en noviembre o diciembre viajó a Francia uno de sus miembros, Paulino García Moya, camarada Valera.

    Valera había nacido en torno a 1909-1910, contando a la sazón cincuenta y algunos años. En su juventud había estado afiliado, primero, a la Confederación Nacional del Trabajo, CNT, cuando cursaba los primeros años de la carrera de medicina veterinaria. En 1931 ingresó en el PCE. Durante la guerra combatió en el Quinto Regimiento y participó en la formación del comisariado social, con Benigno Rodríguez y el comandante Carlos (Vittorio Vidali). Tras una cadena de exilios, encarcelamientos y peripecias, emigró a Colombia en 1954. Junto con unos poquitos exiliados comunistas españoles, se decanta por las tesis chinas en 1964, siendo expulsado del PCE.NOTA 119

    Llegado a Europa, Paulino, de más edad que ninguno, impuso su autoridad. Convocó un pleno ampliado del comité central en Bruselas (bajo los auspicios del PC belga pro-chino que encabezaba Jacques Grippa) en el cual se tratarían todos los motivos de desacuerdo o desavenencia y se tomarían las decisiones. Allí viajamos.NOTA 120

    El I Pleno ampliado del comité central del PCEml se prolongó durante un número de días que no recuerdo y finalizó el 17 de diciembre. Formáronse comisiones para estudiar las diferentes partes de la línea política que había que aprobar y también tuvieron lugar sesiones plenarias. Acudieron los del círculo disidente del 3 de noviembre. Los debates fueron amplios, profundos e intensos, plenamente sinceros y hasta a veces ácidos. Para la discusión, se formaron comisiones, que trabajaron durante días y noches, con brevísimas pausas para dormir, llegando casi a la extenuación. Discutimos en esas comisiones acerca de muchas cosas, entre ellas las diez siguientes:

    Tales debates desembocaron en conclusiones que cada comisión presentó luego en la sesión plenaria, en la cual se fue votando parte por parte. Naturalmente, las conclusiones sólo se redactaban en términos genéricos, dejándose para más tarde la tarea de plasmarlas en documentos más elaborados.

    Se decidió que el periódico del PCEml se llamaría «Vanguardia Obrera» (tal decisión ya se había tomado en la reunión unificatoria del 4 de octubre). Se suscitó la dificultad de que había una asociación de apostolado seglar de la Compañía de Jesús que así se llamaba -cosa que casi todos ignorábamos-, pero se consideró que tal inconveniente era secundario.NOTA 123

    El círculo disidente del 3 de noviembre quedó menguado, reducido a un exiguo corrillo, porque la base de exmiembros de MOR se unió a la mayoría casi unánime formada en el Pleno de Bruselas. Unos poquitos recalcitrantes rechazaron todo ese debate; apenas aceptaron participar en él, exigiendo un pronunciamiento previo sobre una cuestión de personas; al no inclinarse ante la decisión abrumadoramente mayoritaria, decidieron abstenerse del trabajo de las comisiones y de participar, por consiguiente, en las sesiones finales. Tras el Pleno ese puñado de irreductibles -con Suré a la cabeza-NOTA 124 formará un grupo con la misma denominación del PCEml, sólo que ellos escribieron con mayúsculas la coletilla «(marxista-leninista)»; dudo que fuera deliberada esa sutil diferencia. Publicaron una revista que se llamó Mundo Obrero -igual que el órgano del PCE que dirigía Carrillo-.

    Mencionar a ese inoperante grupúsculo tendría escaso sentido (ni significaba nada ni tenía posiciones ideológicas propias -casi habría que decir que tampoco no-propias) si no fuera porque el partido comunista chino siempre le dio un respaldo económico y moral; si la ayuda china fue superior a la poca que nosotros recibimos no lo sé; sospecho que sí; y como se trataba de un círculo de menos de 10 individuos, ese auxilio les sirvió. A mí se me ocurrió calificarlos como «los oportunistas sin principios», mote que prosperó. (Para refutar su producción periodística -si es que vale la pena calificarla de tal- escribí uno de mis ensayos polémicos de la época: Aberraciones y desvaríos de los oportunistas sin principios, 1967.)

    Aquí hay que mencionar la ingenuidad de un novato -que eso era yo, un chaval de 20 años, un menor de edad según la ley española, por mucho que fuera elegido desde el primer momento miembro del comité ejecutivo-. Con la fe marxista en la teoría pensaba yo que ese inmenso trabajo de deliberación doctrinal e ideológica había sentado firmes cimientos de la construcción de un partido sólido con ánimo de luchar por nuestros ideales. ¡Craso error!


    §5.- Intermedio (1965-66)

    Nada más terminar los trabajos del Pleno, uno de los miembros elegidos para el ejecutivo,NOTA 125 Hernán -un exiliado ex-cenetista (creo) que venía del Proletario (en París) y que, en cierto modo, había sucedido como líder del grupo a Martín Valdés- lanzó una proclama separándose del partido y creando otro él con algún pariente suyo (o quizá él solo, no lo sé). ¿Qué había pasado? En el Pleno Hernán había podido expresarse como los demás y hacer sus propuestas. Supongo que le ocurrió lo mismo que a los disidentes del 3 de noviembre anterior: tenía grandes ambiciones de liderar la nueva formación (sin acreditar ningún mérito especial para ello) y calculó que las probabilidades eran escasas; no quiso esperar; tal vez todo el ambiente doctrinal del Pleno hacía que se sintiera como gallina en corral ajeno.

    Era un caso individual. Otros muchos siguieron. Varios de los obreros parisinos que procedían de MOR (poco a poco casi todos) se fueron distanciando, buscando pretextos. De nuevo creo que el estilo de debates y de planteamientos no era aquello a lo que estaban acostumbrados. Puede haber habido otras causas.

    Lo más grave no fue eso. En la primavera, de conformidad con las decisiones de la dirección, tuve que incorporarme a la misma como permanente (o funcionario) del partido, abandonando la casa paterna (era aún menor de edad) y colgando los estudios (una de las muchas tonterías que cometimos, si bien es verdad que el cerco policial se estrechaba y que sabíamos perfectamente que la policía estaba interrogando a los detenidos sobre Lorenzo; en esa primavera se reunió en Madrid el comité ejecutivo y por ese momento se produjeron otras caídas a causa de nuestra participación en luchas fabriles).

    Tuvieron lugar varias peripecias y algunas broncas provocadas por Pepe, de quien ya he hablado -imprudentemente encumbrado al comité ejecutivo, cuando nunca había demostrado valía ni tenía ningún historial que lo acreditase-. Tras esas vicisitudes, pasé la mayor parte del verano de 1965 en Suiza (entre Lausana y Ginebra), trabajando en la elaboración de un voluminoso Curso de Cuadros Medios, una idea del camarada Valera. Era un mamotreto de no sé cuántos cientos de páginas -dividido en un número de cuadernillos a multicopista- sobre todos los temas discutidos en el Pleno de Bruselas (y quizá otros más); de tal documento no he hallado rastro ni mención, de donde colijo que probablemente se han perdido todos los ejemplares.NOTA 126

    La verdad es que aquel verano de elaboración de ese grueso producto fue también para mí ocasión de adquirir algunas técnicas de trabajo intelectual y de redacción, que me enseñó el camarada PaulinoNOTA 127 y que no me había enseñado la Universidad: ir escribiendo fichas (que hacíamos en folios cortados en cuatro) para después ordenarlas, por temas, en un fichero y, finalmente, irlas juntando en el texto posteriormente redactado, de suerte que así, preparatoriamente, se habían ido anotando los argumentos, los datos y, eventualmente, las referencias bibliográficas. Era un modo de trabajar por síntesis, yendo de la parte al todo, contruyendo desde abajo.NOTA 128 Tales técnicas de trabajo intelectual son, si se quiere, elementales y rudimentarias, pero, gracias a haberme familiarizado con ellas, pude escribir los volúmenes de trabajos ideológico-propagandísticos que produciré para el PCEml hasta 1972 y, posteriormente -aunque ya con métodos más refinados-, las muchas monografías y los estudios de mi larga dedicatoria académica.

    También escribí, como parte del mismo Curso, un ensayo polémico que más tarde se publicará como folleto aparte y servirá de biblia en la polémica contra la línea oficial del PCE: Adulteraciones del equipo de Santiago Carrillo.NOTA 129

    Acabado ese inmenso trabajo teórico (útil o inútil), se me encomendó regresar clandestinamente a Madrid, lo cual hice a finales del verano. Desde París viajé con el camarada Matías hasta una ciudad francesa cercana a la frontera pirenaica (creo que fue Bayona -la sede de la traición borbónica en mayo de 1808). De allí tomamos un taxi y él me acompañó hasta un punto donde nos despedimos; crucé a pie un pontejo y ya estaba en territorio español. Hice autostop; me recogió una pareja francesa y con ellos fui a San Sebastián. Allí tomé el tren (varias horas de trayecto de pie) para Bilbao, de donde viajé en el tren Taf o Talgo para Madrid (creo que excepcionalmente en ese viaje no me exigió la policía presentar mi documentación). Al llegar por la noche al piso donde esperaba ser recogido, me encontré que no había nadie. No sabía adónde ir; se me ocurrió volver a la estación del Norte (Príncipe Pío), donde pasé el resto de la noche compartiendo un banco con un grupo de indigentes, escabulléndonos todos y ocultándonos por una aledaña zona sombría cuando vimos acercarse a una pareja de la policía armada o la guardia civil -que evidentemente se percató de lo que pasaba mas no se empeñó en perseguirnos. A la mañana siguiente ya pude tomar contacto con la organización clandestina del partido en Madrid.

    Y allí me topé con lo que había pasado en mi ausencia: Anselmo, en sintonía con muchos otros, se había convertido al trosquismo. ¿Cómo así descubría las ideas de Trosqui quien acababa de participar activamente en un amplísimo debate doctrinal en el cual hubiera podido exponer los puntos de vista que quisiera y ni por asomo había insinuado en lo más mínimo nada de tal preferencia? ¿Cómo así salía ahora rechazando las etapas de la revolución -para abrazar la teoría trosquista de la revolución permanente- cuando unos meses antes habíamos debatido al respecto -no si habría etapas, sino cuáles- y había estado de acuerdo? Dejo a otros las elucubraciones conspiratorias; tengo para mí que lo que causó aquel revuelo fue mi ausencia junto con la superficialidad de las convicciones ideológicas de los jóvenes camaradas y lo volátil que puede ser la mente humana.

    Aunque yo ya había leído, desde luego, algunos libros de Trosqui, me enfrasqué en la discusión con Anselmo y demás partícipes de esa disidencia -la cual resultó masiva en el sector estudiantil, que era lo principal que teníamos-; para eso tuve que ponerme a leer a mansalva la voluminosa producción bibliográfica de León Trosqui, que no era fácil de obtener en Madrid. No digo que leyera todo, ni mucho menos (en períodos posteriores leeré más), pero sí mucho.

    Llegué a la conclusión de que eran totalmente erróneas las dos tesis más conocidas y característas de Trosqui:NOTA 130 (1) el rechazo al socialismo en un solo país; (2) la revolución permanente, con la consiguiente negación de las etapas (que él, evidentemente, no enuncia en términos claros y rotundos, como suele pasar en las controversias doctrinales -ésas u otras). También me desagradó profundamente su talante intelectual: daba la impresión de transmitir el mensaje de que todo es blanco/negro, aunque el autor posee una clave, una intuición superior, que le permite relativizar esas dicotomías de un modo que es inútil tratar de explicar a un lector vulgar, porque sólo es accesible a mentes privilegiadas que lo entienden sin palabras; eso o algo así.

    Los disidentes elaboraron varios documentos en los cuales criticaban en los términos más acerbos toda la dirección ideológica del partido (hasta cebándose en detalles absurdos, como el de que un curso de cuadros medios prefijaba quién iba a ser medio y quién no).NOTA 131 A la refutación de sus documentos tuve que consagrar un enorme trabajo doctrinal que se tradujo en otro de mis muchos mamotretos de la época: Las posiciones políticas y organizativas de los fraccionalistas trotskistas.NOTA 132

    De nada sirvió. Ya habían optado y no los iba a convencer. Se alejaron del PCEml. No sé si el ensayo vigorizó, al menos, la decisión de quienes habían optado por permanecer (que fueron los menos).NOTA 133

    Entre tanto -y en principio (o aparentemente) yendo en la misma dirección que esos disidentes admiradores de León Trosqui-, Pepe, a quien se había confiado un grupo de acción para preparar futuras acciones (no se sabía cuáles), lo utilizó para secuestrarnos a dos miembros del ejecutivo que estábamos en Madrid, Matías y yo. El secuestro, que fue benigno, no duró más de una semana aproximadamente, siendo un enigma hasta hoy qué pretendía; al parecer presionar para que prevalecieran sus planteamientos de lanzarse en seguida a la lucha armada y de excluir a quienes no compartieran su belicosidad. Naturalmente su conducta suscitó la hipótesis de que era un agente secreto de la CIA o de quien fuera.

    ¿Lo fue de veras? De haberlo sido, me inclino a pensar que habría actuado más inteligentemente, porque ese golpe no servía de nada. Era un individuo que había sido seminarista pueblerino en un vivero de frailes, creo que escolapios, y que en ese internado había leído a Nietzsche, a cuyo pensamiento se adhirió, lo que le valió ser encerrado en una celda, haciéndose un antirreligioso furibundo. Pienso que estaba sediento de aventura, que se consideraba un superhombre nietzscheano. ¿Quién nos había mandado ponerlo en la dirección de Proletario y luego del PCEml? Como parecía un «obrero» (no lo era, era un contable), un hombre práctico, daba la impresión de que venía bien para contrarrestar el teoricismo de los estudiantes.

    Sea como fuere, tras ese golpe de mano quedó, evidentemente, autoexcluido e hizo rancho aparte con sus cuatro muchachos -que le habíamos confiado nosotros-, porque tampoco se unió a los disidentes adeptos de las ideas de León Trosqui.

    Al comenzar el otoño, habíamos perdido casi toda la organización en Madrid, que era la única un poco importante en el interior. ¿Qué más teníamos? Un poquito en Vizcaya, un casi nada en Barcelona y tal o cual contacto aquí o allá. Total, el partido en el interior quedaba prácticamente desmantelado.

    Fui para Algorta, Vizcaya. En la ría del Nervión estaba ese poquito de que acabo de hablar. También acudieron allá los dos miembros del ejecutivo en el interior que quedaban tras la autoexclusión de Pepe: Emilio y Matías. Hubo una disputa entre ellos; Emilio reprochaba a Matías muchos errores de conducta. Matías lo tomó a mal y se largó a la chita callando, dejándome una cariñosa nota de despedida. Creo que el piso de Algorta lo había alquilado él; no recuerdo cómo salí de aquello. Viajé -en el expreso nocturno (con larga espera en el nudo ferroviario de Miranda de Ebro)- de Bilbao a Barcelona, donde pasé unos días con mi compañera, y de ahí viajé a París.NOTA 134

    El ejecutivo hizo un balance. Valera atribuía todo a fuerzas enemigas infiltradas, probablemente a la CIA. Yo era escéptico, mas tampoco tenía explicación válida. El hecho es que el PCEml ya quedaba muy mermado, habiendo sido poca cosa desde el comienzo. Lo racional hubiera sido replantearse todo en ese momento.

    Pero la obstinación hace mucho. Teníamos una invitación del PC Chino para visitar Pequín. En diciembre viajó la delegación, que formábamos Valera y yo; el vuelo tuvo que aplazarse una semana por algún problema meteorológico en el aeropuerto ginebrino. El viaje fue agotador.NOTA 135

    Acababa de producirse una de las guerras entre la India y el Paquistán, cuyas hostilidades se prolongaron del 24 de agosto al 22 de septiembre de 1965. Viajábamos en un avión de la compañía de bandera paquistaní. Los aeroplanos de entonces (todavía de hélice) eran mucho más lentos y tenían menor alcance que los de hoy. Escala en Teherán. Noche en Carachi. Vuelo de Carachi a Colombo (no se podía sobrevolar el territorio indio). Tras la escala en Colombo, vuelo a Dacca (capital del Paquistán oriental, hoy Bangladesh), donde pernoctamos otra vez. De Dacca, finalmente, a Cantón, Shanghai y Pequín.

    Acompañábanos en el viaje un comunista peruano con el que estuvimos intercambiando ideas sobre la situación en el Perú, la presidencia de Belaúnde y las perspectivas políticas en su país. Al regreso de Pequín viajamos con un camarada colombiano.

    En China permanecimos nada menos que cinco semanas (de fines de diciembre de 1965 a comienzos de febrero de 1966); creo que fue el propio Valera quien sugirió ese largo tiempo. Yo, como pipiolo, tenía que seguir siempre su opinión y así lo hacía -a pesar de que era un hombre con el cual era difícil ponerse de acuerdo, porque se levantaba teniendo un parecer sobre un tema y se acostaba teniendo un parecer contrario. En ese viaje visitamos varias ciudades de Manchuria. En ellas recorrimos un número de fábricas (siderúrgicas, metalúrgicas, textiles etc.) y bajamos a unas minas de carbón. Sin suda lo que nos enseñaban estaba convenientemente tamizado para ocultar los lados más penosos de la vida obrera; pero en ninguna otra ocasión he podido tener un conocimiento perceptivo de la producción industrial y de ese tipo de trabajo manual. No bastó, claro, para contar como una experiencia. Al menos sí fue una efímera aproximación sensorial a realidades que permanecen absolutamente ajenas para millones de individuos de clase media -incluyéndome a mí, aun a pesar de todas las tribulaciones y privaciones de aquel período de militancia. Un detalle anecdótico de esa visita a las ciudades industriales de Manchuria es que -por primera y quizá última vez en mi vida- estuve en una temperatura exterior de trentaitantos grados bajo cero, extrañándome mucho no sentir más frío; eso sí, no había viento e íbamos bien arropados, aunque no recuerdo los detalles del atavío.

    En ese viaje a China sufrí un gran desencanto. Y Valera también -quizá incluso más que yo. Estuvo claro que a la dirección china lo que le interesaba era, no apoyar revoluciones, sino tener corifeos. Al menos gracias a ese viaje pude recorrer muchos rincones de China y hacer turismo. Ni en ese viaje ni en los dos siguientes logré visitar Sián, la antigua capital imperial.NOTA 136 Como una anécdota recuerdo que la nochevieja de 1965 la pasamos en una velada (aburrida como lo son siempre) en la que -en otra mesa, eso sí- participaban el primer ministro Chou En-lai y el secretario general del partido, Teng Xiao-ping.

    Para mí, además, hubo otro motivo adicional de desilusión -que sólo por encima le comenté al camarada Valera. (Ya estaba él bastante soliviantado con los chinos como para echar más leña al fuego.) Se refiere a la cuestión de Stalin. Hoy este asunto va a sonarles mal a la mayoría de los lectores. La leyenda negra sobre Stalin, ya entonces hinchada, ha llegado, entre tanto, a extremos de diabolización. Estamos a la espera de que el juicio ponderado de la historia ofrezca a las generaciones futuras una visión equilibrada y ajustada a los hechos.NOTA 137

    Entiendo que ya entonces, y más aún posteriormente, muchos prochinos y maoistas habrán seguido la estela pequinesa por motivos que no tenían nada que ver con la reivindicación de Stalin y de la Unión Soviética en el período 1923-53; luego habrán tenido que aceptar, aunque sea sin mucho agrado, la superficial reivindicación de Stalin formulada (casi protocolariamente) por la dirección china.

    Para mí, sucedía lo inverso -a pesar de mis pocos años. Uno de los motivos principales de mi adhesión a la línea china fue esa reivindicación, que yo tomé al pie de la letra en 1963.

    Ya me suscitó dudas la lectura del artículo «Sobre el problema de Stalin» del Renmin Ribao [Diario del Pueblo de Pequín), del 13 de septiembre de 1963 -que sólo pude leer unos cuantos meses después-, porque ahí, junto con una defensa de Stalin, había una expresión de cierto rechazo apenas velado, proponiéndose la vía de Mao como una alternativa ideológica. El artículo presentó la luego célebre fórmula china: 70% positivo, 30% negativo. A una persona racional eso le planteaba interrogantes: ¿con qué criterio se fijaban tales evaluaciones? ¿Cuántos puntos se daban a esto, cuántos a aquello, cómo se justificaban tales puntuaciones y cómo se baremaban las múltiples actuaciones y las diversas elaboraciones doctrinales del propio Stalin y de los partidos comunistas que habían actuado bajo su liderazgo?

    A falta de una respuesta a tales interrogantes, había un problema práctico: si se iba a reivindicar a Stalin como un motivo para oponernos al revisionismo de Jruschof y sus continuadores, ¿era inteligente presentar un balance así, prácticamente de 2/3 bueno y 1/3 malo? Dejando la determinación correcta para el futuro, y sin negar en absoluto la existencia de una serie de errores, ¿no era más juicioso recalcar lo positivo?

    En enero de 1966 me di cuenta en Pequín de que el antistalinismo chino iba mucho más lejos. No rechazaban sólo la línea de Jruschof, sino la política soviética ya desde el tiempo de Stalin, así como descartaban apreciar para nada a los próximos colaboradores y continuadores de Stalin, como Viacheslaf Molotof. Esas largas semanas de permanencia en el invierno chinoNOTA 138 las aproveché, pues, en parte, para escribir un manuscrito sobre la cuestión de Stalin que se desmarcaba netamente de las posiciones chinas.NOTA 139

    Tras celebrar un número de conversaciones en Pequín -y recibir la limosna que nos otorgaron-, regresamos a Francia, otra vez dando la vuelta por Colombo, aunque creo recordar que esta vez no hubo escala en Teherán. Entre tanto en España había tenido lugar la caída de bombas atómicas yanquis en Palomares (y poco después se producirá la creación del sindicato de estudiantes en Sarriá; la FUDE que habíamos querido salvaguardar ya contaba poco a esas alturas).

    No nos rendíamos. Celebramos una reunión del ejecutivo en París. Yo tuve que llevar propaganda a un simpatizante de Perpiñán -si mal no recuerdo, uno de los hermanos Pons Prades-, siguiendo rumbo a Burdeos, donde me reencontré con Paulino para entrevistarnos con restos del movimiento de la Tercera República;NOTA 140 retorno a París, para coordinar lo que todavía quedaba de base obrera en la capital francesa y sus alrededores. Valera se despidió para hacer otra gira por el sur de Francia contactando posibles simpatizantes. No dijo exactamente adónde iba.

    Al cabo de unas semanas la prensa traía la noticia: Valera (Paulino García Moya) había sido detenido en Madrid el 3 de abril, lo mismo que Emilio (quien sí estaba oficialmente en misión en el interior como agente de enlace del comité ejecutivo), junto con los dirigentes de la organización local madrileña. Quedaba así desarticulado lo ya poco de PCEml que había en la capital de España y descabezada la dirección del partido.NOTA 141


    §6.- Reorganización del comité ejecutivo (1966)

    ¿Cómo se había producido el viaje de Paulino a Madrid sin dar aviso a ningún otro miembro de la dirección del partido? El propio Paulino, en sus recuerdos de 1993,NOTA 142 lo cuenta así:

    Y yo no conocía la situación española. Yo había salido de España diez años antes y yo quería saber con mis propios ojos qué pasaba en España. Pero claro, tampoco me fiaba de la gente. Y entonces ¿cómo voy yo a España sin que lo sepan? y ¿cómo me arreglo? Entonces apareció un buen día por casa de estos amigos de París el cura Mariano Gamo. Me produjo muy buena impresión, hicimos una ligera amistad y ya un buen día le conté: «Mira, tú tienes que arreglarme -porque él iba y venía a Francia-, tú tienes que arreglarme cómo voy yo a España». Y dice «Hombre lo voy a pensar, pero yo te puedo echar una mano». Y, efectivamente, al poco tiempo vino y dice: «Eso lo tienes arreglado cuando quieras». Y digo: «Quiero ya». «Bien, el próximo viaje te lo traigo montado». Y efectivamente, vino y me dijo: «Tal día, a tal hora, en tal sitio de Andorra habrá dos tipos que son sacerdotes que te cogerán y te llevarán a Barcelona, el resto corre de tu cuenta». Y allí logré yo establecer contacto con una gente, que no nos llevábamos muy bien, pero me merecían confianza.NOTA 143 Y efectivamente, me marché a Burdeos -les dije a los otros que iba a Burdeos-, me marché a Andorra y allí estaba la pareja ésta. Me cogieron, pasamos la cosa oficial de la frontera charlando, los curas con la gente de allí y yo sentado allí muy tranquilo; nadie me preguntó nada, nadie me dijo nada, llegamos a Barcelona y en el Paseo de Gracia: «Estás en Barcelona amigo, hasta luego». «Muy bien, ¡gracias!» No les he vuelto a ver. Total que una muchacha que estaba localizada es la que me atendió un par de días que estuve en Barcelona y ya me arregló el trayecto y los contactos en Madrid.NOTA 144 Y duré poco tiempo en libertad, dos días o tres.

    - [entrevistadora] «¿A qué atribuye una detención tan rápida?

    - [P.G.M.] La explicación es que iban siguiendo a uno de los que nos reunimos, de Madrid. Que es el de la editorial De la Torre, José María Gutiérrez de la Torre, que tiene una editorial en Madrid y seguimos relacionados y nos vemos. Y parece que estaban siguiendo a éste, la policía. Entonces, al vernos reunidos, vieron al «viejo» [...] y dijeron: «Tate éste es.»

    El ya citado libro de Jesús de Cos Borbolla contiene una versión de los hechos -en parte ya citada al final del apartado precedente- que agrega la siguiente precisión:

    A los pocos días [de decidirse en Burdeos que Paulino debía ir al interior a organizar el Partido] lo pasó por Andorra mi compañera, Anita. Un mes más tarde fue detenido en Madrid con varios militantes del PCML, pasando varios años en la cárcel.

    Casando ambos relatos, colijo que Anita (de su verdadero nombre Agapita González Díaz, montañesa como su compañero) acompañó a Paulino hasta Andorra, donde lo recogieron esos sacerdotes amigos del P. Mariano Gamo.NOTA 145

    La caída del camarada Valera en abril de 1966 constituyó una tragedia para la evolución del PCEml. No porque él fuera un gran dirigente: nunca había sido dirigente en el PCE, sino un cuadro medio; tras su marcha a Colombia a mediados de la década de los cincuenta, su -ya antes muy limitada- experiencia política se redujo a proporciones simbólicas. No nos aportaba, pues, el bagaje de liderazgo y renombre que otorga la condición de dirigente.NOTA 146 Tampoco contribuía con ese saber-hacer o saber-dirigir que viene con la práctica. Tenía más edad que experiencia. A eso se unían cuatro rasgos de su personalidad que, normalmente, hubieran hecho desaconsejable asignarle altas funciones directivas: (1) inconstancia en muchas cosas (cabe hablar incluso de volatilidad o volubilidad, aunque sólo afectaba a asuntos de táctica y de apreciación de personas); (2) personalismo y autoritarismo; (3) falta de tacto; y (4) incomprensión de las necesidades sentimentales de los militantes -con una desmesurada exigencia de renuncia y autodenegación.NOTA 147

    A esos cuatro defectos se contraponían, sin embargo, sus tres virtudes: honradez, desinterés y firme convicción ideológica en lo esencial (pese a sus oscilaciones en la táctica política). De haber seguido él al frente del PCEml, no se hubiera producido la mutación que irá teniendo lugar, cumulativamente, tras reorganizarse el comité ejecutivo y el secretariado del comité central en ese mes de abril de 1966; es casi seguro que con él no habría sucedido la deriva ultraizquierdista de 1968-72 ni el PCEml habría adoptado un incondicional alineamiento con Pequín que lo conducirá a un desastre.

    Además, Valera era un dirigente muy respetado entre nosotros -por su edad, por lo que representaba de vínculo con la militancia comunista anterior (incluso la de antes de la guerra) y porque emanaba un halo de desinterés y abnegación: él había abandonado toda su vida personal y profesional para vivir modestísimamente consagrado a dirigir el partido en tierra extraña, lejos de su hogar. Ningún otro líder del PCEml gozará de ese carisma, ni de lejos. Estoy convencido de que, estando él al frente, se habrían evitado muchas de las divisiones y deserciones que nos irán erosionando en los años siguientes.NOTA 148

    Al producirse la catastrófica detención del camarada Paulino, hubiera sido razonable que nos diéramos por vencidos. No porque haya que claudicar ante la represión fascista, sino porque carecíamos de medios humanos y materiales para una lucha de tal envergadura. Cada escisión y cada caída nos dejaban temblando porque ya antes la organización era raquítica, teníamos escasísimos apoyos y nuestros pocos militantes eran o muy jóvenes o muy pobres o ambas cosas a la vez. Pero cesar la lucha planteaba la incógnita de qué hacer con quienes habían confiado en la dirección. Y de todos modos teníamos la fe del carbonero. Se reconstituyó el comité ejecutivo y seguimos adelante.

    El comité ejecutivo quedó reorganizado incorporándose al mismo la camarada Helena Odena, cuyo verdadero nombre era «Benita Ganuza»,NOTA 149 quien, simultáneamente, pasó a ser miembro del secretariado del comité central.NOTA 150 El leonés Angel Campillo Fernández, alias «Miguel» (pero llamado luego «Eduardo»), ascendió también al secretariado.NOTA 151 Dado que compartíamos el mismo alias, «Miguel», había que acudir a calificativos para distinguirnos («Miguelón» y «Miguelín»). Hacia 1968 cambiamos nuestros nombres de guerra por razones de clandestinidad: el suyo pasó a ser «Eduardo»; el mío «Julio»; el de Raúl Marco será «Ricardo» y el de Helena «Clara». (Por entonces Manolo ya habrá abandonado el partido.)

    Eduardo=Miguel se encargó asimismo de la secretaría de organización del partido. Con ello quedaba un secretariado trimembre y un ejecutivo de cinco individuos (Manolo, los dos Migueles, Helena y Raúl). Transcurrió un difícil período que va de la caída del camarada Valera, el 3 de abril de 1966, a la del camarada Eduardo, en enero de 1969, durante el cual el PCEml se jugaba su supervivencia. Creo que -sin menospreciar, en absoluto, el esfuerzo, el sacrificio, la entrega, la fe y hasta el heroísmo de tantos dirigentes, cuadros y militantes de base-, a lo largo de esos 33 meses fue el dúo parisino de los Migueles el que aseguró la continuidad y el que más contribuyó a consolidar el partido -cada uno en su propio ámbito de trabajo.

    Unos meses después Matías se escapó de España (donde, haciendo el servicio militar, había sido arrestado y conducido bajo escolta, con claro destino a un batallón de castigo). Su fuga fue de película: sin equipaje, sin dinero en el bolsillo, saltando por una ventana del baño de una estación ferroviaria (mientras la escolta lo esperaba a la puerta del retrete) y haciendo autostop, llegó -por favor de la Fortuna- a la frontera pirenaica. Conociendo el paso de Dancharinea y siendo un hombre audaz, se plantó en París. Fue entonces reincorporado a la dirección del PCEml, como si nada hubiera pasado.

    De Manolo ya hablé más arriba como autor del bluf que había llevado a la constitución del grupo Proletario en enero de 1964. No permaneció mucho tiempo en el ejecutivo. En 1967 ó comienzos de 1968 abandonará el PCEml, en las circunstancias que relataré más abajo. Algunos años después se incorporarán al ejecutivo Andrés e Iñaki. Y posteriormente Bujalance.NOTA 152 De tales cooptaciones haré mención oportunamente.

    Las promociones de abril de 1966 no se hicieron con regularidad estatutaria, porque no se reunió un pleno del comité central que hubiera decidido esos nombramientos. Ni siquiera se propuso tal convocatoria, porque se juzgó que había razones de emergencia que imponían imperativamente proceder a las cooptaciones o designaciones.

    De todos esos cambios, el más transcendental fue la súbita promoción de la camarada Helena tanto al ejecutivo cuanto al secretariado. A esa camarada me voy a referir muy a menudo en las páginas que siguen como «la voluntad preponderante en el ejecutivo» -en lo sucesivo abreviada «VPE». Y es que era una persona cuyo rasgo más característico era una voluntad férrea, laminadora, con un aplastante poder de acometida.

    Había nacido en torno a 1929. Era hija de un padre eusco-navarro de hidalgo linaje y de una madre palentina. Refugiada infantil de la guerra, fue acogida en Inglaterra, donde pudo hacer estudios de bachillerato gracias a una beca. Emigrada a Francia después de 1945, se afilió a las juventudes comunistas, donde se enamoró de un militante que había combatido en el maquis.NOTA 153

    El matrimonio no fue feliz. Pero Helena, gracias a su conocimiento de idiomas, consiguió ganar unas oposiciones a un cuerpo de funcionarios de la OMS (organización mundial de la salud), poco antes de que el régimen franquista fuera admitido en la ONU en 1955. Materialmente ello le proporcionó una existencia acomodada y una situación segura, dado que el gobierno suizo hacía la vista gorda sobre cualesquiera actividades de los funcionarios internacionales en Ginebra.

    Los cónyuges, mal avenidos, siguieron compartiendo su posicionamiento político durante años. Al estallar la discordia chino-soviética, en 1963, se decantaron por China, fundando juntos el grupo «La Chispa» (oposición revolucionaria del partido comunista de España). Ambos esposos fueron a Pequín en delegación de ese grupo (el único invitado antes de la unificación) en el verano de 1964.

    Mas justamente por entonces se produjo la separación conducente al divorcio. Ese conflicto conyugal se entremezclará en el otoño con la división política ocurrida tras la conferencia unificatoria de París (31 de octubre a 2 de noviembre de 1964), puesto que el marido, Suré, encabezará el círculo escisionista del 3 de noviembre (más tarde convertido en el grupo de los «oportunistas sin principios»).

    Pese a ese fracaso matrimonial, Helena había triunfado en la vida partiendo de condiciones difíciles. Los sinsabores la habían endurecido. Era una persona que jamás mostraría el menor síntoma de compasión, dulzura o afecto.NOTA 154 Estaba segura de que el que vale y se lo propone triunfa avasalladoramente y de que los fracasos y la impotencia vienen de falta de voluntad. Pensaba que la revolución era fácil y que la burguesía española era cobarde, pudiendo ser vencida con arrojo y decisión.

    Aunque su recorrido no le había brindado la oportunidad de hacer estudios superiores, durante los años de infortunio matrimonial en Ginebra, con escasa actividad política como militante de base del PCE, había dedicado tiempo al aprendizaje autodidáctico de una gama heteróclita de disciplinas, incluyendo el latín. Los ajetreos de la existencia y su propia impulsividad le impedían adquirir conocimientos sólidos, pero tenía pericia para asimilar unas nociones dispersas, un poco a salto de mata.

    No creía que fuera menester ahondar más. Estaba convencida de que bastaba y sobraba ese contacto superficial y esporádico -o la absorción de una sinopsis; lo que fuera más allá era, a su juicio, un fardo inservible. Lo peor de esas limitaciones es que lo que ella no conocía no existía. Tal vez en sus estudios ingleses le habían inculcado el principio de Berkeley, esse est percipi. Así, lo que ella no captaba o no entendía es como si no existiera. Eso se traducía en su visión política de las cosas, en la cual prácticamente desaparecía o se eclipsaba la lucha revolucionaria antiimperialista en el tercer mundo -no subsumible en el esquema burguesía/proletariado- y se esfumaban, o se consideraban irrelevantes, cualesquiera situaciones que no encajaran en los moldes de su formación -a salvo, no obstante, de una paradójica apertura a las nuevas corrientes de moda en los círculos de postín que le gustaba frecuentar. A su modo de ver, todo el problema del campo español empezaba y terminaba en la cuestión que se solucionaría aplicando el lema «¡La tierra para el que la trabaja!» -como si el agro español de los últimos años 60 y primeros años 70 fuera el mismo que el de los años 30. Si sus artículos eran farragosos, no es sólo por razones de estilo y de oscuridad conceptual (ya que el talento y la inspiración no bastan para adquirir hábitos de claridad intelectual), sino porque rehusaba entrar en detalles. Hablaba, p.ej., de las fuerzas burguesas, pequeñoburguesas u oligárquicas, de los errores izquierdistas o derechistas, pero casi nunca mencionaba a éstos o aquéllos, a Fulano o a Mengano, ni citaba sus afirmaciones respectivas ni ofrecía una crítica ceñida al texto; todo era por encima, a bulto, globalizado, vago y genérico -lo cual daba también a sus escritos un aire sibilino, abierto a las interpretaciones.

    Hábil para la discusión, no tenía ningún hábito de debate racional. Su practicismo y su utilitarismo estrecho la llevaban a concebir el intercambio verbal como un mero instrumento para alcanzar lo que quería, que era imponer su voluntad. Nunca aspiró a convencer a nadie.NOTA 155

    Su ambición estaba a la altura de su amor propio. Nunca dudó de que estaba llamada a ser una gran figura histórica, teniendo una fe inquebrantable en su propia valía y en su destino, el de una Juana de Arco revolucionaria.NOTA 156

    En la camarada Helena Odena han creído ver algunos una marxista-leninista dogmática. Es una acusación injusta. Helena no era dogmática, no era doctrinaria. El dogmático tiene ideas claras, creencias firmes, opiniones doctrinales que le parecen sólidas, inconmovibles, desde luego verdaderas pero, más que eso, evidentes de suyo o, en todo caso, que integran una doctrina consagrada y avalada por una iglesia a la que se adhiere. Una profesión doctrinal así es estricta y se lleva a sus últimas consecuencias, privándose el dogmático de las felices incongruencias que a otros les permiten salvarse del absurdo.NOTA 157

    La camarada Helena no tenía ni uno solo de esos rasgos. Sus opiniones doctrinales eran vaporosas, etéreas, inconcretas. Su compenetración ideológica con la enseñanza de los pensadores clásicos a los que creía adherirse era superficial y selectiva de lo más. Su sentido pragmático la alejaba de ese rigor o escrúpulo lógico que rehuye la inconsecuencia. Su utilización de la teoría era instrumentalista y regida por el principio de oportunidad (ella misma proclamaba que había que practicar «un oportunismo revolucionario, no-oportunista»).

    Más en particular, la camarada Helena estaba en profundo desacuerdo con varias de las tesis esenciales del materialismo dialéctico e histórico y de la cosmovisión de la tradición doctrinal marxista-leninista. Si bien reconocía que, en última instancia, lo económico era determinante, eso lo circunscribía a un plano que podríamos considerar metafísico, de modo que, a cualquier efecto teórico o práctico, había que pensar como si lo económico no determinara nada en absoluto (y en realidad como si careciera de importancia). Más aún rechazaba dos tesis esenciales de Marx.

    En primer lugar, rechazaba que el imperativo teleológico, el imán del progreso histórico humano, sea el crecimiento de las fuerzas productivas. Esa tesis no le merecía más que desprecio. De ese desarrollo ya se había encargado la burguesía y ahí había terminado su misión. (Aparentemente opinaba que las fuerzas productivas ya no debían desarrollarse más.)

    Rechazaba, en segundo lugar, la tesis de que la principal necesidad humana es trabajar (para Marx es un fin del hombre, no sólo medio para vivir). Para ella el trabajo era sólo un mal necesario que había que limitar lo más posible. La realización del hombre estribaba, a su juicio, en la participación política; para llevarla a cabo al máximo había que reducir el trabajo al mínimo.NOTA 158 Criticaba mucho toda la tradición comunista (de los años 30 y 40) con su elogio a los planes quinquenales soviéticos y al estajanovismo; un ideal, para ella, retrógrado, mientras que debíamos luchar por una sociedad en la que quizá no se crecería, y se consumiría menos, pero también se trabajaría poco y los obreros podrían participar mucho en asambleas políticas. (Todos los temas del protoecologismo encontraban entusiástica acogida en ella, ya predispuesta a esos planteamientos.)NOTA 159

    Menos aún era partidaria de una economía planificada. Como los chinos habían criticado la autogestión yugoslava, no se atrevía a defenderla; pero, en el fondo, ésa era su inclinación, que se compaginaba bien con todo su modo de pensar.

    Tampoco se creía otra tesis central del marxismo: la de que la subjetividad humana está constreñida por leyes objetivas. Antes bien, creía en el libre albedrío. De los escritos de Mao le gustaba la fábula del viejo tonto que desplazó la montaña. Y es que tenía fe en la capacidad de la voluntad humana para remover los obstáculos. Sólo hacían falta entusiasmo y decisión.

    De la teoría dialéctica del marxismo rechazaba casi todo. Los grados no iban con ella. (No creo que hubiera leído ni hojeado la Dialéctica de la naturaleza de Engels ni los Cuadernos filosóficos de Lenin ni nada por el estilo.) Su visión era totalmente discontinuista y saltuaria. Siempre pensaba por dicotomías: todo o nada. De la afirmación dialéctica del paso de la cantidad a la cualidad, lo que suele expresarse como «salto cualitativo», ella tomaba el salto y dejaba lo demás: veía los hechos históricos como saltos, descartando como zarandajas los estadios intermedios y excluyendo cualquier dosificación o ponderación.

    Si, entre 1966 y 1978, fue acérrima partidaria del maoísmo y de la nueva línea china (antisovietismo furibundo, destrucción anárquica de los órganos de la legalidad socialista, abandono del desarrollo económico), es porque todo eso engarzaba con su propia tendencia previa.

    Oí decir una vez que Helena había sido togliattiana antes de decantarse por las tesis chinas en 1963. Desconozco cuánta verdad pueda haber en eso. Naturalmente nunca abordé tal asunto con ella (no hablábamos del pasado). Pero no me extrañaría mucho. Creo que seguía compartiendo tres de las tendencias ideológicas del revisionismo italiano: antisovietismo, autogestionismo y, en buena medida, rechazo de la tradición comunista pre-1956.

    ¿Carece entonces de todo fundamento el reproche que se le ha dirigido de rigidez dogmática? Su dogmatismo era de fachada, adaptativo e instrumental. Su rigidez era auténtica. Del marxismo sólo había retenido y adoptado (eso sí, con su característico maximalismo) tres ideas: (1) la lucha de clases como motor de la historia; (2) la oposición burguesía/proletariado como el hecho esencial de la sociedad contemporánea, al cual han de reducirse los demás hechos y las demás oposiciones (aunque, en tal oposición, por «burguesía» había que entender el conjunto de individuos con ideología burguesa y por «proletariado» el de individuos de ideología proletaria); y (3) la revolución armada y la dictadura del proletariado como vía para acabar con las clases sociales e instaurar el socialismo.

    De todos modos, quizá lo que acabo de decir no es tampoco del todo exacto. Para Helena no se trataba de creer que las cosas son así o de otra manera. Las creencias importaban muy poco, incluso esas tres que ella, selectivamente, retenía del marxismo, dejando todo lo demás (o relegándolo a la condición de meras frases rituales). Aun esas tres convicciones eran, en ella, más prácticas que teóricas. Apenas contaba que, de hecho, esas tres tesis fueran verdaderas o no. La verdad o la falsedad de los asertos no tenían gran significación en su mente. Eran tres ideas-fuerza que sirven a la acción. Ser marxista, para ella, era adoptar esas tres ideas-fuerza y formar, en consecuencia, firmes decisiones. Ser marxista era un asunto del querer, no del saber; de la voluntad, no del entendimiento.

    Como su marxismo se limitaba a esas tres ideas-fuerza -rechazando todo lo demás- y como las matizaciones también estaban descartadas en su visión de las cosas, cuanto viniera a complicar ese esquema era una monserga que, a su juicio, no merecía el menor interés.NOTA 160


    §7.- Primer bienio parisino (1966-68)

    Fue un milagro que, tras la crisis de la primavera de 1966, saliéramos bastante bien parados. Algún tiempo después de la caída de Valera el partido se había rehecho un poquito en Madrid y tenía pequeñas organizaciones locales en Vasconia, Cataluña, Asturias y hasta algo en Andalucía.

    Luego se incorporó, no sé cómo, una organización valenciana, que fue desde entonces quizá de las más fuertes -o de las menos débiles, para hablar con propiedad.

    Lo de París se tambaleaba y, en general, lo de la emigración en Europa andaba regular; teníamos organizaciones de obreros emigrados en Bélgica (Bruselas y Lieja, ciudades a las que hice un número de viajes por entonces), Suiza, Alemania, en algún momento Luxemburgo. Pero, mal que bien, en el interior se iban consiguiendo paulatinamente pequeñas implantaciones locales. Lo uno con lo otro hacía que pudiéramos pensar que avanzábamos.

    La dirección del PCEml andaba dispersa. Vivíamos en París Matías (una vez que regresó al partido) y los dos Migueles -ambos miembros también del secretariado. Dos camaradas del ejecutivo vivían en Ginebra.NOTA 161 Y otros camaradas que se incorporarán más tarde al ejecutivo estaban en misiones en el interior.

    Así entramos en el año 1967. En el verano celebramos un curso de cuadros en París (en un piso prestado); una imprudencia que se pagó cara, porque siguieron detenciones y, naturalmente, algunos de los detenidos hablaron. Las asambleas, sean del tipo que sean, son incompatibles con la clandestinidad. Una organización que se tome en serio la lucha ilegal no puede celebrar asambleas de ningún tipo.NOTA 162

    Es verdad que el curso en sí levantaba el ánimo, aunque de nuevo varios de los estudiantes que a él acudieron volvieron a plantear una disidencia ideológica, rechazando toda posibilidad de alianza con la burguesía media. Lo que yo no había percibido es que, en el fondo, la mayoría del ejecutivo compartía ese enfoque trosquistizante, sólo que en ese momento no lo decía abiertamente. A pesar de ese cuestionamiento de los fundamentos políticos que habíamos acordado, el curso terminó aparentemente bien; luego vinieron esas detenciones.

    Ese período también estuvo marcado por una diversificación de los contactos que mantuvimos con una amplia gama de organizaciones españolas y de otros países.

    En la práctica a mí me correspondió tomar en solitario muchas decisiones para establecer vínculos con otras organizaciones y me guié por el principio de la mayor diversificación posible, de tratar a todos tan bien, o hasta un poco mejor, que como ellos nos trataran para crear una red de alianzas lo más amplia posible, internas y externas.

    De los contactos extranjeros menciono, en primer lugar, los latinoamericanos: los camaradas del partido comunista brasileño (que para mí eran ideales, porque eran de los pocos que huían del ultraizquierdismo como de la peste, manteniendo una postura equilibrada, equidistante entre ese ultraizquierdismo funesto y destructivo y el derechismo de los revisionistas); camaradas dominicanos (tuvimos discusiones en torno a la cuestión cubana y a otra organización de Santo Domingo de la cual habíamos reproducido algo en una de nuestras publicaciones, tal vez equivocadamente); desde luego colombianos (aunque las relaciones con ellos siempre me resultaron insatisfactorias y hasta uno de ellos se embarcó en un ataque contra nosotros desde el «maotsetunismo», en relación con la RC de la que hablaré más abajo; creo que la lucha armada ya entonces viciaba el enfoque de los camaradas colombianos, mostrando los efectos nocivos de esa vía, especialmente cuando se prolonga). Hubo asimismo algún contacto ocasional con camaradas de Venezuela y Chile. También tuve diversos contactos con organizaciones francesas; omito aquí los detalles porque a ellas me referiré más abajo.NOTA 163

    Mantuve varios contactos con curas progesistas venidos del interior (p.ej. el ya citado P. Mariano Gamo) así como con los republicanos de Política y, más tarde, con los de ARDE (a través de D. José Maldonado,NOTA 164 a quien más tarde expresé en nombre de mi partido una cordial felicitación por su nombramiento como Presidente de la República); me entrevistaba regularmente con el hombre de Alvarez del Vayo en París, el asturiano Alberto Fernández (aunque era penoso soportar sus charlas en las que me percaté del malentendido que había entre Alvarez del Vayo y él, que iba evolucionando en el sentido de comulgar exactamente con los planteamientos de Carrillo de buscar una salida a la situación española por la vía de una evolución por arriba del régimen gracias a los evolucionistas, renunciando a cualquier idea de revolución republicana). Con el propio Alvarez del Vayo me vi unas cuantas veces, coincidiendo con él, p.ej., en unas entrevistas con grupos de varias naciones para formar un frente antiimperialista mediterráneo (franceses, griegos, portugueses).NOTA 165

    Aunque nunca pertenecí a la comisión de organización del comité central del partido -ni, por consiguiente, era tarea mía la de organizar o supervisar la labor organizativa, o, si se quiere, el aparato-, así y todo, evidentemente, se me confiaron, en concreto, muchos contactos con camaradas del interior; otras veces no es que se me confiaran, sino que una circunstancia sobrevenida imponía, por imperativo práctico, que me encargara yo de tales contactos.

    Eran de dos tipos. Los unos eran encuentros -sin periodicidad prefijada- con responsables de diversas organizaciones del partido en el interior, que acudían a París (unas veces en delegación individual, otras en delegaciones plurimembres) para intercambiar ideas y experiencia con la dirección del PCEml. En ellos nos incumbía transmitir consignas y explicar los fundamentos de nuestra política -tanto en general cuanto, en especial, con adaptación a los cambios que la misma iba sufriendo en función de los nuevos acontecimientos político-sociales, nacionales e internacionales- y recibir información de nuestros camaradas del interior sobre la marcha de las organizaciones, las reacciones de la base, el estado de opinión de las masas, la existencia e influencia de otros partidos y grupos políticos, las posibilidades de alianza, la acción sindical y reivindicativa y cualesquiera sugerencias que quisieran hacer sobre nuestra política.

    Otros contactos eran seminarios a lo largo de un número de días, en reuniones de menor duración cada una, en los que participaban camaradas del interior que estaban pasando en París un período de enfriamiento (habiendo corrido peligro de detención, habían huido). En ellos se trataba de explicar no sólo los detalles de la línea política del partido y las razones por las que su programa era correcto, sino también los fundamentos ideológicos, los principios del socialismo científico, incluido el materialismo dialéctico e histórico. Tales explicaciones -sobre todo cuando entrábamos en temas filosóficos- a mí siempre me provocaban malestar intelectual, porque me reprochaba tener que simplificar las cosas.

    Esa experiencia ya la había tenido en Madrid, incluso en el PCE antes de la escisión de enero de 1964, puesto que me incumbió una vez una tarea extrauniversitaria -que me encargó personalmente Ignacio Romero de Solís-: la de impartir un curso de materialismo dialéctico a camaradas obreros de Canillejas.

    Cuando, años después, me dedique a la enseñanza universitaria, experimentaré sensaciones que no estarán tan alejadas de aquélla de los seminarios del PCEml en París: la difícil tarea de compaginar la didáctica con la fidelidad a los contenidos cognoscitivos que tiene uno que transmitir.

    Marginalmente mantuve también contactos, a título individual, con otras personas que eran -o aspirábamos a que fueran- simpatizantes del partido. Sólo tuve encuentros regulares con José Miguel Ullán (quien me facilitó el contacto con el matrimonio Alazraki, de Meudon, donde pude declarar mi residencia -ficticia- a la policía francesa cuando solicité asilo en Francia y que fue testigo de mi casamiento el 19 de febrero de 1969 en esa misma villa). En una ocasión vi al cantante Paco Ibáñez, amigo de ese círculo.

    En general eran poco fructíferos los contactos con Ullán y otros presuntos simpatizantes. El partido deseaba conseguir apoyos, pero en la práctica ellos no querían asumir compromiso alguno -o tal vez yo no era bastante insistente o persuasivo. De todos modos, mi lema era que más valía tener buenas relaciones con cuantos más mejor, aunque se tratara de una amistad infecunda, porque las circunstancias de la vida abren siempre una posibilidad de que esos nexos se traduzcan en beneficios prácticos; y, como mínimo, contribuyen a rodear a la organización de un estado de opinión -aunque sea minoritario- más favorable o, al menos, de neutralidad benévola.

    En el período de penuria extrema que se inició en 1967, las reuniones del partido se vieron muy afectadas, porque ni siquiera teníamos dinero para pagar la consumición en un café y habíamos de citarnos y conversar sentados en bancos públicos, ya fueran en la calle o en un parque (si hacía buen tiempo), ya en un andén de metro. Quedaba deteriorada la calidad de tales reuniones. (Asimismo hubo que reducir la compra de prensa franquista, lo cual también mermaba nuestra información y, por lo tanto, el interés de nuestros comentarios y de nuestras consignas. Esa insuficiencia se palió en parte posteriormente gracias a la ayuda familiar.)

    Por el lado de España, momentáneamente no recuerdo haber alcanzado a más, salvo un hecho que he de mencionar: mis dos contactos con ETA, creo que en 1967.NOTA 166 Fueron dos citas junto a una estación de metro, donde habíamos quedado. No recuerdo en absoluto a través de quién se entabló ese contacto. Las dos entrevistas se celebraron en un bar. Por el PCEml sólo acudí yo, y por parte de ETA 4 ó 5 (de ellos uno vigilaba). Empezó bien y acabó mal. Sólo querían que facilitáramos su relación con los albaneses para poder tener allí entrenamiento para la lucha armada. Entre mis dos citas, transmití su propuesta, que fue rechazada en el ejecutivo. Trasladé las razones que en nuestra reunión se habían vertido para el rechazo: como patriotas, no podíamos coadyuvar a su objetivo, el de desmembrar el territorio nacional, aunque sí apreciábamos cuanto fuera colaborar en la lucha contra el fascismo. Traté de decirlo con amabilidad y cortesía, pero con ellos no hay términos medios. En sectarismo no nos iban a la zaga: les es adverso cuanto no favorezca la independencia del oprimido pueblo vasco. Respondieron, pues, que yo expresaba el nacionalismo español (¿no había recibido la educación falangista?), añadiendo algo así como que ellos no luchaban contra el fascismo sino contra España.NOTA 167

    Para completar la descripción sumaria de la actividad del PCEml en este período de auge que termina en 1968 ó 69, recordaré que lanzamos el primer número de la revista teórica Revolución española. Salía, aunque sin regularidad, Vanguardia obrera y, a trancas y barrancas, iba prosperando, aunque lentamente, la labor de difusión de nuestras ideas.

    Uno de nuestros principales productos intelectuales de ese período fue el folleto La dominación yanqui sobre España,NOTA 168 de Ediciones Vanguardia Obrera, formado por una yuxtaposición de textos, siendo de mi autoría el relativo a la subyugación económica; plagado sin duda de errores, también -espero- contenía aciertos; en cualquier caso, formulaba la tesis general de que (gracias al equipo opus-tecnocrático al que amparaba el almirante Carrero Blanco) la economía española estaba cayendo en poder del capital extranjero, principalmente del yanqui.NOTA 169

    Otra de mis modestas aportaciones ideológicas de este período fue el folleto El carácter antiimperialista de nuestra revolución, Cuadernos para el congreso Nº 1, publicado, por Ediciones Vanguardia Obrera, bajo mi principal nombre de pluma, «E. Zújar».NOTA 170


    §8.- Relaciones con China y Albania (1966-70): La cuestión de Jacques Grippa

    La primera perturbación había venido de China. Poco después de nuestro regreso de ese país, el 18 de abril de 1966 estalló la disparatada «revolución cultural», RC, uno de los fenómenos más alucinantes de la historia, cuya explicación no viene al caso (si es que alguien es capaz de proporcionarla). No la habíamos olido ni Valera ni yo. Nos desconcertó. Desbarataba todos nuestros planteamientos. Mi rechazo fue total. En general el PCEml no tuvo tanto entusiasmo por aquella locura como los grupúsculos prochinos de otros países, como Italia, Suecia, Alemania occidental, algunos en Francia (los jóvenes de la rue d'Ulm) etc. El hermano partido belga, encabezado por Grippa, se posicionó en contra de aquella absurda revuelta anti-PC, que comparó -no sin fundamento- a lo de Budapest de 1956, sólo que esta vez azuzado por el número 1 del régimen comunista, caso extremo de paradoja.

    Grippa fue estigmatizado. Había visitado China dos veces, entrevistándose con Mao.NOTA 171 Fue sintiéndose crecientemente alarmado por el indescifrable derrotero de la dirección china.NOTA 172 Dejó de apoyar al maoismo cuando la RC de los jóvenes guardias rojos se lanzó a asaltar las organizaciones del partido comunista chino.

    En Pequín vivían muchos extranjeros; entre ellos surgieron disensiones, azuzadas por la RC. En 1967 el chino-estadounidense Sidney Rittenberg (Li Dun-bai) capitaneó una fracción radical que, hostigando a los moderados por su tibieza hacia la RC, se aupó a una posición dominante en el círculo extranjero del Hotel de la Amistad y en Radio Pequín. La voix du peuple de Grippa publicó entonces una dura crítica a Rittenberg. Pero el fondo del asunto estaba claro: para Grippa el blanco era la propia RC, dada su deriva anticomunista.NOTA 173

    La ruptura entre J. Grippa y los líderes de la RC debió de producirse a comienzos de 1968. Otros dos partidos inicialmente alineados con las tesis chinas rompieron también ese mismo año con Pequín, con ocasión de la RC, sintiéndose incapaces de avalarla: el partido comunista japonés (uno de los tres más importantes partidos comunistas legales fuera del campo socialista) y el recién creado partido comunista de la India (marxista) (surgido en su congreso constitutivo de Calcuta -celebrado a la vez que nuestra conferencia de unificación m-l hispana en París, o sea entre el 31 de octubre y comienzos de noviembre de 1964-). Frente a las tesis de éste último, el ultraizquierdismo entonces dominante en Pequín auspició y saludó la insurrección naxalita, un movimiento guerrillero que todavía continúa -y en este momento, 2010, va en auge- en el gran país surasiático. En cuanto al PC japonés, su ruptura vino dada no sólo por la RC sino también por haber hecho estallar China una bomba de hidrógeno en junio de 1967, lo cual causó fortísimo rechazo en la opinión popular del Japón. Asimismo se distanció de las tesis chinas -igualmente a causa de la RC- la dirección de Corea del Norte, hasta ese momento (aparentemente al menos) alineada con Pequín. Lo sensato hubiera sido que, ante esa cadena de deserciones, nos replanteáramos en serio si tenía sentido mantener nuestra adhesión a los pronunciamientos chinos. El camarada Grippa falló en no convocar una conferencia fraterna de partidos pro-chinos (o m-l) para debatir la cuestión de la RC; hubiera sido una excelente ocasión para que quienes no nos sentíamos muy identificados con la RC halláramos una vía conjunta de distanciamiento.

    ¿Qué haría Albania? Condenó a Grippa. Había un funcionario de la Legación albanesa con quien yo mantenía los contactos en nombre del PCEml. Normalmente nos reuníamos en la Legación de Albania, en el Nº 131 de la Rue de la Pompe, en el seizième arrondissement -en el barrio más elegante de París. Pasaba yo a un saloncito en la planta baja en el que nos entrevistábamos, siempre con toda cordialidad. Insólitamente me dio cita ante la Torre Eiffel para decirme que habían roto con Grippa (posiblemente esa ruptura que estoy relatando tuvo lugar en 1968).

    Estaba entonces publicándose un número de nuestra revista, Revolución española (creo que el Nº 1), el cual iba a contener precisamente un artículo de Grippa. Tras la entrevista de la Torre Eiffel, yo no reaccioné. Mi natural me llevaba entonces -y me ha seguido llevando siempre- a evitar las decisiones precipitadas. Pero pasó por París el camarada del ejecutivo Raúl Marco. Naturalmente, le relaté la misteriosa conversación que acababa de tener con el funcionario de la legación albanesa. Él tomó la decisión de suprimir, ya en prensa, el artículo de Grippa. Fue una pena. De haberse publicado ese artículo, la ruptura (al menos la mía) se hubiera efectuado, probablemente, en 1968 ó 1969 -seguramente en condiciones distintas de las que rodearán a mi salida del PCEml en mayo de 1972.

    En relación con Albania, hago un inciso para recordar mis cuatro viajes a ese paisúculo o Estado en miniatura.

    En el cuarto de esos viajes hice escala en Roma para tener contactos con un joven canario simpatizante del movimiento separatista MPAIAC que capitaneaba Antonio Cubillo (discutiendo esos temas, estuvimos deambulando por el Foro romano -prestando yo escasísima atención a las magníficas ruinas, pese a lo que para mí habían significado, desde mi adolescencia, la lengua y la cultura latinas).

    En la visita de 1967, Raúl y yo, al regreso, viajamos por tren de Roma a Milán para entrevistarnos con los líderes del nuevo partito comunista d'Italia marxista-leninista; visitamos a su jefe, Fosco Dinucci, en su casa de Livorno, divisando la Torre de Pisa en el viaje. Desgraciadamente los tiempos no eran nada propicios para apreciar el arte y el legado de la historia. En cambio en la tercera de las visitas a Albania sí tuve oportunidad de saborear a fondo las ruinas ilirias o ciclópeas de un sitio no abierto al turismo cercano a Gjirokastra (Argyrocastrum, en el Epiro septentrional, o sea en la Albania del Sur).

    Cerrando ese inciso, retorno al hilo de los acontecimientos en torno a 1967 y la ruptura entre el apreciado camarada Jacques Grippa, por un lado, y el dúo China/Albania, por el otro. Como ya lo he dicho más arriba, Manolo, miembro del ejecutivo, abandonó por entonces el PCEml acusándonos de grippismo (fue en 1967 o principios del 68).NOTA 175 Él acababa de regresar de China, enviado a un curso de cuadros (eso no fallaba: ir a seguir uno de esos cursos en China implicaba, al regreso, disconformidad con la línea del PCEml; pero nos obstinábamos en creer que se trataba de fenómenos individuales).

    En enero de 1967, a comienzos de la RC, una delegación del PCEml visitó Pequín. Formábamosla tres camaradas. Esta vez visité Wuján, de nuevo Shanghai, Yenán y alguna otra localidad. Un percance en la visita a Wuján (o Wuhan) tendría honda significación para mis convicciones y mis hábitos futuros -si bien de momento no los alteró. Visitamos un matadero -concretamente de cerdos. Es el único que he visto en mi vida. Aparentemente el trato infligido a esos desgraciados animales era benigno, ya que se les asestaba una instantánea descarga eléctrica que -a primera vista, al menos- les hacía perder el conocimiento y sólo después eran degollados. Una cinta mecánica los transportaba a la escena del suplicio; no recuerdo si lo que les aguardaba era visible para ellos o si sólo lo percibían indirectamente; el hecho es que se resistían desesperadamente a dejarse arrastrar por la cinta, mostrando pavor y llorando lastimosamente. A pesar de haber sido desde la infancia enemigo de las crueldades contra nuestros hermanos inferiores, no era yo todavía sensible al trágico destino de esos parientes nuestros. Pero de aquella visita he conservado en mi memoria varios recuerdos: el llanto de los pobres cerditos esforzándose por escapar a la pena capital a que los humanos los habían condenado sin culpa alguna por su parte (y cómo se juntaban y se apiñaban para ralentizar el implacable avance de la cinta mecánica); los torrentes de sangre derramada; el sufrimiento inmerecido. Seis o siete años después esa remembranza se agregará a otras consideraciones éticas para llevarme a un animalismo menos inconsecuente, que incluye la opción vegetariana. Ulteriormente tal opción ha sido reforzada por argumentos ecológicos y de equidad entre los propios humanos (como los que prueban que no se puede acabar con la subalimentación en el mundo sin renunciar a la dieta carnívora).

    Al margen de una rememoración así (que sólo tiene interés retrospectivo en virtud de mi evolución ideológica posterior), tuve un incidente en Shanghai -recién tomada al asalto por los «guardias rojos», los mozalbetes movilizados por Mao Tse-tung contra el partido comunista-. Nos estaban contando las trolas de lo malos que eran los del «Jruschof chino» (Liu Shao-chi, auxiliado por Teng Xiao-ping).NOTA 176 Les pregunté cuáles eran las divergencias, cuáles eran sus errores políticos (lo que nos estaban contando es que uno usaba un pañuelo para secarse cada parte del cuerpo y que del huevo sólo comía la clara). Un poco nerviosos, se volvieron al camarada que nos escoltaba desde Pequín para que éste respondiera; hízolo con una retahíla: (1) quieren restaurar el capitalismo; (2) quieren conciliarse con el revisionismo; (3) ... Todo así. Me preguntaron si esa contestación me satisfacía. Respondí que no, en absoluto. Era por la noche y ahí quedó.

    Uno o dos días después volvieron a la carga: «El camarada Miguel ¿ha comprendido ya lo que se está planteando con la RC?» Contesté con una evasiva: iba observando y escuchando; ya llegaría a formarme una opinión. A la VPE no le pareció bien esa respuesta, porque yo iba allí como representante de un partido, no a título personal, y mis afirmaciones comprometían a ese partido, por cuyos intereses tenía que velar. Y pensé que, por una vez, la crítica era justa.

    Si mal no recuerdo, esta vez no hubo limosna, ni grande ni pequeña. Creo que adujeron las dificultades de la RC. O nada. No me acuerdo bien. Nuestra situación económica era angustiosa. Se suspendieron las pequeñas asignaciones que se daban a los permanentes del partido (inferiores al salario mínimo interprofesional) salvo en casos extremos de peligro. Todos tuvimos que buscar trabajo -de peón, de limpieza, de cualquier otra cosa así teniendo mucha suerte, porque a los clandestinos nos era más difícil- o acudir al socorro de nuestras familias. A pesar de todas esas dificultades prácticas, teníamos una firme decisión de seguir adelante.NOTA 177

    Más abajo relataré el último viaje a China, en julio de 1970, que desencadenó mi caída en desgracia en la dirección del PCEml y el antecedente inmediato de mi alejamiento de la organización, que se consumará en mayo de 1972.


    §9.- Segundo bienio parisino (1968-70)

    Avecinábase la crisis. Estalló en 1968. El 1 de mayo lo pasé en París con unos camaradas de la organización obrera que teníamos en Alemania; nos reunimos en un parque, no recuerdo si el de Boulogne o, más probablemente, el de Vincennes. Habían sido interceptados por la policía francesa cruzando (en coche) la frontera, tal vez porque llevaban material de propaganda. Pero no les había pasado nada. La policía francesa estaba al tanto y nos dejaba obrar.

    Además, desde 1966 habíamos adoptado la línea inteligente sobre Francia: viendo en la política del general de Gaulle una plasmación de las contradicciones interimperialistas, que venían bien para aislar al enemigo principal, el imperialismo norteamericano (era el período en que organizábamos los comités Vietnam de base y en que la solidaridad con los luchadores de Ho Chi Min era uno de los centros de nuestra lucha), tratábamos con indulgencia o neutralidad al gobierno francés, al menos absteniéndonos de atacarlo; y, en contrapartida, la policía francesa hacía la vista gorda con relación a nosotros.

    Poco después de esa entrevista del 1 de mayo, aún apacible -y para la cual pudimos aún beneficiarnos de esa benignidad policial francesa-, estallaron los acontecimientos de mayo, que se iniciaron con unas algaradas estudiantiles, al comienzo por motivos de escasa significación político-social, como el derecho de visita de los varones en las residencias femeninas.

    Para no truncar mi relato, dejo para el apartado siguiente, el §10, la digresión sobre el Mayo francés de 1968.

    Al producirse aquel conflicto en Francia («la revolución de mayo» en opinión de los más exaltados), sólo yo me mostré reservado y distante. A los demás camaradas del ejecutivo les pareció que había que dejar un poco de lado toda nuestra actividad usual para participar de lleno en las acciones francesas, incluso con octavillas saludando desde el PCEml tales luchas y atacando al gobierno francés, que hasta ese momento se había mostrado benévolo para con nosotros. Por primera vez, estuve -frente a esas posiciones- en minoría de a uno dentro del ejecutivo. (Una situación que, a partir de 1969-70, se extenderá a muchos otros problemas y persistirá hasta el final de mi militancia.) En el apartado siguiente explico mis tesis al respecto.

    Dos camaradas del ejecutivo (Matías y el otro Miguel) participaron directamente en las asambleas y en las idas y venidas de los locales ocupados del Barrio Latino -aunque, hasta donde yo sé, no en las manifestaciones callejeras ni en las barricadas. Posteriormente los dos serán detenidos. Miguel será expulsado y entregado en secreto a la policía franquista en la frontera a comienzos de 1969 (a poco de decretar el Caudillo el estado de excepción).NOTA 178

    Matías -detenido a comienzos de marzo de 1970- será enjuiciado por receptación de objetos robados (carnets vírgenes de una entidad académica).NOTA 179

    No me cabe la menor duda de que ambas detenciones resultaron de involucrarse el PCEml en los acontecimientos franceses, desaprovechando la posibilidad de haber permanecido neutrales en lo que ni nos iba ni nos venía.

    Las jornadas de mayo no las viví con entusiasmo, sino, al revés, con pesadumbre y desazón. La huelga general dejó todo paralizado. Para poder comunicarme por teléfono con los camaradas de Ginebra caminaba hasta la Bolsa desde mi modesta habitacioncita de la rue Popincourt (cerca de la Bastilla). Más tarde viajé con ellos en automóvil (no había cómo hacerlo de otro modo) hasta la ciudad del lago Lemán, desde donde seguí parte de los acontecimientos franceses (p.ej. el discurso amenazador de de Gaulle del 30 de mayo, con el puñetazo en la mesa). Al menos en Ginebra podía continuar un trabajo de cara a España. Regresé a París a comienzos de junio.

    Se me puede reprochar mi nacionalismo español: anteponer los intereses de la causa antifascista y antiimperialista en España a la lucha dizque revolucionaria de las masas movilizadas en el Mayo francés. Concedo que, de haberse producido tal colisión, yo habría optado por preferir los intereses de España, porque ésa era mi obligación.

    Mas no existía tal conflicto. Lo de Francia no era ni podía ser una revolución, ni nada remotamente similar. Había luchas obreras legítimas. Y hasta una parte de las reivindicaciones estudiantiles lo eran, al menos en parte. Mas no estaban dadas -ni en vías de darse- condiciones para una revolución ni para nada que empezara siquiera a aproximarse a un fenómeno así. Muchos se sorprendieron de cómo en el mes de junio se desgastó el movimiento huelguístico, entre otras causas porque la gente se impacientaba temiendo perder sus vacaciones. Era normal. El proletariado francés tenía muchísimo que perder, no sus cadenas. Y tenía relativamente poco que ganar. Ganó, gracias al protocolo de Grenelle -que negoció el sindicato CGT, acusado de capitulador por los ultraizquierdistas. Pero la ganancia era marginal; y la hubiera perdido continuando un combate que ya no podía ir más lejos.

    A diferencia de lo que sucedía en Francia, en España -aunque, mirándolo retrospectivamente, tampoco concurrían condiciones para una revolución- al menos sí podía producirse una insurrección popular o un cambio de régimen por la acción de desobediencia de amplias masas; hablo aquí de la posibilidad epistémica, o sea de que tal eventualidad no podía (del todo) descartarse racionalmente. Esa posibilidad (epistémica, insisto) se fundaba en:

    1. La radical ilegitimidad de la tiranía fascista y su carácter usurpador.
    2. La impopularidad de sus protectores, los Estados Unidos, siendo execrada por amplias masas su presencia militar -en ostensible respaldo al Caudillo.
    3. El republicanismo generalizado, cuando la única posibilidad de institucionalización del despotado reinante era la restauración monárquica.
    4. El bajo nivel de vida generalizado y la pobreza de gran parte de la población -con el descontento que la misma acarreaba.
    5. El recuerdo del heroísmo colectivo de la guerra civil.
    6. El hecho de que, habiendo quedado España neutral o no-beligerante en las dos guerras mundiales (y no habiendo participado apenas en el reparto colonial de fines del siglo XIX), no sólo la población no se sentía solidaria del Occidente (un occidente sumamente desprestigiado por el occidentalismo furibundo de la propaganda franquista), sino que, más bien, había un amplio movimiento de simpatía hacia las causas antiimperialistas -sobre todo las del mundo árabe y América Latina (una muestra de lo cual era la enorme popularidad de Fidel Castro, aun entre muchos franquistas).

    En el imaginario español de la época existía un orgullo de mestizaje que había sido impulsado o utilizado por la retórica de algunos intelectuales del régimen y por una parte de su aparato de propaganda, al menos ocasionalmente. Era muy amplia la auto-concepción de los españoles como pueblo mezclado, como nación no-racista, como crisol de fusiones poblacionales desde la prehistoria. Ni siquiera en la ideología oficial franquista la palabra «raza» se entendía de modo excluyente, en sentido ario o aun de raza blanca, porque nos jactábamos de venir de una confluencia étnica de mil orígenes -africanos, europeos y asiáticos- y de habernos fundido, en la España de ultramar, con otras etnias (indios y negros), formando ese producto híbrido parte de la Hispanidad, que era nuestra raza, una raza multirracial, como la mar a la que van a dar miles de ríos.

    La mentalidad colectiva ha cambiado muchísimo desde la transición. Siendo la España de hoy mucho más mezclada, la auto-conciencia actual no es, ni de lejos, tan automitificadamente mestiza como la de entonces. Los españoles de hoy se sienten europeos, se sienten blancos y occidentales, mirando a EE.UU, Francia, Alemania, Inglaterra, Suecia, etc como «los países de nuestro entorno», cosa que hace 40 años hubiera escandalizado o parecido absurda. Hasta los emigrantes españoles allende los Pirineos se sentían, un poco, racialmente diferentes, como de raza mediterránea, y así eran percibidos en los países donde se los recibía (aunque fuera benignamente como en Francia). En tales percepciones había estereotipos; eran imágenes de Épinal, como dicen los franceses. Pero existían y estaban muy difundidas.

    Tales eran las razones por las cuales yo sostenía que el caso de España era especial y que en nuestra Patria había unas condiciones propicias para la revolución que no se daban, ni remotamente, en Francia ni en ningún otro país de la Europa transpirenaica.

    Ésa fue, pues, nuestra primera discrepancia en el año 1968 (a partir del año siguiente vendrían otras): ¿teníamos el deber de volcar todos nuestros esfuerzos hacia España o pasaba por delante un presunto internacionalismo? En el fondo -y salvadas las distancias- estábamos ante un dilema parecido al de los comunistas rusos de los años 20, cuando tuvieron que optar entre el camino de Stalin (construir el socialismo en un solo país, única tarea practicable) y el de Trosqui: renunciar a esa construcción para ir en pos de una revolución internacional -no se sabe bien mediante qué aventuras militares.NOTA 180

    A pesar de ese desacuerdo, todavía en 1968 apenas se manifestaron nuestras divergencias, que estaban germinando. Pienso que la camarada Helena Odena tenía ya su inclinación ultraizquierdista bien perfilada, pero, en ese momento, percibía que no había llegado aún la ocasión adecuada para dar la batalla y, por lo tanto, en lo esencial nos ateníamos a lo comúnmente acordado en el Pleno de Bruselas de diciembre de 1964.

    En el verano de 1968 celebramos un seminario del comité ejecutivo en una finca en la montaña del Jura, en el Franco Condado (cerca de Saint Claude), comprada por Helena Odena unos meses antes y a la cual ésta llamaba «Echegorri» o «Etxegorri» (tal vez con una vaga reminiscencia de una casa solariega de su familia paterna). En ese predio rústico (al principio agreste y destartalado) se celebrarán, más tarde, diversas reuniones del comité ejecutivo y un pleno del comité central (en diciembre de 1970).

    En ese seminario estival de 1968 (que duró unos 10 ó 12 días aproximadamente) se trataba de plasmar en nuevos documentos el programa y la línea política del PCEml, según habían salido diseñados del pleno de Bruselas de diciembre de 1964. (Sólo en un punto hubo una modificación: el relativo a las nacionalidades, del cual voy a hablar en seguida.) Las conclusiones de Bruselas no quedaron perfiladas en textos que allí se aprobaran sino que, en el espíritu de lo convenido, se confió al ejecutivo la tarea de escribir y difundir los documentos apropiados. Se había ido postergando y ya no podía esperarse más.

    Para abordar esa tarea también dedicamos tiempo a debatir diversas cuestiones de la historia de España y de la realidad española, porque el marxismo-leninismo nos enseñaba que para transformar la realidad hay que conocerla científicamente y según los esquemas del materialismo dialéctico e histórico.

    A mí me correspondió escribir el programa del PCEml para la etapa democrático-nacional de la revolución, o sea el programa real del partido -porque lo tocante a la ulterior etapa socialista se dejaba en la bruma del horizonte futuro indeterminado. En ese programa inscribí, y detallé, las libertades y los derechos individuales que habría que instituir y proteger. Aunque algún miembro del ejecutivo pensara, tal vez, que todo ese elenco era pequeño-burgués, no se objetó. La única discusión suscitada fue, curiosamente, respecto al divorcio. Yo había formulado la reivindicación como «libertad de divorcio». El camarada Matías lo objetó. Helena, en cambio, me apoyó en eso resueltamente.

    Matías aducía que una cosa es el derecho al divorcio y otra la libertad, o sea el derecho a un divorcio libre, irrestricto. Alegaba que eso significaba dejar a la parte débil en situación de inferioridad, puesto que quedaba sujeta a la decisión unilateral del cónyuge de romper unilateralmente el vínculo matrimonial sin contrapartida.

    Todo lo que he reflexionado en estos últimos años al respecto me convence de que Matías llevaba toda la razón y de que mi punto de vista de entonces, de un individualismo radical, estaba absolutamente equivocado. Lo que yo (erróneamente) aduje es que esa restricción legal implicaba un trato paternalista: proteger a la mujer mediante prohibiciones legales, en lugar de abogar porque ella misma asumiera su independencia en la relación de pareja. Hoy, desde luego, pienso todo lo contrario; estoy a favor de un leve y prudente paternalismo, sin el cual nunca habría derecho tuitivo que amparase a la parte débil en una relación contractual (y el vínculo conyugal es eso: un contrato).

    El único punto en el que ese seminario estival de 1968 condujo a una modificación de nuestra posición atañe al problema de las nacionalidades. Rectificamos la posición previamente acordada sobre esa cuestión, señalando que en España no había varias naciones, sino sólo una, la nación española, aunque formada por varias nacionalidades.

    Dejo a otros, o para otra ocasión, estudiar la etimología de ese distingo -que permitió descartar todo programa de autodeterminación y, en su lugar, abogar por una República Popular y Federativa.

    Yo había quedado encargado de preparar los debates del seminario redactando las nuevas tesis, lo cual hice en otro de los muchos ensayos de aquellos años, Acerca del problema de las nacionalidades en España.

    Ese folleto, escrito entre 1968 y 1969, suscitó una viva discusión en el comité ejecutivo. En el seminario de Echegorri el camarada Matías apoyó animosamente todo su contenido;NOTA 181 a los demás camaradas no les agradó mucho, pero tampoco se atrevieron a oponerse frontalmente.

    La camarada Helena prefería eludir todas las cuestiones espinosas para quedarse en vagas generalidades -aunque en lo esencial estuvo de acuerdo con mis tesis, sin entusiasmo ni convicción (ella era aún más antinacionalista que yo).

    Tras sufrir una serie de enmiendas y mutilaciones, sería publicado por las Ediciones Vanguardia Obrera. NOTA 182 La fecha de publicación debió ser 1969. Sólo fue posible que pasara la censura extirpando varios fragmentos; algunos de ellos han sobrevivido milagrosamente en mi archivo personal; los inserto más abajo en el Anejo VI de este libro.

    Preparando la versión final de ese folleto (en el seminario de Echegorri sólo se aprobaron sus lineamientos generales, encomendándoseme elaborar un texto más acabado), me enfrasqué en una serie de lecturas históricas, que marcaron un giro en su redacción,NOTA 183 ya que, en el curso de esa escritura, cambié de opinión con respecto a la Guerra de Sucesión (1701-1714), por lo cual la parte histórica o introductoria del folleto tuvo dos versiones sucesivas, la provisional (anti-austriacista) y la definitiva (austriacista).

    El adoctrinamiento que yo había sufrido en mi aprendizaje escolar era totalmente favorable a la casa de Borbón y hostil a la de Austria, a la que se achacaba la decadencia de España en el siglo XVII, contrapuesta al esplendor que dizque habría traído la de Borbón en el siglo de las luces. Ese sesgo se plasmaba, p.ej., en el libro de texto que tuve que estudiar en Cuarto Curso de bachillerato, titulado Historia moderna y contemporánea, que narra la Guerra de Sucesión en estos términos: tras recordar las palabras de Luis XIV al aceptar el testamento de Carlos II «como medio de conservar la paz en Europa», se culpabiliza de la guerra exclusivamente al Emperador de Austria. La toma de Barcelona por el ejército austriacista se relata omitiendo que el pueblo barcelonés se había amotinado a favor del Archiduque Carlos. En cambio se destaca que la entrada de D. Carlos en Madrid se produjo «en medio de la indiferencia y aun la hostilidad del pueblo madrileño», que se convierte «en odio declarado por la conducta de las tropas inglesas contra las iglesias», agregando: «Esta dura hostilidad de toda Castilla [...] [al Archiduque Carlos da] el triunfo definitivo al nieto de Luis XIV».NOTA 184

    Por otro lado, también la historiografía posterior que había leído por mi cuenta abundaba en esa misma visión de las cosas, como lo hacía -si bien con matices- Jaime Vicéns Vives en su Historia económica de España.

    Sólo pude discutir el asunto con el camarada Matías, que, al principio, vio con algún escepticismo ese cambio de opinión, aunque creo que al final quedó más o menos convencido. A los demás esos temas históricos no parecían interesarles.

    Al margen de ese detalle de la historia de España, ¿cuál fue el fundamento para nuestro viraje político, consistente en afirmar una pluralidad de nacionalidades, integrantes, todas ellas, de una sola nación española, en lugar de varias naciones, que coexistirían en el Estado español, con la consecuencia de que el derecho de autodeterminación no tenía en nuestra Patria fundamento objetivo?

    El fundamento era un principio filosófico de la dialéctica, que los marxistas invocan a troche y moche pero que raras veces tienen en cuenta al analizar la realidad y proponer soluciones: los grados, o sea el hecho de que la frontera entre el sí y el no es difusa.

    Ya he dicho más arriba que desde 1961 ó 1962, aproximadamente, a mí me preocupaba la formalización de la dialéctica y ya por esa época había pensado en una lógica polivalente como vehículo apropiado para ese cometido (para lo cual la lectura de Ferrater Mora me daba una pauta). Tales temas, evidentemente, estaban ausentes de lo que se podía, en el PCEml, discutir y hasta pensar (porque aun para pensar uno a solas necesita un entorno adecuado). Pero no era posible dejar del todo de lado esas cuestiones, aunque fuera indirecta o implícitamente.

    El análisis conceptual de la idea de nación que hace Stalin en su obra de 1913 El marxismo y la cuestión nacional admite,NOTA 185 desde luego, la existencia de graduaciones, de más y menos, en cada uno de los rasgos pertinentes para reconocer que una colectividad humana cae apropiadamente bajo ese concepto, así como en la variación de grados de relevancia de esos diversos factores o notas conceptuales. Sin embargo no aborda un problema, y es el de qué sucede cuando varios de tales rasgos están del todo ausentes y los demás sólo concurren en algún grado no muy elevado. Tampoco hay en ese texto una precisión que puede parecer obvia (y que tal vez Stalin sobreentendía): la de que, para que una colectividad sea correctamente calificada como nación por poseer varias de esas características o incluso todas ellas, es menester que no las posea en común con una colectividad más amplia de la cual forme parte. Porque si es una nación cualquier colectividad unida por lengua, territorio, historia, vida económica, idiosincrasia colectiva o cultura, entonces hay una nación segoviana, otra sepulvedana y así sucesivamente.

    A esas colectividades parcialmente poseedoras -con exclusión de las que las circundan- de algún rasgo de los que sirven para caracterizar a una nación las llamaba nuestro folleto «nacionalidades». Para ellas no sería justo reivindicar la autodeterminación, igual que no es justo -y ningún marxista lo ha hecho- reivindicarla para una colectividad que forme parte de una nación. Y es que los hechos crean obligaciones. La participación prolongada, intergeneracional, en una convivencia ciudadana crea derechos y deberes de solidaridad que no es lícito quebrantar por una decisión unilateral de ruptura.

    ¿Que proponer a cambio? El folleto sugería varias alternativas y barajaba un número de posibilidades, dejando al pueblo español la decisión, en su momento, de elegir lo más adecuado; dentro de eso formulaba propuestas específicas que otorgaran a las regiones con particularidades nacionales (no naciones) unos derechos de representación parlamentaria privilegiados y unas garantías de respeto a tales particularidades. Tales propuestas fueron muy combatidas, dentro y fuera del partido.

    En mis discusiones posteriores con D. José Maldonado, él rechazaba que los catalanes pudieran tener una representación parlamentaria supra-proporcional, porque -decía- eso no sería aceptado por la mayoría de los españoles. (Hoy, en España, las provincias de escasa población tienen una representación parlamentaria superiorísima a la de las muy pobladas; y no parece que eso cause escándalo.) En su lugar propugnaba un senado, una nefasta solución que, gracias a Dios, nuestro folleto de las nacionalidades no suscribía.

    El folleto fue truncado por la VPE, a la cual todas esas consideraciones parecían un teoricismo libresco (el calificativo se me aplicará póstumamente como compendio de todas mis equivocaciones y desviaciones pequeño-burguesas).NOTA 186

    En todo caso -y al margen de tales detalles, que eran secundarios- me convertí, por encargo, dentro del comité ejecutivo, en el especialista en el tema de las nacionalidades. Parcialmente en relación con esa problemática, me tocó -un poco más tarde- enlazar al ejecutivo con la organización que llegamos a tener en Cataluña; púseme al estudio del catalán, llegando a escribir un prólogo en esa lengua para una traducción del folleto recién mencionado. Mi catalán -mal aprendido a trompicones autodidácticamente- dudo que nunca llegara a ser gran cosa; desde luego era libresco y estaba plagado de arcaísmos. La situación económica no me permitía apenas comprar libros, pero mis padres me fueron enviando unos cuantos, pudiendo así leer un número de obras en catalán, para ayudarme en ese estudio y conocer mejor la realidad y la historia catalanas.

    Dejando ya de lado todo lo referente al seminario de Echegorri y a la producción ideológica emanada del mismo, mencionaré que en 1966 ó 67 se me había encargado dirigir la organización local de París, que había quedado desmantelada por los abandonos. No creo que mi dirección hiciera milagro alguno, pero al menos las células se mantuvieron y algunas se ampliaron. Tras los acontecimientos de mayo fui destituido y cambió todo el comité. Se querían más y mejores resultados así como un espíritu más combativo y cercano a la lucha de los franceses, que se esperaba volviera con ímpetu en el que se anunciaba un octubre caliente.

    Todos anhelaban o temían un nuevo estallido. La gran noticia de la radio francesa el día de la inauguración de las clases ese otoño sería que no había pasado nada.

    De regreso de ese seminario, y ya desembarazado de mi responsabilidad de secretario político del comité de París, pude dedicar esfuerzos al acercamiento a una nueva organización m-l que se había constituido al margen del PCEml: la unión de comunistas marxistas-leninistas.

    Cómo se formó la Unión no lo sé a ciencia cierta. Creo que fue el resultado de una escisión de una escisión de un desgajamiento que se produjo respecto del PCE en 1968; los desgajados se dividieron en dos grupos, uno -creo- el partido comunista internacional; el otro se subdividió (eso creo, tal vez me equivoco) en dos: la Unión y los comunistas internacionalistas (trosquistas).

    La Unión adoptó en lo esencial posiciones ideológicas similares a las nuestras: alineamiento con China, necesidad de la revolución violenta, rechazo de la teoría trosquista que negaba las etapas de la revolución, lucha contra el fascismo y el imperialismo. Por detrás de las coincidencias podía haber discrepancias de planteamiento, un rellenar de otro modo esos moldes conceptuales. El hecho es que, hasta donde recuerdo, y pese a estar compuesta principalmente por personas del medio académico e intelectual (todo lo que a esas alturas nos estaba faltando al PCEml), no elaboraron grandes textos donde expusieran sus tesis.

    Tampoco había ninguna razón para el antagonismo. En esas condiciones, y casi por casualidad, visité a un viejo compañero de la Facultad en Madrid (que apenas debía acordarse de mí), AL (no expongo aquí su nombre completo porque no he vuelto a saber nada de él y desconozco si él dio a conocer en público esa militancia). Él era uno de los líderes de la Unión. Las relaciones no empezaron muy bien. Ateniéndose a un esquema de clase, manifestó desinteresarse un poco por lo de España: «Entiendo pertenecer al proletariado francés». Pero pronto se caldearon y nuestro frecuente y asiduo intercambio dio un excelente resultado. España es el país de la amistad; y la amistad pasa por encima de todo. Esa amistad trajo consigo que la Unión -no sin discusiones internas- acabara decidiendo por unanimidad ingresar colectivamente en el PCEml.

    El acercamiento de la Unión al PCEml no se produjo súbita sino paulatinamente. Creo que mis primeros contactos con AL habían tenido lugar poco antes de los acontecimientos del mayo francés, lo cual significaría que se trató de un proceso de año y medio. Las conversaciones las llevé prácticamente solo por parte del PCEml. Los camaradas de Ginebra no solían coincidir en París para los momentos oportunos. El otro Miguel (Eduardo) estaba preso en España -desde enero de 1969-. Andrés e Iñaki estaban en misiones en el interior (y creo que aún no estaban integrados en el ejecutivo).NOTA 187 Matías, que no se interesaba mucho por ese asunto, trabajaba en su área como miembro de la comisión de organización (llevaba la mayoría de los enlaces con las organizaciones del interior y buena parte de las de la emigración). Un solo camarada participó, junto conmigo, en las discusiones -y eso muy al final del proceso de acercamiento: Bujalance.

    He resumido dicho proceso, pero no se limitó a las conversaciones y discusiones regulares con AL, sino que incluyó largos y pormenorizados debates con, al menos, otro dirigente de la Unión. La principal dificultad que oponían era un desacuerdo sobre la política sindical y la importancia de la lucha en los barrios: la Unión había propulsado, o quería propulsar, unas comisiones obreras de barrio, mientras que nuestra política sindical -que fue oscilante y meandrosa- atravesaba un período en el que, sin renunciar al trabajo en las comisiones obreras, se insistía en la creación de una organización sindical más combativa, la OSO (en realidad una entelequia). Llevara razón quien la llevase, no era un motivo suficiente para no estar juntos.

    De resultas de nuestras conversaciones, a fines de 1969 la Unión decidió la entrada individual de todos sus afiliados en el PCEml. Ingresados en él, los camaradas de la Unión fueron muy bien acogidos (entre tanto ya había logrado yo vencer la desconfianza sectaria que había en el ejecutivo contra ellos). A partir de entonces no creo que haya habido espíritu de facción: los que venían de la Unión frente a los que no. (Otra cosa es que entre quienes tienen un origen común pueda quedar siempre un lazo sentimental, porque la nostalgia forma parte del alma humana y, sin ella, no se escribirían estas memorias.)

    En otro orden de cosas, personalmente mi situación mejoró unos meses después: gracias a la recomendación de José Maldonado, el OFPRA (office français pour la protection des réfugiés et apatrides) me concedió asilo político en Francia. Salí, pues, de la clandestinidad, pudiendo contraer matrimonio el 19 de febrero de 1969. También tuve una pequeña satisfacción vital al matricularme (junto con el camarada Matías) en los cursos de Pierre Vilar en la École Pratique des Hautes Études, VI Sección, en el nº 54 de la rue de Varenne.NOTA 188 Lamentablemente poco pude acudir a sus interesantísimos seminarios. El motivo de la matrícula fue justificar mi actividad ante las autoridades francesas -toda vez que el permiso de residencia anual que me otorgaron era para una determinada actividad, en mi caso la de estudios. Las convalidaciones que me hicieron de mis estudios universitarios españoles eran casi nulas, pero en la mencionada école pratique -creada bajo el II Imperio en 1868- se podía uno inscribir en cursos de investigación sin necesidad de ser previamente licenciado. Entablé una excelente relación con el Profesor Pierre Vilar y lo visité alguna vez en su domicilio.NOTA 189 Mi dedicación a las tareas de la dirección del PCEml me impidió aprovechar, intelectualmente, su magnífica enseñanza.

    Completaré esta narración de mi cuatrienio parisino (1966-70) relatando algunos detalles personales. En medio de la indigencia en que vivíamos, se pudieron esquivar situaciones penosas gracias a la generosidad de los míos, el esfuerzo que todos hacíamos y una gran auto-disciplina. Nuestra frugal comida solía consistir en una sopa de sobre con sémola de maíz, un chorro de leche concentrada y un huevo, seguida por un trozo de queso con pan; a lo cual se añadía, a veces, una tableta de chocolate -especialmente en el paseo hasta la Bastilla del domingo por la tarde -cuando no había reunión del partido.

    El primer alojamiento que habíamos compartido en París mi compañera y yo fue un minúsculo trastero en un sótano de un callejón cercano a la rue Passy (en el seizième arrondissement); ese local lo conocíamos como «el depósito» porque eso era y a tal finalidad se dedicaba, no estando destinado inicialmente a que alguien durmiera en el exiguo camastro -salvo para pernoctar excepcionalmente. En ese trastero (de poquísimos metros cuadrados) entraban y salían frecuentemente varios camaradas de la dirección y colaboradores a coger o dejar materiales. Allí estuvimos varios meses, entre finales de 1966 y comienzos de 1967. Durante esos meses pasé una de mis habituales enfermedades de las vías respiratorias (quizá fue una neumonía), estando encamado durante varias semanas; salí del percance gracias a inyecciones de penicilina que amablemente me puso una camarada enfermera, que trabajaba en el Hospital Inglés.

    Nuestro segundo alojamiento, ya independiente, fue una húmeda buhardilla de la rue Laugier (entre comienzos de 1967 y la primavera de 1968). Hallábase cerca del Boulevard Pereire y de la Avenida Niel. Vino luego una breve estancia (unos dos o tres meses) en un local de dos piezas de la rue Jean-Pierre Thimbaut; estaba cerca del Boulevard Belleville y de la estación de metro Couronnes; dedicábase, además, a diversas actividades del partido -entre ellas albergar a camaradas de paso; aun siendo más espacioso que los demás donde vivimos, era lóbrego, mugriento e inhóspito.NOTA 190

    Desde abril o mayo de 1968 vivimos en la habitación de la rue Popincourt, que es la que de veras recuerdo como mi morada parisina, principalmente por los largos paseos dominicales -en medio de un denso gentío- por la populosísima rue de la Roquette hasta la Bastilla y los cines de barrio abarrotados por inmigrantes de diverso origen.

    Para calmar el efecto del frío el medio de que disponíamos (salvo la estufa de gas que había en el local de la rue J.-P. Thimbaut) era una bombonita de gas butano (camping-gas) con su mini-estufa acoplada, que -por razón del gasto- sólo encendíamos un rato cada equis tiempo.

    La escasez de medios y de tiempo impedía acudir a espectáculos, excepto la esporádica visita a algún cineclub, donde pude ver por aquellos años Zeta de Costa Gavras y varias películas de Serguei Mikailovich Eisenstein:NOTA 191 Octubre, Iván el Terrible, Alexandre Nevski. (El acorazado Potemkin ya lo había visto en mi primera visita a París, en el verano de 1963.) Por esos años también vi (pero en Tirana) La bataille d'Alger de Gillo Pontecorvo. (Un poco después [ya en Ginebra] vi el film de «Enquête sur un citoyen au-dessus de tout soupçon» de Elio Petri.) Por lo demás las películas que nos eran accesibles eran las que se veían en los abarrotados cines de barrio en las cercanías de la Plaza de la Bastilla, en su mayor parte mediocres, a menudo malas, pero que permitían evadirse un rato de la dura realidad. (Excepciones, por su calidad, fueron La religieuse, de Jacques Rivette, adaptación de la novela de Diderot, y --con un tema en parte relacionado-- La monaca di Monza de Eriprando Visconti.)

    Una leve mejora de mi nivel de vida vino con la adquisición, por regalo, de un pequeño gramófono y con la salida a la venta de los primeros microsurcos baratos (a menos de 10 francos), que incluían algunos discos de música clásica, como Las cuatro estaciones de Vivaldi, que habré reescuchado miles de veces. (Todavía conservo esos vinilos como joyas de la memoria.)

    Apenas cabía pensar en comprar libros, pero, con mucho sacrificio, fue posible adquirir unos pocos y baratos,NOTA 192 iniciando así una biblioteca personal que no llenaba una pequeña estantería clavada en la pared. Entre otros formaban esa incipiente y exigua colección: un diccionario Larousse enciclopédico ilustrado (abreviado, evidentemente); varios libritos de la serie Que sais-je?; un pequeño atlas de bolsillo; unas poquitas novelas de segunda mano. También se incluían libros en español que me habían ido mandando mis padres, cuyo número fue en considerable aumento a lo largo de los años siguientes. Posteriormente ya nos fue posible ir añadiendo, poco a poco, algunos más -con mucha sobriedad, desde luego-. Aun en medio de aquellas turbulencias, el libro no perdía su lugar en nuestras vidas.

    Dada la importancia de la música en la vida mental de cualquier ser humano, mencionaré que, gracias al citado gramófono, pude escuchar algunos discos que me prestaron (como las canciones de Atahualpa Yupanqui y un álbum de Nana Mouskouri). De las que se pasaban por esos años en la radio francesa recuerdo unas pocas: las de Luis Mariano -tan buen catante en español como en francés; de Joë Dassin, «Siffler sur la colline»; de Antoine, «Lolita, Lolita»; varias de Mireille Matthieu y Dalida; «Il ya a du soleil à vendre»; «L'important c'est la rose» de Gilbert Bécaud; «D'aventure en aventure» de Serge Lama; «Vesoul» de Jacques Brel; algunas de Léo Ferré y de Charles Aznavour (como «La bohème» y «Je me voyais déjà»), amén de las de Édith Piaf -que se seguían pasando- y varias de Georges Brassens (cantante que nunca me ha gustado mucho).

    En esos años finales de mi estancia en París se agravaron mis dolores de espalda, lumbalgias y ciáticas. Tras haber regularizado mi situación legal al obtener asilo político, pude acudir al médico, que diagnosticó una escoliosis y me recomendó practicar la natación. (Lo hice acudiendo semanalmente a una piscina cubierta, cerca del Arsenal, pero sin el menor efecto positivo.) Agravaba la dolencia -causada por una desigual longitud de las piernas, seguramente congénita- estar cargando constantemente voluminosos y pesados paquetes con materiales de propaganda, destinados a ser entregados a los militantes, distribuidos a las organizaciones de base para su reparto, o expedidos -directamente por mí en muchos casos-, peregrinando de una estafeta de correos a la otra.NOTA 193

    Cerraré esta página de los recuerdos parisinos con otro dato anecdótico: las sesiones del comité ejecutivo duraban todo el fin de semana, prolongándose interminablemente horas y horas, con un inacabable orden del día, dando vueltas y más vueltas a los puntos que se sucedían con monótona reiteración -en una reunión y en la siguiente-, como si, por el hecho de volverlos a discutir por enésima vez, pudiéramos resolver lo que no estaba a nuestro alcance. Generalmente en esas agotadoras sesiones se paraba sólo unas horas para dormir tumbados en el suelo, con la ropa impregnada por el humazo de tabaco que inundaba todo el ambiente.


    §10.- Digresión sobre el Mayo francés de 1968

    En la noche del viernes 10 al sábado 11 de mayo de 1968 ocurrió la primera vigilia de las barricadas en París. Esos métodos de lucha tenían poco que ver con la tradición de los combates obreros o estudiantiles: quema de vehículos privados y destrozos de la vía pública; los objetivos de lucha, al menos al principio, eran también muy sui generis. Desde esa primera noche frenética, el espíritu de los acontecimientos de mayo estaba marcado.NOTA 194

    En el plano académico, la lucha de mayo recordaba los disparates de la RC china: oposición a los exámenes y a la autoridad docente, una tendencia anarquista, un cuestionamiento de cuanto fuera autoridad, justa o injusta, aquella ansia de caos que se plasmó en las célebres frases de «Seamos realistas, pidamos lo imposible» y la «Prohibición de prohibir»,NOTA 195 con un boicot de cuanto fuera enseñanza de verdad y su sustitución por ideas peregrinas como la de que alumnos y profesores conversaban en pie de igualdad, más linchamientos de los profesores en una inquisitorial marejada de crítica y autocrítica (también muy reminiscente de la RC china). En definitiva, creo que, por reaccionario que fuera Raymond Aron, le cupo bastante razón en su denuncia del carnaval de mayo.

    No suscribo la visión que ofrece Boris Gobille:NOTA 196 «La `risa de mayo' (Bourdieu, 2002) no se limita al alborozo experimentado abucheando y lanzando adoquines. Más bien remite al jubiloso descubrimiento de la evanescencia del orden político cuando viene contestado y del orden simbólico cuando viene cuestionado». Según ese autor se vivió «la alegre experiencia de una transgresión creadora de comunidad» y «la difuminación, aunque fuera parcial y provisional, de las fronteras y jerarquías sociales», «una disidencia que se burlaba de la seriedad con la cual la arbitrariedad y sus normas suelen imponerse cual una fatalidad». Todo eso es, a mi juicio, una lúdica frivolidad, un pasatiempo, nada inocuo, porque condujo a estos tres resultados:

    1. el imperialismo francés estrechó filas con USA y demás potencias atlánticas, reduciendo a casi nada sus conatos de independencia;
    2. el general de Gaulle fue desalojado del poder y reemplazado por el atlantista Georges Pompidou y, a su muerte, por el mucho más atlantista y aristócrata Valéry Giscard d'Estaing;
    3. la persecución en Francia se exacerbó contra los militantes del PCEmlNOTA 197 (y seguramente -aunque no tengo datos- otro tanto sucedió con relación a movimientos antiimperialistas de otros países, hasta entonces tolerados en suelo francés).

    ¡Para reír! Verdad es que en los événements de mayo-junio hubo -a partir del jueves 16- luchas obreras perfectamente justas -por legítimas reivindicaciones de salario y condiciones laborales- y que algunas de las quejas estudiantiles tenían fundamento válido. Pero se disolvían esos lados positivos en el mar de la sinrazón.NOTA 198

    Se ha dicho que la CIA pudo haber propiciado aquellos alborotos para desestabilizar a de Gaulle a raíz de sus seis pronunciamientos antiyanquis:NOTA 199

    1. 4 de febrero de 1965: discurso de de Gaulle anunciando que Francia se retira de Bretton Woods y vuelve al patrón oro: la escuadra francesa irá a recuperar las reservas de oro depositadas en Washington (posición reiterada en abril de 1968 ante el derrumbe del dólar en medio de una tremenda especulación monetaria);
    2. marzo de 1966, Francia se retira de la estructura militar de la NATO y expulsa de su territorio a las fuerzas norteamericanas (oponiéndose a tal decisión una coalición formada por la extrema derecha, los vaticanistas de Lecanuet y los socialistas de François Mitterrand);
    3. discurso en la capital camboyana, Phnon Pen, en enero de 1967, atacando la agresión del imperialismo yanqui contra Vietnam;
    4. el 16 de mayo de 1967 Francia veta el ingreso de Inglaterra en el mercado común europeo, para impedir así que tal institución supranacional fuera instrumentalizada por el predominante imperialismo anglosajón;
    5. visita a Canadá en julio de 1967, pronunciando la famosa frase «Vive le Québec libre!», un desafío a la prepotencia anglosajona en América septentrional.
    6. en una conferencia de prensa el 27 de noviembre de 1967 de Gaulle condena a Israel por su guerra de agresión del mes de junio anterior (la guerra de los seis días), distanciándose del resto del campo atlántico con una propuesta de mediación pacífica entre Israel y los países árabes.

    Gustándome poco las explicaciones conspiratorias -cuando son hipótesis inútiles, complicadas, extravagantes o paradójicas-, veo creíble esta conjetura de una cierta intervención de la CIA en los acontecimientos del mayo francés de 1968.

    Sea como fuere, el estallido de los disturbios en Francia nos planteó un dilema. Jamás habíamos deliberado sobre qué tareas nos incumbían con relación a las luchas en otros países. Estaba claro que habíamos adquirido un compromiso de luchar por el derrocamiento de la tiranía fascista en España y de expulsar al imperialismo yanqui de nuestro suelo y que a eso debíamos dedicar todos nuestros esfuerzos. Si la revolución española era prioritaria o no, cómo debían considerarla los camaradas de otros países, no era cuestión nuestra. Pero sí estábamos dedicados en cuerpo y alma a lo de España.

    Presenté (sin encontrar el menor eco en ningún otro miembro del ejecutivo) tres argumentos:

    El lector me perdonará que, llegado a este punto, me detenga en una digresión sobre las organizaciones m-l francesas, por los vínculos entre la más extremista de ellas y quienes ya iban formando una nueva mayoría en el comité ejecutivo del PCEml. El asunto era importantísimo, dado que en París estaba la sede principal del nuestro comité ejecutivo y que de la neutralidad indulgente del gobierno francés dependíamos para poder continuar nuestra lucha antifranquista.

    Había tres tendencias del prochinismo francés.NOTA 200 La primera fue el Centre marxiste-léniniste de Patrick Prado y Claude Beaulieu -al cual el camarada Paulino tenía especial afecto.NOTA 201 Creo que se alinearon con las posiciones de Jacques Grippa. Por presión albanesa habíamos cortado con ellos (no recuerdo cuándo tuvo lugar nuestro último contacto con Beaulieu). Lo de mayo del 68 los cogió a contrapié y poco tiempo después quedaron prácticamente disueltos.

    El segundo grupo era el que empezó siendo federación de círculos m-l, luego fue movimiento y finalmente partido comunista m-l, encabezado por Jurquet y Fançois Marty. Nunca habíamos tenido muy buenas relaciones; yo fui el enlace con ellos durante un tiempo, pero tampoco puse mucho empeño y las reuniones se fueron espaciando.NOTA 202 Desconcertados por lo de Mayo del 68, se pusieron a remolque del movimiento de masas, por lo cual serían ferozmente atacados por el tercer grupo, del que voy a hablar en seguida. Me parece que fueron capeando el temporal como pudieron, buscando afanosamente una línea que proponer. Sea como fuere, no recuerdo que hayamos vuelto a tener relaciones oficiales con ese partido después del mayo francés.

    El tercer grupo era el de la juventud comunista m-l, UJCml, cuyo núcleo estaba en la rue d'Ulm (École Normale Supérieure).NOTA 203 Con varios de ellos tenía amistad personal la camarada Helena Odena, a quien ese ambiente le encantaba y por el cual sentía viva simpatía. Tales contactos siempre los llevó ella personalmente. No recuerdo haber participado en ninguna reunión oficial con una delegación de la UJCml, aunque sí tuve algunos contactos ocasionales, antes de 1968.NOTA 204

    El líder principal de la UJCml era Robert Linhart (no sé si era uno de los amigos de la camarada Helena), alias Pierre Victor. Habiendo condenado su organización el movimiento de mayo en sus comienzos (con argumentos justos: era un movimiento «pequeño-burgués» que caía en la provocación),NOTA 205 el desgarramiento de esa condena causó una fuerte disensión y tirantez en la organización, resultado de la cual fue que Robert Linhart sufrió una depresión nerviosa y quedó, durante meses, retirado de la vida activa. En su ausencia la UJCml decidió participar a fondo en los acontecimientos. Al volver de su cura médica, Linhart provocó una disensión interna: unos declararon que las luchas estudiantiles habían estado bien y otros que habían estado mal. En el otoño se escindieron.

    Los más prudentes se pasaron a la tendencia encabezada por Jurquet, a la cual acabo de referirme. Los más duros formaron la gauche prolétarienne, con la cual siguió guardando personales vínculos la camarada Helena.NOTA 206

    La gauche prolétarienne en los primeros años 70 preconizará la violencia revolucionaria contra la República Francesa, o sea: participará en la deriva hacia el guerrillerismo urbano. No voy a equiparar lo de Francia con lo de España. Pero, si ya con relación a España juzgo una tremenda falta, una irresponsabilidad imperdonable, haber adoptado la senda del guerrillerismo urbano (que sólo podía conducir a la derrota), en el caso de Francia la falta merece una condena mucho más enérgica, porque es muchísimo más inexcusable.

    A la vez que había disensiones y oscilaciones entre los m-l franceses, la masa juvenil congregada en el Barrio Latino y demás centros académicos ocupados en toda Francia, en aquellas semanas de frenesí de mayo-junio de 1968, había blandido retratos de Mao Tse-tung y gritado consignas maoistas (como «La rebelión se justifica»). Un maoísmo difuso impregnaba a toda aquella muchachada, mezclado con castro-guevarismo. (El trosquismo era una extravagancia ultraminoritaria que no decía nada a aquella multitud de jóvenes.)

    Los camaradas del comité ejecutivo del PCEml, que hervían en entusiasmo por las luchas francesas de la primavera de 1968, no parecieron haberse enterarado nunca de esas turbulencias internas del movimiento m-l, como si vieran a sus amigos franceses formando una piña compacta con la masa juvenil soliviantada y como si todo eso fuera uniforme.

    Voy a interrogarme ahora sobre las causas de la evolución posterior de los líderes de la gauche prolétarienne -que sacará la publicación serial La Cause du peuple-: hombres como André Glucksmann, Jean-Claude Milner, Benny Lévy, Serge July, Alain Geismar, Marin Karmitz, Guy Lardreau, Daniel Rondeau, Olivier Rolin, Jean-Pierre Le Dantec, Gilles Susong y Robert Linhart. Salvo Geismar, (casi) todos ellos -y otros muchos miembros de organizaciones ultraizquierdistas, como Stéphane Courtois- han evolucionado más tarde hacia las actitudes más reaccionarias.NOTA 207

    De entre toda esa turbamulta, Glucksmann es, tal vez, quien más lejos ha llegado en la inmoderación. Pidió a Ronald Reagan continuar apoyando a los Contras en Nicaragua; clamó por la guerra de la NATO contra Serbia, fustigando al campo de la paz; respaldó a los terroristas chechenos; llamó a votar a Níkolas Sárközy; justificó las agresiones del sionismo contra el pueblo de Gaza; y así sucesivamente. Por su parte, Benny Lévy, emigrado a Israel en 1997, fundó en Jerusalén -con Alain Finkielkraut y Bernard-Henri Lévy- el Instituto de estudios levinasianos, haciéndose un pensador del fundamentalismo rabínico-mosaico. Serge July guiará la conversión de Libération del radicalismo antisistema al neoliberalismo; y afirmará: «El mundo democrático necesita a Norteamérica; en la globalización las derrotas políticas de Norteamérica son derrotas de la democracia», Libération, 2003-03-26.

    Esas trayectorias, desde luego, no prueban ni que sus tesis de entonces fueran correctas ni que fueran incorrectas. La evolución ulterior de un individuo sólo lo compromete a él, claro está. Hay recorridos muy variados. Es normal que, pasada la fiebre revolucionaria, la mayoría se vaya alineando con los poderes establecidos; y, cuando no, que se vaya acomodando. No todos los militantes de esa tendencia -ni siquiera todos los dirigentes- han tenido una evolución posterior tan pintoresca. De todo habrá.

    Pero ante una mutación tan masiva y generalizada hay que preguntarse si tiene causas diagnosticables que no sean un mero cúmulo fortuito. El extremismo extremo -o el ultrancismo a ultranza-, en una dirección, ¿tiene probabilidades de invertirse, trocándose en una tendencia hacia el extremo opuesto?

    Caben varias explicaciones. La una sería que los extremos se tocan, igual que yendo al poniente se llega al levante sin más que saltar la línea de cambio de fecha, que es una raya convencional. Esa explicación, muy difundida, sufre tres inconvenientes:

    1. es muy difícil de sustentar en pruebas que vayan más allá de una serie de anécdotas (así, ¿por qué abogar por la supresión total y rápida de la propiedad privada va a ser contiguo a, dando un paso más, proponer que no haya ninguna propiedad pública y que cada propietario disfrute de un pleno ius utendi et abutendi?);
    2. es excesivamente simplista pensar que los posicionamientos políticos se suceden en una línea, aunque ésta sea curva y cerrada;
    3. no da cuenta de lo escasas que son las derivas en sentido inverso (pocos pasan de la ultraderecha a la ultraizquierda).

    Una explicación más plausible es el efecto rebote: cuanto mayor sea la violencia del lanzamiento, más fuerte será el zigzag. Creo mucho en esta teoría. Sin embargo, tiene sus límites. Explica mal la infrecuencia del rebote en sentido inverso. Me inclino por una explicación más compleja y matizada. La geometría del espacio de las ideas políticas no es lineal -ni rectilínea ni curva-, sino multidimensional. Es muy posible que cada una de tales dimensiones tenga su propia geometría: unas de ellas serán finitas (habrá topes, máximo y mínimo) y otras serán infinitas; unas circulares o elípticas, otras parabólicas.

    Determinar la posición de alguien en el espacio de las ideas sólo puede hacerse cruzando sus múltiples posicionamientos ante una pluralidad de cuestiones, tendencialmente infinita. Si, para cada cuestión, adoptamos un criterio clasificatorio (de valor muy relativo, pero que en muchos casos puede servir), una dicotomía (con grados) de lo conservador y lo innovador, está claro que se puede ser más innovador en unas cosas y más conservador en otras; y que las opciones de un individuo o grupo no van a coincidir con las de otro. X puede ser muy innovador en los temas A, C, E, G, H, I, J, M y muy conservador en B, D, F, K, L. Un individuo Z puede adoptar las opciones inversas. Y muchos otros pueden situarse con combinaciones propias y particulares. El espacio político es aquel en el cual esas múltiples opciones -muchas inconmensurables- han de encontrar vías de solución por el juego de las alianzas.

    Mi opinión es que dos movimientos característicos de los años 60, la revolución cultural china y el Mayo francés, optaron por la innovación radical en lo que no debía innovarse, con lo cual desdeñaron lo principal y así propiciaron ulteriores derivas que, en el fondo, no hacen sino traducir esa desatención a las innovaciones por las que sí valía la pena esforzarse.

    La RC y el Mayo francés fueron innovadores al rechazar los valores tradicionales del mérito, el esfuerzo, el trabajo, el orden, la pulcritud, la regularidad, la paciencia, la fidelidad, la moderación y el respeto a la autoridad. Su anarquismo desordenado y explosivo, su afán por lo desmedido, caótico, súbito y fácil, llevaban a acercarse a algunos valores del neoliberalismo: la libertad del mercado, la renuncia a la planificación y al servicio público -que justamente requiere una escala meritocrática, ordenada y disciplinada-.

    En cambio, algunos éramos conservadores en todo eso pero innovadores en lo social: rechazábamos -y seguimos rechazando- la propiedad privada; propugnamos la planificación para abandonar el absurdo de la economía mercantil; queremos la máxima igualdad social posible, con una limitación de las diferencias de nivel de vida y un acercamiento progresivo entre las rentas más altas y las más bajas; exigíamos el pleno respeto de los derechos de bienestar de las masas, incluyendo el derecho al trabajo, al pleno empleo.NOTA 208

    La opción que yo representaba era la del comunismo oficial tradicional. En 1963 nos habíamos decantado por Pequín creyendo (erróneamente) hallar allí un baluarte de esa tradición comunista. Eran (me doy cuenta ahora) ideas que estaban pasando de moda. Camaradas con más edad que yo estaban más en la onda de los tiempos. (Más abajo comentaré la revolucionarización de las conciencias a que nos quisieron someter hacia el final de mi militancia.)

    Lo que pasa es que ocho lustros después creo que la actitud correcta era la del comunismo histórico, la del comunismo de toda la vida, y que el sesentaiochismo estaba errado en sus opciones. No se puede siempre llevar razón y seguir la moda. Hay tiempos afortunados en que sí. Y hay tiempos en que no.

    En un punto más concreto, la deriva de tantos sesentaiochistas franceses se explica como continuación en una circunvalación: el antisovietismo. La Unión Soviética de los años 60/70 era un Estado ambivalente. La nueva dirección moscovita surgida de la destitución de Jruschof (14 de octubre de 1964) no se decidió ni a continuar del todo su línea ni a volver resueltamente a la vía precedente. En política internacional, ni se resignó a reconocer la hegemonía estadounidense ni tampoco trabajó seriamente por un frente antiimperialista (aunque hay que reconocer que esa tarea era difícil por el obstruccionismo de Mao Tse-tung).

    Ante esa doble ambigüedad, en política interna y externa, el antisovietismo también sufrió su propia ambivalencia. El primer prochinismo, el de los años 1963 a 1967, exigía a los líderes rusos un posicionamiento fuerte frente al imperialismo yanqui. El intermedio -años 1968 a 1970 ó 71- ya formuló la tesis de la completa restauración capitalista en la URSS y la conversión de ese país en potencia socialimperialista (el propio vocablo era absurdo en esa acepción), aunque todavía privilegiaba, inconsecuentemente, la lucha contra el imperialismo yanqui como enemigo principal. El último maoísmo, años 1971 a 1979, ya había optado -aunque no lo dijera abiertamente- por considerar como su principal enemigo al gobierno de Moscú y a sus aliados, alineándose junto con Washington en los asuntos de Chile, Angola, Etiopía, Vietnam/Camboya y Afganistán.NOTA 209

    Los prochinos se desbandaron en ese último período; los de España, el PCEml, no pudieron (ni quisieron) ajustarse plenamente a la línea china y -aunque ya fuera de plazo- acabaron repudiando el maoísmo cuando ya casi nadie creía en él. Otros grupos prochinos pudieron seguir la estela pequinesa hasta los años 80, aunque ya no eran nada sus raquíticas organizaciones -marchitas, erosionadas y fragmentadas-.

    El antisovietismo de los ex-miembros de la gauche prolétarienne los ha llevado al proyanquismo y a otras derivas de ultraderecha. Hoy no estamos en tiempo de revoluciones. La humanidad, en su marcha ascendente, está buscando otras vías. Pero a quienes exploran esas vías y se adentran en ellas les conviene no perder de vista la lección de prudencia y de moderación que se deduce de estas reflexiones históricas. (Volveré sobre esto más abajo.)

    Para cerrar ya este apartado formulo esta pregunta: ¿cuántos en España han seguido itinerarios parecidos a los de esos ex-militantes de la gauche prolétarienne?NOTA 210 Del PCEml sólo sé de uno o dos.NOTA 211 Y es que en España había que cruzar el frente.NOTA 212 En España ha habido una guerra civil como no la ha habido en ningún otro país del mundo. La circunvalación no era fácil.NOTA 213

    De otro lado, aunque desde 1971 -o desde 1968- el PCEml falló en captar bien las particularidades de España y en ser consecuentemente fiel a su específica misión antifascista y antiimperialista, así y todo, imperfectamente, algo de eso se siguió manteniendo en su ideario y en su posicionamiento -por muy contaminado que estuviera de maoísmo cuando ya el maoísmo hedía. Ese ideario no favorecía derivas como las de los ex-rojos franceses.


    §11.- Bienio ginebrino (1970-72): Viraje a la ultraizquierda

    El 28 de abril de 1970 -unas ocho semanas después de la detención de Matías- me fui a vivir a Ginebra, que en adelante será la sede del ejecutivo. Yo había sido detenido tres veces por la policía francesa.

    La primera me había cogido portando un pasaporte colombiano a comienzos de 1967, viajando de Bruselas (de ver a Grippa) a París; tras retenerme poco tiempo en la Gare du Nord, me soltaron diciéndome que debía inscribirme como extranjero.

    La segunda vez había sido al final de los acontecimientos de mayo-junio de 1968, cuando -tras el machaconeo sobre lo vergonzoso que era abstenerse de aquella heroica lucha revolucionaria- pasé cerca de una de las últimas manifestaciones, para ver un poco, cerca de la Place de la République, metiéndome así en la boca del lobo; esta vez llevaba mi propio pasaporte español, pero caducado; me encerraron en uno de sus furgones junto con otros, todos inmigrantes, pero -al cabo de media hora o así- a varios nos soltaron sin más.

    La tercera vez fue cruzando la frontera por tren de Lausana a París, en 1969 (no recuerdo en qué mes),NOTA 214 cuando yo ya tenía residencia legal en Francia: al ser detenido, pedí ir al baño, donde destruí documentos y los arrojé al water, pero entraron y me cogieron infraganti; los documentos ya eran irrecuperables, pero me tuvieron en el puesto fronterizo un montón de horas -hasta la madrugada-, interrogándome y registrándome (se apoderaron de mi agenda, aunque evidentemente no había en ella ni una sola dirección ni números de teléfono ni nada de nada comprometedor para nadie salvo para mí); anunciáronme que sería convocado por la policía política, los Renseignements généraux. Nunca fui convocado.

    Tengo para mí que recibí un trato de favor porque la policía francesa (al menos su sección política) sabía que yo no estaba implicado en los acontecimientos franceses, que no había vulnerado el precepto impuesto a los extranjeros de no meterse en la política del país. De todos modos (y como ya lo he dicho más arriba), tras la detención de Matías, juzgué que era imprudente seguir en Francia; y el comité ejecutivo estuvo de acuerdo conmigo en este punto.

    Cerrando esta digresión sobre las tres detenciones que sufrí en Francia, retomo el hilo de los acontecimientos tras mudarme a Ginebra. Desde 1969 se había ido perfilando un viraje en la línea política del ejecutivo, iniciado cuando todavía Matías estaba activo en la dirección (va a quedar en suspensión a causa de su caída, aunque recobrará la libertad tras permanecer unas semanas en la prisión de la Santé). Pero ahora el viraje se va a acelerar.

    Cuando la policía francesa, en enero de 1969, entregó a los sicarios franquistas al camarada Eduardo (Angel Campillo), se reorganizó el secretariado, incorporándose al mismo el camarada Raúl Marco, que pasó a ser secretario de organización y, por lo tanto, a encabezar la comisión de organización del comité central. En el bienio final de mi militancia (de enero de 1969 a mayo de 1972) el secretariado, por lo tanto, lo componíamos Helena, Raúl y yo, mientras que el ejecutivo lo formábamos los tres camaradas del secretariado junto con Matías (aunque éste suspendido por petición propia tras su salida de la cárcel), Andrés e Iñaki (o sea Rodrigo, e.d. Alvaro Fernández Alonso), siendo en seguida cooptado Bujalance.

    En las nuevas circunstancias -y aprovechando la sobrevenida composición de los máximos órganos de dirección del partido- la camarada Helena se sintió más fuerte para lanzar un abordaje ideológico orientado a una ultraizquierdización del partido. Al comienzo subrepticiamente, fue imponiendo en el ejecutivo una línea trosquistizante, como lo analizaré en el §13. Parecía que teníamos que radicalizarnos más en todo. Alejábamonos así del acuerdo fundacional de 1964, rompiendo el compromiso que habíamos adquirido todos, unos con otros, de estar asociados en torno a unas ideas que continuaban la tradición del movimiento comunista internacional y del PCE antes de 1956.

    En su lugar, iban prevaleciendo ideas ajenas a esa tradición (o a lo sumo pertenecientes a períodos iniciales de la misma, años 20 o primeros años 30), junto con otras concepciones de moda ya absolutamente externas a ese legado y que se tomaban de corrientes en boga (autogestión, antiproductivismo y rechazo del valor trabajo);NOTA 215 sin que, por otra parte, se accediera a una teorización de tal viraje en marcha, que se disimulaba bajo el ropaje de una terminología esclerotizada y repetitiva, cuando en rigor se estaba cambiando su contenido.

    Salvo tal vez en mis propios artículos (y aun eso sólo dentro de lo autorizado por la censura de la mayoría del comité de redacción) dudo mucho que en las publicaciones del PCEml se hayan defendido dos tesis básicas del marxismo-leninismo estándar:

    1. la de que el criterio de superioridad de un sistema socio-económico con respecto a otro estriba en su mayor capacidad para desarrollar las fuerzas productivas (puesto que lo que Marx reprocha al capitalismo, lo que -a su juicio- condena a ese sistema de relaciones de producción frente al socialismo futuro, es que, si bien, inicialmente, fue un cauce apropiado para el crecimiento de las fuerzas productivas, llegado un punto de tal desarrollo las obstaculiza, mientras que el nuevo socialismo o comunismo las liberará);
    2. que el socialismo es un sistema de economía planificada, en la que los principales medios de producción son propiedad de todo el pueblo a través del Estado, el cual organiza el aumento de la producción según un plan central (y que, por consiguiente, una economía planificada, y no de mercado, era la meta por la que luchaba cualquier comunista).

    Pueden parecer banalidades. No lo son. Al revés, esas dos tesis estaban ya fuertemente desafiadas por las corrientes neomarxoides a las que tan proclives eran la gauche divine del Barrio latino e indirectamente la VPE.

    Dudo también que se hayan formulado críticas teóricas al modelo del socialismo autogestionario, tan al alza en la ideología sesentayochesca. Todo eso puede ser paradójico pero era así.

    Tildábase de teoricismo querer abordar los problemas con conceptualizaciones teóricas, con análisis, con argumentos. Se tendía a sustituir esa tarea por eslóganes. Reducíanse las consideraciones teóricas -que siempre habían sido para los comunistas un componente imprescindible del trabajo político- a unas cuantas paginitas que, eludiendo las cuestiones espinosas, tuvieran profusión de ambigüedades y jaculatorias.NOTA 216

    En el transfondo de esa campaña de la camarada Helena para imponer el viraje ultraizquierdista, en julio de 1970 el PCEml fue invitado por última vez a visitar China. La delegación estuvo formada por cuatro camaradas, entre ellos yo de nuevo. Los otros tres eran: Helena Odena, Iñaki (Rodrigo) y Raúl Marco.NOTA 217

    Aparte de los penosos recuerdos políticos de aquel viaje postrero a la república popular china, otro hecho que me amargó aún más esa estancia fue la tremenda bronquitis que contraje en la noche de Shangai (transpirando con 45 grados y las ventanas abiertas de par en par sobre el río Yang-tse), que persistió durante los días siguientes de discusiones en Pequín con los camaradas chinos, en medio de la fuerte corriente de aire que levantaban unos enormes ventiladores de pie. Tras muchos días de padecimiento y la inútil ingestión de los fármacos que me ofrecieron, no sé por qué instinto se me ocurrió un remedio que me curó de raíz: untarme de bálsamo del tigre y pasar así tres noches sucesivas sudando. (Me temo que el producto que hoy se vende en España con ese membrete no es el auténtico que yo usé en 1970 como medicina.) En el viaje de ida -ya sin escala en Colombo, pero, como siempre, pernoctando en Carachi y Daca-, la línea aérea paquistana extravió nuestro equipaje, por lo cual tuvimos que ir a comprar alguna ropa. Aún conservo un par de camisas de manga corta de tergal adquiridas en una tienda de Pequín.

    En Pequín las relaciones entre nosotros se deterioraron. Estaba claro para mí que los amigos chinos querían romper suavemente con nosotros; ya no les servíamos. Y lo anuncié: «Nos van a comunicar que van a invitar a China a Santiago Carrillo». «¡No pienses tal cosa, Miguel, eso no ocurrirá jamás! Hay que confiar en los camaradas chinos» -fue la respuesta de la VPE. Al día siguiente el inenarrable jefe de la delegación china, Kang Sheng,NOTA 218 nos espetó: El PC chino ha decidido invitar a visitar Pequín al camarada Santiago Carrillo dentro de sus esfuerzos para luchar contra el socialimperialismo soviético (eso o algo parecido).

    Yo estuve a punto de abandonar la sala sin pronunciar palabra. No lo hice pero se me acusó injustamente de haberme querido liar la manta a la cabeza rompiendo con los chinos. Eran ellos quienes rompían. Habríamos podido y debido sacar conclusiones, tomando medidas: siendo evidente que los camaradas chinos jamás nos iban a ayudar a nada y en nada, podíamos irnos distanciando cautelosamente; cesar los elogios en Vanguardia Obrera o, al menos, hablar poco de China y con cierto despegue, advirtiendo verbalmente a los cuadros del partido de la nueva situación y de la evolución china (porque lo de Carrillo no era en absoluto un hecho aislado, sino que se inscribía en el nuevo rumbo político que siguió a la destitución de Lin Piao).NOTA 219 Al final, a regañadientes, tendrían que acabar dando un viraje mucho más brusco.NOTA 220

    En compensación los chinos nos dieron un insignificante aguinaldo para aliviar los gastos que hacíamos para distribuir el Pekín informa. (Pero esa revista -siempre mala- era, en los últimos tiempos, infecta; si durante la RC había sido insufrible por su culto a Mao y el delirante estruendo ultraizquierdista y anárquico, después de ella era repugnante por su derechismo; conque yo, ya desde tiempo atrás, los ejemplares que me daban para repartir los tiraba a basureros en Ginebra.)

    A partir de ese momento, fui quedando apartado de las tareas de dirección efectiva. No habiendo sido nunca miembro de la comisión de organización, mi trabajo de enlace con las organizaciones del interior era muy limitado. La única organización del interior con la cual me estuvo personalmente confiado el enlace regular durante algún tiempo fue la de Cataluña -aunque también participé en los encuentros que, de vez en cuando, se organizaron con los comités regionales (así, p.ej., Iñaki y yo nos entrevistamos en Lyon con el comité regional valenciano, creo recordar que en 1971).

    Un pequeño paréntesis en mi creciente aislamiento en la hermosa ciudad del lago Lemán fue un viaje con mi compañera a Basilea para visitar a un posible simpatizante. Tratábase de mi ex-amigo de Facultad en Madrid Jorge Deike Robles, quien a la sazón vivía (y trabajaba como traductor) en esa próspera villa de la Suiza alemánica. Fue un reencuentro emocionado. Debía correr el año 1971. Será la última vez que lo vea, porque -cuando escribo estas líneas, en la primavera de 2010- me he enterado de su reciente muerte. Deike, aunque a grandes rasgos coincidía con varios de nuestros planteamientos, no quiso, empero, comprometerse a una actividad de continuada colaboración política con el PCEml, o tal vez yo no supe abordar el asunto adecuadamente. Estaba siempre el espinosísimo problema de nuestra hostilidad a la URSS y a los pro-soviéticos, que echaba a perder e imposibilitaba el acceso a muchísimos como él que, de no ser por eso, se habrían acercado a nosotros.

    La correspondencia regular se efectuaba mediante cartas enviadas a buzones de confianza en tinta simpática (zumo de limón) y encriptadas. El código usado era sencillo, pero muy laborioso de emplear: tomábamos un libro mutuamente convenido y cada carácter se representaba por un trío de números: página, línea, letra (p.ej. 125/45/2 podía ser `a'). No sé cuán difícil sería de descifrar sin conocer el libro-clave. (El texto que yo usaba como clave en mis relaciones epistolares con el comité de Cataluña era uno de los volúmenes de Historia política de la España contemporánea de Melchor Fernández Almagro.)

    Para tal correspondencia solíamos usar como buzones las direcciones de amigos o simpatizantes que aceptaban prestarnos ese servicio. No era nada fácil conseguirlo, porque muchos tenían miedo. En Ginebra era peor que en París, dado el aislamiento en que vivíamos y el desmoronamiento total de la organización local del partido antes de llegar allí nosotros en 1970 (no había quedado ni un solo militante de base). Acudí a un sucedáneo, que fue recibir cartas enviadas al servicio de poste restante en una estafeta de correos (creo que fue la del Grand Lancy, una zona alejada) con un nombre supuesto, Monsieur L. Durban. Felizmente nunca me pidieron un documento de identidad acreditativo de ser yo ese señor Durban.NOTA 221

    Como ya lo he dicho unas páginas más atrás, mi agenda no contenía datos comprometedores para los camaradas, pero incluso muchos de los que no lo eran estaban encriptados usando un alfabeto inventado (una criptografía, desde luego, muy rudimentaria y vulnerable, pero que, en caso de apuro, permitiría ganar tiempo).NOTA 222 De todos modos confiar excesivamente en mi buena memoria me jugó alguna mala pasada, sobre todo en momentos de estrés o disgusto, más frecuentes al final, a medida que se iba agudizando mi divergencia ideológica con el resto del ejecutivo.

    A cambio de mi apartamiento efectivo de casi todas las tareas y funciones de dirección y de representación oficial del PCEml desde la visita a Pequín en julio de 1970 (como una sanción no declarada contra mi postura presuntamente antichina), encomendóseme la labor de documentación (que, en realidad, ya venía realizando desde 1966 sin tal encomienda formal).

    Una de mis labores en esos años finales de mi militancia -entre 1969 y 1972- fue la confección de ficheros, preferentemente utilizables para la redacción de artículos ideológicos y propagandísticos en Vanguardia Obrera, en Revolución Española y en folletos del partido, aunque también para la elaboración de la línea política. Fue grande mi celo en la concienzuda realización de esa tarea (dentro de las limitaciones de mis fuentes, de mi propia capacidad y de mi tiempo). Mi idea era que había que conocer la realidad española con pelos y señales, sin bastar en absoluto un saber a bulto, por encima, a vista de pájaro. No era nada persuasivo condenar, en general, la maniobra neofranquista de los evolucionistas del sistema -o, p.ej., las artimañas de los jerarcas vaticanistas- o la restauración monárquica o la penetración yanqui en España, sin ofrecer al lector datos concretos y bien detallados en que se basaran nuestras inducciones. Desde luego que había que emplear un lenguaje fuerte (mis propios artículos eran, de lejos, los más panfletarios, con ardientes invectivas que rezumaban una inflamada retórica -ya entonces pasada de moda); pero eso no valía nada sin el firme sostén de los datos, e.d. sin una argumentación razonable. Para persuadir había que convencer.

    Para hacer esos ficheros, me valía de procedimientos artesanales. El que con más asiduidad practiqué fue el uso de varios extendos (el primero creo que lo compré en un gran almacén de mercancías diversas en la Plaza de la República, en París). Eran cajas de cartón divididas en compartimentos o carpetas, unidas por un lateral plegado, de tela o de cartón (en forma como de fuelle o acordeón, para que así se pudiera expandir al rellenarse las carpetas). En cada carpeta yo hacía subdivisiones con cartulinas. Iba colocando en esas carpetas recortes de prensa junto con fichas hechas a máquina con datos sacados de una pluralidad de fuentes. A pesar de lo rudimentario del método de clasificación, la documentación así agrupada podía ser utilísima, si bien para procesarla adecuadamente hubiera sido menester una formación de la que yo carecía, teniendo que suplirla con ingenio e improvisación.

    Entre otros ficheros, confeccioné uno de los oligarcas evolucionistas de diversas tendencias susceptibles de jugar algún papel en la futura maniobra neofranquista que preveíamos y que sería un Reino con Rey en el que se trataría de preservar lo más posible de la herencia del Caudillo con una fachada diversa. (¿Le suena eso de algo al lector?) Entre muchísimas otras fuentes utilicé el libelo anónimo Los nuevos liberales, producido clandestinamente por el ministro Fraga Iribarne para vengarse de los tránsfugas del régimen (Aranguren, Laín, Tovar, Ridruejo etc), aunque deliberadamente omití al Prof. Aranguren (a quien yo consideraba un representante de la burguesía media y no un oligarca); de todos modos, estaba claro para mí que ninguno de ésos jugaría papel decisivo alguno. Otros de mis fichados sí pensaba yo que tendrían protagonismo -lo cual fue en buena medida desmentido por los hechos-; p.ej Joaquín Ruiz-Giménez Cortés, José María de Areilza, conde de Motrico, y Alejandro Rojas Marcos. (Es posible que, en la sección de «falangistas evolucionados» figurase Torcuato Fernández-Miranda, pero no estoy seguro.)NOTA 223

    La crónica del actual reinado -iniciado con la exaltación al trono del Sucesor a título de Rey y Príncipe de España, el 21 de noviembre de 1975-NOTA 224 no ha confirmado apenas mis previsiones de aquel entonces, puesto que más bien van a jugar papeles relevantes figuras por mí entonces desconocidas (como Adolfo Suárez y José Barrionuevo) o de quienes jamás podía imaginar que aparecieran un día como neodemócratas (así, Rodolfo Martín Villa, cuyo perfil de falangista a ultranza era notorio).NOTA 225

    Concentrarme en las tareas de documentación me permitió dedicar más tiempo al estudio y a la lectura, lo cual -en medio de todas las amarguras y de los desencantos del bienio final de mi militancia en el PCEml-NOTA 226 constituyó una satisfacción personal.

    Pasaban por mis manos montones de documentos de diverso tipo, que yo leía siempre detenidamente: la producción de las múltiples organizaciones españolas del interior y de la emigración; un muestreo de la prensa franquista (especialmente La Vanguardia Española de Barcelona) y de publicaciones legalmente aparecidas en España sobre problemas políticos, económicos y sociales;NOTA 227 y asimismo textos de un número de organizaciones extranjeras de diversos países -entre ellos los voluminosos materiales a multicopista de los althusserianos de la UJCML francesa, el origen de la Gauche prolétarienne.NOTA 228

    En ese tiempo leí a Joaquín Costa, a Marcelino Menéndez Pelayo (los Heterodoxos españoles), varias novelas españolas del siglo de oro, alguna de Galdós (La fontana de oro, Trafalgar, no sé cuál más), varias obras de Valle InclánNOTA 229 y muchos libros de historia y de economía, en catalán, en castellano y algunos en francés,NOTA 230 así como montones de documentación de todo tipo sobre la economía española.

    Mi autodidáctico estudio estuvo presidido por las ideas -que yo profesaba entonces a pie juntillas- del materialismo histórico, para el cual los fenómenos sociales y políticos y los desarrollos ideológicos son derivaciones causales del factor que, en última instancia, lo determinaba todo en la vida humana, individual y colectiva: la producción material y su organización económica; por lo cual, para incidir con propuestas pertinentes y válidas en la vida política, era menester no sólo entender bien las leyes generales de la economía capitalista, sino conocer, con detalle, su realización concreta y específica en el país para el cual uno elaboraba esas propuestas: su historia, sus peculiaridades económicas, los rasgos particulares de las clases sociales, sus evoluciones, sus perspectivas materiales. Y, dentro de eso, especialmente las cosas del campo -dado el interés que yo sentía por las cuestiones agrarias (quizá sobredimensionado con respecto al tamaño al que ya estaba quedando reducida la producción agropecuaria dentro del conjunto de la economía hispana).

    Mencionaré algunos de aquellos libros: Gonzalo Anes, Las crisis agrarias en la España moderna; Juan Anllo Vázquez, Estructura y problemas del campo español; Alfonso C. Comin, España del Sur; Michel Drain, L'économie de l'Espagne; Ignacio Fernández de Castro, La demagogia de los hechos; Juan Gómez, La evolución de la cuestión agraria bajo el franquismo; Guy Hermet, Problemas del sur de España; Antoni Jutglar, Ideologías y clases en la España contemporánea y La era industrial en España; H. Lautensach, Geografía de España y Portugal; Arturo López Muñoz, Capitalismo español: una etapa decisiva; del mismo autor y José Luis García Delgado, Crecimiento y crisis del capitalismo español; José López Sebastián, Reforma agraria y poder social y Política Agraria en España; Dionisio Martín Sanz, En las Cortes Españolas. Crítica del Segundo Plan de Desarrollo; Roberto Mesa, El colonialismo en la crisis del XIX español; Juan Muñoz, El poder de la banca en España; Gabriel Tortella et al., La economía española a mediados del siglo XIX; Juan Velarde Fuertes, Sobre la decadencia económica de España; y del mismo autor y Ramiro Campos Nordmann Lecciones de Estructura e Instituciones Económicas de España. 2 vols.; y del último autor citado, Estructura agraria de España; etc.

    Utilicé los conocimientos así adquiridos para elaborar materiales del PCEml; la interrupción de mi militancia en mayo de 1972 frustró la continuación de esa labor, justo cuando mejor preparado estaba para desempeñarla; aunque los acontecimientos hubieran seguido un rumbo diferente, es dudoso en qué medida la VPE se habría opuesto a esa utilización, bastando, a su juicio, un saber superficial y genérico, ya que entrar en detalles era teoricismo.

    También pude leer unos pocos libros y revistas de filosofía marxista -especialmente franceses-, pero ciertamente en número escasísimo. (Mis posibilidades económicas no me permitían comprar más que unos pocos, si bien la camarada Helena tuvo la amabilidad de prestarme algunos de sus libros.)NOTA 231 En ese bienio empecé a estudiar inglés.

    Escribí, fruto de ese trabajo, muchos manuscritos: glosas, memorandos, esbozos de artículos, informes y críticas a documentos por entonces en preparación. Así redacté sendas críticas a versiones manuscritas de dos textos -escritos por el camarada Bujalance- que serán publicados por el PCEml: Los nuevos desenfoques del Señor Carrillo (ensayo que salió impreso en 1970) y La guerra nacional revolucionaria del pueblo español contra el fascismo: Por qué el pueblo español no alcanzó la victoria en su heroica lucha de 1936-1939: Análisis crítico, Ed. Vanguardia Obrera, s.f. [1974].NOTA 232 (Otro de mis memorandos -reproducido infra, Anejo VII- constituía una propuesta para una crítica amistosa al grupo Komunistak; en otra anotación -que también he conservado- me opuse a la propuesta mayoritaria de lanzar contra ellos un ataque ideológico; estoy convencido de que mis objeciones fueron desechadas y el sectarismo se impuso.)

    Entre mis manuscritos inéditos estaban los siguientes textos (que he conservado en mi archivo):

    También guardo en mi archvo (Documento A12) otro manuscrito redactado por entonces: «Los demenciales halagos de Carrillo al yanquizado ejército franquista». Es un texto tamaño folio cebolla azul. Debí proponerlo para su incorporación a un nuevo folleto de crítica anticarrillista.NOTA 234 Lo escribí en 1971, seguramente en la primera mitad (pues cito en él publicaciones de hasta enero de 1971). Contra lo esperable, se acabará publicando -aunque sin nombre de autor-: Los monstruosos halagos de Carrillo al criminal ejército franquista, Ediciones Vanguardia Obrera, 1973.NOTA 235 Las modificaciones del título son elocuentes.

    Pasando de esa labor como teórico del PCEml a mi trabajo como propagandista, éste abarcaba -lo mismo que en las fases anteriores- la producción de numerosos artículos de Vanguardia Obrera y de Revolución Española -siendo yo desde 1966 miembro del comité de redacción (que, desde enero de 1969, vino a coincidir con el secretariado del comité central).

    En el Anejo I, más abajo, ofrezco una enumeración incompleta de tales artículos. Algunos de ellos se publicaron anónimamente (sobre todo las notas cortas, los sueltos de la sección «España de punta a punta» y algún editorial sin firma); otros salieron con alguno de mis nombres de pluma; entre otros: «Miguel Checa», «Eladio Zújar», «M. Banyuls», «J. Benacantil» y «H. Lizondo».NOTA 236

    En lo personal el bienio ginebrino (1970-72) implicaba para nosotros sufrir unas condiciones de clandestinidad más adversas que las de París. Tuvimos que evacuar atropelladamente uno de nuestros alojamientos -nada más entrar a vivir en él- por la intervención del control del habitante, una oficina policial suiza para la represión de la inmigración irregular, con la que colaboraban gustosamente los ciudadanos helvéticos -a diferencia de lo que pasaba en Francia. Ni mi compañera ni yo teníamos en Suiza situación legal alguna. Era de temer, en cualquier momento, que un simple particular nos denunciara a la policía por mera sospecha de permanencia ilegal en el territorio. Había, pues, que tomar precauciones adicionales: nunca hablábamos entre nosotros en español, salvo en el interior de los edificios o cuando estábamos alejados de oídos ajenos; evitábamos usar las facilidades comunes de los inmuebles donde habitábamos para no tener que dar explicaciones a los vecinos; dábamos vueltas para comprar lejos la prensa española.

    Así y todo, desde el punto de vista estrictamente material ese bienio final fue menos penoso que el cuatrienio parisino. La menor actividad de contactos y reuniones y una leve mejora económica nos permitieron -además de tener una alimentación un poco más variada- frecuentar la piscina y (en verano) la playa lacustre así como pasear (infrecuentemente, eso sí) por esa hermosa ciudad con sus lindos jardines. En los últimos meses, el paseo de los sábados (salvo cuando tocaba reunión del partido) nos llevaba de nuestro estudio de la rue de la ServetteNOTA 237 al centro comercial de Balexert, comprando en un quiosco, ya en el camino de regreso, la revista semanal Africasia, dedicada a problemas del Tercer Mundo (desde una perspectiva antiimperialista). También pudimos adquirir un televisorcito -aunque yo poquísimas horas habré dedicado a la pequeña pantalla.

    Durante esos dos años recibí tres visitas de mis padres, en las cuales también hubo ocasión para unas excurciones, entre otras una por el lago Lemán en barco.NOTA 238

    Puesto que ese bienio final de mi militancia revolucionaria se va a desarrollar en una ciudad suiza (aunque la menos suiza de todas), diré aquí unas palabras sobre mi impresión de ese bonito país helvético. Mis recuerdos están mezclados. De un lado, lo que conocí de su sistema político me gustó mucho (no era ése un tema bienvisto en la dirección del PCEml): me encantaban la democracia plebiscitaria y la participación de las minorías en el poder ejecutivo. También me parecía de perlas el espíritu cívico, el respeto a la ley y al orden, la escrupulosidad en la observancia de las reglas de convivencia ciudadana, porque es el mejor modo de respetar a los demás (siempre, claro, que las reglas sean racionales y no arbitrarias). La belleza de la ciudad de Ginebra no sería la misma sin la pulcritud de sus jardines, sus puentes y sus calles, sin el esmero con que los habitantes cuidan el patrimonio público y privado. A la vez -como ya lo he dicho- el control policial de los extranjeros era brutal (aunque no visible) y faltaba en la gente ese calor humano que era tan común en París, donde yo me sentí mucho más en mi casa (y todavía me sigo sintiendo cuando allí viajo, mientras que en Ginebra sólo puedo sentirme de visita).

    Ese bienio final de mi militancia revolucionaria fue también el de propagación de una naciente mentalidad: el neomaltusianismo, que hoy lo impregna todo. Las raíces ideológicas de esa difusa corriente son múltiples; guarda conexión con el espíritu de Mayo de 1968, sólo que desde la orilla de las oligarquías privatistas. El Club de Roma -constituido poco antes en la Ciudad Eterna por magnates de la industria de Italia, Alemania Occidental y otros países- lanzó en 1971 su famoso panfleto reaccionario ¡Alto al crecimiento!, en el que hizo sonar las sirenas sobre el agotamiento de los recursos naturales, el peligro de la explosión demográfica y la necesidad de un crecimiento cero. Son tesis hoy asumidas por todo el ecologismo y por prácticamente todas las fuerzas políticas, pues todas ellas se han subido a ese carro, ya que ninguna quiere dejar de capitalizar esa mentalidad en expansión.

    La verdad es que las alarmas venían ya de antes. La radio suiza las venía propagando para justificar las medidas contra los inmigrantes, en una culpabilización en la que también se estigmatizaba a la clase empresarial por su afán de incrementar los negocios y, con ellos, la capacidad productiva, para lo que se deterioraba el medio ambiente y se tenía que llamar y traer a trabajadores extranjeros. Ese mismo mensaje difundían el cine y la televisión con diversos documentales (en los cuales, para mejor señalación de los inconvenientes, se veía el resultado migratorio de ese crecimiento excesivo: la presencia de obreros de aspecto mediterráneo, gente de tez morena).

    La VPE secundaba, al ciento por ciento, esas nuevas tesis reaccionarias, que se entroncaban con varias de sus inclinaciones y con la esencia de su cosmovisión antiproductivista y valoradora del ocio. En realidad todo eso suscitaba nuevos problemas, dando lugar a nuevos alineamientos: de un lado, los partidarios del progreso, ricos o pobres; del otro, sus adversarios, los adalides del neomaltusianismo, que abogaban por un crecimiento pequeño o nulo (y hoy, abiertamente, por el decrecimiento). De un lado, los xenófilos, defensores de la inmigración; del otro, los xenófobos (quienes, naturalmente, rechazarían ese calificativo, porque ellos, desde luego, nada tendrían contra los inmigrantes si no fuera porque inmigran).

    El debate ideológico planteado en la sociedad ya no era en 1971-72 el mismo que lustros atrás. El PCEml era tan susceptible de dividirse ante las nuevas cuestiones como cualesquiera otros colectivos o sectores sociales.


    §12.- La cuestión de la URSS y de los pro-soviéticos

    En Pequín, en julio de 1970, yo no había propuesto romper con los chinos (como afirmó la VPE) sino constatar que ellos rompían con nosotros y, para nuestros adentros, sacar las conclusiones.

    Además, de cara a los camaradas de la base y a nuestros simpatizantes y lectores, después de haber defendido y apoyado la RC (lo que a mí me había costado Dios y ayuda, habiendo sido una de las píldoras más amargas que tuve que tragar), ¿cómo defender ahora la China posterior a la RC, la China de la contrarrevolución-cultural?

    En julio de 1970 quedó claro que Lin Piao estaba ya destituido -aunque muriera o lo mataran sólo un año después, en septiembre de 1971.NOTA 239 Esa nueva China no marcaba el retorno a la de 1966; era otra cosa, anticipo de la que ha venido después de la muerte de Mao. ¿Todo es bueno si viene de Pequín?

    Esa cuestión nos llevaba a otra. Cuando creamos el PCEml la postura que sostuvimos fue que la Unión Soviética y demás países del bloque oriental eran países socialistas, con relaciones de producción socialistas, aunque -exceptuada Albania- tuvieran direcciones políticas equivocadas que -de persistir en su errada línea- podrían hacer correr a la larga un peligro de restauración capitalista.

    Súbitamente los chinos en 1967 afirmaron que eran países donde el capitalismo ya se había restaurado (no dieron fecha) y en particular la Unión Soviética se había convertido en social-imperialista. Todavía durante algún tiempo siguieron diciendo que el imperialismo yanqui era el enemigo principal, pero, una vez que la URSS venía caracterizada así, estaba claro que podía pasar a ser considerada enemigo principal en cualquier momento.

    Tras la entrada de tropas soviéticas en Checoslovaquia en agosto de 1968, los tonos de la propaganda china se fueron cargando contra Rusia, al calor también de sus ambiciones de recuperar territorios históricamente cedidos a la Rusia zarista a mediados del siglo XIX.

    Tales modificaciones alteraban nuestros planteamientos e incidían en nuestros razonamientos, aparte de que eran trolas difíciles de hacer tragar a personas inteligentes e informadas. No nos quedó otro remedio que seguir su estela (aunque en mi caso lo hice con enorme pesar y desagrado).

    Pero lo más grave es que, cuando en agosto de 1968 Carrillo se distanció de Moscú, surgieron dos disidencias pro-soviéticas (las de Eduardo García y Enrique Líster). ¿Qué actitud adoptar? Era para nosotros una ocasión magnífica para tenderles una mano y entablar un diálogo constructivo sobre las muchas cosas que nos unían.NOTA 240

    La mayoría de la dirección del PCEml adoptó una postura de irracional condena de esos dos grupos disidentes del PCE. La sectaria postura se plasmó en un artículo anónimo de Vanguardia Obrera Nº 54 (en.-feb. 1971) cuya relectura causa sonrojo e indignación: «Líster, incontional [sic] prosoviético y cómplice de la traición revisionista».NOTA 241 Se acusa a Líster de haber sido «uno de los más feroces y agresivos defensores de la política de reconciliación nacional», sin fundar esa calumnia en otra base documental que un artículo en Nuestra Bandera especulando con descontentos ente la oficialidad del ejército franquista; de donde se infería un presunto aval a la línea de Santiago Carrillo.

    La acusación era disparatada. Sería verdad o no que había existido tal descontento;NOTA 242 mas de que lo haya no se sigue la posibilidad de una transición pacífica e indolora. En cualquier guerra cada beligerante trata de provocar descontento en las filas enemigas -o averiguar si existe-, sin por eso albergar la ilusión de cesar la guerra mediante un pacífico acuerdo por arriba. También es absurda la acusación de haber esperado muchos años para atacar a Carrillo, o sea la de no haber secundado en 1963-64 la escisión prochina.

    También nosotros habíamos esperado unos cuantos años desde que Carrillo lanzara la política de reconciliación nacional en 1956. La señal para nuestra ruptura la dio el estallido de las divergencias chino-soviéticas en 1963; ¿por qué esa señal iba a ser evidente para todos los camaradas, cuando lo de China nos caía tan lejos, era un tanto irrelevante para España y presentaba particularidades insondables y enigmáticas? (Y, en cuanto a Albania, su insignificancia hacía de ese rinconzuelo balcánico algo que pocas personas serias podrían tomar como una referencia válida; ¡imaginemos una Andorra socialista como nueva patria del proletariado mundial! Además, hay que tener en cuenta su atraso económico y cultural así como lo poco convincente de su mensaje crudo y áspero.)

    El camarada Líster tenía razones para no sumarse a nuestra escisión prematura y precipitada de 1964. Aun suponiendo que entonces hubiéramos llevado nosotros más razón que sin-razón (que eso está por probar), hubieran existido motivos de peso para ver con recelo nuestro cisma y para juzgar que no había llegado aún el momento oportuno para romper la unidad de la dirección del PCE. Que, a la altura de 1971, rehusáramos nosotros un trato diferenciado a Carrillo, por un lado, y a los disidentes pro-soviéticos, por otro, confirmaba que habían tenido fundamento esos recelos de 1963-64.

    Mi propia posición al respecto no fue del todo correcta. Si bien discrepé de la sectaria postura de la mayoría, no me atreví a luchar por una franca y afectuosa acogida, que es la que en el fondo pensaba que debíamos tener. En mi artículo «La descomposición del equipo de Carrillo» (Vanguardia Obrera Nº 45, sep.-oct. 1969, firmado por Miguel Checa) me refería yo al grupo que entonces acababa de formarse, el de Eduardo García (pues todavía no había salido a la palestra Enrique Líster). Las tesis del artículo distan muchísimo de ser justas, porque no me quedaba más remedio que seguir la línea china (sumándome al coro anti-soviético). Sin embargo, son moderadas las palabras que en ese escrito se vierten contra E. García -al menos si las comparamos con las que luego se publicarán en Vanguardia Obrera contra Líster. El artículo afirma que los militantes de base adheridos al grupo de E. García eran honrados camaradas que estaban rompiendo con el carrillismo. Terminaba con estas palabras: «A todos los militantes de base y aquellos cuadros medios honrados del partido carrillista que se oponen a la línea de reconciliación nacional y que quieren la revolución (pese a que de momento puedan estar influenciados por puntos de vista erróneos en determinados aspectos) nuestro partido les propone la discusión camaraderil en torno a nuestra Línea Política, nuestro Programa y nuestros Estatutos. El partido comunista de España (m-l) es el partido de todos los revolucionarios proletarios y no sólo el de aquellos que lo han reconstituido; en nuestras filas tienen su puesto todos aquellos que quieran combatir valientemente contra el yanqui-franquismo, sobre la base de los principios del marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Tsetung». Así pues, lo esencial de mi artículo era una actitud de mano tendida.

    A ocho lustros de distancia, hay que replantear como un problema de justicia histórica una valoración acertada de lo que fue la Unión Soviética de aquel período, que era, al fin y al cabo -a pesar de todas sus fallas y ambigüedades-, el baluarte que respaldaba las grandes luchas antiimperialistas: las de Vietnam, Palestina, Suráfrica (anti-apartheid), Angola, Mozambique, Zimbabue, más tarde Chile, apoyando también a los gobiernos progresistas de la India, Cuba, Argelia, Iraq, Tanzania y Ceilán. La visión ennegrecedora de la URSS de aquellos años es fruto de una combinación de la propaganda occidental con el purismo o maximalismo que desconoce que las realidades son siempre productos híbridos, que las cosas se dan por grados, en procesos cumulativos y en combinaciones variadas de elementos opuestos entre sí. El «todo o nada» es, evidentemente, un principio que lleva directamente de ambicionarlo todo a renunciar a todo, cuando la meta se revela inalcanzable.


    §13.- Las 13 divergencias ideológicas que nos separaban

    El problema del posible acercamiento a los camaradas pro-soviéticos era un renglón más en una serie de discrepancias ideológico-políticas, que paulatinamente se iban perfilando, aunque nunca se expresaron de manera sistemática y clara.

    Podemos enumerar trece divergencias, aunque con una mirada retrospectiva -que siempre corre el riesgo de proyectar sobre el pasado una luz presente que en parte lo desfigura-. Para distinguir las dos posturas, las llamaré «la línea septentrional» y «la línea meridional»; cada línea se atenía a algún nexo de cohesión entre las propuestas referentes a esos trece problemas, pero no creo que, en general, sea lógicamente incoherente aceptar las propuestas de la línea septentrional en unas cosas y las de la meridional en otras.NOTA 243 La línea meridional tenía un solo partidario, el camarada Miguel, o sea yo. La septentrional contaba con el arrollador empuje de la VPE y, en definitiva, concitaba la adhesión -no igualmente entusiasta, desde luego- de todos los demás camaradas de la dirección.

    Voy a explicitar aquí cinco de esas 13 discrepancias ideológicas: la 3ª, la 6ª, la 8ª, la 9ª y la 13ª. Consagro el apartado siguiente a la 4ª divergencia.

    La cuestión del republicanismo

    Con respecto a la 3ª discrepancia, tuvimos incluso discusiones sobre la bandera republicana. Tanto desagradaba todo lo republicano a la VPE que tildaba de error la adopción por la República de la bandera tricolor, cuando una bandera ha de ser una enseña nacional. Para evitar toda insinuación de adhesión a la República Española, durante un tiempo se soslayó la palabra «república».

    Prodújose el 22 de julio de 1969 el nombramiento de S.A.R., el príncipe de España, D. Juan Alfonso Carlos de Borbón y Borbón, como sucesor del Caudillo a título de rey, por ser -según el designador- un varón «que, perteneciendo a la dinastía que reinó en España durante varios siglos, ha dado claras muestras de lealtad a los principios e instituciones del Régimen [y] se halla estrechamente vinculado a los ejércitos de Tierra, Mar y Aire». Sin embargo la declaración del comité ejecutivo del PCEml publ. en el Nº 41 de Vanguardia Obrera (febr. 1969 -cuando ya se sabía a ciencia cierta que era inminente tal nombramiento) se titulaba «Frente a la amenaza de intimidación fascista: Ni Franco ni monarquía, ¡democracia popular!». (En el Apéndice de esta obra reproduzco un facsímil.) Si una ocasión era propicia para proponer una república (popular o lo que fuera), era ésa. En lugar de hacerlo, lo que se propone es una democracia popular: frente a la monarquía, democracia (no república).

    El mensaje republicano -subliminal o no, según los casos- se puede apreciar, por el contrario, en mis propios artículos de la misma época, uno de los cuales figura también en facsímil más abajo, en el Apéndice, a saber: «¡Muera la monarquía fascista! ¡Viva la República popular!», firmado por J. Allende, y publ. en Vanguardia Obrera Nº 45, sep.-oc. 1969.

    A raíz de ese nombramiento propuse yo emplear en lo sucesivo la locución «la dictadura de Franco-Juan Carlos». La VPE me contestó: «¿por qué vamos a tomar en serio a quien nadie toma en serio?». En cambio, varios de los manuscritos inéditos que escribí en el último bienio de mi militancia en el PCEml (reproducidos en Anejos de esta obra) sí usaron esa fórmula -haciendo caso omiso al «NO» de la VPE.

    Es verdad, sin embargo, que posteriormente la dirección del PCEml dará un viraje, asumiendo -cuando ya era demasiado tarde- la defensa de la legalidad republicana.NOTA 248 ¡A buenas horas, mangas verdes! Esa defensa de la legalidad republicana había que haberla convertido en bandera de lucha en los años 1965, 66, 67, ..., 75; era entonces cuando había que denunciar no sólo al tirano sino también a su segundo de a bordo (a ése al que no debíamos tomar en serio porque dizque nadie lo tomaba en serio). No esperar a que ya se hubiera puesto en marcha la transición, produciéndose la exaltación al trono de quien había sido designado sucesor a título de rey en 1969 (y de quien -menos su padre y la camarada Helena- todo el mundo sabía, con total certeza, desde al menos tres lustros antes, que iba a ser nombrado sucesor, antes o después).

    ¿Qué postura adoptar con relación a grupos de ideología afín?

    Voy ahora a exponer algunos detalles de la 6ª divergencia. Nuestro desacuerdo era muy profundo. Para la línea meridional, el eslogan de Mao Tse-tung de aislar al enemigo principal era un principio básico de cualquier lucha política inteligente. En realidad es viejo como el mundo. Descartes lo formulaba de otro modo en sus Regulae ad directionem ingenii: desmenuzar las dificultades, analizándolas, para irlas resolviendo una a una. Asimilar de veras ese principio significaba, para nosotros, adoptar una política de distingos y de trato diferenciado. La política de alianzas, la forja de un frente (o una convergencia) de múltiples sensibilidades antifranquistas y antiimperialistas, era una parte de esa política de distingos juiciosos; no la única. Había que aplicar el principio del distingo a cada campo, a cada parcela de terreno.

    En lo ideológico, también. Ya estábamos enfrascados en una lucha a fondo contra el revisionismo de Carrillo. Paso por alto el desvarío de nuestros ataques -que perdían toda razón al olvidar el sentido de la mesura y de la proporción. Pero, ¡sea! Ya lanzados como estábamos, íbamos a por Don Santiago sin concesiones. Razón de más para tratar con miramiento y diplomacia a los disidentes del PCE y a otros grupos políticos que -procediendo de otros orígenes- por entonces revestían el ropaje comunista (con la radicalización subsiguiente a mayo de 1968). Había que cortejarlos con donaire, delicadeza, paciencia y suavidad. Como mínimo, tratarlos con neutralidad benévola; lo menos que podíamos hacer con respecto a ellos era guardar silencio, abstenernos de críticas públicas; y de hacer críticas, en plan amistoso, con amabilidad y espíritu de concordia.

    Eso se traducía en una política de acercamiento y buenas relaciones para con los camaradas pro-soviéticos (E. García, Enrique Líster), los amigos catalanes de la OCE (Bandera Roja) y los de Komunistak (MCE).

    Para la línea septentrional, había que lanzarse a por todos ellos al degüello. La VPE me exhortó (ya cuando faltaba muy poco para el cese de mi militancia) a que yo pusiera mi pluma al servicio de esa embestida frontal contra todos: listerianos, MCE, Bandera Roja y cuantos no se plegaran a nuestra dirección, alegando que, cuando alguien ofrecía a la clase obrera una plataforma, distinta de la nuestra pero con denominación comunista, constituía un competidor que nos quitaba posibilidades de expansión y obstaculizaba nuestro desarrollo, el desarrollo del verdadero partido del proletariado. Estuve en total y absoluto desacuerdo.

    Rechacé completamente tal pretensión (que acabó de empujarme a abandonar el PCEml lo antes posible). Yo había elaborado documentos para un acercamiento a Komunistak. Conservo dos. Uno, más extenso, lo reproduzco más abajo, en el Anejo VII de este ensayo. El otroNOTA 249 quería ser una crítica a la crítica, para prevenir la acometida frontal que se veía venir.

    Y vino. No contó con mi pluma la VPE, porque, fugándome, me sustraje a participar en esa labor, incompatible con mis ideas. Pero, después de mi marcha (mayo de 1972), el C.E. del PCEml lanzará esa andanada impuesta por la camarada Helena Odena (labrando así el completo aislamiento del PCEml con relación a las pocas fuerzas que podrían haber tenido hacia él una actitud benévola, si hubieran sido tratadas adecuadamente).

    En una página web he hallado un documento,NOTA 250 que contiene una amplia lista de publicaciones del PCEml y organizaciones afines.NOTA 251 Entre ellas figuran las siguientes:

    O sea, se arremetió a tope contra cuantos no nos rindieran pleitesía. Felizmente no tuve, en lo más mínimo, arte ni parte en la redacción de ninguno de esos tres malhadados documentos.

    Vínculo con las revoluciones antiimperialistas del tercer mundo

    Paso ahora a hablar de la 8ª divergencia. Hay que decir que, para los representantes de la línea mayoritaria (septentrional), era menospreciable todo el movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos por el colonialismo y el neocolonialismo; a su entender, lo que contaba era la lucha del proletariado. La VPE llegó a exclamar: «¿Quién lucha en Africa?» La pregunta lo dejaba a uno tan atónito que difícilmente hubiera acertado a articular la respuesta obvia: contra el colonialismo estaban luchando -con las armas en la mano- los pueblos de Angola, Mozambique, Suráfrica, Namibia, Zimbabue, Guinea-Bissau y el Sájara occidental; contra el neocolonialismo los del Chad, Camerún, el Congo-Kinshasa y otros; la lucha no-violenta contra los gobiernos auspiciados por las potencias ex-coloniales se extendía por doquier. De la lucha antiimperialista formaba parte, asimismo, la acción de los gobiernos nacionalistas, como los del Congo-Brazzaville, Argelia, Tanzania, MalíNOTA 252 y otros que se establecieron por entonces o un poco después (Dahomey, Madagascar).

    En su eurocentrismo, la VPE -adalid de la línea septentrional- rehusaba entrar en finuras: todas esas luchas desbordaban su esquema burguesía/clase obrera. No admitía que pudiera valer ningún combate a menos que estuviera capitaneado por un partido de vanguardia marxista-leninista que combatiera por la dictadura del proletariado y por el socialismo (socialismo en su versión m-l, con exclusión -evidentemente- de cualquier otra). Conque le eran indiferentes todas las evoluciones en el tercer mundo, sin saber hacer -ni querer hacer- distingo alguno entre el Sha de Persia, Numeiri o Mobutu, por un lado, y, por el otro, Indira Gandhi, Marien Ngouabi, H. Bumedién o Julius Nyerere; sin tener (y, peor que eso: sin aspirar a adquirir) la menor capacidad para apreciar hechos como la revolución baasista en Iraq de julio de 1968, no importándole nada en absoluto que la misma optara por una política interna de reforma agraria, asistencia pública sanitaria, elevación del salario mínimo, subsidios a la alimentación de población pobre y control de precios y por una política exterior de alineamiento contra la monarquía persa, contra el sionismo y el imperialismo yanqui.

    Bajo su influjo, Vanguardia Obrera guardó silencio total sobre las evoluciones y los acontecimientos políticos en el Perú (gobierno nacionalista del general Juan Velasco Alvarado), Guyana, Malí, Congo-Brazzaville y prácticamente cualesquiera otros.NOTA 253 Fuera de los temas de España, sólo se hablaba de China, Albania y Vietnam, salvo para atacar a los soviéticos. (La excepción fue algún artículo que logré meter -casi de cuña- sobre Palestina.) Ni siquiera se mencionaban las luchas antiimperialistas en América Latina, porque estaban dirigidas por filo-cubanos y se había producido una disputa entre Pequín y La Habana. De la muerte del Che en Bolivia no se dijo en Vanguardia Obrera ni media palabra. Tampoco se comentaban para nada las reivindicaciones de los negros norteamericanos, porque se trataba de una lucha no subsumible en los eurocéntricos esquemas burguesía/proletariado.NOTA 254

    La VPE ni siquiera pretendió nunca orientarse en ese barullo, del cual no entendía nada ni aspiraba a saber nada, porque todo eso le daba exactamente igual, ya que desbordaba sus esquemas. Los pocos ecos de tales turbulencias que llegaran a sus oídos no le causaban más que indiferencia, como al ignorante que no sabe nada de política y para quien el mundo está revuelto.

    He evocado, en concreto, lo de Iraq porque efectivamente ese problema se planteó una vez en nuestras discusiones (aunque el jarro de agua fría que se me echó me desanimó de volver a plantear ese asunto o cualquier otro relacionado). Yo me percataba de la dificultad de formular un posicionamiento político del PCEml, creíble y asumible por un público diverso, sin aportar algún análisis de los hechos que se iban produciendo en el panorama internacional -al menos unas claves para tales análisis desde nuestra ideología marxista-leninista-; máxime cuando España estaba involucrada a fondo en las cuestiones mediterráneas y ligada por nexos múltiples al Africa septentrional y al Oriente Próximo; cuando ya había una pequeña inmigración palestina en España y los sectores politizados de la sociedad española se interesaban muchísimo por tales temas.

    Si tomábamos en serio la tesis del carácter antiimperialista de la revolución española, había que insertarla en el contexto de las demás luchas antiimperialistas y buscar la alianza entre todas para un frente común contra el imperialismo yanqui. Sin embargo, la VPE repetía el eslogan maoista «aislar al enemigo principal» como un mero estribillo. En el fondo pensaba que el enemigo principal es el conjunto de todos los enemigos, incluidos cuantos no acepten íntegramente nuestros puntos de vista.

    Como acabo de recordarlo, planteé una vez, entre 1969 y 1971, la necesidad de ir más allá de las meras generalidades, haciendo aportaciones concretas de análisis sobre la lucha antiimperialista en el mundo, especialmente en las zonas próximas a España, como la cuenca del Mediterráneo.NOTA 255 Con vistas a avanzar en ese terreno elaboré, por iniciativa propia, dos trabajos más arriba mencionados: «La cuestión del Oriente Medio y la política exterior franquista» y «La España franquista, trampolín del imperialismo yanqui en el Mediterráneo e instrumento suyo para la penetración en el mundo árabe». Cayeron en saco roto. No fue bien vista mi insinuación de que se publicaran.

    Mi idea era, evidentemente, la de, una vez dado ese paso, ir más allá, buscando posibles vías de colaboración y entendimiento con movimientos políticos y con gobiernos antiimperialistas de la cuenca del Mediterráneo y zonas aledañas -dentro de esa perspectiva de una convergencia antiimperialista mediterránea. Ni siquiera me cupo la posibilidad de plantearlo, porque el rechazo fue de plano: no podíamos entrar en distingos entre gobiernos burgueses, siendo tales cuantos no fueran marxistas-leninistas. (Se admitía que los comunistas chinos y albaneses hicieran tales distingos por razones de política exterior; se rehusaba, en cambio, que la revolución española pudiera tener otra política exterior que la de ir a la zaga de China y Albania.)NOTA 256

    Etapas de la revolución española

    Paso ahora a considerar el problema que suscitaba la 9ª divergencia, a saber: el de si un proceso revolucionario como el español, después de un hipotético derrocamiento de la tiranía opresora de nuestro pueblo, había de desarrollarse en una sucesión de estadios, cada uno de los cuales implicara una composición de clase del poder, una política de alianzas de clases sociales y un determinado enemigo contra el que se ejercería el poder revolucionario.

    La tradición leninista ortodoxa -la representada por el movimiento comunista internacional oficial (anterior a 1956)- había sostenido, frente a Trosqui, que en los países atrasados -donde no se había consumado con éxito una revolución democrático-burguesa que instaurase un capitalismo avanzado- estaba pendiente una revolución pre-socialista; por lo cual en esos países la revolución había de atravesar una etapa en la cual no se trataba de instaurar la dictadura del proletariado ni de tomar como enemigo a la burguesía, sino de instaurar un poder de coalición más amplio, inter-clasista, con participación de otros sectores sociales, dirigido sólo contra la capa privilegiada de la sociedad anterior; una capa caracterizable de diversos modos según los países: latifundistas parasitarios, terratenientes semi-feudales, burguesía compradora, oligarquía financiera, etc.

    Frente a la acusación trosquista de que eso significaba aplazar a las calendas griegas la misión revolucionaria-socialista del proletariado -o sea, frente a la tesis de la «revolución permanente» (que voy a explicar en seguida)-, los leninistas ortodoxos proclamaban la revolución ininterrumpida.

    A los poco duchos en estas lides ideológicas ese lance terminológico les parecerá una logomaquia -igual que sucede con las querellas teológicas, tildadas de «bizantinas». En realidad la dualidad terminológica entre las revoluciones permanente e ininterrumpida significaba un contraste de dos actitudes: el permanentismo sostenía que la primera etapa debía saltarse o -lo que viene a ser igual- que, de haber una diferencia de etapas, fuera tan exigua en calidad y en duración que en ningún momento se estuviera afianzando la primera etapa de la revolución (sino que, tan pronto empezara a producirse, ya se estuviera abordando la etapa siguiente). Los comunistas de la tradición leninista ortodoxa (III Internacional del período 1923-43 y partidos de orientación moscovita hasta 1955) reconocían que, en aquellos países en los que, por sus particulares condiciones históricas, la revolución hubiera de atravesar varias etapas, entre ellas no podía haber una línea de demarcación nítida, sino que el paso de una etapa a la siguiente sería continuo -y no un salto o una mutación súbita. En suma, la frontera entre etapas sería difusa.NOTA 257 Difusa mas existente, no imaginaria, no nula.

    Las tendencias trosquistizantes eran, por el contrario, aquellas que, en aras de la concatenación entre las etapas, abatían o extirpaban el lindero que las separa y las comunica a la vez. (Abatir o borrar una frontera es un cosa; difuminarla o hacerla difusa, otra cosa muy distinta.)

    Adonde no había llegado la teorización comunista oficial -aunque en la práctica sí las políticas de los partidos comunistas- es a percatarse de que la diferenciación de etapas había de generalizarse; ni tenía por qué limitarse a una dualidad -en lugar de que haya 3, 4 ó 7- ni debía concebirse como un rasgo exclusivo de los países atrasados, sino que, antes bien, se deriva de la naturaleza misma de las cosas, que exige cambios graduales, imposibilitando los saltos y las interrupciones totalmente abruptas.NOTA 258

    Por lo que respecta a España, en concreto, venía de lejísimos el debate sobre si en nuestro país estaba aún pendiente una revolución pre-socialista. Históricamente, el progresismo radical y el republicanismo español habían tendido a subrayar que en España la revolución liberal-burguesa decimonónica quedó inconclusa, habiéndose saldado con una conciliación entre la nobleza feudal y las capas altas de la burguesía, que habría conducido a regímenes monárquicos semi-liberales, ninguno de los cuales llevó la revolución democrático-burguesa hasta el final.

    Esa línea doctrinal fue retomada por sectores del marxismo español, no tanto los del PSOE originario -poco proclives a tales teorizaciones- cuanto los del marxismo-leninismo que va a inspirar al PCE desde su fundación en 1920.

    En un principio ni siquiera el trosquismo había estado en desacuerdo; sólo que -a tenor de su esquema de revolución permanente- alegaba que el proletariado, al asumir la dirección de las tareas aún pendientes de la revolución democrático-burguesa -no consumada por la propia burguesía-, había de hacerlo transformando -sin detenerse ni marcar pausas- esa revolución en una de tipo netamente anticapitalista, lo cual excluía que hubiera dos períodos sucesivos, ya que en ningún momento podría consolidarse una etapa puramente democrática.

    El supuesto bajo el cual se habían desarrollado las controversias entre trosquistas y comunistas ortodoxos en los años 30 era la visión de la sociedad española como semi-feudal. El propio Trosqui lo veía así («La revolución española y la táctica de los comunistas» [1931]): «Las relaciones existentes en el campo español ofrecen el aspecto de una explotación semifeudal».NOTA 259 Igual que para el comunismo de obediencia moscovita, para Trosqui, por lo tanto, estaba claro que España era un país de agricultura semifeudal, lo cual sería particularmente significativo en un país todavía mayoritariamente rural.NOTA 260

    La visión del partido comunista oficial, en los años 30-50, será -a tenor de ese mismo análisis pero en el transfondo de la ortodoxia kominterniana- la de una etapa antifeudal de la revolución española; etapa que, por la imbricación entre clase latifundista semi-feudal y oligarquía financiera -después denominada «burguesía monopolista»- se concebirá como anti-feudal y antimonopolista -que era, según lo expuse más arriba, la tesis del PCE todavía en el seminario de Arrás en el verano de 1963.

    A la altura de los últimos años 60 los estudios de historia económica de España y la propia evolución de la economía española desafiaban ese planteamiento. El nuevo trosquismo español, en sus variantes, sostenía que en España ya a mediados del siglo XIX había dejado de existir una revolución burguesa pendiente. Claudín había basado en la ausencia de base para una etapa democrático-burguesa su política de que la tarea planteada era una revolución socialista, que él esperaba conducir por la vía parlamentaria, para lo cual había que propiciar un cambio en las formas de poder de la dictadura del capital monopolista.

    El PCEml, aun sin hacer un análisis que cuestionara la visión semi-feudal, prescindía de ella, basando la necesidad y la posibilidad de una primera etapa no-socialista de la revolución en las condiciones del atraso y dependencia económica de España y en la profunda división de la burguesía española en dos campos: por un lado, el de la oligarquía financiera y terrateniente fascista; y, por el otro, el de una burguesía media que, en parte, había sido republicana o sería susceptible de ser atraída a posiciones republicanas.NOTA 261

    Era, ciertamente, endeble ese fundamento de nuestra teoría de las dos etapas. A falta de dar un paso ulterior de esclarecimiento, la teoría era tambaleante. Pero ¿era incorrecta? Según lo he sostenido unos párrafos más atrás, la teoría de las etapas era certera y hubiera debido generalizarse, emancipándola de su fundamento inicial, ya caducado, para sustentarla en una concepción socio-política de la dialéctica de los procesos históricos en general, que suceden sin saltos.

    A los camaradas adeptos de la línea septentrional ya se les hacía dura de tragar la teoría de las dos etapas; estaban desconcertados sobre su fundamento para España, pues concebirla como país atrasado y dependiente les resultaba cada vez más dudoso. Creo que no tenían una visión correcta de la dependencia porque la ligaban a un concepto estereotipado de las colonias o neo-colonias como países de población agraria y enorme atraso económico.NOTA 262 Pero lo principal es que no atisbaban esa generalización de la teoría de las etapas a la que me he referido ni compartían la visión de la dialéctica como una filosofía de la continuidad, que, para ser consecuentes, llevaba al gradualismo.

    Para la camarada Helena Odena, en particular, lo de las etapas no quedaba más remedio que decirlo a fin de que no se nos acusara de trosquismo, pero había que explotar el concepto de revolución ininterrumpida para desvaír tanto la distinción entre las dos etapas que, a la postre, se redujera a pura cuestión de palabra o, a lo sumo, a un insignificante matiz. Su planteamiento ganó la partida en las reuniones de la dirección de las navidades de 1971.

    Celebráronse tales lúgubres reuniones en diciembre de 1971 en Echegorri. Fueron unas interminables jornadas invernales -en un ambiente cansino, desganado y asfixiante, cargado de humo de tabaco- interrumpidas por la ingesta de algún comistrajo. En ellas se estaban perfilando una nueva Línea Política y un nuevo Programa para proponerse al futuro I Congreso. Yo ya tenía la cabeza lejos de aquellos riscos.

    En aplicación del ultraizquierdismo rampante se quiso suprimir el ya bajo umbral de no-confiscación para los predios agrarios (umbral que se había ido rebajando de 300 a 200 hectáreas y luego de 200 a 100; v. supra, divergencia 10ª). Seguía pareciendo altísimo. «¿Cómo queda si se suprime eso?» -preguntó el camarada Raúl Marco, esperando que bastara omitirlo para que resultara algo tan vago que podría colar. Respondí (con el retintín mental que puede adivinar el lector): «Queda así: `Confiscación sin indemnización de todas las explotaciones agrícolas'». Por mí, ya puestos a eso, podían estampar lo que quisieran porque el espíritu de la revolución por etapas de 1964 ya estaba muerto y enterrado.

    Casi ocho lustros después ha llegado a mis manos el número 66 de Vanguardia Obrera (agosto de 1972) en el cual figura el artículo de E. Odena (Helena Odena) «Ni trotskismo ni revisionismo: Por una república democrática, popular y federativa» donde se puede leer esto:

    ... de lo que no puede existir duda alguna es del contenido predominantemente socialista de la república por la que luchamos.

    O sea, ya en la primera etapa de la revolución, el sistema establecido sería, desde el primer momento, socialista, predominantemente socialista. El resto del artículo daba a entender claramente que aquella propiedad privada que, en esa etapa, se respetara sería residual o marginal. Para que no hubiera dudas, el artículo precisaba el blanco del ataque:

    También hay asustadizos, pequeños burgueses librescos que durante años se han hecho pasar por marxistas-leninistas, a quienes de pronto ofusca el que, al desmenuzar y aclarar con mayor detalle el contenido de la República que preconizamos, pretenden que nos estamos deslizando hacia posiciones trotskistas.NOTA 263

    No se decía quiénes eran ni cuántos. Sospecho que el plural estaba mal empleado y que, en realidad, se estaba estigmatizando a un solo pequeño burgués libresco, el cual, en agosto de 1972, se encontraba a muchos miles de kilómetros de distancia, habiendo dejado atrás todas esas polémicas.

    Yo la había dejado atrás, pero la camarada Helena Odena siguió atizando la polémica (aunque no tuviera con quién discutir). En el Nº 69 de Vanguardia Obrera (nov. 1972) publica su artículo «Algunas puntualizaciones sobre el izquierdismo: 1.- Sus causas y manifestaciones», donde generosamente me dedica estos párrafos:

    A raíz de la constitución de nuestro Partido, se dieron en el seno mismo de la organización, algunos casos de izquierdismo aventurero y libresco, los cuales de manera general tenían un doble filo derechista. [...] Otros han permanecido en las filas del Partido durante un período prolongado, pero, dadas sus características librescas, no han logrado vencer su izquierdismo pequeñoburgués; han centrado sus esfuerzos no tanto en compenetrarse y conocer la realidad y los problemas concretos, sino en aprenderse textos y citas de memoria. A título de ejemplo, señalaremos un caso concreto reciente, que, en realidad, reunía la mayor parte de las características del izquierdismo derechista: incapacidad para captar la importancia de los problemas concretos y de reaccionar ante los acontecimientos políticos, los hechos y las situaciones nuevas; incapacidad de comprender que en toda contradicción no se debe confundir la parte con el todo, ni las contradicciones antagónicas con las no antagónicas, ni tampoco saltarse las etapas de la evolución de las contradicciones [...]; incapacidad de sobreponerse a las situaciones difíciles y de vencer el desánimo cuando surjen [sic] problemas o situaciones negativas imprevistas; incapacidad de comprender y aceptar el desarrollo ininterrumpido de la revolución, y que ya en la etapa de democracia popular están contenidos los elementos esenciales de la segunda etapa socialista. Salta a la vista que este caso de izquierdismo libresco conduce inevitablemente, si no se supera, al abandono de la lucha, como así ocurrió en el caso que acabamos de analizar.

    No voy a dedicar aquí espacio a descifrar ese fragmento, escrito en clave, para deslindar, en él, las alusiones con algún fundamento verídico -aunque malévolamente caricaturizadas desde el punto de vista adverso- de la amalgama gratuita y embrollada entre mis tesis y las de no sé quién. Ni un solo lector habrá entendido, en su momento, una palabra de todo eso.

    No deja de ser una paradoja, por otro lado, que a la VPE -tan fascinada por el oropel de los círculos althusserianos y sartrianos de la gauche divine (especialmente sus amigos de la École normale supérieure de la rue d'Ulm) y por cenáculos de los cafés del Quartier Latin y ambientes similares- le molestara tan profundamente mi tendencia libresca. Sin duda tiene su explicación, en la que no entro aquí. Sólo dejo constancia de que una de las buenas aportaciones del movimiento obrero en general, y del comunista en particular, a la historia de la cultura humana fue su valoración del libro, difundiendo un número de libros entre las masas e inculcando en muchos militantes un amor al estudio, animado por la confianza en la capacidad del intelecto humano para aprender y entender la realidad a través del esfuerzo intelectual, una parte del cual es la lectura continuada y tenaz.

    Donde «libresco» se usa como término peyorativo las cosas van mal, muy mal. ¿Quién es libresco? ¿El que lee libros y no se contenta con hojearlos? O bien ¿el que sólo aprende de los libros -de los clásicos- y prescinde de la experiencia? De ser esto último, era absolutamente injusto el reproche que me dirigía la VPE. Como lo atestigua mi producción ideológica y propagandística, yo era, en la dirección del PCEml (desde luego en cumplimiento de mi tarea de documentación), el más atento a los datos de la experiencia.

    Lejos de practicar la pura deducción, mis construcciones tenían una base empírica, estando fundadas en múltiples datos inductivamente cosechados a partir de una pluralidad de fuentes y siempre orientadas por el entronque con lo concreto de la situación española.NOTA 264 Si yo dedicaba al estudio más tiempo que ningún otro camarada, era por dos razones. En primer lugar, era mi deber, por ser una responsabilidad que expresamente me había confiado la dirección del partido. Y, en segundo lugar, fue -en el último período de 22 meses que precedió inmediatamente a mi marcha- un resultado adicional de quedar, de hecho, separado de las labores de dirección orgánica y de representación del partido -en castigo a mi posicionamiento crítico sobre los camaradas chinos.

    Primacía de la voluntad o del entendimiento

    Paso, por último, a comentar la 13ª divergencia. Según la he expuesto puede parecer un problema escolástico (como la oposición entre el intelectualismo tomista y el voluntarismo escotista); y algo de eso hay.

    De nuevo aquí está en el transfondo una diferente concepción filosófica. El voluntarismo de la línea septentrional presupone que la voluntad es omnipotente y que, aunque «en última instancia» las decisiones de los hombres emanen de factores objetivos -del desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción-, tales decisiones, una vez tomadas, provocan una inflexión de los procesos históricos, pudiendo sobreponerse a los obstáculos a golpe de fuerza de voluntad.

    La posición intelectualista de la línea meridional veía las cosas de manera opuesta. Para ella ninguna voluntad individual o colectiva puede sustituir la maduración de las condiciones objetivas y subjetivas de los procesos históricos -la materialidad de las cosas, si se quiere expresar así-, lo cual abarca, de un lado, hechos histórico-sociales y económicos que propician el desencadenamiento de acciones de masas en un sentido revolucionario; y, de otro, una paulatina concienciación de las masas que las apreste para esa tarea; evoluciones que a la vanguardia le corresponde, en primer lugar, prever, comprender, apreciar -a sabiendas de que, por involucrar miles de factores incontrolados, no son nunca exactamente previsibles; sólo tras esa labor de comprensión y apreciación -y como mero corolario de la misma- podía haber una decisión, siempre condicionada por el ulterior conocimiento de cómo fuera evolucionando la maduración real de las condiciones revolucionarias. Por eso el revolucionario tiene, antes que la tarea de impulsar la revolución -no digamos ya que la de decretarla-, la de entenderla y orientarla.

    Conclusión

    Con eso concluyo la exposición y la aclaración de las 13 discrepancias (a salvo de lo que voy a comentar en el apartado siguiente sobre la cuestión de la guerra civil de 1936-39). Soy consciente de que la enumeración de las mismas, según la hago hoy, utiliza expresiones y conceptos que no eran los empleados entonces; estoy sistematizando las dos posturas de un modo que no lo estaban; también es verdad que no se plantearon juntas todas esas cuestiones y que los individuos evolucionamos, no estando forzosamente atados a la opinión que hayamos manifestado dos o tres años antes o en otro contexto. Aun así -a sabiendas de lo que tiene de reconstrucción en parte artificial- creo que mi esquema no carece de fundamento.

    Con todo lo que precede no estoy diciendo que hubiera una línea justa, la meridional, y otra equivocada, la septentrional. Ambas eran erróneas. Por dos razones: 1ª, la revolución en España no era posible; y 2ª, de haber sido posible, sólo habría podido prepararse a través de un prolongado trabajo en el seno del PCE, a lo largo de una serie de años; no habríamos debido dejar el PCE; y, una vez que lo dejamos, hubiéramos debido buscar ocasiones para volver a su seno.

    Precisaré, por último, que, en esos lineamientos, yo era mucho más dogmático que los demás camaradas del ejecutivo,NOTA 265 a pesar de tal o cual pequeña singularidad de mis tesis ideológicas o políticas,NOTA 266 que no impedía mi profesión doctrinaria del credo m-l según una cofificación oficial del comunismo internacional de los años 1935-56: los textos de Dimitrof en el VII congreso de la Internacional Comunista (1935); las tesis del comunismo oficial de los años 30 y 40 de Frentes Populares, una revolución por etapas, alianzas antimonopolistas, democracia popular (o nueva democracia)NOTA 267 y defensa de la URSS.

    Nuestro movimiento marxista-leninista internacional se había formado, en 1964, como una corriente interna del MCI (movimiento comunista internacional) que, ante la controversia chino-soviética, se decantaba por las tesis chinas. Esas tesis fueron presentadas en la Carta del comité central chino del 14 de junio de 1963 (los «25 puntos sobre la línea general del MCI»). Mas ese texto no se entendió como el credo, sino como una posible formulación abreviada de nuestras compartidas posiciones teóricas y prácticas. A su vez, implicaba la defensa de la opinión o doctrina común del MCI inmediatamente antes del XX congreso soviético.

    Tratábase, pues, de reivindicar una ortodoxia (aunque no se usara ese vocablo de resonancia religiosa), que era el marxismo-leninismo, no en cualquier interpretación posible, sino en la universalmente compartida por el MCI hasta 1956.

    Nuestro movimiento m-l no se perfilaba, al menos inicialmente, como un originalismo o fundamentalismo, porque no era una corriente que preconizara retornar a los orígenes, al margen de la tradición -como, p.ej, el evangelismo protestante quiso, en el siglo XVI, romper con toda la tradición cristiana para regresar (o restituir, en palabras de Calvino) el cristianismo primitivo -una vuelta a empezar que ha sido nota característica de los muchos fundamentalismos evangélicos posteriores. Sería más pertinente que comparásemos la relación entre nuestro movimiento m-l y el comunismo internacional con aquella que con la iglesia católica han tenido ciertos integrismos o tradicionalismos, como los «Viejos Católicos» en rechazo al Concilio Vaticano I (y al dogma de la infalibilidad papal), en 1870, y la fraternidad de S. Pío X constituida en torno a Monseñor Marcel Lefebvre y demás recusadores de las innovaciones del concilio Vaticano II (1965). Y baso la comparación en que se trataba de retornar la tradición inmediatamente precedente a un viraje determinante de la ruptura.

    Si, al adherirnos al movimiento m-l -en aquellos años de 1963 en adelante-, nos remitíamos a una codificación de la doctrina ortodoxa conforme con la tradición común hasta el momento del viraje, eso era compatible con que, del caudal doctrinal de esa tradición, cada partido recalcara unos aspectos más que otros. Pero no se trataba, en ningún caso, de un reinicio, de una pretensión de saltar por encima de toda esa tradición común para empalmar con una doctrina auténtica que sólo estaría en las fuentes. Esa fuentes podían lícitamente aducirse, pero había que atenerse también a unos cánones hermenéuticos según la tradición común.

    Ese canon de la tradición comunista podía asumir cómodamente la mayor parte del legado doctrinal de los clásicos, Marx, Engels y Lenin, pero chocaba con cuatro ideas de éste último autor difícilmente asimilables:

    Aunque yo había leído, desde luego, El Estado y la revolución de Lenin, la atenta relectura de esa obra del fundador del bolchevismo me suscitará muchos problemas en el período final de mi militancia, 1969-72. No fui el único en percibir la contradicción entre esas tesis de Lenin y el comunismo oficialmente codificado. Otros han sido llevados por esa reflexión a abandonar esa versión canónica. En mi caso, sucederá lo opuesto.NOTA 268 Creo que fui el primero en decir que no sólo Stalin había cometido errores, sino también Lenin, siendo equivocadas algunas tesis de El Estado y la revolución.NOTA 269

    A pesar de la dificultad que planteaban esas cuatro tesis del marxismo-leninismo originario -de hecho no incorporadas a la dogmática oficializada en el MCI del gran período, años 1935-55-, mi adhesión a esa doctrina -todavía en 1972- era la propia y característica de un dogmático, muy dogmático.

    En cambio es dudoso si mis camaradas extraían de la doctrina profesada sus posicionamientos en las 13 cuestiones que he enumerado; y, de ser así, habría que saber a qué nos estamos refiriendo bajo ese rótulo de «la doctrina marxista-leninista». Ellos eran mucho menos dogmáticos que adaptativos, aunque adaptativos -eso sí- no tanto a la realidad española cuanto a las corrientes de moda, o sea a la estela pequinesa aderezada por un ensamblado de opiniones comunes en los medios quartier latin y similares: eurocentrismo,NOTA 270 tendencia trosquistizante, ultrarrevolucionarismo, sesentaiochismo.


    §14.- Nuestra actitud hacia la política del PCE en la guerra civil de 1936-39

    Voy a precisar en este apartado el alcance de la 4ª divergencia. La postura mayoritaria se reflejará en el folleto La guerra nacional revolucionaria del pueblo español contra el fascismo: Análisis crítico, Ed. Vanguardia Obrera, 1974.NOTA 271 Voy a resumir su contenido apostillando seis de sus 10 conclusiones (págªs 109-11): la 1ª, la 2ª, la 3ª, la 6ª, la 7ª y la 9ª.

    El problema de la hegemonía del proletariado

    La primera conclusión reza así: «Sin la hegemonía del proletariado, a través de su partido, un frente unido revolucionario no puede mantener su unidad ni conducir al pueblo a la victoria».

    Tesis falsa. Ha habido victorias revolucionarias no conducidas por el proletariado: en el siglo XX (para no hablar de las anteriores) las de Argelia, Cuba, Nicaragua, Indonesia -contra el Reino de Holanda (1949)-, Zimbabue, Angola, varios países árabes, etc. Caritativamente podríamos sobreentender algo así como «en las condiciones actuales de un país como España», lo cual vendría a dar como resultado esta tautología: cuando se dan condiciones tales que sólo la dirección del proletariado puede llevar a la victoria, entonces sólo la dirección del proletariado puede llevar al pueblo a la victoria».

    Dejando de lado que es una tesis falsa, la hegemonía puede entenderse de dos modos por lo menos. La palabra «hegemonía» viene del griego, donde significa: conducción (la acción de ir por delante o abriendo el camino). Hay una conducción coercitiva como la del jinete que guía a su montura. Y hay una conducción persuasiva, como la del maestro que guía a sus discípulos. Tenemos, así, dos estilos principales de guía o conducción (hegemonía):

    1. el de tipo mecánico, tosco, burdo; éste es el que subyace a todo ese documento, que la concibe como señorío, donde uno, el hegemón, manda y los demás, los sujetos de su hegemonía, obedecen;
    2. el sutil, que se consigue con el prestigio (con la auctoritas en el sentido latino originario), la influencia, que hay que ganarse a pulso con trabajo, con el buen ejemplo, con la reputación.

    Esto último fue lo que hizo el PCE durante la guerra de 1936-39. Conquistó la hegemonía proletaria a fuerza de sacrificio, heroísmo, perseverancia, lealtad a las instituciones legales e inasaltable moral republicana.

    Es sabido que el líder comunista italiano Antonio Gramsci elaboró unas consideraciones sobre el concepto de hegemonía que sus exégetas han desarrollado mediante interpretaciones diversas, pero que, en general, subrayan que la hegemonía no es dominación; sería más bien una primacía que se realiza en el campo intelectual e ideológico mediante una labor de consenso y de alianza (el célebre «bloque histórico»), no de coacción o fuerza. Gramsci piensa que esa hegemonía puede y debe alcanzarla el proletariado antes de tomar el poder y que, después, ha de seguir esforzándose por mantenerla y afianzarla.NOTA 272 Según ese concepto, no sólo la hegemonía no se ejerce por las malas, sino que se pierde cuando uno olvida que a los aliados (sobre los cuales se trata de establecer la anhelada hegemonía) hay que persuadirlos o seducirlos.

    Al margen de las particularidades de esa noción y de su uso en el contexto del pensamiento del filósofo italiano, está claro que, si en la tradición leninista se ha usado esa palabra, «hegemonía» (en asociación -pero también en alternancia- con otras como «dirección») es por algo. No se impone la hegemonía al enemigo y sí se trata de dominarlo. En mayor o menor grado, explícita o implícitamente, siempre esa noción de hegemonía ha vehiculado un sentido de atracción y de convicción.

    Paso a la segunda conclusión del documento aquí comentado, que era ésta: «No hay que aferrarse a las formas de poder establecidas [...] [sino actuar] forjando nuevos cauces de Poder popular». Una frase típica del desprecio de la camarada Helena Odena a la legalidad, a los cauces ajustados a derecho -ya fuera en el interior de la organización o hacia afuera.NOTA 273

    Esa segunda conclusión era también totalmente errada. El PCE, al firmar el pacto del frente popular,NOTA 274 había adquirido el compromiso de adherirse a la Constitución republicana de 1931, a la República de trabajadores de toda clase, respetando sus instituciones legales. No podía, según le conviniera o según sirviera para incrementar la hegemonía proletaria, unas veces respetarlas y otras violarlas («no aferrarse» a ellas). Estaba en juego la palabra empeñada. Ni podía enarbolar frente al enemigo fascista la bandera de la República y la defensa de sus formas de poder y, a la vez, saltarse los cauces legales -aunque sí podía, pudo y lo hizo, adelantarse, por razones de urgente necesidad, a las decisiones legales, creando el V Regimiento y tomando otras disposiciones de lucha contra la sublevación antes de que el Gobierno legal las diera por válidas.

    Política de concesiones

    La tercera conclusión era: «La política de concesiones de principios (se pueden hacer concesiones secundarias), de vacilaciones y de `no asustar' no conducen más que [...] a la derrota». Lo que aquí se defiende es el maximalismo, la política de no hacer ni una sola concesión importante. Porque ¿qué concesiones son «de principios»? ¿Cuál es el concepto de principio que se usa aquí y cuál el criterio para saber si una concesión es de principios o no?

    Una de dos: o bien (1) se está diciendo la tautología de que no se deben hacer concesiones de principio, entendiendo por «concesión de principio» aquella que no se debe hacer; o bien (2) hay que entender, por el contexto, el concepto de «concesión de principio» como cualquier concesión no-secundaria, o sea cualquier concesión importante.

    Ahora bien, sólo es posible un frente unido con otras fuerzas y corrientes si se les hacen concesiones importantes (de principios) y si se esfuerza uno en no asustarlas. En el fondo lo que confirma esta conclusión es que la mayoría de la dirección del PCEml, aunque hablara de un frente unido, lo entendía como una simple tapadera del propio partido, un instrumento dócil, no estando dispuesta a hacer ninguna concesión importante a nadie ni renunciando a asustar a todos, incluso a los aliados.

    Además, la política y la vida son evolutivas y requieren adaptación y flexibilidad. No basta haber trazado una línea justa y, al optar por ella, haber hecho ya unas concesiones (de principio) con respecto a unas metas a las que, de no ser por las circunstancias, uno hubiera aspirado legítimamente. Además de eso, ante el constante cambio de circunstancias, la vida individual y colectiva nos fuerzan a adaptarnos, a renegociar los compromisos, a pedir nuevas cosas a nuestros amigos y también a hacerles nuevas concesiones; si no, nos quedamos solos. Eso cualquier individuo inteligente lo sabe, actuando según esa pauta en el trabajo, en los círculos que frecuente, incluso en el restringido ámbito de la familia. Con el lema «¡Ni una concesión más!» -o cualquier variante de la misma- no se va a ninguna parte. El PCE, durante la guerra de 1936-39, actuó correctamente haciendo concesiones y tratando de no asustar a sus aliados e incluso de ampliar la alianza -para lo cual justamente quiso hacer, con razón, nuevas concesiones a otros posibles aliados, sin asustarlos.

    ¿Hacerlo todo a través del frente unido?

    La sexta conclusión era la de que el partido no puede pretender hacerlo todo a través del frente unido y que debe conservar su independencia dentro de él, realizando por su cuenta las medidas necesarias, incluso sin contar con sus aliados. Ese aserto encierra dos partes. La una es verdadera pero banal; la otra es falsa.

    Que el partido, dentro del frente, tiene sus propias tareas y su fisonomía, eso es verdad. Y ésa fue la política del PCE durante la guerra. Que deba tomar medidas necesarias él solo, sin contar con sus aliados, es equívoco: si ello es indispensable por razones de urgencia o si el tomar esas medidas no va a dañar la alianza, lo concedo; en caso contrario, lo niego.NOTA 275

    La estrategia militar: ¿Guerra de guerrillas? ¿Guerra de movimientos?

    La séptima conclusión era que, sin un ejército popular encabezado fundamentalmente por el partido comunista no se puede lograr el triunfo en una guerra popular revolucionaria; y que para eso ha de estar formado fundamentalmente por voluntarios y contar con un amplio movimiento guerrillero.

    Tras la tautología aparente de la primera parte de esa conclusión se esconde el error: el concepto que se vehicula con la palabra «encabezado». Hay muchos modos de encabezar. Está el encabezamiento de prestigio, de guía, de influencia, que se gana con el buen trabajo y el ejemplo. Y está el encabezamiento del mando y de la jerarquía que separa al superior del inferior o subordinado (subalterno). El primer tipo de encabezamiento fue el que practicó el PCE con relación al ejército republicano en 1936-39. La mayoría de la dirección del PCEml se decantaba (en 1972) por el segundo tipo de encabezamiento.

    Peor es lo que viene después. Según eso, un ejército de conscripción no puede ganar una guerra revolucionaria. Los contraejemplos son claros: la guerra de la revolución francesa contra sus enemigos internos y externos en 1793-95; la guerra de la Unión Soviética contra la Alemania nazi en 1941-45 y contra el Imperio Japonés en 1945. Y muchas otras.

    Fue una medida legítima la decisión del gobierno republicano español de que se incorporasen a filas los mozos obligados a ello por el deber de prestar el servicio militar para engrosar el ejército popular que defendió la legalidad durante tres años, 1936-39.

    Que el movimiento guerrillero hubiera podido y debido jugar en la guerra civil española un papel muchísimo mayor del que jugó es una hipótesis arriesgada pero que juzgo verosímil, aunque requeriría un estudio basado en conocimientos técnicos de que yo carezco.

    Aquí, sin embargo, las conclusiones que estoy comentando dicen mucho menos que el cuerpo del folleto, que alega extensamente que el desenlace bélico habría cambiado si -en lugar de llevarse a cabo las campañas militares en forma de guerra de posiciones- se hubiera adoptado la estrategia de una guerra de guerrillas en la retaguardia enemiga junto con una guerra de movimientos.

    ¿Era válido ese argumento? Ninguno de los miembros de la dirección del PCEml en los años 70 era competente para formular tales juicios. Ni tampoco manejaba fuentes o tenía datos que -aun prescindiendo de nuestra total incompetencia estratégica- avalara seriamente tal conclusión, salvo algo que había escrito el camarada Enrique Líster -desde luego infinitamente más capacitado que nosotros para opinar. Ninguno de nosotros conocía ni una palabra ni de estrategia ni de táctica militar.

    Poco peso podía tener el argumento de que la guerra de guerrillas contra Napoleón había alcanzado el triunfo en 1808-1814. Ninguno de nosotros tenía elementos de juicio para saber si en la España de 1936-39 hubo condiciones adecuadas para una guerra de guerrillas comparable a la de 1808-14 ni, menos aún, para basar en esa hipótesis otra mucho más osada: la de que así se hubiera podido ganar la guerra sin sostener una guerra de resistencia territorial desde las trincheras. Posiblemente la experiencia soviética de la II guerra mundial prueba que, en ciertas condiciones, las guerrillas en territorio enemigo son combinables con la lucha en el frente.

    De todos modos, hay que tener en cuenta que, al estallar la guerra en julio de 1936, el partido comunista era numéricamente muy débil y todavía más en las zonas rurales que quedaron en manos de los sublevados, con poquísimas excepciones; tras el exterminio desencadenado en esas zonas por los monárquicos y militares, dudo que sobrevivieran muchos campesinos de ideas afines a las de los comunistas -pues varias de esas comarcas quedaron entonces casi despobladas y devastadas. De haber sido viable impulsar un fuerte movimiento guerrillero en la retaguardia enemiga, la tarea hubiera debido ser asumida por el propio Gobierno nacional y por fuerzas políticas que tenían una implantación mucho mayor en esas zonas antes de la sublevación (anarco-sindicalistas, republicanos y socialistas).NOTA 276

    Las posibilidades de tales guerrillas eran, seguramente, limitadas; pero, sobre todo, no podía el partido comunista emprender esa tarea en solitario; si algunos de sus aliados hubieran echado una mano, se habría podido hacer. La gran diferencia entre la España de 1936-39 y la Rusia de 1941-45 es que allí, no aquí, el partido comunista estaba en el poder al empezar la guerra y, además, estaba en un poder consolidado por 23 años de dominio y varios planes quinquenales.

    En su libro El honor de la República (Barcelona: Crítica, 2009, p. 248) Ángel Viñas señala al respecto:

    ¿Y qué decir de las tan cacareadas guerrillas? [...] la finalidad de la guerra de guerrillas es desgastar al enemigo mediante acciones imprevistas, basadas en la superioridad local y en el apoyo de la población. [...] Ya desde el principio se intentó la lucha guerrillera. El propio Rojo ordenó su puesta en práctica a partir del Quinto Regimiento. En otoño de 1936 llegaron consejeros soviéticos que organizaron partidas o «destacamentos guerrilleros». [...] Pero lo cierto es que no dieron mucho de sí, fuera de éxitos locales, a veces considerables, y que las operaciones de tal tipo hubieron de dejar paso a la guerra más convencional, frente a un ejército como el de Franco que operaba de forma convencional y estaba muy bien dotado de hombres y material. [...] ¿Pudo hacerse mucho más? Líster afirma que sí, sobre todo al principio. ¿Pudieron constituir el eje de la guerra? La respuesta es no. [...] Las imágenes románticas de la lucha contra Napoleón y del pueblo en armas no fueron un precedente de las acciones de 1937-1938. La guerra de guerrillas requería otras condiciones.

    Viñas está refutando la tesis de Antony Beevor.NOTA 277 En rigor, sin embargo, Beevor concede unas posibilidades muy limitadas a las acciones guerrilleras. He aquí lo que afirma al respecto (pp. 678-9):

    Todo esto nos lleva a pensar que para dirigir la guerra de un modo más eficaz hubiera sido útil combinar una estrategia fuertemente defensiva con ataques cortos, rápidos, de tanteo, en puntos distintos para confundir a las tropas nacionales. Los tanques del ejército popular tendrían que haber constituido una reserva blindada lista para contraatacar ante cualquier penetración que hubieran intentado los nacionales. Lo que no podía hacer la República era abandonar sin más las tácticas ortodoxas de la guerra por acciones heterodoxas, como soñaban algunos milicianos idealistas. Y es que no existían las condiciones para llevar a cabo una guerra de guerrillas generalizada. Las zonas más propicias, con el terreno más adecuado, no eran suficientes para haber hostigado a las tropas nacionales hasta neutralizarlas. Lo que sí es cierto es que, en los frentes peor defendidos, las acciones de comando podrían haber entretenido a grandes contingentes nacionales ...NOTA 278

    Creo que la tesis de Beevor es enteramente correcta y exacta. Voy a presentar mis argumentos unos párrafos más abajo. Al margen de cuán brillantes fueran o dejaran de ser las posibilidades guerrilleras, estoy en desacuerdo con Viñas en su defensa de la estrategia del general Rojo. No es por defender esa estrategia -a mi modo de ver errónea- sino por otra razón, totalmente distinta, por lo que considero infundado el reproche vertido en el folleto del PCEml que estoy comentando contra la línea del PCE en 1936-39, a saber: el de no haber efectuado una guerra de movimientos sino de posiciones.

    El error (no del PCE -que poco papel pudo jugar en eso- sino del estado mayor del ejército, y concretamente de su cerebro, el general Rojo) fue justamente obcecarse en una guerra de movimientos (las cuatro imprudentes ofensivas de Brunete, Belchite, Teruel y el Ebro)NOTA 279 para la cual la República Española no tenía:

    Si la guerra hubiera durado más -digamos un par de años más-, el ejército republicano habría llegado a existir de veras. Mientras tanto, ese ejército era más una promesa que una realidad, con disciplina incipiente y no consolidada, con soldados sin experiencia ni fogueo y con mandos: improvisados e inexperimentados, los unos; potencialmente traidores, los otros (porque la conducta de muchos militares profesionales que permanecieron en la zona republicana obedeció al determinismo geográfico, nada más, mostrando tendencias a la conchabanza con el enemigo a medida que éste avanzaba).

    ¿No había nada que hacer? Sí. Podíamos resistir, atrincherarnos, blindar el frente, retroceder palmo a palmo, morir matando, hacer pagar carísimo al enemigo cada palmo de terreno; y así guardar un territorio nacional hasta que estallara la guerra mundial, como se sabía que iba a estallar. En suma, hacer lo que recomienda haber hecho A. Beevor: una estrategia defensiva.

    El ejército republicano hubiera debido renunciar por completo a las ofensivas -que le salieron carísimas y que, en el mejor de los casos (dada la correlación de fuerzas), sólo podían ser victorias pírricas. Hubiera debido consagrarse a atrincherar y fortificar al máximo todo el frente, con varias líneas defensivas escalonadas (ésa sí era una idea acertada de Rojo; las operaciones ofensivas impidieron dedicar suficientes esfuerzos a esa tarea de fortificaciones). Y así ralentizar al máximo el avance de los enemigos de la Patria.NOTA 282

    Resistir era vencer. ¿Qué habría pasado sin el tremendo desgaste de las cuatro grandes ofensivas (a la postre todas infructuosas -en suma derrotas pírricas más que victorias)?NOTA 283 El ejército republicano hubiera tenido una fuerza enorme, apoyado en unas trincheras blindadas, en una fortificación a conciencia del frente, para dificultar de tal manera el avance fascista que ni en 1939 ni en 1940 habría podido el enemigo conquistar todo el territorio nacional; y así se habría cumplido el vaticinio del Dr. Negrín de empalmar y unir la guerra española con la guerra mundial.

    Nuestra guerra era de resistencia. Había que resistir. Teníamos medios para resistir. Resistir a la defensiva. Teníamos también medios para algunas contraofensivas, en espacios donde el enemigo se alejaba de sus bases. De esas contraofensivas ganamos tres: las de la Carretera de la Coruña, el Jarama y Guadalajara. Perdimos el resto porque el ejército español se había desgastado en las quiméricas operaciones ofensivas.

    Frente a mi tesis pueden formularse seis objeciones:

    1ª objeción: con la defensiva pura no se puede ganar una guerra.

    Respondo: la guerra de España no podía ganarla la República militarmente. Su única salvación era ganarla como Chiang Kai-shek ganó en China la guerra contra la agresión japonesa: replegándose, cediendo el menor territorio posible, durando, resistiendo a la defensiva, aguantando el asedio hasta que el conflicto internacional derrotara a sus enemigos. Ésa era la línea política del Dr. Negrín, plenamente justa. Pero su plasmación militar no lo fue, porque el general Rojo adoptó una estrategia bélica de operaciones ofensivas como si la guerra se pudiera ganar militarmente.

    2ª objeción: con un ejército popular a la defensiva, les hubiera sido fácil a los fascistas horadar las fortificaciones fronterizas por aquí o por allá, abriendo un boquete por donde habrían irrumpido en la zona republicana.

    Respondo: la estrategia defensiva no excluye la contraofensiva, los contrataques (como los que se efectuaron en Guadalajara, el Jarama, la carretera de la Coruña, en 1936-37, y en Valencia, en julio de 1938). Lo único que excluye es la ofensiva. Para eso está la movilidad de fuerzas: para acudir rápidamente adonde se produce una ofensiva enemiga que perfora el frente, a fin de repelerla, colmar la brecha y hostigar entonces al enemigo con operaciones de distracción, aprovechando sus pérdidas.

    3ª objeción: así se hubiera dejado la iniciativa al enemigo.

    Respondo: justamente fue una equivocada obsesión de los militares profesionales del ejército popular (seguidos en eso por el ingenuo entusiasmo de muchos oficiales bisoños de origen miliciano) ese afán de iniciativa. En una guerra de resistencia no hay que querer tener la iniciativa. Es una guerra a la defensiva. Quien tiene la iniciativa no lleva las de ganar, sino las de perder, a menos que posea la superioridad.

    4ª objeción: esa estrategia defensiva va en contra de un viejo principio del arte bélico formulado en el siglo VI antes de Cristo por Sun Tzu en El arte de la guerra: atacar al enemigo donde éste es débil, donde no está bien preparado y donde no se lo espera.

    Respondo: ese principio no es válido para una guerra de resistencia en la que no cabe atacar (salvo pequeños ataques puramente tácticos, a los cuales, desde luego, se aplica el principio de Sun Tzu).

    5ª objeción: Esa estrategia defensiva pura es similar a la que llevó al fracaso a Francia en la primavera de 1940: se había parapetado en la Línea Maginot, previendo así una larga campaña de defensa. Pero los alemanes atacaron por Bélgica, irrumpieron por las Ardenas, tomando Sedán -que ya desbordaba por el Oeste la citada línea de fortificaciones; desde esa brecha lanzaron una audaz guerra de movimientos que derrotó rápidamente al ejército francés.

    Respondo: probablemente hubo traición en el alto mando francés, que simpatizaba con Hitler -igual que la mayoría de los círculos de la alta burguesía gala. Los patriotas, que secundarán la acción del general de Gaulle y la France Libre (18 de junio de 1940) fueron sólo un puñado, aunque después irán ganando respaldo en las masas. (Como mínimo había, si no traición, al menos derrotismo y desgana.) Por otro lado, había sido un error no prolongar la Línea Maginot hasta el Atlántico, confiándose en una alianza con la monarquía belga que flaqueó.NOTA 284

    6ª objeción:NOTA 285 La defensiva pura fracasó en Guipúzcoa, Extremadura y Castilla la Nueva, no impidiendo que las columnas coloniales y legionarias se aproximaran a la capital; y tampoco resultó eficaz en el Cantábrico en 1937.

    Respondo: las operaciones anteriores a noviembre de 1936 enfrentaban a un ejército sublevado con un no-ejército, con unas milicias poco organizadas auxiliadas por un armazón militar desarticulado. No había frente estable.

    Después de noviembre de 1936 -y sobre todo desde el verano de 1937- no sólo hubo (en formación) un ejército popular, sino, sobre todo, existió un frente estable, que era una frontera militar entre dos Estados, entre dos países: la España oriental y la España occidental -o la España citerior y la España ulterior-; cada una de ellas con su denominación (República Española/Estado Español), su gobierno, su territorio -en parte mantenido con estabilidad a lo largo de la contienda-, su capital, su bandera, su himno, sus instituciones, su administración, su ordenamiento jurídico, su ejército, su marina de guerra y mercante, su Banco emisor, sus vías de comunicación, sus universidades, su prensa, su radiodifusión, su propio cuerpo diplomático -presente en legaciones, consulados y embajadas-, su mentalidad, sus valores, su consenso, su ciudadanía -en buena medida movilizada por un sentimiento de lealtad, aunque estuviera geográficamente determinado y se alcanzara bajo coacción.

    Eran dos sociedades distintas, diferenciadas en los órdenes demográfico, socio-económico y antropológico. La España oriental abarcaba las tres grandes ciudades del país y sus principales comarcas fabriles (al principio todas ellas; Vasconia cayó pronto en manos del enemigo). Su población tenía una gran componente de obreros y jornaleros, a diferencia de la España occidental donde predominaba el campesinado y donde la población urbana (minoritaria) era, prevalentemente, artesanal y de servicios. Los índices de religiosidad eran mucho más elevados en la España occidental (ya al margen de que en la zona republicana la práctica religiosa sólo se practicó en privado durante la guerra, y aun eso en escasa medida).

    El agro era también diferente de una España a la otra: mientras que la oriental acaparaba la producción de cítricos y arroz, siendo preponderante en la de hortalizas, uvas y aceitunas, la occidental comprendía la mayor parte de las grandes superficies cerealeras -especialmente de los campos trigueros- y también en ella estaba lo principal de la ganadería y de los tubérculos, las leguminosas y las frutas. La densidad de población era muy diversa. Donde más se notaba la distancia que separaba a las dos Españas entre sí era en el ambiente ideológico de sus respectivas intelectualidades, que seguían pautas diametralmente opuestas, con tradiciones divergentes (cuya única coincidencia era la común referencia a la lucha anti-napoleónica de 1808-14). Un observador externo e ignorante que viajara por la una y luego por la otra habría sacado la impresión de que eran dos países escindidos siglos atrás para desarrollar, cada uno, su propia idiosincrasia.

    La estructura social también era radicalmente diversa: en la España oriental desapareció la gran propiedad, se creó un amplio sector estatal de la economía, al que se añadían la propiedad cooperativa y la pequeña y mediana propiedad privada; las relaciones laborales estaban presididas por avances sociales y participación de los trabajadores en el control. En la España occidental se restableció, en toda su pujanza, el latifundismo más ostentoso (Salamanca, Extremadura, Andalucía occidental), conservando -y acrecentando- su poderío la oligarquía financiera, a la vez que (a pesar de las vagas promesas del Fuero del Trabajo) se imponía la omnipotencia patronal y se anulaban los avances sociales (aunque, años después de su victoria en 1939, los triunfadores tendrán que volver en eso sobre sus pasos).

    De las 50 capitales de provincia españolas (a las que hay que sumar las ciudades de Ceuta y Melilla y las pequeñas posesiones coloniales de Guinea, el Sájara y el Rif), 10 capitales estuvieron en la zona gubernamental durante los 32 meses de guerra: Almería, Jaén, Murcia, Albacete, Alicante, Valencia, Cuenca, Ciudad Real, Madrid y Guadalajara. Cinco más se perdieron en el último año del conflicto: CastellónNOTA 286 y LéridaNOTA 287 (perdidas en 1938) y las otras tres capitales catalanas en enero-febrero de 1939.NOTA 288 En 1937 se habían perdido tres: Málaga, Santander y Bilbao. Seis ya se habían perdido en los primeros meses de guerra: San Sebastián, Cáceres, Badajoz, Huelva,NOTA 289 OviedoNOTA 290 y Toledo. Teruel fue la única que brevemente fue ocupada por el ejército republicano (1937-38). Los dominios africanos más las otras 25 capitales estuvieron en manos de los sublevados durante toda la guerra: Coruña, Lugo, Orense, Pontevedra, León, Zamora, Salamanca, Valladolid, Palencia, Huesca, Zaragoza, Pamplona, Vitoria, Burgos, Logroño, Soria, Segovia, Avila, Córdoba, Cádiz, Sevilla, Granada, Palma de Mallorca, Las Palmas y Santa Cruz.

    Ese panorama nos muestra la gran estabilidad del frente -que fue mucho más que eso, como ya lo he dicho: fue la raya divisoria entre dos Estados y entre dos civilizaciones (como el limes que los romanos consiguieron mantener contra los bárbaros durante varios siglos -con su estrategia defensiva-, siguiendo los cauces del Danubio y del Rin).

    Las provincias cantábricas no podían defenderse en 1937 por muchas razones; constituían un enclave de la España oriental en la occidental. Pero una firme estrategia defensiva hubiera permitido la paulatina consolidación del ejército republicano en la España oriental, imposibilitando que Franco ganara la guerra.

    Cerrando ya esa tanda de seis objeciones y sendas respuestas, agregaré que no se me escapa que Beevor emite sus opiniones como un elemento más de su anticomunismo radical. Pero en lo que lleva razón, la lleva. Y, de todos modos, quien decidió la estrategia de ataques fue el Estado Mayor del ejército republicano,NOTA 291 encabezado por el militar profesional conservador y católico, general Vicente RojoNOTA 292 -no el partido comunista ni los asesores rusos.NOTA 293

    Carlos Blanco Escolá (op.cit., p. 428) denuncia la falta total de una estrategia ganadora que manifestó el invicto caudillo de la cruzada. Es verdad. Franco fue tanteando, dando palos de ciego. Al principio (noviembre de 1936) creyó que iba a tomar Madrid y que «los rojos» se hundirían así. Fracasó. Entonces se le fueron ocurriendo -sin plan prefijado- blancos circunstanciales, según le iban pareciendo accesibles, para ir ganando territorio (aunque durante un tiempo se obcecó en lo de Madrid, cosechando repetidas derrotas).

    Lo salvó la errónea estrategia ofensiva del ejército popular, gracias a la cual pudo infligirle tremendas pérdidas y, en el contrataque, apoderarse de importantes partes de la zona republicana. Ni siquiera tras haberse adueñado de Cataluña, en febrero de 1939, tenía ningún plan estratégico que pudiera triturar en breve tiempo la resistencia de la España republicana, la cual hubiera podido seguir resistiendo -y lo habría hecho de no ser por la traición del coronel Casado secundado por los militares profesionales y por los círculos dirigentes del PSOE, IR y la CNT (o sea, por todos salvo los comunistas, los únicos que defendieron la honra de España).

    ¿Advertir a las masas que la guerra sería prolongada?

    La conclusión novena era que se hubiera debido advertir al pueblo español de que tenía por delante una guerra prolongada, porque, no habiéndolo hecho, las masas se agotaron, esperando un rápido fin del conflicto. Me temo que aquí los redactores están en Babia. Supongamos que el PCE avisa a las masas (¿en 1936?, ¿en 1937?, ¿cuándo?) de que la guerra durará mucho. Y las masas: (1) se lo creen (dadas las probadas dotes de vaticinio del PCE); y (2) se hacen pacientes, no se desesperan por una guerra que parece interminable y aguantan lo que sea. ¿De veras es eso creíble?

    Cuando Mao escribe su folleto Sobre la guerra prolongada es el año 1938; su audiencia eran los soldados del ejército rojo de las zonas de actividad rebelde en la China montañosa del interior no conquistada por el Japón (o, a lo sumo, la escasa población de las llamadas zonas liberadas). Llevaban ya 11 años de guerra; conque, dijéralo o no el nuevo líder comunista (recién encaramado a la dirección durante la Larga Marcha), la realidad se lo había dicho ya: vivían una guerra prolongada.

    En España el partido comunista tenía que hablar a las masas con relación a un tipo de guerra absolutamente diferente, en condiciones totalmente dispares, dirigiéndose a más de la mitad de la población del país (que habitaba el territorio inicialmente mantenido bajo la autoridad del gobierno republicano).

    ¿De dónde habría podido sacarse el PCE la conclusión de que la guerra sería corta o larga, adivinando una duración que, de antemano, nadie podía conocer? Y, de haber tenido el don de las profecías, ¿por qué las masas se lo iban a creer? Y de creerlo, ¿se habrían enardecido? O, al revés, ¿habrían aspirado más aún a que la guerra terminara lo antes posible, fuera como fuese -pensando que nada podía ser tan malo como la guerra, con los bombardeos fascistas sobre la población civil?

    Las verdaderas motivaciones del folleto sobre la guerra

    Cierro así mi refutación de las seis conclusiones que he escogido; las otras cuatro (4ª, 5ª, 8ª y 10ª) son irrelevantes o redundantes.

    Precisaré que lo que subyace al documento es la presuposición de que, de haber seguido el PCE una política correcta, se habría alcanzado el triunfo. Es una afirmación no demostrada; seguramente indemostrable; quienes la asuman habrían de hacerla verosímil ofreciendo escenarios posibles de concatenación de hechos y acaecimientos según los cuales, dada la correlación de fuerzas, las cosas hubieran marchado por caminos conducentes a ese resultado; o, si no, ofrecer otros argumentos. Pero el folleto no contiene ni uno solo en ese sentido. Cada vez que denuncia una decisión o una omisión del PCE, dice que por eso (y lo demás que también se denuncia) se perdió la guerra, como si fuera obvio que, de haberse tomado las decisiones inversas, se habría ganado.

    Siendo, pues, tan equivocado todo el folleto que he venido comentando en los párrafos precedentes, ¿qué sentido tenía? Los mandamases pequineses siempre habían presionado a los comunistas españoles para hacer esa crítica a la política del PCE en la guerra de 1936-39. La primera vez que estuve en China, con el camarada Paulino, en 1965-66, ya recibí esa instigación. Entonces cayó en oídos sordos. Ni Paulino ni yo estábamos por la labor.

    ¿Qué querían los líderes de la Ciudad Prohibida? En las conversaciones no sólo nos instaron a esa «autocrítica», sino que nos sugirieron los términos. Bastaba comparar lo hecho en España con lo hecho en China bajo la dirección de Mao. El propósito era doble: desacreditar a Stalin y a la Internacional Comunista del período 1923-43 y hacer ver que el pensamiento de Mao, el Sol Rojo en nuestros corazones, iluminaba, desde el Este, a la humanidad, desplazando cualquier otra influencia o referencia.

    La camarada Helena Odena instrumentalizó al PCEml para satisfacer esa instigación china. Tal ejercicio era un sinsentido. A la altura de 1972 ¿sobre quién haríamos recaer las culpas? ¿Sobre la dirección entonces existente del PCE? Santiago Carrillo se afilió al partido comunista en 1936 y no formó parte del núcleo dirigente hasta mucho después. Su responsabilidad sólo fue significativa en Madrid, no a escala nacional. La Pasionaria sí había sido una dirigente importante del partido en 1936-39 (aunque su papel era más el de agitación que el de fijar la política del partido); pero desde 1956 (sobre todo desde 1960) era, en el PCE, una figura decorativa.

    En realidad la política del PCE en 1936 la fijaron, en Moscú, Stalin, Manuilsqui y Dimitrof, líderes de la Internacional, porque la Komintern era un partido comunista internacional, del que los partidos nacionales eran meras secciones, subordinadas a la dirección centralizada. Desde luego José Díaz, como secretario general, asumió y ejecutó esa política, aunque buena parte del trabajo de dirección no lo ejercían los españoles, sino los enviados de la Internacional en España, como el benemérito Moreno=Stepanof (Stoyán Mínev o Minef),NOTA 294 Victorio Codovila (Luis) y el nº 1 de esa legación, Palmiro Togliatti (Alfredo).NOTA 295 La ejecución de esa política la realizaron -junto con ellos (que llevaban la voz cantante)- individuos como la Pasionaria, Vicente Uribe, Jesús Hernández, Pedro Checa, Antonio Mije y Joan Comorera.NOTA 296

    Eso revela otra debilidad del PCE: éste, muy poco numeroso al comenzar el año 1936, creció por una adhesión masiva durante los primeros años de la guerra; los nuevos adherentes, muchas veces aupados a puestos de dirección, no estaban identificados, en el fondo, con su ideología ni tenían preparación ni temple para los cargos que se les encomendaron. ¿Se hubiera podido y debido hacer otra cosa? Es posible.

    Aciertos y errores del PCE durante la guerra civil española

    ¿Se hubiera podido ganar la guerra? ¿Hubo errores? Se hubiera podido ganar. Y se cometieron errores. Los errores los cometieron el partido socialista, la izquierda republicana, la esquerra catalana, los nacionalistas vascos, los anarquistas y cuantos en marzo de 1939 secundarán el golpe militar del coronel Segismundo Casado. También los cometieron los radicales y socialistas franceses, los demócratas norteamericanos y, en general, cuantos impulsaron la no-intervención. Sin esos errores la guerra antifascista de 1936-39 se habría ganado.

    ¿Hubo errores en la política general del partido comunista? Que algunas de sus decisiones u omisiones fueron equivocadas es indudable. Es difícil saber en qué medida tales equivocaciones repercutieron en la derrota; me inclino a pensar que poco.

    Entre los errores de los comunistas españoles y de los agentes de la Komintern en España (el distingo no siempre es claro), yo señalaría los trece siguientes (ninguno de los cuales aparece en el folleto que estoy comentando):

    1. No haber hecho todo lo posible para que el gobierno de Largo Caballero apoyase a fondo el desembarco en Mallorca del capitán Alberto Bayo (futuro general cubano) en agosto-septiembre de 1936 ni haber intentado nuevos desembarcos ulteriores: Mallorca será una base esencial para los agresores (el reino de Italia y el Imperio Alemán), que así bloquearán la costa mediterránea española con el beneplácito («no intervención») de los aliados occidentales (Francia, Inglaterra y los estados unidos);NOTA 297 tomar Mallorca hubiera sido posible porque la lejanía impedía a los fascistas enviar grandes refuerzos militares; la marina republicana -que tan escasa actividad desplegó durante la contienda- hubiera estado bien empleada en una operación ofensiva en toda regla para la toma de esa isla, cuyo control era un asunto de vida o muerte para la República.
    2. Confiar la dirección del Partit Socialista Unificat de Catalunya a un equipo donde prevalecían individuos de ideología entre socialdemócrata y nacionalista, no comunista, lo cual acarreó la parálisis de ese partido frente al avance de las tropas fascistas en 1939.
    3. No haber apoyado la certera iniciativa del ministro de la guerra, Indalecio Prieto, tendente a declarar la guerra al Imperio Alemán tras el bombardeo de Almería por la aviación del Reich (el 31 de mayo de 1937).
    4. Haber llevado a cabo el desmantelamiento del quintacolumnismo en la provincia de Madrid en noviembre de 1936 (ante el inminente avance del enemigo sobre la capital de la República) con métodos de represión desproporcionada, ilegal e indiscriminada, que sirvieron al enemigo de arma propagandística.NOTA 298
    5. Haber actuado sin tacto, mano izquierda ni precaución para atajar el motín ultraizquierdista de Barcelona de mayo de 1937NOTA 299 y haber efectuado la represión posterior de modo abusivo y por procedimientos parcialmente injustos, que serán explotados por los capituladores en su campaña anticomunista.NOTA 300
    6. No haber seguido el consejo de Stalin en la primavera de 1938 de salir del gobierno, sino haber cedido a la presión del Dr. Negrín, quien impuso su voluntad de que, en el nuevo gabinete ministerial formado en abril de 1938, hubiera un ministro comunista: el de Agricultura, Vicente Uribe Galdeano.NOTA 301
    7. No haber planteado una estrategia puramente defensiva de atrincheramiento y resistencia pura.NOTA 302
    8. No haberse opuesto con suficiente tenacidad al traslado de la sede del gobierno nacional a Barcelona el 31 de octubre de 1937, traslado que implicó alejarse del amplio, redondeado y compacto territorio de la zona centro-sur, donde estaban las bases fuertes de movilización republicana y de respaldo popular;NOTA 303 cometido ese error, no haberlo enmendado proponiendo la vuelta del gobierno al centro-sur al quedar cortada en dos la zona republicana en abril de 1938; y haber completado ese error desplazando también la dirección del PCE y su aparato central a la zona catalana e invirtiendo en ella los mayores esfuerzos. (En último término fue un error adicional, en el mismo sentido, no haber regresado a la zona centro-sur tras el corte de abril de 1938 o, como mínimo, en el otoño, al replegarse el ejército del Ebro, cuando ya se sabía que Cataluña iba a caer en manos del enemigo.)NOTA 304
    9. Haber realizado un proselitismo excesivo, sobre todo en el ejército, que suscitó los recelos, las envidias y la hostilidad de quienes no fueron atraídos a las filas comunistas -o sea de la mayoría de los oficiales. Estaban justificadas -y no provocaban tantas suspicacias- las primeras oleadas de captación para la militancia en el PCE -en el período de su máximo prestigio, entre julio de 1936 y el verano de 1937-; pero, cuando vinieron las disensiones posteriores (con los largocaballeristas y anarquistas en la primavera de 1937 y, más tarde, con los prietistas y azañistas -al inclinarse unos y otros a la capitulación), el proselitismo comunista en el ejército suscitó una enconada oposición. El PCE podía alegar que estaba en su derecho, como cualquier otro partido, a ofrecer el ingreso en sus filas. Pero no basta llevar razón. Llevando razón, hay que ceder muchas veces en aras de salvaguardar las buenas relaciones con los aliados efectivos o potenciales.NOTA 305
    10. No haber sustituido a José Díaz -enfermo y apartado de la acción y de la labor directiva en la fase final de la guerra- por un camarada sano, vigoroso y con prestigio.NOTA 306
    11. En el período del declive, desde el verano -y, sobre todo, el otoño- de 1938, no haber hecho esfuerzos suficientes para mantener contacto afable y fluido con líderes y cuadros de las otras formaciones políticas y sociales, por muy fundado que fuera el reproche de que se inclinaban, cada vez más, a la capitulación (incluso muchos a una claudicación incondicional) -una deriva que se hubiera podido, no impedir, pero sí atenuar (en parte) con un acercamiento diplomático y un trabajo de persuasión; un trabajo que, como mínimo, habría podido apaciguar un poco la belicosidad anticomunista que acompañó a ese rampante capitulacionismo que invadió a todos los sectores excepto el PCE.
    12. No haber efectuado suficiente trabajo de masas en el período final, cuando más falta hacía y más difícil era mantener el entusiasmo y la combatividad;
    13. Cuando ya estaba todo perdido (tras la caída de Barcelona y la huida del gobierno a Francia) no haber considerado la propuesta transmitida por el camarada Moreno (Stepanof), que provenía de un sector de la CNT, de formar un gobierno revolucionario cenetista-comunista -abierto a cualesquiera otros que desearan colaborar- para llevar a cabo una resistencia numantina.NOTA 307 Un gobierno así no habría tenido reconocimiento internacional ni habría podido ganar la guerra pero, al menos, quienes se agruparan bajo su dirección podían morir matando y no someterse, inermes y pasivos, al exterminio que los aguardaba. De haberse establecido ese gobierno a comienzos de febrero (o incluso tal vez a comienzos de marzo), cabe preguntarse si no habría sido diferente la historia -no sólo la de España, sino la del mundo-. El PCE, aunque ya en decadencia, tenía aún fuerzas de sobra para emprender esa tarea con perspectivas razonables de lucha.NOTA 308

    Esos trece errores pesan poco en comparación con las grandes virtudes del PCE en aquel conflicto. Enumeraré quince:

    Nada menos que el reaccionario historiador yanqui Stanley G. Payne (proveedor de justificaciones a posteriori de la política del gobierno estadounidense con relación a España) reconoce -con desdeñosa y reticente condescendencia, desde luego- la justeza de esa política del PCE en la guerra civil española:

    Entre los historiadores más avisados ha habido una tendencia a convenir en que, efectivamente, el programa comunista constituía la política más coherente si se quería ganar la guerra y, desde luego, la más sensata de entre todos los grupos de izquierdas. El plan era relativamente claro, unificado, y presentaba una política militar concertada y convincente, un programa práctico para encauzar la revolución (aunque fuera aborrecible para la extrema izquierda revolucionaria), un plan de coordinación política, un programa racional para estimular la producción económica y militar, y una propuesta programática para la unidad social en el interior de la zona republicana, así como una intención propagandística clara y atractiva. Es más: la Unión Soviética fue la única potencia que proporcionó a la República una ayuda militar relevante, sin la cual Franco podría haber ganado la guerra a finales de 1936 [...] Entre los distintos proyectos políticos que había en la zona republicana parece poco dudoso que los comunistas fueron quienes proporcionaron a la izquierda la mejor ocasión para triunfar [...] su programa era el más práctico y el único que tenía visos de ser efectivo en las condiciones dadas de una guerra civil generalizada [...] los comunistas sí obtuvieron logros significativos en los ámbitos específicos que se han citado: la cuestión bélica, la seguridad, la propaganda y la desinformación [...] [con] un programa para racionalizar la revolución [...] pragmático y juicioso [...]NOTA 313

    ¿A qué fines prácticos servía la discusión sobre la guerra de España en 1972?

    ¿Qué valor práctico podía tener el folleto de la dirección del PCEml que estoy comentando?NOTA 314 En mi opinión absolutamente ninguno. A la altura de 1970, de 1972 o de años posteriores, era completamente impensable que pudiera volver a producirse en España un conflicto que se pareciera, de lejos o de cerca, al de 1936-39. Una guerra así es excepcional en la historia de la humanidad. Fue el enfrentamiento armado entre dos Estados separados por un frente (frontera bélica) -que tendieron a formar sendas naciones (porque algunos de los rasgos determinantes de la existencia de una nación diferenciada concurrieron a distinguir las dos Españas la una de la otra). Los ejemplos más parecidos en siglos recientes dudo que compartan varios de esos rasgos que son típicos de la guerra de España.NOTA 315

    Aun las imaginaciones más fértiles difícilmente podían vislumbrar en los años 70 circunstancias que llevaran a una nueva situación comparable a un hecho histórico tan extraordinario. Por ello las supuestas enseñanzas de los errores que causaron la derrota, aunque hubieran sido correctas -que no lo eran-, no habrían servido prácticamente de nada.

    Cuanto acabo de expresar en este apartado es la crítica que hoy, en 2010 -desde mis actuales planteamientos-, formulo a las tesis sostenidas en el comentado folleto del PCEml de 1974 (que se venía preparando desde antes de 1972).

    Mi actual crítica no refleja forzosamente mi punto de vista en los años 1970-72. Sin embargo, ya antes de la creación del PCEml en 1964 mi opinión se parecía a la que ahora tengo (al menos en defender y apoyar, en lo esencial, la línea política del PCE durante aquel trienio 1936-39); y, mientras fue posible, la mantuve durante varios años.NOTA 316 Más adelante, traté, sin éxito, de frenar -en la medida de lo posible- el nuevo giro impulsado por la VPE.NOTA 317

    El plan de un folleto de crítica de la política del PCE en 1936-39 me causaba un tremendo malestar y desasosiego, haciéndome ver que significaba romper con la tradición comunista que yo, justamente, me había propuesto reivindicar al separarme de la dirección carrillista en diciembre de 1963. ¡Para acabar repudiándola! Eso no se me podía pedir.


    §15.- Las cuestiones del respeto a los Estatutos y la revolucionarización

    Al margen de las 13 discrepancias sustantivas (aunque no sin cierta conexión con ellas), surgieron, por entonces, otras dos diferencias ideológicas.

    La primera era de carácter procedimental y no sustantivo: la vinculatoriedad o no de los Estatutos; o sea el deber de escrupuloso cumplimiento de los mismos. La VPE rechazaba tajantemente que los dirigentes estuvieran ligados por una obligación de atenerse a ellos, insistiendo en que tenía que pasar por encima el interés de la revolución: cuando obrar según las previsiones estatutarias fuera beneficioso para la revolución, se actuaría así; y, cuando fuera perjudicial, se haría caso omiso. (Naturalmente era la propia dirección -y más concretamente era esa misma voluntad- quien se encargaba de determinar en qué medida se producía una colisión entre el cumplimiento de los estatutos y los intereses de la revolución.) Esa posición venía a significar que, igual que en la monarquía despótica el soberano está solutus legibus (no obligado ni siquiera a cumplir las leyes que él mismo promulga), en el partido revolucionario la dirección está desligada de atenerse a unas reglas que sólo están vigentes para los militantes de base y los cuadros medios.

    La segunda diferencia adicional que surgió (de manera un tanto pintoresca) voy a relatarla a título anecdótico. Referíase a una presunta revolucionarización del partido.

    Nuestro modesto PCEml había escapado a la locura de diversos grupos europeos prochinos o maoistas, entusiastas de la malhadada RC pequinesa, los cuales habían seguido la huella de los guardias rojos haciendo la revolución de las conciencias y del modo de vida (¡bajo el denostado sistema capitalista!), llegando incluso a vivir en conventos o cenobios en los que el estilo de vida monacal y la plegaria colectiva -leyendo el devocionario, o sea el libro rojo del Presidente Mao- se combinaban con la confesión pública de los pecados (auto-crítica en que se denunciaban las balas almibaradas de la ideología burguesa).

    Cuando ya estaba empezando a pasar la RC china, se nos contagió con retraso esa fantasía.NOTA 318 El comité ejecutivo dedicó largas sesiones a debatir cómo hacer la revolución ideológica en nuestro propio seno para adquirir una mente verdaderamente proletaria. (La fecha de tan disparatadas sesiones no la recuerdo; debieron de tener lugar en 1971, ya hacia el final de mi militancia.)

    Tratábase de que cambiáramos nuestro modo de ver la vida y nuestros valores, para desembarazarnos de todo lo burgués y conservador. ¿Qué criterio valía para determinar lo burgués y conservador? ¿Eran valores conservadores el amor, la fidelidad en la relación de pareja, el esforzarse por mantener una presencia correcta -evitando la haraganería y el desaliño-, el orden, la belleza, la pulcritud, el esmero, la transmisión de la cultura heredada de los antepasados, el estudio, el aprendizaje concienzudo, el trabajo? O sea ¿había que rechazar todo lo que en la vieja sociedad nos habían enseñado a apreciar para valorar cuanto nos habían enseñado a condenar? No creo que ningún miembro del ejecutivo -ni siquiera la camarada Helena- llegara tan lejos (aunque ese género de actitudes andaban rondando en las mentes febriles de no pocos sesentayochistas).NOTA 319

    Sin llegar a tales extremos, ni mucho menos, y sin ofrecer criterio alguno, sí se postuló el principio de cuestionar las pautas culturales y axiológicas que nos habían inculcado para formar nuestras conciencias, orientándolas ahora hacia lo nuevo y progresivo.

    En ese contexto surgió un problema que se había planteado reiteradas veces en los partidos comunistas (recuerdo las discusiones sobre el realismo socialista en el seminario de Arrás de 1963): si cada hecho de la vida humana es o parte de la subestructura económica o una superestructura, y si, en la sociedad de clases, cualquier superestructura tiene un carácter de clase, entonces, puesto que el arte tendrá que ser una de tales superestructuras, cada expresión artística tendrá un determinado carácter de clase, representando el sentir y los intereses de la clase dominante o de una clase dominada.

    El marxismo-leninismo estándar había abordado esa cuestión optando por el arte realista como expresión de los intereses y sentimientos de las clases ascendentes y condenando las formas de arte no-realistas como expresión de las clases decadentes. Eso llevaría a estigmatizar como burgueses los estilos pictóricos como el cubismo y, más aún, el arte abstracto.

    Ahora bien, a la VPE le gustaban esas corrientes; conque se inventó otra teoría, a saber: se trataba de formas de expresión revolucionarias de un mensaje anti-sistema capitalista (que los inteligentes sabían descifrar, a diferencia del vulgo, que no lo percibíamos), con lo cual resultaba que lo reaccionario era adherirse a las formas viejas, al arte realista, mientras que lo revolucionario era propagar los esperpénticos bodrios de la extravagancia bohemia.NOTA 320 ¡El mundo al revés!

    Por mi parte (y sin encontrar, evidentemente, ningún eco en nadie), propuse otra teoría, que ya había concebido en Madrid en 1963-64 (justamente como salida a las discusiones de Arrás y las que siguieron):NOTA 321 el arte formaba parte de las fuerzas productivas, porque era la producción de un bien de consumo, igual que la mantequilla o los ferrocarriles; y los bienes de consumo no son burgueses ni proletarios (si bien tuve que responder a la objeción de que sí había ferrocarriles burgueses). Así pues, optar por el arte abstracto o por el concreto era una opción personal de consumo, como escoger tazas amarillas o blancas. Podíamos, pues, dejar a los artistas producir el arte que quisieran como a cualesquiera otros artesanos (en una economía mercantil, según las expectativas de demanda; en una economía planificada, según las necesidades de la población), dedicándonos nosotros a discutir los temas de política, que era lo nuestro. Cada quien, como consumidor, tendría sus propias preferencias. Ni que decir tiene que todo eso sonaba escandaloso, herético y pequeño-burgués.NOTA 322

    Si, por lo menos, esos devaneos hubieran constituido una simple pérdida de energías, la presunta revolucionarización no hubiera pasado de ser un efímero y frívolo pasatiempo al que los camaradas de la base habrían prestado escasa o nula atención. Sin embargo, producto de esas elucubraciones fue un conjunto de micro-cintas magnetofónicas donde se habían grabado las discusiones. Una pequeñísima parte se plasmó en un breve documento escrito, en el cual se presentaban tales ocurrencias como aplicaciones de «la estética científica basada en el marxismo-leninismo».NOTA 323 Por lo que he colegido de una lista de materiales del PCEml posteriores a mi marcha en mayo de 1972, las conclusiones de esos debates (seguramente las mencionadas cintas) se transcribieron para constituir materiales del I congreso, celebrado en 1973.NOTA 324

    Lo malo es que esa ansia por revolucionarizar aún más era un síntoma del irrealismo y del ultrancismo que se traducirán (después de mi marcha) en el viraje hacia el guerrillerismo urbano, que conducirá a suicidas y aventureras acrobacias con resultados funestos.


    §16.- La visita de Nixon a Pequín (febrero de 1972)

    Lo que a la postre desencadenó mi marcha del PCEml fue un nuevo incidente provocado por el gobierno chino: la invitación a Pequín del criminal de guerra Richard Nixon. Anuncióse con la visita a la capital china del secretario de Estado, H. Kissinger, el 15 de julio de 1971;NOTA 325 se perpetró al aterrizar Nixon en Pequín el 21 de febrero de 1972.

    Tras el anuncio, por enésima vez me quedé solo en el ejecutivo; todos los demás aplaudieron extasiados.

    Fue caótica la disputa que tuvimos sobre la posición que habíamos de adoptar. La VPE unía su desprecio al teoricismo a un manejo de la esgrima argumental, tendente, no a convencer, sino, en el mejor de los casos, a persuadir -aunque, en general, ni siquiera eso, sino sólo a hacer callar o desconcertar al interlocutor, interrumpiéndolo, a cada paso, en medio de una frase para aducir consideraciones que cambiaban el tema controvertido, lo cual en seguida tornaba vidriosa la discusión. Sin embargo el uso de tales recursos sofísticos llegó al máximo en el debate -si es que podemos llamarlo así- sobre la cuestión de Nixon. El principal argumento que se me opuso machaconamente es que yo me había quedado solo (lo cual era verdad) y no había más que hablar.

    Sólo recuerdo dos razones que se alegaron en un sentido justificativo de tal invitación:

    1. Lenin no dijo nada contra las negociaciones. Por lo tanto a los comunistas les es lícito negociar siempre y con todo el mundo.NOTA 326

    2. La visita de Nixon era como el pacto Ribbentrop-Molotof del 23 de agosto de 1939: un acto legítimo de maniobra flexible para explotar las contradicciones inter-imperialistas.NOTA 327

    Refuté ambos argumentos en la escasísima medida en que lo permitió el frenético rifirrafe verbal que tuvimos en el ejecutivo a raíz del anuncio del 15 de julio de 1971 (y que, más apagadamente, se repitió en febrero de 1972 -si bien esta vez fue fácil silenciarme en seguida, porque yo ya no tenía ánimos para volver a la carga).

    Frente a lo primero sostuve que de ningún modo era criterio para saber si una conducta era lícita o ilícita para los comunistas el que Lenin la hubiera bendecido con su aprobación. Podía haber dicho que sí y estar mal (porque se hubiera equivocado o porque las circunstancias fueran distintas) y podía haber dicho no y estar bien (idem); y en el número infinito de cuestiones acerca de las cuales no se había pronunciado, su omisión no podía considerarse un argumento de autoridad negativo a favor del sí, porque, con semejante regla de inferencia, llegaríamos a absurdos manifiestos.

    También aduje un contra-argumento de autoridad, pero éste positivo: no hay, no puede haber, una tesis marxista sobre si, en general, es correcto (o válido o lícito) negociar; todo depende. Mao Tse-tung, en su folleto «Sobre las negociaciones de Chungching» (1945-10-17) dice: «La manera de `responder medida por medida' depende de la situación. Algunas veces no ir a negociar es responder medida por medida y, otras veces, ir a negociar también es responder medida por medida. Tuvimos razón al no ir antes, también la tenemos al ir esta vez; en ambos casos hemos respondido medida por medida» (Obras escogidas, trad. española, Pequín: Ediciones en lenguas extranjeras, 1963, 2ª ed., p. 54). Dígalo Mao Tse-tung o quien sea, es la pura verdad. No puede haber regla general válida de negociar ni de no negociar. Mi argumento no convenció; me temo que ni siquiera se le prestó atención.

    Al segundo argumento objeté que las condiciones eran absolutamente dispares respecto a las de 1939:

    1. Alemania y la URSS eran países amigos desde el Tratado de Rapallo del 16 de abril de 1922 (concertado siendo Lenin jefe del gobierno soviético), puesto que, aun habiendo estado enfrentados en la I guerra mundial, ambos surgieron como perdedores y perjudicados por el orden internacional del Tratado de Versalles de 1919. Esa amistad, mutuamente beneficiosa, la había truncado la política de Hitler al llegar éste al poder en enero de 1933. La URSS había tratado entonces de aliarse con las democracias occidentales, pero éstas obstinadamente le habían dado esquinazo: apoyo a la sublevación fascista en España (y, por lo tanto, a la intervención germano-italiana); traición a Checoslovaquia en el contubernio de Munich de 29 de septiembre de 1938; recalcitrante boicot occidental de las conversaciones celebradas en el verano de 1939 entre los gobiernos de Rusia, Francia e Inglaterra para llegar a un convenio de seguridad; política británica de incitación a la agresión alemana hacia el Este.NOTA 328 En tales condiciones, Alemania propuso en agosto de 1939 volverse atrás de su política de hostilidad anti-soviética para retrotraer, más o menos, las relaciones entre ambas potencias a su situación de 1932; a la vez, la Unión Soviética estaba siendo, en ese mismo momento, militarmente agredida por el Japón en el extremo oriente, donde se estaban librando cruentas batallas que se saldaron con la victoria rusa.NOTA 329 A Stalin no le quedaba otra opción que aceptar la oferta de Berlín o ver su país atacado simultáneamente por el Este y el Oeste, con el beneplácito de quienes obstinadamente habían rehusado ser sus aliados.NOTA 330

    2. La China de 1972 no estaba en ninguna situación comparable, bajo ningún aspecto. Ni estaba siendo militarmente agredida por nadie, ni había vanamente propuesto a nadie un pacto de alianza (al revés, eran los chinos quienes se habían negado a la política de acción conjunta antiimperialista que Bresnef les venía proponiendo desde 1965) ni, por último, el acercamiento a Washington significaba el retorno a un buen entendimiento anterior (salvo si Mao se consideraba sucesor de Chiang Kai-shek).

    3. Lo que se acordó en agosto de 1939 entre los ministros de asuntos exteriores alemán y soviético fue un pacto de no agresión y ayuda mutua (cuyo contenido esencial se hizo público, si bien contenía cláusulas secretas); qué se cocinaba en Pequín con la visita de Nixon quedaba totalmente oculto, clara señal de que era un pacto avieso y vergonzoso;NOTA 331 y, si no lo había, se estaba sembrando tal desconcierto (justo en el momento en que los vietnamitas estaban calificando a Nixon de ser el mayor criminal de guerra de todos los tiempos) sin ganancia ninguna, lo cual sería el colmo de la torpeza.NOTA 332

    4. Incluso la parte más usualmente vituperada del pacto germano-soviético de 1939 -el adicional protocolo secreto que imponía la inhibición de cada signatario en las operaciones del otro dentro de una línea fijada de común acuerdo- era el único medio viable para que Rusia obtuviera la devolución del territorio occidental que había perdido en el inicuo Tratado de Brest-Litofsk del 3 de marzo de 1918,NOTA 333 para así, borrando las secuelas de ese infame Tratado, incorporar a la ciudadanía soviética a 22 millones de habitantes (rusos hasta 1918); en el caso de la China de 1972 no se imaginaba qué ganancia territorial podía obtener -y no obtuvo ninguna.

    5. La URSS de 1971 tenía sus defectos, pero no era un país capitalista ni imperialista, a diferencia de la Francia y la Inglaterra de 1939.NOTA 334

    Aunque la tesis que propongo es que la visita de Nixon a Pequín en febrero de 1972 marcó un viraje de la política exterior china -que pasó de considerar al imperialismo yanqui como su principal enemigo a considerarlo como su principal aliado-, ya había un signo precursor en esa política china desde un par de lustros antes: la alianza con los sucesivos regímenes militares pro-occidentales de Paquistán contra la India. Durante el período 1959-1970, ese paradójico contubernio no pasaba de ser una excepción de la política china, que no había impedido a los líderes pequineses mantener su beligerancia revolucionaria anti-norteamericana, todavía manifiesta en el IX congreso del PC chino en 1969 (el fugaz apogeo de Lin Piao). Podía justificarse tal excepción por un imperativo de interés nacional, una válida razón de estado -a causa del conflicto territorial con la India-, en la medida en que quedara circunscrita a un espacio geográfico bien determinado -por la contigüidad con China y la disputa fronteriza- y no obstaculizara la línea general de lucha anti-yanqui. Perdida la mesura, franqueado ese límite, lo antes excepcional pasó a ser la regla.


    §17.- Cese de militancia (mayo de 1972)

    La reacción de los camaradas del ejecutivo ante el anuncio de la visita de Nixon a Pequín en el verano de 1971 me causó una depresión nerviosa, que me curé con anafranil y unas vacaciones con mi compañera en Alguer (Cerdeña) en el mes de septiembre. Me devolvieron la serenidad esos días de sol, natación, reposo, lectura en la playa y cine vespertino. Ya tranquilizado, al llegar el otoño tuve que participar en las reuniones de la dirección dedicadas a elaborar una nueva línea política del partido. En esa preparación salieron a flote las 13 divergencias que he señalado en el §13.

    Decidí marcharme. Para ello tuve que superar un problema de conciencia. Estaba claro que si, siendo yo miembro del comité ejecutivo y del secretariado del comité central, había llegado tan lejos la deriva ultraizquierdista -sin que consiguiera evitarla mi resistencia, activa y pasiva-, la VPE, desembarazada de mi presencia, impondría una aceleración de ese viraje. Como así fue. ¿No tenía yo que sacrificarme, continuando una militancia en la que ya no creía, para atenuar y ralentizar esa funesta deriva?

    Llegué a la conclusión de que no tenía tal deber en absoluto. ¿Qué deber sería ése de militar en una organización sin fe ni esperanza, sólo en aras de frenar o amortiguar un poco el agravamiento de un mal irreversible e irreparable?

    Tomada, pues, esa decisión de marcharme, el problema era: ¿cómo hacerlo? Lo normal hubiera sido solicitar que se incluyera en el orden del día de una reunión del comité ejecutivo un punto en el que un miembro del mismo -concretamente yo, camarada Miguel- manifestara su renuncia a seguir militando en las filas del PCEml, tomándose, amistosa y conjuntamente, las medidas conducentes a evitar inconvenientes para la organización (tareas pendientes, contactos, citas, entrega de documentos confidenciales), previa una explicación de los motivos ideológicos de tal decisión. Pero eso resultaba completamente imposible.

    En los partidos comunistas tradicionales nunca se había previsto en qué medida a los afiliados les era lícito cesar voluntariamente su militancia. Sin embargo, en virtud de una regla de lógica jurídica -el principio de permisión-, lo que no está (estatutariamente) prohibido está (estatutariamente) permitido. La mera ausencia de una prohibición, explícita o implícita, acarrea automáticamente la existencia de una autorización de la conducta no prohibida; y esa regla se aplica a cualquier ordenamiento normativo, bueno o malo, porque, cuando un conglomerado de mandamientos no se ajustan a ciertos parámetros o cánones mínimos de congruencia normativa, lo que se tiene es un manojo de imperativos inservible para regular la actividad común de una pluralidad ordenada de individuos. Si los Estatutos de una organización, sea la que fuere (legal o ilegal, benéfica o maléfica), no respetan, entre otros, ese canon que constituye el principio de permisión, lo que tenemos es un caos, un reino de la pura arbitrariedad.

    Por lo tanto, cabe sobreentender que los estatutos de los partidos comunistas -incluidos los marxistas-leninistas- presuponían, implícitamente, ese principio de permisión; y así, al no prohibir el cese voluntario de militancia, lo autorizaban (aunque sujetaran su ejercicio a condiciones para salvaguardar intereses legítimos de la organización, según los compromisos asumidos por el militante en cada caso).

    En ese transfondo, irrumpe entre nosotros en los años sesenta el conocimiento de los estatutos del partido comunista chino, los cuales desde decenios atrás -y como fruto de una de las peculiaridades que Mao Tse-tung había impreso al comunismo de su país desde 1935-, reconocían expresamente el derecho del militante de salir del partido comunista.

    Tal autorización escandalizó a la VPE. Su mentalidad era: blanco o negro, conmigo o contra mí, todo o nada.NOTA 335 Sus machacones pronunciamientos en ese sentido iban apuntalados por su ascendiente, su destreza en el arte de la disputa y hasta su poder fáctico. Y es que no había, a la sazón, ningún otro camarada en la dirección que disfrutara de una vida legal.

    En el PCEml -lo mismo que en cualquier organización, pública o privada, en la que teóricamente las decisiones las toman órganos colectivos- se manifestaban los rasgos buenos y los rasgos malos del ser humano. Por detrás de los cauces reglamentarios, operan mecanismos de control fáctico, corrientes subterráneas, como las que existen y actúan en una asociación científica, en un club deportivo, en una cooperativa, en una sociedad anónima, en un sindicato, en un colegio profesional, en un ayuntamiento, en un departamento universitario o en una banda de malhechores. La socialidad connatural al hombre es lo que ha dado a nuestra especie su fuerza y ha labrado su prosperidad; pero en su ejercicio también se canalizan algunos de los vicios humanos: la maquinación en la sombra, la intriga impalpable, el ostracismo larvado y la puesta en práctica de resortes de poder, los unos sutiles y los otros no. Muchas veces aun con buena voluntad, como una fatalidad.

    Cuando el camarada Matías presentó su dimisión como miembro del comité ejecutivo en las navidades de 1971-72, la VPE propuso rechazar la dimisión, aunque por una vez (sin duda la última) quedó en minoría. Sin embargo lo que se manifestó en aquella reunión es que ya había consenso en que el militante no era libre de cesar su militancia ni siquiera dimitir de sus responsabilidades (que se podía ser dirigente a la fuerza).

    Ese incipiente consenso suscitaba un grave problema normativo (pero me temo que entre nosotros existía poca sensibilidad hacia tales cuestiones). A nadie se le había advertido, al ingresar en el partido, que estaba pronunciando unos votos perpetuos. Ni en el transcurso de su militancia tampoco nunca se había avisado a ningún camarada de su deber de permanecer en el partido en una unión indisoluble hasta que la muerte lo separase del mismo. Ni se había avisado a nadie que, una vez que aceptara asumir un cargo de responsabilidad, le estaría prohibido dimitir.

    La práctica previa tampoco iba en ese sentido. En las condiciones de clandestinidad, un cierto peligro rodeaba siempre la posible actuación de un ex-militante y, sobre todo, un ex-dirigente; pero, hasta entonces, ninguna medida se había tomado salvo la consigna de romper contactos con quienes habían abandonado el partido desde posturas ideológicamente hostiles a su línea política. No se había cuestionado que, de suyo, el salir de las filas era un comportamiento lícito, que nadie había tratado de impedir ni de obstaculizar.

    En el nuevo clima que se estaba creando en torno a 1971-72, estaba calando un nuevo enfoque de ese problema; en adelante cualquier intento de salir del partido sería sancionado -sin que se hubiera fijado la sanción aplicable al caso.NOTA 336

    Ese giro implicaba para mí una consecuencia muy seria. Bloqueábase la posibilidad de plantear directamente mi salida y arreglar amistosamente los detalles del traspaso de funciones.

    Por otro lado estaban agotadas las posibilidades de discusión político-ideológica. Tras la visita de nuestra delegación a Pequín en el verano de 1970 y, sobre todo, tras la crisis de Nixon un año después, mis posibilidades de influir en el ejecutivo, ya antes menguadas, se habían hecho nulas. Ya no había nada que discutir. La erística había sustituido al debate (tan rico y vivo en 1964); por un cúmulo de circunstancias, ya no estaban en el comité ejecutivo las mentes que hubieran podido pensar con independencia.

    Opté, pues, por largarme a la chita callando; dejé, eso sí, una nota razonada de adiós destinada a leerse unos días después de mi marcha.NOTA 337

    ¿Estuvo justificada mi conducta? Rotundamente, sí. Por las ocho razones siguientes:

    Mi salida del PCEml estuvo justificada. Iba contra mi conciencia comunista seguir siendo dirigente de una organización que se adentraba en una senda errónea y suicida, no beneficiosa a la revolución española. (Y, en las condiciones imperantes, no había otro modo de cesar la militancia que hacerlo por decisión unilateral y súbita.)

    Puede objetárseme que, si bien, hacia 1970 ó 1971, se estaba produciendo un cierto viraje ultraizquierdista en la línea del PCEml, sin embargo, en lo esencial, los errores venían del arranque mismo del movimiento prochino, o marxista-leninista, en 1964; por lo tanto, puesto que yo mismo había participado protagónicamente en esa botadura, me hubiera incumbido apechugar con lo que viniera después, porque nunca hubo corte.

    Respondo que, sin haber discontinuidad, sí hubo un efecto acumulado de desviaciones respecto de la línea inicial de 1964. Yo mismo -en no pocos de los artículos enumerados en el Anejo I- asumí y respaldé con mi pluma tales desviaciones (aunque para hacerlo tuviera que vencer mis escrúpulos, sufriendo un desquiciamiento intelectual). Pero lo que está cerca de lo que está cerca no por ello está cerca. Las jornadas de preparación colectiva de la nueva Línea Política en diciembre de 1971 constituyeron un parteaguas; para mí, seguir adelante con esa nueva Línea Política era franquear un Rubicón que no estaba dispuesto a cruzar: el riachuelo, el arroyo, que separaba la (relativa) moderación del extremismo (por mucho que éste viniera incubándose desde años atrás).

    Resolví preparar la fuga con sigilo.NOTA 338 Tras un viaje de mi compañera a París para hacer una gestión en la embajada de México sobre la posibilidad de emigrar a ese país -que se saldó con una negativa-, el martes 16 de mayo de 1972 obtuve un visado del consulado peruano en Ginebra. Por esos días vinieron a visitarnos mis padres (a pesar de estar en mayo -mientras que solían venir en verano). Con su ayuda compramos unos baúles en un pueblo francés cerca de la frontera y los pasamos a Suiza en la baca de su coche.NOTA 339

    Estábamos, gracias a ese compromiso familiar, momentáneamente a salvo de visitas inoportunas (salvo algún imprevisto, que afortunadamente no se produjo). El miércoles 24 de mayo embalamos, en los baúles, los libros, el gramófono, los discos, adminículos, papeles, alguna ropa y unos pocos enseres, mandándolo todo por barco al puerto del Callao, a través de una agencia de transportes. (Naturalmente tuvimos que abandonar el modesto mobiliario que habíamos comprado con sacrificio e ilusión.)

    Al día siguiente por la mañana salimos en coche mi mujer, mis padres y yo. Nos despedimos de mis padres en Lyon. Mi mujer y yo viajamos por tren a París, alojándonos dos noches en un hotelucho cercano a la Gare du Nord; recorrimos las librerías del barrio latino (principalmente la de PUF en el Boulevard saint Michel).

    Los libros entonces adquiridos los escogimos por una combinación de criterios (aunque principalmente por el mero azar de toparnos con ellos): deseo de mantener un vínculo con el marxismo que habíamos profesado y que, en ese momento, seguíamos profesando; un difuminado retorno del interés por la filosofía y por la lingüística; precio accesible; necesidad de no cargar demasiado nuestro equipaje. (Todo eso sin tener ninguna perspectiva, ni siquiera vaga, de poder reiniciar nuestra vida en quehaceres que tuvieran algo que ver con los estudios, fueran los de la filosofía u otros.) La lista resultante abarcaba: Georges Mounin, Introduction à la sémiologie; Lucien Sève, Marxisme et théorie de la personnalité; Alain Rey, La lexicologie; André Martinet, Éléments de linguistique générale; Paul Miclau, Le signe linguistique; Jean T. Desanti, Phénoménologie et praxis; Jacques d'Hondt, Hegel en son temps; A. Pelletier & J.J. Goblot, Matérialisme historique et histoire des civilisations; varios de Plejanof; Henri Salvat, L'intelligence mythes et réalités; Centre d'Études et de Recherches Marxistes, Sur le mode de production asiatique; varios de la colección classiques du peuple (Condorcet, D'Holbach, Diderot, Helvétius, Lamarck, La Mettrie, Rousseau, Voltaire); y alguno que otro de Husserl. Todo eso nos lo llevamos encima al Nuevo Mundo.

    En la tarde del viernes 26 visitamos, para despedirnos, a D. José Maldonado, Presidente de la República en el exilio.NOTA 340


    §18.- La vida continúa (después de mayo de 1972)

    1. Mi trayectoria entre 1972 y 1983

    Al anochecer del sábado 27 de mayo embarcábamos en el aeropuerto de Luxemburgo.NOTA 341 Tras un breve tránsito matutino en un hangar del aeródromo de Bridgetown, tomamos -en la mañana del domingo- otro vuelo hacia Puerto España, en la isla de Trinidad. Nuevo cambio de avión. Por la tarde aterrizábamos en Maiquetía, pasando control de aduana y policía (bastante desagradable). Tras pernoctar en un hoteluco de las cercanías, en la mañana del lunes 29 de mayo de 1972NOTA 342 emprendíamos un nuevo vuelo -éste ya hacia nuestro destino, aunque teniendo que hacer escala en Bogotá.NOTA 343 Yo no portaba un pasaporte, sino un titre de voyage que, como refugiado, me había expedido el gobierno francés -aunque, entre tanto, mi residencia legal en Francia había caducado.NOTA 344 ¿Cómo lo tomaría la policía de inmigración?

    Me invadían la desazón, la inquietud y la congoja. Era escasa mi confianza en mí mismo y en la fortuna. Apenas acariciaba una vaga esperanza. Al bajar del avión en la tarde de aquel lunes 29 de mayo de 1972 mi compañera y yo teníamos, pues, dos objetivos: subsistir y pasar desapercibidos. Temíamos que nuestro pasado nos impidiera tener el presente tranquilo, anónimo y anodino al que aspirábamos, sobre cuya orientación no teníamos la menor idea.

    En el consulado español un amable funcionario me expidió, días después, un pasaporte, que me permitió circular sin llevar encima el estigma de una anomalía política (como sucedía con mi título francés de refugiado, por otro lado irrenovable).

    Por suerte, logramos, mal que bien, sobrevivir, gracias a una fortuita serie de coincidencias, encuentros casuales y ayudas imprevistas, no sin atravesar por zozobras y sinsabores. Sin embargo, esa estancia limeña no pudo consolidarse, no abriendo ninguna perspectiva de continuidad.

    Conque -merced a una gestión que, por correspondencia, realizó mi padre desde Madrid- a fines de junio de 1973 emprendimos viaje en autocar de Lima a Quito, a fin de matricularnos en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) -regentada por la Compañía de Jesús. El viaje por carretera no sólo salía mucho más barato que por avión, sino que, además, nos permitía emigrar con la casa a cuestas. El trayecto duró más de sesenta horas. Lo recuerdo un poco oníricamente, casi como una pesadilla, llena de sobresaltos. Lo peor fue el temor al pasar la aduana en Huaquillas: nuestro equipaje pesaba 90 Kg, incluyendo nuestra máquina de escribir, que temíamos fuera interceptada o sujeta a arancel de importación.NOTA 345

    ¿Por qué esa decisión de retomar los estudios universitarios? Nada de antemano había fijado que mi dedicación profesional fuera la enseñanza universitaria; ni, al abandonar la militancia el año anterior, aspiraba yo a tal cosa -pensando, más bien, que, a esas alturas de la vida, ya sería un sueño que me dejaran vivir en algún país desempeñando cualquier menester, fuera el que fuese, por la más modesta remuneración suficiente para no morir de hambre. A la vida académica me vi abocado por un cúmulo de circunstancias. En realidad me empujaron. Paradójicamente, por dificil que fuera el camino de la docencia universitaria, resultó, a la postre, el único en el que surgió para mí una oportunidad. (Eso sí, al hallarlo, ya no busqué ni añoré ningún otro.)

    Nada más llegar a Quito, nos alojamos en una posada. Al día siguiente fuimos a la Universidad, donde amablemente nos recibió el Padre Julio César Terán Dutari, S.J. Hicimos los trámites de matrícula -previa legalización de certificados. (El curso no empezaría, sin embargo, hasta el mes de octubre.) Gracias al resguardo, pudimos obtener en la oficina de extranjería un visado extendido para estudios. Visitamos a unos familiares de unos conocidos, pero no pudieron ayudarnos a encontrar casa. Mi compañera la buscó por anuncios de periódico. Al cabo de varios días, pudimos alquilar una vivienda de dos estancias, con cocina y cuarto de baño, en duplex (planta baja y semi-sótano), en el barrio de Toctiuco Bajo, próximo al centro pero muy escarpado, en la ladera del Pichincha, a tres mil metros de altitud. Allí vivimos 25 meses: de comienzos de julio de 1973 al 31 de agosto de 1975.

    Era errático el suministro de fluido eléctrico; en realidad, estábamos sin luz la mayor parte del tiempo; agua sólo recibíamos unas pocas horas al día, por la mañana: madrugábamos para llenar unas tinajas de plástico,NOTA 346 yéndonos en seguida a las clases en la Universidad y pudiendo, a la vuelta, utilizar el líquido así guardado hasta el día siguiente; algunas mañanas, sin embargo, no llegaba (cuando no funcionaba el bombeo). El abastecimiento alimentario era también laborioso en ese barrio, escaseando los productos de primera necesidad. Algunas veces comprábamos un lote de productos comestibles en el centro y lo subíamos a casa en taxi; pero almacenarlos era casi imposible como no se tratara de latas de conserva; evidentemente comprar una nevera estaba fuera de nuestro alcance y tampoco hubiera servido de mucho con los frecuentes y prolongados apagones además de las restricciones regulares. En invierno la temperatura era baja, siendo difícil calentarse. De hecho en ese período se agravaron mis dolencias y achaques por los muchos catarros. Uno de los pocos medios que encontramos para combatir el frío fue el uso de un ladrillo, sustraído en unas obras cercanas, que poníamos al fuego, envolviéndolo después en periódicos.

    El peor problema no era ninguno de ésos, sino la movilidad: los colectivos pasaban de largo, abarrotados, sin admitir ya más viajeros; de nada valía esperar a que hubiera cesado esa aglomeración en las colas, ya que entonces el servicio se interrumpía, funcionando sólo en horas punta. Por otro lado, yo me ahogaba subiendo a pie -bajo un ecuatorial sol de justicia- el empinadísimo camino de guijarros que ascendía desde la Plaza de San Francisco, montaña arriba. (La distancia entre nuestra casa y la ciudad de Quito, propiamente dicha, sería como de uno o dos kilómetros, aproximadamente; pero el desnivel era tremendo.) Tomar un taxi implicaba un gasto que se podía hacer de vez en cuando, pero no cotidianamente. NOTA 346bis

    Estudiábamos por las tardes y noches, frecuentemente a la luz de las velas (habíamos hecho un candelabro con una sartén). Así escribimos conjuntamente nuestra primera monografía, que fue sobre el tema del hombre en la filosofía de Leibniz.

    Tras dos semestres de estudios complementarios (en los que tuvimos la suerte de ser alumnos de verdaderas lumbreras, como los Padres Terán y Rubianes) alcanzamos mi mujer y yo -previa elaboración de sendas tesinas y rendición de un examen complexivo De uniuersa philosophia- el título de Licenciado en Filosofía en julio de 1974. (Yo escribí mi tesina sobre una interpretación de la prueba ontológica de la existencia de Dios de San Anselmo.)

    Inmediatamente después fui contratado como profesor a tiempo parcial por la PUCE hasta el año siguiente, en que cesé voluntariamente para emprender mis estudios de tercer ciclo en la ciudad belga de Lieja.

    Al llegar allí en septiembre de 1975,NOTA 347 nos vimos ante la amenaza de ser obligados a salir del Reino para, desde fuera, interponer, ante un consulado belga, una solicitud de estancia, previa presentación de un certificado de carencia de antecedentes penales. Fue entonces cuando, al pedir tal certificado a través de una gestoría contactada por mis padres, supe que yo estaba condenado por rebeldía, al haberme sustraído a la conscripción militar. Felizmente las autoridades belgas nos concedieron una exoneración por motivos humanitarios. (Bastó un certificado de buena conducta expedido por mi anterior empleador, la PUCE.)

    En el cuatrienio que pasé en Lieja obtuve un Certificado de estudios americanos (1978), fui alumno del Prof. Jules Varlet -del Instituto de Matemática- en un curso de álgebra universal (1979) y, simultáneamente, trabajé, bajo la dirección del Prof. Paul Gochet -siguiendo con asiduidad sus cursos y seminarios-, en mi tesis doctoral, que leí el 6 de julio de 1979 ante un tribunal de la Universidad de Lieja (en el que figuraban dos miembros ajenos a la misma: Henri Lauener y Leo Apostel). La Universidad me confirió entonces el título de Doctor en Filosofía con una tesis titulada «Contradicción y verdad», donde proponía -a partir de mi inicial punto de partida (un enfoque dialéctico hegeliano)- una lógica matemática de las verdades contradictorias, articulada como lógica de la gradualidad.

    Esos cuatro años fueron decisivos en la formación de mi pensamiento filosófico, gracias al descubrimiento de los trabajos de Lofti Zadeh, que, junto con los de Nicholas Rescher, influyeron definitivamente en mi propia opción filosófica.

    En el plebiscito del 6 de diciembre de 1978 no pude votar (habría votado «No»). Los pactadores de la transición no querían sobresaltos: excluyeron del censo a los millones de españoles que aún residíamos en el extranjero. (De los que residían en España el 59% votaron «Sí».)

    La recién promulgada amnistía sólo me beneficiaba a largo plazo, porque -según lo acabo de decir- yo estaba condenado in absentia por rebeldía; para que la amnistía me fuera aplicable, tenía que solicitar expresamente el indulto, lo cual desencadenaría un nuevo arranque de mis obligaciones de prestar el servicio militar, jurando la bandera rojigualda e incorporándome a filas (a mis 35 años).

    Ante esa perspectiva -y ya próximo a concluir mis estudios de tercer ciclo en la Universidad-, decidí aceptar la única oferta laboral que tenía: reincorporarme a mi plaza de profesor universitario en Quito, esta vez a tiempo completo. Así lo hice.

    No sin temor, viajamos en autocar de Lieja a Madrid el 28 de julio de 1979. Al cruzar la frontera por Behobia, subió al coche una pareja de policías o guardias civiles que fueron examinando los pasaportes. Mi corazón dio un vuelco. Espero que no se me notara en los ojos, que me suelen delatar. No pasó nada. Seguimos el viaje.

    Ese paso fronterizo me hizo ver que España seguía igual. Al norte, orden, limpieza, tranquilidad, puntualidad y observancia de las reglas -pese al enorme atasco de la salida y vuelta de vacaciones estivales. Al sur, desorden, plantones, retrasos, informalidad, olores, suciedad, algarabía y bullicio. Habían transcurrido casi 14 años desde que viera España por última vez (diciembre de 1965). Pese a los cambios de superficie, nuestra Patria seguía inalterada.

    Llegados a Madrid, pasé unas semanas acogido en la casita de mis padres en Soto del Real (antes Chozas de la Sierra). A comienzos de septiembre emprendimos vuelo hacia Quito. Pensaba radicarme allí definitivamente. No fue así. Estuve cuatro años desempeñando mi trabajo de profesor de filosofía en la PUCE (1979-83).

    2. La orientación de mi trabajo filosófico

    Al cesar mi militancia en 1972, no por ello renuncié a mis creencias marxistas ni a mi ideario comunista. Mis convicciones de aquella época las fui abandonando más tarde, no como resultado de una mutación brusca, sino de una difuminación paulatina y de la erosión del tiempo.

    Al interrumpir mi afiliación política, no me dediqué a temas de orientación marxiana ni abracé ninguna variante de marxianismo. Y es que, si bien el marxismo-leninismo ortodoxo había suscitado mi adhesión, en cambio no me atraía ninguna de las escuelas o de los pensadores marxoides de quienes tenía noticia o de cuyo pensamiento pude saber algo por entonces o poco después.NOTA 348 En el momento de abandonar la acción política en 1972, todavía no podía conocer el marxismo analítico, que surgirá unos años después con el libro de G.A. Cohen Karl Marx's Theory of History (1978); esa variedad de marxismo es más afín a mis orientaciones metodológicas; pero cuando, ya en los años 80, llegue yo a saber algo sobre él, mi reflexión filosófica me habrá llevado por derroteros alejados de esa temática.

    De mi marxismo juvenil persistieron, durante mucho tiempo, la orientación dialéctica y el interés por Hegel (hasta el punto de que mi primer proyecto de tesis doctoral, en 1974-75, era el de estudiar algún aspecto de su filosofía). La dialéctica sigue siendo hoy, en 2010, una de las características de mi trabajo filosófico.

    Sin embargo, mi marxismo siempre había estado coloreado por mis inquietudes filosóficas previas: la ontología, la lógica y la filosofía del lenguaje. A diferencia de las corrientes marxianas o marxoides de diverso pelaje, lo que más me había interesado era el materialismo dialéctico, la concepción marxista del Ser y de la racionalidad; para mí era subordinada la visión del hombre, la antropología filosófica -que tantos otros marxistas convierten en lo esencial o casi único-, no adquiriendo sentido más que en el transfondo de una teoría del Ser y de la razón objetiva, presente en la naturaleza y en la historia y reflejada en la razón subjetiva del hombre. Cualesquiera teorías de escisión radical entre hombre y naturaleza me eran muy ajenas ya desde mis primeros contactos con el marxismo (cuando yo tenía 16 ó 17 años).

    En cuanto a mi opción filosófica, fui evolucionando paulatinamente del inicial marxismo hegelizante (1972-73) a una especie de neo-hegelianismo con cierta influencia analítica -que me vino de mi interés por los temas de la lógica y de la lingüística, pasando en seguida de ésta última a la filosofía del lenguaje. Muy temprano, ya en aquella etapa, leí varios libros de Quine -al principio en las traducciones de Manuel Sacristán-, agregándose, poco después, muchísimas otras lecturas sobre la filosofía analítica (y algunas de hermenéutica, si bien ésta última ha sido marginal en mi trayectoria).

    A partir de 1974 -y ya hasta el momento actual- yo me considero un filósofo analítico, entendiendo por «filosofía analítica» aquella que comparte estos cinco rasgos:

    La filosofía analítica no es una escuela. No comparte unas opiniones comunes. Lo que la caracteriza es el cúmulo difuso de esos cinco cánones o rasgos. Unos filósofos pueden atenerse más a esos cánones, otros menos. Un quehacer filosófico encarnará más unos de esos rasgos y otros menos. A la postre, cualesquiera dos filósofos analíticos se parecerán entre sí, por lo menos, en algunos de esos cinco rasgos -pero la diferencia que los aleja al uno del otro puede ser enorme.

    Mi difunto amigo Víctor Sánchez de Zavala -con quien retomé el contacto al regresar a España en 1983- me reprochó haber pasado de la dogmática marxista de mi juventud a una dogmática analítica. Posteriormente he vuelto a escuchar el mismo reproche. Algo de fundamento tiene. Hay una cierta comunidad subyacente entre mis dos adhesiones consecutivas, consistente en tres similitudes entre ambas.

    La primera similitud es que, en uno y otro caso, se ha tratado de optar por la razón, con una confianza en el intelecto humano como facultad para conocer el mundo, rechazando toda variante de irracionalismo (los llamamientos a la intuición, los voluntarismos, los vitalismos, etc).

    Otra similitud estriba en que, en ambos casos, está subyacente el interés por la verdad, con una noción de verdad que, sin quedar definida de antemano, va en el sentido de reflejar la realidad, no de inventarla (construirla o desconstruirla). No todas las escuelas analíticas o marxistas estarían de acuerdo conmigo en esto, pero sí ha sido preponderante, en ambas corrientes, ese canon de busca de la verdad -una verdad que sea, de un modo u otro, un acercamiento a las cosas como son.

    Una tercera similitud es que ambas tradiciones imponen una cierta disciplina mental, unas pautas que regulan y encauzan el discurso y la controversia: para el marxismo, son los dogmas de la doctrina del materialismo dialéctico e histórico -por muy susceptibles de interpretaciones divergentes que sean-; para la filosofía analítica, los cánones metodológicos. Con arreglo a esta similitud, ambas corrientes coinciden en ofrecer criterios para inadmitir ciertas propuestas, por no conformidad con las pautas profesadas. (Entiendo que es esto lo que me han reprochado quienes han visto en mi adhesión analítica de hogaño una nueva actitud dogmática, como la marxista de antaño.)

    Tanto el marxismo cuanto la filosofía analítica son corrientes en las que pueden caber muchas ideas y propuestas dispares, pero dentro de unos límites. (En cambio es difícil saber, p.ej., qué posturas o discursos serían incompatibles con el posmodernismo, dado su carácter corrosivo y disolvente.)

    3. De regreso en España: 1983-2010

    El 11 de septiembre de 1983 regresamos a España. Tras estar contratado como profesor titular de filosofía en la Universidad de León (1983-87), el 11 de febrero de 1987 entré a prestar servicios como investigador científico del CSIC, en Madrid.

    Entre 1974 y 1993 mis estudios se orientaron a las cuestiones de la metafísica, la lógica matemática -junto con la filosofía de la lógica- y la filosofía del lenguaje; accesoriamente también la teoría del conocimiento y algunos temas de historia de la filosofía. (Esa dedicación estuvo, en parte, motivada por mi situación académica y por las materias cuya enseñanza se me confió.)

    Hacia 1992 me fui centrando en temas de lógica de las normas (que era un capítulo pendiente de mi plan de trabajo desde que acabé mi tesis doctoral en 1979). Y de la lógica de las normas pasé a los problemas de la lógica y la filosofía jurídicas. Entonces decidí abrazar del todo esta disciplina. Cursé la licenciatura de Derecho en la UNED (1997-2004) y después hice un DEA jurídico en la Universidad Autónoma de Madrid (2005-2007).

    Esa reorientación de mi trabajo de investigación tiene un profundo significado -y también va a repercutir mucho en la evolución de mis ideas políticas. En 1973-74 había optado por temas abstractos, muy alejados de los que suelen practicar marxoides y ex-marxistas en el ámbito filosófico (que tienden a ser la filosofía de la cultura, la ética, o disciplinas afines). Ya he explicado en parte las razones, aunque fueron más complicadas.

    Yo siempre había sentido desconfianza hacia la ética por dos motivos. El primero es que me parecía una ocupación un tanto ociosa, un sermoneo. El segundo motivo es que, al principio, mi enfoque de las cuestiones éticas era totalmente reduccionista (en la línea de Bertrand Russell en un momento de su evolución): decir que tal conducta es buena es, simplemente, exhortar a que se realice o expresar una emoción de aprobación ante la misma. Así no había en el fondo más ética racional que la meta-ética, que formaba parte de la filosofía del lenguaje.

    Posteriormente mi punto de vista cambió y, poco a poco, me acerqué al cognitivismo, o sea: la tesis de que hay verdades éticas (imperfectamente conocibles). La ética ya no se reducía a meta-ética. Sin embargo persistía mi impresión de inutilidad. La ética no va a cambiar la vida. (La política podría hacerlo, pero no estaban dadas las condiciones para una política correcta y eficaz a la vez.)

    Mi acercamiento a los temas de la filosofía práctica o de la racionalidad normativa fue viniendo más adelante y de soslayo, como un desarrollo o una aplicación del sistema de lógica que elaboré durante mis estudios doctorales en Lieja (1975-79). Fui percatándome de que, junto a la racionalidad teórica, estaba la racionalidad práctica como un campo de florecimiento de esa lógica y de sus virtualidades. Y, dentro de la racionalidad práctica, era esencial articular una lógica de las normas de convivencia, porque todas las relaciones sociales requerían algún sistema de normas, explícito o implícito, sin cuya observancia, al menos parcial, la convivencia sería imposible.

    Por ese camino me fui acercando al Derecho. Aunque, reflexionando retrospectivamente, me percato de que el Derecho siempre me interesó y preocupó (como lo prueba incluso el lugar que ocuparon las reflexiones jurídicas en el período de mi labor ideológica en el PCEml; v. el Anejo V de esta obra).NOTA 349

    Al ir descubriendo la importancia del derecho, hallé al fin un ámbito de la filosofía práctica que escapaba al reproche de inanidad que yo había dirigido a la ética. En principio la racionalidad del discurso ético ha de someterse a los mismos cánones que la del discurso jurídico, pero éste tiene una ventaja: no expresa preferencias o aspiraciones meramente subjetivas, sino que se encarna -o aspira a encarnarse- en regulaciones con vigencia social que sí tienen capacidad de canalizar y disciplinar las conductas humanas, saliendo de los vacuos y píos deseos de cada quien. (Todo eso se vincula a la dicotomía hegeliana entre la moral subjetiva y la ética objetiva.)

    En el ámbito de mi reflexión política, fui comprendiendo que todos los sistemas jurídicos tienen una racionalidad intrínseca y que es posible hacerlos evolucionar en el sentido de mayor racionalidad. Mi tendencia al continuismo y a la no-ruptura (avalada además por el gradualismo de mi tratamiento lógico y metafísico) confluía ahora con esa percepción de la perfectibilidad de los sistemas jurídicos, ninguno de los cuales incurre nunca en una total irracionalidad -porque entonces estallaría, incapaz de regular ninguna convivencia, ni bien ni mal.

    4. Vicisitudes del PCEml: 1972-92

    Si ésa ha sido mi trayectoria, ¿cuál ha sido la del PCEml? Éste también sobrevivió. No me necesitaba. A pesar del tremendo disgusto que se llevaron mis camaradas al descubrir mi fuga (que los condujo a lanzar contra mí una inútil campaña -v. infra, Anejo II-),NOTA 350 la continuación de las actividades del PCEml demostró que, conmigo o sin mí, las cosas no variaban mucho. Si yo lo hubiera dejado en 1966 ó 1967, su continuidad habría estado en peligro; pero, entre tanto, la situación había cambiado.

    Los órganos de dirección se ampliaron cooptando a otros militantes.NOTA 419 Incluso en el terreno de la documentación hubo incorporaciones que llenaron el hueco (creo que de los camaradas valencianos, como Venancio Vega).NOTA 351

    Eso sí, aunque yo ya pintaba poco, algo ralentizaba la deriva radicalizadora y extremista, la cual -ya libres mis camaradas de esa rémora que había sido mi presencia- se aceleró. En la primavera de 1973 se celebra en Italia el I congreso del PCEml. Decídese -por entonces o un poco después-NOTA 352 pasar a las acciones armadas (guerrilla urbana).NOTA 353

    El 27 de septiembre de 1975 manda Franco matar a varios militantes del PCEml -aunque a otros los indultó. Él sobrevivió 54 días a sus últimas víctimas mortales.

    Los dirigentes del PCEml no estaban preparados para el posfranquismo. Sus planteamientos no habían previsto esa situación para nada, a pesar de la anticipada denuncia de la maniobra neofranquista. El cambio los cogió con el pie cambiado. El ultraizquierdismo que profesaban se quedó inane, aislado, rebasado e inefectivo. No pudieron abrirse hueco. Encima, el cisma entre China y Albania en 1977/78 acabó de desarbolar lo poco que persistía de sus cimientos ideológicos.

    En 1976 y en 1978 el PCEml dio dos virajes sin decir que los daba. El primero de ellos consistió en reconocer: (1) que el régimen de la transición ya no era la dictadura fascista, sino un sistema político reaccionario, oligárquico, de libertades restringidísimas y frágiles, bajo tutela norteamericana y europea, pero diferente de su antecesor y que se esforzaba por revestir la sucesión de un legitimador barniz democrático; (2) que, en esa situación, había que reivindicar la legitimidad republicana. Por eso, ya a deshora, se aliaron con republicanos burgueses en un desesperado intento del último minuto, formando la Convención Republicana de los Pueblos de España. (Hubiera sido más convincente esa política si se hubiera seguido desde 1965 y no cuando ya la transición estaba iniciada y se empezaba a guisar en las cocinas de los círculos de la alta política una constitución como la que ahora tenemos.)

    Por el segundo viraje, dado en el III Pleno ampliado del comité central (Vanguardia Obrera nº 257, 11 de nov. de 1978), se condena al pensamiento de Mao Tse-tung, sin que, al parecer, se hiciera un balance autocrítico de la historia del PCEml ni de los graves errores a los que el seguidismo hacia Pequín había llevado a los m-l españoles. Es más, persistió el principal de esos errores: el ataque a la Unión Soviética, denominada «socialismperialismo ruso»; un sistemático ataque que quitaba credibilidad al PCEml ante el sector de opinión popular que hubiera podido apoyar sus tesis en temas de política interior (una vez dado el viraje de facto al que me he referido).

    La línea política diseñada en ese III Pleno de 1978 encerraba una ambigüedad en lo tocante al crucial problema de la restauración de la legalidad republicana: si, de un lado, se esgrimía -contra el poder de la dinastía borbónica implantado por la sucesión del Caudillo- la legitimidad republicana de 1931, no sólo no se decía, en absoluto, que el objetivo de la lucha era restaurar aquella República de trabajadores de toda clase ni se invocaba su constitución progresista, sino que se afirmaba «La burguesía monopolista puede hacer muchas leyes, pero el proletariado, con sus luchas, impondrá su legalidad que en nada se parece a la de sus enemigos irreconciliables de clase» (V. Roig, Vanguardia Obrera Nº 235). Lo cual probablemente era otro modo de decir que se busca un nuevo tipo de ordenamiento que rompa radicalmente con todo el pasado, incluyendo en él la juridicidad republicana de 1931.NOTA 354

    A pesar de tal ambigüedad, la política del PCEml -según emanó de ese III pleno del comité central de fines de 1978- contenía no pocos aciertos (correspondiendo al PCEml el mérito de ser la única organización que tuvo la gallardía de atreverse a llamar al «No» en el plebiscito del 6 de diciembre de 1978).NOTA 355 Sin embargo, llegando con retraso, estaba lastrada por seis errores persistentes:

    Si, al lado de esos seis errores, hubo también aciertos -como ya lo he dicho-, poca utilidad se podía sacar de éstos, dado el rotundo fracaso del FRAP (aquel frente espectral que nunca existió y que se asoció a la irracional vía del guerrillerismo urbano) y dado el desgaste del PCEml, abandonado, a la sazón, por la mayoría de sus cuadros y militantes, desanimados por el sectarismo y el extremismo de los años anteriores (o sea por el discurso ultrancista de 1972-77).NOTA 360

    Aun con una política mejor, las condiciones subjetivas de las masas hubieran hecho estrellarse cualquier proyecto como el del PCEml.

    El resultado del plebiscito constitucional del 6 de diciembre de 1978 fue decepcionante para los conchabados transitadores (no alcanzando el «Sí» ni siquiera la cota de 3/5 del cuerpo electoral, que esperaban superar con creces), pero también fue un fracaso para los antifascistas partidarios del «No» (o sea el PCEml, creo que en solitario), pues su llamamiento apenas fue escuchado -menos aún, seguido.

    Meses después del plebiscito constitucional el PCEml celebra su III congreso, en el que se perfila una línea que busca un difícil equilibrio entre la tendencia ultraizquierdista --que venía representando la camarada Helena Ódena-- y las inevitables adaptaciones que imponían: (1) el cambio de situación jurídica del país; (2) la nueva correlación de fuerzas internacional; y (3) la ruptura del PCEml con Pequín --una referencia que ilusoriamente se quiso reemplazar por la de Albania, lo cual impregnaba aún más su política de un aire surrealista u onírico, alejadísimo de cuanto pudiera ser escuchado con atención, no ya por las amplias masas, sino incluso por minorías politizadas ajenas al núcleo de adeptos.

    Pero las conclusiones alcanzadas en ese congreso no satisficieron a todos los militantes, ni siquiera a todos los dirigentes. Una nueva disidencia va a ir surgiendo a lo largo del año 1980. Cundían el malestar, el desasosiego, el desánimo. Muchos militantes y cuadros se percataban de que con esas modulaciones no se conseguiría entroncar con las mentalidades y las aspiraciones de las masas populares. El discurso del PCEml a muchos les sonaba a cosa de otra época. Entre quienes así pensaban figuraba Venancio Vega (miembro del ejecutivo), que en años anteriores había sido un ultraizquierdista radical; es más, al dar ahora el paso de impulsar la nueva disidencia, lo hizo desde una postura de mayor radicalismo --aunque fue acusado de que, con ello, simplemente daba una cobertura a quienes aspiraban a un viraje a la derecha.

    Cinco fueron las divergencias --si bien los disidentes se quejarán de que no fue posible entablar una genuina discusión, porque fue cortada de cuajo de manera autoritaria.

    El primer problema era éste: como ya lo he señalado unos párrafos más atrás, el PCEml había auspiciado en la transición una convención republicana, que momentáneamente alcanzó alguna vitalidad y atrajo a algunos grupos políticos del residual republicanismo burgués. En 1980, tras el plebiscito constitucional, se desmoronó. Vino a ser un duplicado más del propio PCEml. Estaba claro que esa política de alianzas ya no funcionaba. Había que proponer otra. ¿Cuál?

    Ese problema se planteaba desde dos posturas diversas, mas coincidentes: la de Vicente Pérez Plaza (Venancio Vega) y la de Rafael Blasco Castany (Víctor Roig), ambos miembros del comité ejecutivo. Para el segundo, había que rebasar el marco de esa convención para buscar una política de alianzas más flexible, adaptada a la realidad, teniendo en cuenta las mentalidades de las masas populares y la existencia efectiva de unas u otras fuerzas políticas, porque de nada valía aferrarse al señuelo de una alianza con fuerzas inexistentes. Para Venancio, se trataba, más bien, de que la lucha por la República encerraba de suyo un enfoque superado, pues significaba combatir por un objetivo no-proletario, no-socialista, por un cambio de forma de Estado; y, de hecho, el discurso de la convención había sido --o se había interpretado como si fuera-- una reivindicación de la II República. Venancio pensaba, al parecer, que, habiéndose desvanecido la coyuntura que había justificado esa táctica, había que retomar como único objetivo la lucha por el socialismo. La confluencia entre esas dos posturas venía dada por el hecho de que, para efectos prácticos, se desembocaba en conclusiones muy similares, o quizá iguales. Desde una u otra de esas dos posiciones convergentes se criticaba la reivindicación de una República a secas, sin el calificativo (cuya repetición se exigía) de «popular y federativa». (Un paso ulterior en ese planteamiento sería omitir lo de «república».)

    El segundo problema --relacionado con el anterior-- era el de decidir qué postura habría que adoptar frente a otras formaciones a la izquierda del PCE, como la LCR y el MC. Los disidentes proponían llegar a acuerdos con ellos, principalmente en el movimiento antiimperialista y anti-NATO. (Estábamos en los prolegómenos de la gran movilización de años posteriores contra el ingreso en la alianza atlántica del Reino de España.)

    Un tercer problema --relacionado con el que acabo de mencionar-- era el del presunto socialimperialismo ruso --«la otra superpotencia» en la terminología tardo-maoísta, a la que se atenía con frenesí el PCEml, a pesar de haber repudiado poco antes el pensamiento de Mao Tse-tung. El MC, que había desbordado en delirio pro-chino al propio PCEml, ahora se daba cuenta de que tal discurso lo alejaba del sentir de las masas --y, sobre todo, de los sectores de las masas susceptibles de movilizarse contra el imperialismo yanqui y sus aliados atlánticos--; conque, dando un bandazo, pasó a cesar sus ataques al Pacto de Varsovia y al bloque soviético. Si, en el movimiento anti-belicista y antiimperialista, quería el PCEml llegar a algún entendimiento con otras sensibilidades, tenía que arrinconar --o al menos rebajar-- la grotesca retórica antirrusa que mantenía siguiendo la batuta del declinante líder albanés Enver Hoxha (apoyando incluso a los contrarrevolucionarios en Afganistán y Etiopía).

    El cuarto problema se relacionaba con el movimiento sindical: los disidentes pensaban que los militantes del PCEml debían integrarse en CC.OO., en lugar de proponer candidaturas bajo las siglas de la AOA (Asociación Obrera Asamblearia, al parecer heredera de la periclitada OSO) --la cual, nunca muy próspera, daba claros signos de agotamiento, con lo cual esas candidaturas, condenadas al fracaso en general, sólo suscitaban entre los trabajadores una sensación de divisionismo.

    El quinto problema se refería a la necesidad de hallar un nuevo estilo de organización y de militancia, porque ya muchos camaradas se ahogaban en los rígidos moldes del partido monolítico, que habían soportado en un período de auge o, al menos, de esperanza revolucionaria. Estando claro que la monarquía estaba consolidada y que, en un tiempo previsible, no habría revolución en España, resultaba difícil aguantar la férrea disciplina de una organización donde --por la prohibición de fracciones, entendida además muy a rajatabla-- estaba vedado hacer críticas a la dirección fuera de los cauces orgánicos o expresar, en público o en privado, opiniones discrepantes de la política del partido como no fuera en la reunión de célula --y aun eso en la práctica se hacía difícil o imposible. Y, si muchos afiliados ya se sentían asfixiados en esos duros y estrechos moldes, muchos otros, fuera de la organización, eran repelidos por ese estilo de militancia. Lo cual contribuía al aislamiento y a la pérdida de influencia del partido.

    Frente a todas esas cuestiones, la postura mayoritaria fue la de la camarada Helena Ódena, que optó por mantener a machamartillo, erre que erre, exactamente las mismas tesis oficiales de los años precedentes. Frente a la acusación de Venancio de postergar la lucha por el socialismo al afirmar la lucha por la República, insistió en que la República era meramente un objetivo táctico, no estratégico, y que de ningún modo se trataba de reivindicar el pasado ni de restaurar una república burguesa. Las deficiencias, insuficiencias y debilidades del partido sólo venían, a su juicio, de la inacción de los propios disidentes y de haber atenuado la denuncia de grupos revisionistas como el MC.

    La crisis estalla en el pleno del comité central del sábado 31 de enero de 1981, que continuó todo ese fin de semana. La dirección presenta un informe denunciando una campaña de rumores de los disidentes. En esa reunión vienen expulsados 17 miembros del comité central --de un total de 50--. Se los tilda de «mencheviques sarnosos». Los expulsados forman un «PCEml auténtico», que publica La causa (del cual, creo, sólo salió un número). Arrastran a la mayoría de las organizaciones de Levante y Aragón y una parte de las de Madrid y Cataluña.

    Tres semanas después de esa escisión tiene lugar el fallido golpe de Estado militar, siendo Valencia tomada por los tanques. Ese acontecimiento sin duda influyó también en la evolución de esa embrionaria formación, que se deshace en seguida por disensiones internas. En el mes de julio se producen abandonos en Madrid, con ocasión de la asamblea provincial, creándose la Montaña de La Causa, escisión dentro de la escisión. Al llegar el otoño se va disgregando esa organización, que no cumplirá un año de existencia. Sus protagonistas evolucionan con celeridad para integrarse en seguida en la clase política de la monarquía. Sin duda pensaban que, agotada la vía revolucionaria, había que optar por el posibilismo. (Hemos visto más arriba que tal evolución ya estaba, de algún modo, prefigurada en sus posiciones cuando aún militaban en el PCEml.) NOTA 361

    El PCEml (con los no desgajados) se mantendrá todavía unos años; pero, si siempre había sido muy minoritario, ahora tendía crecientemente a la inexistencia.

    Llegamos al año 1985. En noviembre fallece la camarada Helena Odena. El 11 de abril había muerto el jefe del partido albanés, Enver Hoxha, a la edad de 76. Un mes antes había expirado el secretario general soviético, Constantino Chernenko. El 11 de marzo viene nombrado secretario general Miguel Gorbachof. Inmediatamente va a iniciar el asalto desde dentro al ya debilitado sistema soviético, culminando su obra en unas 350 semanas.

    El miércoles 12 de marzo de 1986 (diez semanas después del ingreso del Reino de España en la Comunidad Europea) tiene lugar el plebiscito sobre la NATO que gana el gobierno del Lcdo González Márquez, quien -con trampas y amenazas- consigue una mayoría para el «Sí». Su gobierno fue la consagración total de la monarquía; aunque se mantuvieron y consolidaron los mecanismos profundos del anterior régimen totalitario, el mensaje que trascendió fue uno de cambio, gracias al nuevo estilo y al nuevo discurso -pero sobre todo gracias a la etiqueta del partido cuya jefatura ostentaba el presidente del gobierno-. Así, la potestad dinástica apareció como neutral.NOTA 362

    En 1991 los vientos soplan fuertemente contra los restos de ideología comunista, colectivista, socialista o igualitaria y a favor del individualismo, el neoliberalismo, el privatismo, la economía de plaza y la democracia en su versión convencional (occidental).

    El PCEml estaba erosionado y arrinconado. Resuelto a emprender un nuevo rumbo, el 31 de mayo de 1991 destituye al secretario general, Raúl Marco, quien pronto constituirá el colectivo Octubre. El residual PCEml sigue entonces la línea general del pensamiento político del momento: condenar y rechazar en bloque todo lo que había sido y significado el comunismo real del siglo XX desde la revolución rusa de 1917, considerando que nunca hubo socialismo en la Unión Soviética. Celebrará en marzo 1992 su sexto y último congreso, decidiendo refundarse como partido comunista democrático;NOTA 363 como ese proyecto no llegó a cuajar, el partido se autodisolvió.

    5. Reencuentro

    Viene ahora la confluencia entre mi itinerario y el de mis ex-camaradas. Al dejar yo la carta de adiós con motivo de mi marcha en mayo de 1972, mi propósito era no volver a acercarme nunca más ni al PCEml ni a ninguna otra organización similar, cercana o contrincante, ni favorable ni desfavorable al mismo; no volver a participar para nada en la vida política española.

    No siempre fui fiel a mi intención. Primero, en el momento de la transición y del pacto perpetuador de la monarquía borbónica dejada en herencia por el régimen franquista, viviendo yo en Lieja, y cursando mis estudios de doctorado en esa ciudad belga, no pude vencer la tentación de enviar un escrito en francés -que firmé con el nombre de pluma «Ismael Ontur»- a varios periódicos para desenmascarar esa superchería. Fue una interrupción ocasional.

    Más adelante, al regresar a España en 1983 -y siendo profesor en la Universidad de León-, participé activamente en la lucha contra la NATO, me afilié a Comisiones Obreras y tomé contacto con el PCE, sin llegar a ingresar en él.

    Lo haré más tarde en Madrid, en la primavera de 1996. Mi afiliación se prolongará varios años y nunca tendrá un término final.NOTA 364

    Acudiendo a un número de manifestaciones en demanda de reivindicaciones diversas -principalmente las antibélicas y la solidaridad con los inmigrantes-, coincidí, en los años 1987 y siguientes, con militantes del (ya empequeñecido) PCEml. El 18 de septiembre de 1990 -en una manifestación contra la proyectada agresión a la República de Irak por el imperialismo yanqui y sus aliados-NOTA 365 me acerqué al camarada Raúl Marco, reanudando un contacto interrumpido durante 18 años.

    Entablamos una buena relación, [V. nota adicional] fruto de la cual fue mi colaboración en la prensa que aún sacaba el PCEml. Así aparecieron varios artículos míos en Vanguardia Obrera: «El conflicto de Mesopotamia» (V.O., sept. 1990); «¡Abajo la ley de extranjería!» (V.O. Nº 740, nov. 1990); «¡Mayor solidaridad con los presos marroquíes!» (V.O. Nº 758, semana del 8 al 14 de mayo de 1991). También un artículo titulado «Rey reinando, con el mazo dando», publicado en el Nº último de Revolución Española, a comienzos de 1990. Y otro en la nueva revista teórica del PCEml (casi nonnata), Cuestión, Nº 0 (Madrid: junio de 1991), págªs 31-48: «Miseria o esplendor de la economía de mercado». Todos ellos, naturalmente, firmados en mi propio nombre, «Lorenzo Peña».

    El 1 de junio de 1991 Raúl me contó que acababa de ser destituido de su cargo de secretario general del PCEml.

    Unos días después, los destituyentes me invitaron a visitar la sede de dicho partido, en la calle Libertad, para explicarme los motivos de la decisión. La entrevista -que se celebró en un clima glacial- no condujo a acercamiento alguno. Al margen de mis muchas divergencias con el PCEml antes ya de mayo de 1972 -o sea cuando yo era uno de sus tres principales dirigentes- y, aún más, después de mi automarginación -porque nunca aprobé la línea del guerrillerismo urbano-, lo que comprendí -en el momento de ese último cisma de junio de 1991- es que el residual PCEml se avergonzaba de haber defendido alguna vez el sistema del socialismo real.

    Su argumento era que, sin democracia, no hay (no puede haber) socialismo; sin libertad política, no hay democracia. Luego lo que se instauró en Rusia en 1917 y años sucesivos nunca fue socialismo ni nada por el estilo; la defensa de la URSS y, más tarde, de otros países del antiguo bloque oriental había sido, pues, absolutamente errónea e injustificable desde el comienzo.

    No compartí ese punto de vista; y sigo sin compartirlo. Pero prescindo aquí de mis razones de discrepancia, para no romper el hilo de mi narración. A raíz de esa última entrevista con mis ex-camaradas de la dirección del PCEml, ellos tuvieron todavía la amabilidad de publicar mi artículo «Un balance a contracorriente de la experiencia del comunismo real» (V.O. semana del 19 al 25 de junio de 1991). Después, naturalmente, nada más. (No he vuelto a tener ningún contacto con ellos.) El último número de Vanguardia Obrera, el 796, salió en 1992. NOTA 500

    Entre tanto, según lo he dicho más arriba, Raúl Marco impulsó la creación del colectivo comunista Octubre, que publicaba un boletín con esa misma denominación y con el que colaboré durante unos años. En ese periódico salieron, entre 1991 y 1993, mis artículos: «Vigencia de las tesis de Lenin sobre el imperialismo», «El racismo, bandera de la burguesía», «El desmembramiento de la URSS», «Yeltsin, verdugo del pueblo ruso», «Buenas y malas caras a Li Peng», «La ofensiva del integrismo», «La ONU, ¿organización de paz?», «¿Qué se les perdió a los yanquis en Somalia?», «Bombardeos humanitarios contra el pueblo de Somalia», «Los encumbrados» y «El paneuropeísmo, de Viena a Maastricht».

    Algunos de esos artículos sé que me los publicaron a regañadientes -sólo por complacer a Raúl Marco-, pues había un fuerte contraste entre los puntos de vista de la militancia de Octubre y los míos -siempre originales, descarriados, atípicos, pero ahora más inclasificables que nunca-. Así, al artículo «Yeltsin, verdugo del pueblo ruso» (Octubre Nº 16, sept. 1993) -a propósito de las elecciones en Rusia- ellos le agregaron un recuadro en el que editorialmente se condenaban las mismas tesis que yo estaba defendiendo; una vez más la discrepancia giraba -como veintitantos años antes- en torno a si, en cada situación, había que centrar el blanco de la lucha en un solo enemigo principal o bien había que atacar a todos los enemigos por igual y a la vez. NOTA 366

    Ese artículo fue el último que me publicaron. Poco después me pidieron uno sobre el pacto de Oslo entre la OLP y el gobierno israelí; y lo redacté: «Los acuerdos sobre Gaza y Jericó, gran victoria del pueblo palestino». El comité de redacción de Octubre lo rechazó. Así terminó esa colaboración. (No me volvieron a invitar a ofrecerles colaboración alguna.)

    En 2006 el colectivo Octubre y otras organizaciones se funden en una nueva entidad, que retoma el nombre «PCEml», aunque teniendo como órgano precisamente Octubre para marcar así la continuidad con el mencionado colectivo, a su vez emanado de la última escisión del viejo PCEml, la de 1991.

    Por mi parte, sin compartir necesariamente sus ideas, he deseado y sigo deseando éxitos a ese nuevo PCEml. Al margen de los dogmas, podemos converger en bastantes cosas: la bandera tricolor y la República; NOTA 367 la defensa del socialismo cubano y del proceso de transformación social venezolano; la solidaridad con los inmigrantes, legales o ilegales; la oposición a la NATO y a sus guerras y agresiones; el apoyo a la lucha del pueblo palestino; la memoria histórica antifascista; la oposición a la Unión Europea. NOTA 368 ¡Ojalá hagan algún día un balance sereno de la historia del viejo PCEml!




    [V. los Anejos de este libro]